Mons. D. José Ignacio Munilla Aguirre
OBISPO DE PALENCIA
Los mejores hijos de la Iglesia
¡Hoy es un día histórico, donde los haya, para nuestro pueblo! Difícilmente volveremos a ser testigos de una beatificación colectiva de cincuenta y un fieles de esta Diócesis. Aquel elogio que Santa Teresa dedicaba a los palentinos (“gente de buena masa”), se queda ahora muy pequeño, al compararlo con este reconocimiento de la cumbre de la santidad para los mejores los hijos de nuestro pueblo.
¡Hoy es un día histórico, donde los haya, para nuestro pueblo! Difícilmente volveremos a ser testigos de una beatificación colectiva de cincuenta y un fieles de esta Diócesis. Aquel elogio que Santa Teresa dedicaba a los palentinos (“gente de buena masa”), se queda ahora muy pequeño, al compararlo con este reconocimiento de la cumbre de la santidad para los mejores los hijos de nuestro pueblo.
La persecución religiosa durante la Guerra Civil Española y en los años previos, marcó la cima del martirologio de la historia de España. Ni siquiera durante los siglos de dominación musulmana tenemos noticia de tantos españoles martirizados en tan corto espacio de tiempo.
Resulta verdaderamente impresionante y conmovedor, el hecho de que no tengamos conocimiento de ningún caso de apostasía de la fe entre tantos miles como fueron martirizados. ¡Qué más natural que el pánico ante las torturas y la ejecución inminente, hubiese empujado a un buen número de creyentes a dar un paso atrás! ¡Ni tan siquiera uno solo de ellos dejó de anteponer la fe en Dios al apego a la vida!
Sin embargo, tengamos cuidado de no quedarnos en la mera admiración. El motivo último de las beatificaciones y canonizaciones no es otro que el de suscitar en nosotros la auténtica “imitación”. Es posible que algunos piensen que éstos son modelos inalcanzables para nosotros, que su historia es demasiado lejana y ajena a nuestras vidas... Pero, ¿qué es aquello que podemos y debemos imitar de nuestros mártires? Las tres virtudes teologales nos permiten resumirlo de forma concisa:
+ Fortaleza en la Fe: Tengamos en cuenta que la secularización de nuestros días ataca a la fe, pero no ya tanto en sus contenidos concretos, cuanto en la fuerza de nuestra adhesión, que es lo más íntimo de la fe. En la cultura actual es “políticamente correcto” tener una “cierta” fe, envuelta de dudas; pero, sin embargo, una fe firme sería sospechosa de fanatismo. Tal es así que, una determinada mentalidad moderna ha llegado a identificar la tibieza y la mediocridad como sinónimos de prudencia.
Por el contrario, los mártires testimonian que hay ideales demasiado valiosos como para regatear su precio. ¡No todo es negociable! Ellos prefirieron morir antes que sacrificar la Verdad.
+ Seguridad en la Esperanza: El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece la siguiente definición: “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la Vida Eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo…” (CIC n. 1817).
Los mártires son el mejor recordatorio de nuestra vocación a la eternidad: ¡somos ciudadanos del Cielo! ¡Ellos eligieron la Vida “Eterna” antes que la “temporal”! Su testimonio es un eco del Evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16, 26), “todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8), etc.
Démonos cuenta de que, los cristianos no rezamos para no morir, sino para “morir bien”. Tampoco vivimos para cuidar nuestra salud, sino que cuidamos la salud para poder “entregar” nuestra vida. Los mártires nos ayudan a descubrir que la vida no merece la pena ser vivida si no es para entregarla por el supremo ideal.
+ Constancia en el Amor: Uno de los casos más sobresalientes entre los sacerdotes martirizados en la Guerra Civil, es el del párroco de Santa María de Mataró (Barcelona), doctor Samsó, quien conducido al lugar en el que iba a ser ejecutado, intentó abrazar a sus verdugos, como manifestación de perdón, para decirles después: “Cometéis un crimen al matarme. Pero a mí me hacéis un gran favor, porque me ayudáis a ganar el Cielo. Yo estaré con Dios hoy mismo. Os prometo que cuando llegue a su presencia, mi primera oración será por vosotros”.
Los mártires hicieron vida las palabras de San Pablo: “No os dejéis vencer por el mal; antes bien, venced el mal a fuerza de bien” (Rm 12, 21). La ira, el odio y la venganza hubiesen sido las reacciones previsibles ante la injusticia de la que eran objeto. Sin embargo, estos héroes de la caridad rompieron la dinámica del mal, con la lógica del Evangelio: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo los paganos?” (Mt 5, 43-46).
Cuando vemos a los mártires morir perdonando a sus verdugos, a imitación de Jesucristo en la Cruz, tenemos una ocasión inmejorable para convencernos de que lo peor no es padecer el mal, sino que el mal nos haga su cómplice. He aquí la gran noticia de estas 498 beatificaciones de mártires españoles: El amor es más fuerte que el odio, que el pecado y hasta que la misma muerte.
¡A las diez de la mañana de este histórico día, 28 de Octubre, redoblan las campanas de todas las parroquias en las que nuestros cincuenta y un mártires fueron bautizados!
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