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viernes, 20 de mayo de 2011

La devoción a la Virgen en la Iglesia primitiva.

La devoción a la Virgen en la Iglesia primitiva. Mes de Mayo.

LOS ORÍGENES DE LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN

La Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios desde los albores del cristianismo.

La Virgen María


"Los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del Cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el Niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!"

(San Josemaría Escrivá)





Con ocasión del mes de Mayo hablamos sobre los orígenes de la devoción mariana en los primeros cristianos.


“DESDE AHORA TODAS LAS GENERACIONES ME LLAMARÁN BIENAVENTURADA” (Lc 1, 48)

Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo.


En los tres primeros siglos la veneración a María está incluida fundamentalmente dentro del culto a su Hijo.

Un Padre de la Iglesia resume el sentir de este primigenio culto mariano refiriéndose a María con estas palabras: «Los profetas te anunciaron y los apóstoles te celebraron con las más altas alabanzas».

De estos primeros siglos sólo pueden recogerse testimonios indirectos del culto mariano. Entre ellos se encuentran algunos restos arqueológicos en las catacumbas, que demuestran el culto y la veneración, que los primeros cristianos tuvieron por María.

Tal es el caso de las pinturas marianas de las catacumbas de Priscila: en una de ellas se muestra a la Virgen nimbada con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado; las otras dos representan la Anunciación y la Epifanía.

Todas ellas son de finales del siglo II. En las catacumbas de San Pedro y San Marceliano se admira también una pintura del siglo III/IV que representa a María en medio de S. Pedro y S. Pablo, con las manos extendidas y orando.

Una magnífica muestra del culto mariano es la oración “Sub tuum praesidium” (Bajo tu amparo nos acogemos) que se remonta al siglo III-IV, en la que se acude a la intercesión a María.

Los Padres del siglo IV alaban de muchas y diversas maneras a la Madre de Dios. San Epifanio, combatiendo el error de una secta de Arabia que tributaba culto de latría a María, después de rechazar tal culto, escribe: «¡Sea honrada María! !Sea adorado el Señor!».

La misma distinción se aprecia en San Ambrosio quien tras alabar a la « Madre de todas las vírgenes» es claro y rotundo, a la vez, cuando dice que «María es templo de Dios y no es el Dios del templo» , para poner en su justa medida el culto mariano, distinguiéndolo del profesado a Dios.

Hay constancia de que en tiempo del papa San Silvestre, en los Foros, donde se había levantado anteriormente un templo a Vesta, se construyó uno cuya advocación era Santa María de la Antigua. Igualmente el obispo Alejandro de Alejandría consagró una Iglesia en honor de la Madre de Dios. Se sabe, además, que en la iglesia de la Natividad en Palestina, que se remonta a la época de Constantino, junto al culto al Señor, se honraba a María recordando la milagrosa concepción de Cristo.
En la liturgia eucarística hay datos fidedignos mostrando que la mención venerativa de María en la plegaria eucarística se remonta al año 225 y que en las fiestas del Señor -Encarnación, Natividad, Epifanía, etc.- se honraba también a su Madre. Suele señalarse que hacia el año 380 se instituyó la primera festividad mariana, denominada indistintamente «Memoria de la Madre de Dios», «Fiesta de la Santísima Virgen», o «Fiesta de la gloriosa Madre».





EL TESTIMONIO DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
Virgen con el niño

Virgen con el niño

El primer Padre de la Iglesia que escribe sobre María es San Ignacio de Antioquía (+ c. 110), quien contra los docetas, defiende la realidad humana de Cristo al afirmar que pertenece a la estirpe de David, por nacer verdaderamente de María Virgen.

Fue concebido y engendrado por Santa María; esta concepción fue virginal, y esta virginidad pertenece a uno de esos misterios ocultos en el silencio de Dios.

En San Justino (+ c. 167) la reflexión mariana aparece remitida a Gen 3, 15 y ligada al paralelismo antitético de Eva-María.

En el Diálogo con Trifón, Justino insiste en la verdad de la naturaleza humana de Cristo y, en consecuencia, en la realidad de la maternidad de Santa María sobre Jesús y, al igual que San Ignacio de Antioquía, recalca la verdad de la concepción virginal, e incorpora el paralelismo Eva-María a su argumentación teológica.

Se trata de un paralelismo que servirá de hilo conductor a la más rica y constante teología mariana de los Padres.

San Ireneo de Lyon (+ c. 202), en un ambiente polémico contra los gnósticos y docetas, insiste en la realidad corporal de Cristo, y en la verdad de su generación en las entrañas de María. Hace, además, de la maternidad divina una de las bases de su cristología: es la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios en el seno de María la que hace posible que la muerte redentora de Jesús alcance a todo el género humano. Destaca también el papel maternal de Santa María en su relación con el nuevo Adán, y en su cooperación con el Redentor.

