Homilía de la Solemnidad de
Santa María Madre de Dios 2020, Ciclo
A
Creer es entregarse. El Concilio
dice que María avanzó en la peregrinación
en la fe. María fue también caminante. Recorrió nuestras rutas con las
características propias de una peregrinación, sobresaltos, confusión, perplejidad,
enfermedad, carencia de pan, sorpresas, miedo, fatigas, … y sobre todo muchos
interrogantes: ¿Por qué Herodes le busca para matarlo?, ¿cuánto tiempo
estaremos en el exilio en Egipto?, ¿qué haré ahora que San José ha fallecido?, este
Hijo mío que se ha ido a predicar ¿cómo le irá?, ¿y este desastre del Calvario
donde todo parece absurdo? Y en muchas ocasiones nos presenta a María meditando, confrontando, alimentándose de
las palabras antiguas con los hechos recientes que guardaba en su corazón,
buscando el designio de Dios y el sentido de las cosas. Ahora bien, todo
el que busca camina. Y porque buscaba, por eso María fue peregrina de la fe. Y
buscaba porque no sabía todo. Buscaba porque no se le dieron hechas las cosas. Igual
que nosotros. Se encontró en situaciones parecidas a las nuestras como cuando
la gente se queja diciendo ‘me quitaron el dinero’, ‘me despidieron del trabajo’,
‘se murió mi ser querido’… tantos sufrimientos en los que no encontramos el sentido.
A lo que uno levanta la voz y dice: “¿dónde está Dios? ¿por qué calla?”. Todo
está obscuro. La Madre fue buscando la
huella de Dios en medio de densas obscuridades.
María no fue tratada con especiales
infusiones de conocimiento, no es cierto que desde pequeña tuviera una iluminación
infusa por la que conociera todo. No es cierto que ella de pequeña supiera todo
lo que nosotros sabemos de la Historia de la Salvación o de la naturaleza trascendente
de su Hijo. En los Evangelios aparece María expresando admiración, extrañeza,
no entendiendo la respuesta de su Hijo en el Templo. María no sabía todo, no se
le dieron hechas las cosas. Ella las tuvo que buscar meditando como nosotros,
fue peregrina de la fe.
Creer es entregarse, ponerse en
camino. El creyente al amanecer se pone todas las mañanas en busca del Señor. Pero
como Dios es misterio y el misterio no se deja atrapar ni analizar, Dios no se
deja encontrar, no se deja ver cara a cara. El
Misterio simplemente se acepta en silencio, de rodillas. Y entonces nace
la certeza y se entiende todo. Misterio quiere decir que no se le puede conquistar
intelectualmente, hay que dejarse conquistar por Él. Y cuando a uno se le
entrega, entonces todo se entiende y de alguna manera Dios deja de ser
misterio. Todos tenemos nostalgia del absoluto, porque Dios ha depositado en cada
uno de nosotros un deseo de llenarse de ese misterio de lo divino. Unos esa
nostalgia lo canalizan mal yéndose por derroteros de perdición y otros, con la
docilidad necesaria, se van dejando conducir para poder beber de esa Agua Viva
de la cual uno nunca más tendrá sed. Mientras una piedra, un conejo, una golondrina
o un perro se sienten plenos y no aspiran a más. El hombre es el único ser de
la creación que puede sentirse insatisfecho. Y esa insatisfacción, sabiéndolo
el hombre o sin saberlo, está tejida de nostalgia divina, una nostalgia por un
Alguien que nunca lo vinos, por una Patria que nunca hemos habitado. Aquel que
tiene esta nostalgia es un caminante que se lanza en mil direcciones buscando a
Aquel que tiene mil rostros y ninguno, que nadie lo puede ver y sin embargo se
manifiesta en mil signos, sucesos y personas. La fe es eso, peregrinar, sufrir,
llorar, ayudar, esperar, caer, levantarse, cansarse y descansar, suspirar y
siempre caminar como los errantes que no saben dónde dormirán hoy, que comerán
mañana, como Abrahán, como Israel, como José y como María.
La vida de la Madre no fue turismo.
Nadie dijo a María que descansara que todo estaba ya previsto y organizado. No,
al contario. Ella también se encontró envuelta en acontecimientos que al
parecer no tenían sentido, preguntándose ‘y ahora ¿qué hacemos?’, en medio de situaciones
teñidas de absurdo, envuelta con la tiniebla total de la incomprensión y del
sufrimiento como en la fuga a Egipto, como en el Calvario. También ella fue
descubriendo paulatinamente el rostro de Dios y sus designios mientras sucedían
cosas raras cerca de ella. La Madre leía esos sucesos en clave de fe. Confrontaba
las palabras antiguas con las nuevas y las situaciones buscando el significado
oculto y trascendente. Y ella efectuaba en esta búsqueda con una meditación intensa
y persistente.
Ella como Madre de Dios y Madre nuestra
nos enseña en camino, nos coge de la mano y nos conduce hasta su Hijo. Ella nos
ayuda a buscar la huella de Dios en medio de nuestras obscuridades.