Aprender a mirar...
A menudo pasamos por el mundo viendo, pero no mirando. Como creyentes tenemos un reto: descifrar los indicios de Dios en el mundo, ver en lo profundo. Leer en rostros anónimos la palabra: semejante, hermano, hijo. Ver en el espacio que nos rodea el vestigio de Dios que lo ha creado. Esta semana te proponemos que te esfuerces por mirar con ojos profundos, y entonces hables a Dios.
Mirar la historia rota...
Seguramente estos días, como tantos otros, leerás un periódico, o verás el telediario. Oirás cómo se suceden noticias que hablan de vidas anónimas, pero reales: un terremoto en México, una guerra en ciernes en Irak, amenazas nucleares en Corea, guerras civiles interminables, la aglomeración de gente que duda de un sistema injusto en Portoalegre, mientras los más poderosos se reúnen en Davos; una nueva epidemia, la violencia desatada en tantos rincones, cualquier gesto de discriminación por motivo de raza, edad, ideología, orientación sexual, nacionalidad... Cuando escuches todo esto, piensa: ¿Dónde estás tú, Dios? Y ante las tragedias, piensa, intuye, que Dios no es el Dios indiferente que se queda impasible, sino el Dios tan conmovido como tú, que se estremece. Y que si a ti el dolor te inquieta, a Dios le duele.
Y entonces pídele a Dios, perdón... Perdón por lo que hay en el mundo que lo rompe, lo viola, lo estremece. Perdón por tantas historias quebradas. Ya sé que yo no soy culpable, pero aún así, me brota este grito: lo siento. Lo siento de veras.
Y entonces pídele a Dios, perdón... Perdón por lo que hay en el mundo que lo rompe, lo viola, lo estremece. Perdón por tantas historias quebradas. Ya sé que yo no soy culpable, pero aún así, me brota este grito: lo siento. Lo siento de veras.
Tratar de ver. en el otro extremo, las señales de esperanza. Una voz a favor de la paz, una nueva vida que nace, un descubrimiento médico... En mi ciudad, percibir la vida. Tal vez sea un árbol en mi calle, o un parque cercano. Tal vez animales anónimos en medio de bloques de edificios. Y, sin duda, gente, mucha gente, con preocupaciones, con dudas, con miedos, con ilusiones, con historias mínimas que nunca ven la luz. Cuando vayas por la calle, presta atención a los rostros. Imagina los relatos que esconden. Intenta entender que hay una fuerza que nos une a todos, unos con otros.
Y entonces dale a Dios gracias por tantas vidas. Por ser parte de un mar de vida, que a veces es tormentoso y otras pacífico, pero siempre increíblemente bello. Da gracias a Dios por lo que son luchas y esperanzas, logros y batallas que contribuyen a recuperar la creación.
Mirar tu vida como un campo de batalla...
Entre esa historia rota y esa historia llena de vida. Entre tantos gestos que destruyen, mutilan, matan, inquietan y entristecen, por una parte, y tantos gestos que acarician, ilusionan, construyen, sanan y alegran. Tus propios gestos son gestos de una historia rota y una historia viva. Abraza lo que es vivo y humano. Pon barreras ante lo que deshumaniza. Acoge lo que te hace digno a ti y a tu mundo. Lucha contra lo que te aísla y te inmuniza. No te dejes aislar en una burbuja. Vive...
Y entonces pídele a Dios que te dé capacidad para descubrir cuál es tu lugar en el mundo, y fuerza para no rendirte a lo que es malo, y coraje para construir lo que es bueno... Y decídete a seguir caminando.
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