En el Norte de África Tertuliano (+ c. 222), en su controversia con el gnóstico Marción), afirma que María es Madre de Cristo porque ha sido engendrado en su seno virginal.

En el siglo III se comienza a utilizar el título Theotókos (Madre de Dios). Orígenes (+ c. 254) es el primer testigo conocido de este título. En forma de súplica aparece por primera vez en la oración Sub tuum praesidium. que –como hemos dicho anteriormente- es la plegaria mariana más antigua conocida. Ya en el siglo IV el mismo título se utiliza en la profesión de fe de Alejandro de Alejandría contra Arrio.

A partir de aquí cobra universalidad y son muchos los Santos Padres que se detienen a explicar la dimensión teológica de esta verdad -San Efrén, San Atanasio, San Basilio, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa, San Ambrosio, San Agustín, Proclo de Constantinopla, etc.-, hasta el punto de que el título de Madre de Dios se convierte en el más usado a la hora de hablar de Santa María.

La verdad de la maternidad divina quedó definida como dogma de fe en el Concilio de Efeso del año 431.



La Virgen María





"¿Y después de la muerte del Salvador? María es la Reina de los Apóstoles; se encuentra en el Cenáculo y les acompaña en la recepción de Aquél que Cristo había prometido, del Paráclito; les anima en sus dudas, les ayuda a vencer los obstáculos que la flaqueza humana pone en su camino: es guía, luz y aliento de aquellos primeros cristianos".(San Josemaría Escrivá)



LAS PRERROGATIVAS O PRIVILEGIOS MARIANOS

La descripción de los comienzos de la devoción mariana quedaría incompleta si no se mencionase un tercer elemento básico en su elaboración: la firme convicción de la excepcionalidad de la persona de Santa María -excepcionalidad que forma parte de su misterio- y que se sintetiza en la afirmación de su total santidad, de lo que se conoce con el calificativo de "privilegios" marianos.

Se trata de unos "privilegios" que encuentran su razón en la relación maternal de Santa María con Cristo y con el misterio de la salvación, pero que están realmente en Ella dotándola sobreabundantemente de las gracias convenientes para desempeñar su misión única y universal.

Estos privilegios o prerrogativas marianas no se entienden como algo accidental o superfluo, sino como algo necesario para mantener la integridad de la fe.



San Ignacio, San Justino y Tertuliano hablan de la virginidad. También lo hace San Ireneo. En Egipto, Orígenes defiende la perpetua virginidad de María, y considera a la Madre del Mesías como modelo y auxilio de los cristianos.

En el siglo IV, se acuña el término aeiparthenos —siempre virgen—, que S. Epifanio lo introduce en su símbolo de fe y posteriormente el II Concilio Ecuménico de Constantinopla lo recogió en su declaración dogmática.

Junto a esta afirmación de la virginidad de Santa María, que se va haciendo cada vez más frecuente y universal, va destacándose con el paso del tiempo la afirmación de la total santidad de la Virgen. Rechazada siempre la existencia, de pecado en la Virgen, se aceptó primero que pudieron existir en Ella algunas imperfecciones.

Así aparece en San Ireneo, Tertuliano, Orígenes, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Efrén, San Cirilo de Alejandría, mientras que San Ambrosio y San Agustín rechazan que se diesen imperfecciones en la Virgen.

Después de la definición dogmática de la maternidad divina en el Concilio de Efeso (431), la prerrogativa de santidad plena se va consolidando y se generaliza el título de "toda santa" –panaguía-. En el Akathistos se canta "el Señor te hizo toda santa y gloriosa" (canto 23).

A partir del siglo VI, y en conexión con el desarrollo de la afirmación de la maternidad divina y de la total santidad de Santa María, se aprecia también un evidente desarrollo de la afirmación de las prerrogativas marianas.

Así sucede concretamente en temas relativos a la Dormición, a la Asunción de la Virgen, a la total ausencia de pecado (incluido el pecado original) en Ella, o a su cometido de Mediadora y Reina. Debemos citar especialmente a S. Modesto de Jerusalén, a S. Andrés de Creta, a S. Germán de Constantinopla y a S. Juan Damasceno como a los Padres de estos últimos siglos del periodo patrístico que más profundizaron en las prerrogativas marianas.

www.primeroscristianos.com

martes, 4 de mayo de 2010

Mayo: Mes de María (canciones marianas)

Venid y vamos todos (canción)



Salve, Madre (canción)


Mayo: Mes de María

MAY FEELINGS I parte.



