Homilía de la
Sagrada Familia de Nazaret 2019,
Ciclo A
Urge
recuperar una mirada de fe en las realidades cotidianas. Vivimos en un sistema
pagano donde los ídolos nacen a conveniencia de nuestros propios intereses. Y
resulta que estamos tan acostumbrados a lo que vemos que nos hemos adaptado e
integrado en nuestra manera de pensar y de ser. Esto nos puede pasar como cuando
uno va a un país extranjero, con otro idioma, usos y costumbres y uno termina
aprendiendo el idioma -con mayor o menor soltura-, vistiéndose como aquellos
paisanos y celebrando sus mismas fiestas. Esto supone un importante desafío cristiano: Dependiendo de cómo uno
tenga personalizada la fe; dependiendo de cómo se ha dejado influir por el Espíritu
de Cristo; dependiendo de cómo uno esté
enamorado del Señor Jesús podrá dar una respuesta cristiana o pagana.
No consiste en decir cosas como ‘Dios
me ama mucho’, ‘esta Palabra me llama a la conversión’ o ‘soy un gran pecador’…
porque esto ya lo sabemos todos. La cuestión de fondo es: Esta Palabra que ha
sido proclamada ¿me puede llegar a generar en mi alma esa alegría que siente
una madre cuando recibe buenas noticias de un hijo que le tiene en la otra punta
del mundo? ¿me puede enternecer como lo consigue un niño recién nacido o un
pequeñito que juega con uno? ¿me puede hacer llorar de alegría como uno siente
cuando a alguien se le perdona de corazón una ofensa realizada? O ¿tenemos el
corazón y el oído como un callo de duro que mantenemos las formas para no
llamar demasiado la atención por la vida tan mediocre que llevamos?
Por de pronto el Apóstol Pablo [Col 3,12-21]
está dando una especie de llamadas de atención a la comunidad cristiana de Colosas
y ende, a nosotros. La fuente de toda
moral cristiana es la unión con Cristo resucitado. Nuestro
comportamiento personal y colectivo ha de brotar de esa unión con Cristo. Pero
puede resultar que se haga realidad aquel refrán castellano, «en casa del herrero,
cuchillo de palo». Que estemos en la Iglesia pero con comportamientos paganos.
San Pablo hace una apasionada
defensa de la primacía universal de Cristo frente a los oscuros poderes
que nos atacan sin cesar día y noche. Y él se daba cuenta de cómo muchos de los
cristianos de esas comunidades eran seducidos por esos poderes oscuros y sucumbían
porque se limitaban a calentar un asiento en la asamblea litúrgica en vez de
dejarse enamorar por Jesucristo siendo dócil al Espíritu Santo. Para dar respuesta
a toda esta situación el Apóstol nos da un ‘código
ético y doméstico’ que nos oriente en nuestro comportamiento como
cristianos en la vida particular, social y en la comunidad. Os voy a poner un ejemplo,
si uno tiene una cazuela con un poco de agua hirviendo y de repente viertes en
ella medio o un litro de agua helada ¿acaso esa agua sigue conservando los 100
grados centígrados? Si en la comunidad cristiana se convive con la mediocridad
no podremos ser referente ni embajadores del Señor ante los demás, y esto no resulta
ni atractivo ni atrayente.
Lo que se pide a la Comunidad Cristiana es que seamos
compasivos, bondadosos, humildes, mansos, pacientes y que nos sobrellevemos
mutuamente perdonándonos. Y se nos pide todo esto porque el bien que hagamos beneficia
a todos y el mal que hagamos perjudica a todos porque todos formamos parte del ‘Cuerpo
de Cristo’. Mi indiferencia ante el hermano daña al conjunto, el pecado
ocasionado obstaculiza el normal funcionamiento de la comunidad cristiana. No
podemos bajar la guardia, no nos ocurra como en aquellas casas de pilares de
madera que aún viendo agujeritos pequeños (carencias en el amor) en las vigas
uno no lo da importancia, y llegado un momento determinado se desploma la casa porque
las termitas habían devorado el interior de las vigas. Por eso nos debemos de «revestir de Cristo» porque así iremos
adquiriendo, con la ayuda del Espíritu Santo y de la Comunidad Cristiana la
sabiduría divina para dirigirnos con la dignidad de los hijos de Dios por la
vida.
Tenemos a una familia, la Sagrada
Familia de Nazaret, que con su testimonio de fidelidad al Señor nos demuestra que
teniendo a Cristo en el centro de nuestro hogar las dificultades con ocasiones
de crecimiento y el amor es puro.
29 de diciembre de 2019
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