sábado, 20 de julio de 2019

Homilía del Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo C


Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo C
            No hace falta ser muy listo para darse cuenta que la evangelización no es una prioridad en nuestra vida. Las personas tenemos la capacidad de adaptarnos a las diversas situaciones, por ejemplo, cuando hace frío nos abrigamos, cuando hace calor nos ponemos ropa ligera y nos refrescamos; no es lo mismo vivir en un pueblo que en una gran ciudad y según dónde estemos nos organizamos para desplazarnos para poder llegar puntual a los lugares y eso nos hace que constantemente estemos aprendiendo para mejor adaptarnos. Sin embargo, estamos sufriendo una parálisis de adaptación en el tema de la fe.
            Es como si el mundo hubiera domesticado a los creyentes. Y esto tiene se plasma en hechos concretos: poca gente se confiesa, poca participación dominical; escasos actos de reparación ante cosas que causan escándalo y que atentan contra la moral y las costumbres cristianas; la poca oposición contra la ideología de género que tanto daño hace… Cierto, somos cristianos, pero nos hemos adaptado al modo de proceder pagano.
            San Pablo nos invita a que luchemos contra el proceder pagano, contra las fuerzas del Maligno. Jesús durante su ministerio público estuvo luchando contra las fuerzas del mal y pasando por esta tierra haciendo el bien. Y Jesucristo, durante su vida convirtió solamente a unos pocos. Él ha dejado esta tarea de anunciar la conversión y de evangelizar al resto de los apóstoles. Por eso nos dice hoy San Pablo que «así completo en mi carne los dolores de Cristo». Se trata de colaborar con Jesús en la ardua tarea de la edificación del Cuerpo de Cristo. A modo de ejemplo: Todos hemos hecho el famoso pasatiempos de descubrir las siete diferencias en dos dibujos prácticamente calcados. Y cuando los descubríamos los marcábamos con lapicero o bolígrafo para destacarlos. Nosotros estamos en el mundo, pero debe de haber algo que nos diferencie del mundo al tener a Cristo con nosotros. Y ese algo que nos diferencia lo tenemos que dar a conocer porque las personas están sedientas, pero no han descubierto que tienen sed del Dios vivo. Uno anuncia a Cristo viviendo su propia vocación en la Iglesia y ejercitando su ser bautizado allá donde se encuentre. Pero la cuestión de fondo es ¿cómo pedir a un laico que sea como un azucarillo en el café que se diluya anunciando a Cristo en su ambiente de relaciones o de trabajo o familiar cuando no ven modelos de referencia?, o ¿cómo se puede llevar a el aroma de Cristo sino se vive en una comunidad cristiana de referencia?
Lo importante no es hacer muchas cosas, sino estar con el Señor, ser alumnos de tan gran Maestro, viviendo las 24 horas para el Señor. Y así las personas puedan descubrir las famosas siete, ocho o nueve… diferencias.
21 de julio de 2019

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