MAY FEELINGS II parte.



MAY FEELINGS III parte.


viernes, 2 de abril de 2010

Galería de Semana Santa en Palencia (Parte 2)




Galería de Semana Santa en Palencia (Parte 2)
El paso de Nuestra Señora de la Vera Cruz, de Melchor Gutierrez, 1997

miércoles, 15 de agosto de 2007

Ante la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos...




Ante la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos...

Amigos; estamos celebrando una de las grandes fiestas de nuestra vida cristiana: la Asunción de Maria…la Ascensión de la Virgen. ¡Media España y medio mundo, eleva sus ojos al cielo! ¡Allá, en lo más alto, se abre una ventana para que, a través de ella, pase la Madre del mismo Dios! ¡María!.

¡Qué bien nos viene, la imagen de los juegos olímpicos para centrar esta fiesta!.
¿Qué es lo que buscan o pretenden los atletas o los deportistas, los países que participan? Competir para ganar. Subir al podium y con cuantas medallas más y mejor.
Pues mirad esta festividad de la Asunción, me atrevería a decir, es la gran medalla que DIOS da a la Virgen por haber estado ahí, por haber corrido hasta el final, por haber permanecido fiel, por no haber humillado –y esta es la diferencia con los juegos olímpicos- al adversario sino al revés: haberse humillado para que Dios hiciera que ello que tenia pensado.
Hoy es el día en que DIOS eleva a la Virgen en el podium del cielo; le abre sus puertas, la sienta a su lado por haber jugado en limpio con sencillez y obediencia, con pobreza y humildad, con pureza y con disponibilidad… No me extraña que miles de pueblos, parroquias, catedrales, ermitas, hombres y mujeres, continentes, la tengan como punto de referencia en sus vidas. La suerte que tuvo Ella la queremos tener nosotros.
No hace mucho, conversando con unos conocidos, me comentaron que se llevaron un susto porque fueron a pasar el día de excursión por las montañas del norte de Palencia y llegado un momento se encontraron desorientados a causa de la niebla. Pasaron nervios porque la noche se les echaba encima y estaban perdidos. Menos mal que se encontraron con otro excursionista que estaba por allí y como llevaba una brújula que les indicaba el NORTE, les orientó y pudieron salir sin dificultades.

Lo mismo nos pasa a nosotros en la vida. Nuestras montañas son el quehacer cotidiano, el trabajo, la casa, los hijos, los amigos, la familia, el esposo o la esposa... siempre ajetreados y siempre pendientes.

La niebla que se levanta en nuestras montañas es la decepción, es el desaliento, el cansancio, las desilusiones, los enfados, las ganas de ‘tirar la toalla’. Y esta niebla del desaliento se cuela por todos los recovecos de nuestra vida familiar, matrimonial, laboral, etc. Y es entonces cuando aparece el miedo, el ánimo decaído, la desazón, esa angustia que nos oprime con su nudo nuestra garganta.

El excursionista que nos encontramos en medio de la niebla que nos orienta y nos da serenidad es la Iglesia.

La brújula que lleva en sus manos ese amigo excursionista representa a los siete Sacramentos, la vida espiritual, la lectura frecuente de la Palabra de Dios, los ratos de oración ante el Sagrario.

Y el norte que indica la aguja de la brújula es el mismo Jesucristo. Y es Jesucristo el que disipa nuestra nieblas y nos da la gracia, la ayuda necesaria para afrontar el quehacer cotidiano, el trabajo, la casa, los hijos, la enfermedad, y todos los retos que se nos presenten, siempre afrontándoles con lucidez y con ilusión, ya que contamos como compañero de viaje con el mismo Señor Jesús.

Nuestra Madre, la Santísima Virgen María, no necesitaba tener esa brújula en la mano, como si fuera algo exterior a Ella. La Virgen tenía al mismo Jesucristo en su interior. Durante toda su vida se ha mantenido fiel dirigiendo, orientando sus ilusiones y dificultades, su quehacer, amar, pensar y sentir ordenado siempre hacia Dios. Desde su nacimiento hasta su asunción ha ido siempre caminando en línea recta hacia Dios. Una línea perfectamente recta cumpliendo la voluntad de Dios.

La Virgen María es también esa excursionista que sale a nuestro encuentro para orientarnos, para sacarnos de nuestra desorientación, de nuestro despiste. Y lo más importante, Ella nos da la mano para llevarnos ante su Hijo y Nuestro Señor.


Así sea.

viernes, 29 de junio de 2007

Vivir a lo grande


Más que palabras
¡Vamos a darle a la vida toda la amplitud y grandeza que la vida tiene teniendo como modelo a María, cuyo Corazón es reflejo precioso del Corazón de Jesús!.

Pero vivir con grandeza no significa salir en los periódicos, darle a la vida toda su amplitud no significa llenar la agenda de nuevas actividades... estamos hablado más bien de descubrir en cada pequeña cosa, en cada momento, en cada silencio y en cada persona, los grandes regalos de amor y compañía que nos hace el Señor, y no dejarlos escapar entre prisas y problemas. Estamos hablando de no dejar que la superficialidad amortigüe la vivencia de cada segundo que pasa en nuestro reloj o el significado de cada palabra que decimos. Así, cuando el Señor dice “sed mis testigos” no reduce la palabra “testigo” a lo que nosotros entendemos, es decir, una persona que habiendo presenciado un acontecimiento lo relata, sino que es ¡mucho más!, Él nos habla de una persona capaz de desgastar su vida con alegría transmitiendo a los demás el Amor de Dios que ha experimentado en sí. O cuando el Señor dice “sois mis amigos”... no se refiere únicamente, como nosotros, a personas con las que compartes tiempo y en las que confías, aunque también, sino a aquellos a quienes ama por encima de todos los límites humanos, a aquellos por los que va a dar su propia vida por amor, porque la vida de sus amigos es tan preciosa a sus ojos que lo da todo por no perderles... Ojala profundicemos de esta manera en aquello que vivimos y decimos: “cristiano”, “familia”, “gracias”...

¡Así vive también María cada instante!, con esa “verdad” pronuncia cada palabra (quizá por eso habla poco). De esta manera exclama en la Anunciación: “He aquí la esclava del Señor...” (Lc1,38). La expresión “esclava” o “sierva” indica su pleno abandono a la voluntad de Dios, su libre y cariñosa sumisión, como tantas veces hemos escuchado. Pero la expresión “siervo” no es pasiva ni abre una distancia abismal entre dos personas, entre Dios y Ella como nosotros podríamos interpretar, sino todo lo contrario. El siervo es comprendido ya en el Antiguo Testamento como aquél a quien Dios llama para que, estando cerca de Él, compartiendo con Él “preocupaciones” por los hombres, dialogando con Él, lleve a cabo una misión a favor de los demás. Así le ocurrió a Abraham cuando el Señor no sólo le llama a realizar una misión, sino que también conoce los deseos de su corazón y cumple sus promesas de colmarlo. Así le ocurre a Moisés, de quien nos dice la Biblia que Dios hablaba con él como un amigo habla a un amigo, a David, a Gedeón, a los profetas, a la reina Ester que también se llama a sí misma “sierva” (Est 4,17)...

Íntima armonía
Llamándose “sierva”, María se une en armonía de disposiciones íntimas a su Hijo, al “siervo doliente” del cántico de Isaías, que no quiere que le sirvan, que no viene a ser servido sino a servir y a entregar totalmente su vida en la obra de la redención. En la vida de Jesús la voluntad de servir es constante y sorprendente, lo abarca todo, desde lo más sublime, como su entrega enamorada en la cruz y su silencio ante las acusaciones falsas, hasta lo más pequeño, como cuando busca un prado con hierba para que la gente pueda sentarse cómodamente a comer, o cuando ya resucitado espera a los discípulos con el almuerzo preparado y a ninguno le extraña que Jesús les haya preparado algo para comer... ¡quizá es que lo hacía a menudo!.

También María, teniendo conciencia de la altísima dignidad que suponía para una mujer judía ser la madre del Mesías y aún más, la madre de Dios, ante el anuncio del ángel se declara de forma espontánea la “esclava del Señor”, ¡y no se queda en palabras!, terminado el anuncio y estando ya encinta, se pone en camino ¡y deprisa! hacia Ain Karem donde Isabel, ya mayor y embarazada también, necesita alguien que le ayude... es decir, que realice con ella o en su lugar las tareas de la casa, la preparación de lo necesario para el niño que va a llegar... estamos hablando de oficios muy humildes hacia los que María se lanza, con prisa, por servir. Esos son los caminos del Señor que tantas veces no son nuestros caminos: a mayor dignidad, mayor gusto y prontitud por ponerse al servicio, en lo concreto, de los demás.

Atrevámonos a vivir con esa amplitud, haciendo Verdad nuestra vida. Asumamos el riesgo que supone el acercarse tanto a Dios que las miserias de los hombres, a quienes ama, alcancen también nuestro corazón y nos hagan correr hacia el último lugar con alegría de servir.

Silvia María. Fscc