miércoles, 18 de diciembre de 2019

Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María


Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
Domingo II del tiempo de Adviento, Ciclo A

María, según aparece en los evangelios, nunca fue una mujer pasiva o alienada. Ella colaboró desde un primer momento en la proposición el ángel. Por sí misma tomó la iniciativa y se fue rápidamente, cruzando las montañas, para ayudar a Isabel. En la gruta de Belén ella, ella sola, se defendió en el complicado y difícil momento de dar a luz. Cuando el niño se perdió en el Templo, la Madre no se quedó cruzada de brazos, sino que tomó la primera caravana y subió de nuevo a Jerusalén y removió cielos y tierra hasta que al tercer día lo encontró. En las bodas de Caná, mientras todos se divertían, sólo ella estaba atenta. Se dio cuenta de que faltaba el vino. Tomó la iniciativa y sin molestar a nadie, y con gran delicadeza lo solucionó. Y de estos ejemplos tenemos una infinidad. Y en el Calvario, cuando ya estaba todo consumado y no había nada que hacer, entonces sí, ella quedó quieta y en silencio.
Durante toda su vida aquel ‘hágase’ la librará de temores y caídas emocionales, le conferirá una fortaleza indestructible y la dejará sumida en un estado de señorío y dulzura. Ni las emergencias más crueles harán tambalear el equilibrio de una pobre de Dios. Y al no tener capacidades de solución, el cielo mudo y en silencio ¿qué hará la Madre? La prueba más costosa para la fe de María fue la travesía de la presión de los treinta años bajo eso a lo que llaman ‘la guerra psicológica del desgaste’. Dicen que una roca, cayendo gota a gota, termina por perforar las entrañas de una roca. Ser héroe una semana o un mes es algo relativamente fácil, no erosionarse por la acción invisible y pertinaz de la rutina es mucho más difícil. La fe de Abrahán fue sometida a la prueba del desgaste y sucumbió. La Madre sin embargo permaneció en pie. Situémonos en su caso, van pasando los años, la impresión viva de la anunciación quedó allí lejos, de aquello no queda más que un recuerdo desvanecido. La Madre queda atrapada entre el resplandor de las antiguas promesas y la vulgaridad de la realidad presente. Nazaret era un lugar tan insignificante que ni siquiera aparece ni en el Antiguo Testamento, ni en Flavio Josefo, ni en los mapas de los romanos.
La vida de una nazaretana se reducía a tener asegurada el agua y la leña, preocuparse seguramente de unas ovejas en el cerro, de unas gallinas y de tener dos piedras para moler el trigo, lo restante era monotonía, y la monotonía tiene siempre la misma cara; largas horas, largos días de los interminables treinta años, los vecinos se encierran en sus casas, en el invierno oscurece temprano, se cierran las puertas y ventanas, quedan ahí los dos, frente a frente, la Madre observa todo, ahí está el hijo que trabaja, come y reza. Pasa una hora y otra y otra y otra y otra. Pasa un día y otro y otro y otro y otro… una semana. Y pasa una semana y otra y otra y otra… un mes. El año parece una eternidad y siempre lo mismo, todo lo mismo, sin novedad. Parece que todo se ha parado en Nazaret. Y ¿qué hacía la Madre? En las eternizadas horas, en cuanto ella molía el trigo a mano, amasaba el pan, traía la leña del cerro o agua del pozo, daba vueltas en su cabeza las palabras que un día, ya tan lejano, le comunicara el arcángel San Gabriel: «Será grande, se llamará hijo del Altísimo, su reino no tendrá fin». Las palabras antiguas eran ciertamente resplandecientes, pero la realidad que tenía ante sus ojos era muy distinta. Ahí estaba el muchacho, trabajando en el rincón de la vivienda, trabajando solitario. ¿Será grande?, no, era igual que los demás muchachos de su edad. Y la perplejidad comenzó a golpear insistentemente las puertas ¿sería verdad aquello? ¿No habría sido ella víctima de una ilusión? Dios permanecía en silencio y ningún detalle actual confirmaba las palabras antiguas, estas ¿harán sido verdaderas? Esta es nuestra suprema tentación en la vida de fe, querer tener una evidencia, querer palpar la objetividad como una piedra fría, agarrar con las dos manos la realidad, dejar las aguas movedizas y pisar tierra firme y decir a Dios: ‘¡dame una garantía, una prueba, una señal!¡transfórmate ahora mismo en un fuego, en un río, en una tormenta!’. La Madre no hizo eso. Golpeada por la perplejidad no se agitó, quedó quieta, sin resistir. Cuando todo parecía absurdo ella respondía su ‘hágase’ al mismo absurdo y éste se desvanecía. Al silencio respondía con el ‘hágase’ y la ausencia se trasformaba en presencia. En lugar de exigir a Dios una garantía de veracidad, la Madre se abandonaba al misterio de Dios, quedaba en paz y la duda se tornaba en dulzura.
Ella supo avanzar en la oscuridad obedeciendo a la fe. La Madre observa, medita, calla. Golpe a golpe la vida iba desmoronando las promesas y las seguridades… en la vida oculta de Jesús. Ella es la pobre de Dios y como tal no puede pedir garantías como Gedeon, como Abrahán. Los pobres del Señor no andan con reclamos ni exigencias en su boca, sino con un ‘hágase’. ¿Qué hará la Madre para no sucumbir? Nos dice la Palabra que ella guardaba y meditaba los hechos antiguos en su corazón, ponderándolos, confrontándolos. Cuidaban de que estas estrellas nunca se apagaran en su cielo. Y cuando el cielo se oscurecía y su corazón se llenaba de desconcierto, recordaba, hacía presente en su mente las palabras antiguas y los hechos de misericordia que con su luz ponía en claridad y en consolación sobre la oscuridad del momento. Y así su fe pudo mantenerse en pie a pesar de haber sido combatida en esta peligrosa travesía de los treinta años. Para no sucumbir la Madre tuvo que desplegar una gran cantidad de fe adulta, aquella fe que sólo se apoya en Dios mismo. El secreto fue este, no resistir, sino entregarse. Al entregarse se disipan las dudas y nacen las certezas. Ella no podía cambiar nada, ni la tardanza de la manifestación del hijo, ni la rutina que como sombra envolvía todo, ni el silencio de Dios. La Madre se entregó una y mil veces en las manos de su Señor que disponía así las cosas y se libró de la angustia y permaneció de pie en medio de la noche.

08 de diciembre de 2019


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