sábado, 8 de diciembre de 2007

Ante la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Ante la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María...

Dios quiere seguir siendo amigo del hombre, pasear, dialogar familiarmente con él. Vivir en la presencia de Dios es el paraíso, del mismo modo que el Cielo será estar eternamente con Dios. No es Dios el que nos expulsa del Paraíso, somos nosotros mismos los que nos desterramos, cuando nos alejamos de su presencia. Los frutos de nuestro alejamiento de Dios son la discordia, la falta de armonía, la división, el odio, en una palabra: El pecado.

Nosotros no debemos huir de Dios, estamos invitados a buscarle. Sólo así el hombre irá adquiriendo esa sabiduría para afrontar la vida con lucidez.

Eva es seducida y engañada por el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por el pecado y fue sometida al yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de la culpabilidad, de la ignorancia y de la tiranía.

María también es seducida, pero es por el Amor de Dios. María quiere alimentarse de la Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o engañosas.

María es una criatura de Dios y fue concebida como todos fuimos concebidos; fruto del amor de un hombre y de una mujer. Ahora bien, fue preservada de toda mancha del pecado original en el momento de su concepción por un gran privilegio dado por Dios. María, para ser la Madre del Salvador, fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante. Estaba totalmente poseída por la gracia de Dios. Y es más, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida. María ha permanecido y permanece constantemente en la presencia de Dios.

Todos tenemos experiencia del pecado, en mayor o en menor medida. El pecado es no responder al infinito amor de Dios. Hay un grandísimo abanico de pecados, y los hombres somos muy originales a la hora de pecar. Somos originales a la hora de pecar, a la hora de disculparnos, a la hora de echar la culpa a los demás…María fue original a la hora de amar, a la hora de ser fiel al proyecto de Dios, a la hora de educar a su Hijo Jesucristo, a la hora de tratar como esposa a san José, a la hora de saber aceptar el sufrimiento y el gozo. El pecado es como esas molestas cataratas de los ojos que no nos permiten ver las cosas con claridad. Todo queda contemplado a través de una molesta tela en los ojos. María, al no tener pecado podía contemplar la acción de Dios más plenamente en su vida, había adquirido un nivel de sensibilidad muy alto para estar en plena sintonía con lo divino, para vivir siempre en la presencia de Dios.

En el Génesis, cuando Dios se paseaba por el paraíso llamó a Adán y le preguntó que dónde se encontraba, a lo que Adán le contestó que estaba escondido de la presencia porque se encontraba desnudo, ya que había pecado. En el Evangelio nos encontramos como Dios, por medio de su enviado el Arcángel San Gabriel, se presenta ante nuestra Santísima Madre y Ella no se esconde, sino que dice ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, es decir, Ella permanece ante la presencia de Dios.

¡Ojala nosotros digamos como María ‘Aquí estoy, Señor’, porque eso significará que no huimos de Dios sino que deseamos fervientemente estar ante su divina presencia!. Así sea.

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