Un amigo, jugando al fútbol se torció el pié derecho y se hizo un esguince. Después de estar unas tres horas en urgencias salió de allí con un par de muletas y escayolado. Ahora constantemente necesita de los demás para todo, desde hacer su cama hasta llevarle en coche de un sitio para otro, porque no puede así conducir… el caso es que la vida de este amigo mío se le he complicado notablemente: Depende de los otros. Y la palabra que más está pronunciando, casi a cada momento es: GRACIAS.
Me acuerdo de una señora hospitalizada, ya entrada en años, que tan pronto como veía entrar a uno por la puerta para preguntar sobre su estado de salud, ella se ponía tan contenta ‘como unas castañuelas’ porque se sentía importante, ya que alguien se acordaba de ella.
Todos nosotros tenemos un baúl de recuerdos agradecidos. Ya pueden ser cosas casi sin importancia o incluso el llegar a prestar dinero a un conocido porque se encuentre agobiado económicamente.
Me acuerdo de una señora hospitalizada, ya entrada en años, que tan pronto como veía entrar a uno por la puerta para preguntar sobre su estado de salud, ella se ponía tan contenta ‘como unas castañuelas’ porque se sentía importante, ya que alguien se acordaba de ella.
Todos nosotros tenemos un baúl de recuerdos agradecidos. Ya pueden ser cosas casi sin importancia o incluso el llegar a prestar dinero a un conocido porque se encuentre agobiado económicamente.
Y del mismo modo también me viene a la mente una retahíla de experiencias de servicios prestado a otra persona, de molestias que han ocasionado a uno, de importunidades que se le presentan y no haber obtenido ni un simple ‘gracias’. E incluso llega a aparecer que ese favor que uno hace es tomado por la otra persona como un derecho suyo y como una obligación tuya.
El relato del Evangelio de los 10 leprosos (Lc.17,11-19) es sugerente: De los diez leprosos curados, solamente vuelve un extranjero para darle las gracias a Jesús. Sin embargo el mensaje del Evangelio no se limita solamente a una sencilla lección de saber vivir; es mucho más que tener en cuenta una cualidad del corazón. Ante todo nos muestra una manera de orar y de encontrarnos con Dios.
Vivimos en un mundo en el que lo que cuenta es "el momento presente". De tal modo que cuando uno consigue algo, parece que se olvida de todas aquellas personas que han hecho posible que ese sueño sea realidad. ¡Cuántas veces hemos llegado a casa a la hora de comer y hemos encontrado la mesa puesta y la comida caliente y no hemos sido capaces de dar las gracias a nuestra madre o hermana o hermano por habernos hecho tan grande favor!.
Muchos cristianos nos podemos parecer a los 9 leprosos sanados por el Señor. Cuando una enfermedad se asoma por nuestras familias, un fracaso o una decepción nos acordamos de Dios y acudimos a la oración, se intenta reorientar los pasos dados. Y si, por casualidad el problema se soluciona y la amargura desaparece, parece que cerramos el asunto sin darnos cuenta de dar las gracias a Aquel que nos lo ha concedido el don que pedíamos: Dios.
En esta sociedad pragmática en la que nos ha tocado vivir se valora a la persona sólo por lo que tiene: "tanto tienes, tanto vales". Y además, se supone, que todo lo que tienes lo has conseguido por méritos propios, gracias al esfuerzo que has puesto. Parece que "todo nos es debido". No se valora una cosa hasta que la perdemos, ocurre con la salud y con otros bienes a los que "tenemos derecho". Esto puede observarse en ciertas actitudes de los niños y jóvenes con respecto a sus padres. Es la cultura de la "exigencia". Hemos perdido el sentido de la gratitud, del agradecimiento.
A nivel de nuestra práctica religiosa es más frecuente pedir que dar gracias. Cuando estamos en apuros solemos acudir más a la oración, pero ¡cuanto trabajo nos cuesta agradecer la ayuda que recibimos!. Sin embargo, de "bien nacidos es ser agradecidos". Todo lo hemos recibido gratis: la fe, la salud, la vida, los padres, el amor.
Recuperemos la actitud de agradecimiento. No olvidemos que Eucaristía significa "buena gracia", acción de gracias. Por eso nos reunimos todos los domingos, para agradecer a Dios el don de nuestra fe. A Él le debemos, como dice San Agustín "la existencia, la vida y la inteligencia; a Él le debemos el ser hombres, el haber vivido bien y el haber entendido con gratitud. Nuestro no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7)".
El Evangelio nos recomienda curarnos de la enfermedad de la altivez y de la ingratitud y elevar nuestro corazón purificado de la vaciedad y dar gracias a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario