domingo, 15 de septiembre de 2019

Homilía del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo C


Homilía Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo C

         Estamos aquí para hablar con Dios, para estar verdaderamente a solas con Aquel que sabemos verdaderamente nos ama. Pero estamos aquí para hablar con Dios, lo cual no es un cruce de palabras como hacen los amigos cuando se reúnen a dar un paseo o a tomar un café. Aquí nos encontramos para tener un intercambio de interioridades más que de palabras. Es estar con Dios y Dios con nosotros. Estamos aquí para establecer una fortísima relación afectiva con un Tú, de tal forma que todas mis energías salen hacia ese Tú, se concentran en un Tú, hacia Dios y también ese Tú viene hacia mí por el camino del amor. Y yo quedo quieto, acogedor, receptivo de ese don que viene a mí sin yo merecerlo. Y si yo concentro mi sed de amor para ser enviada a Dios y acojo esa declaración de amor que yo me he creído y que viene a mí de parte de Dios se produce una fusión de dos interioridades consumada en el silencio de la fe, en el amor.
         De eso nos habla hoy la Palabra: de la Fusión de Interioridades. Sin embargo el ejercicio personal de concentrar mis energías de amar concretadas en lo cotidiano para entregárselo como ofrenda agradable a Dios, es algo que exige un sacrificio y esfuerzo muy alto realizado en la libertad y en la más absoluta de las generosas donaciones. Recordemos que el hombre está hechizado por lo palpable y muchas veces nos olvidamos que el Cielo existe, convirtiéndonos en sordos, ciegos y autistas para las cosas de Dios. Eso fue lo que les pasó a los israelitas y así nos lo cuenta la Primera de las Lecturas de este domingo [Éxodo 32,7-14]. Moisés está con Dios en lo alto de la montaña del Sinaí, dialogando con Él, estableciendo esa fortísima relación afectiva con Dios y en Dios. Sin embargo el pueblo se pierde, se han hecho un toro de metal al que llaman dios, se han perdido porque no han escuchado la voz de Dios cercana. En el momento en que Moisés deja al pueblo, el pueblo se desvía. Sin la voz profética que le señale el camino, el pueblo se pierde, se queda bajo los efectos del hechizo de lo palpable. Y una de las consecuencias de estar perdido es que el hombre no siente la necesidad de ser salvado, porque el sentido del pecado parece haber desaparecido. Esa lejía que es el relativismo ha arrasado con todo, donde el mal ha adquirido la tarjeta de ciudadanía y el desenmascararlo puede generar conflicto personal y social.
         Sin embargo esta lucha contra el Maligno no es precisamente nueva, empezó al comienzo de los tiempos. Y San Pablo nos da una palabra de aliento desde la fe para fortalecer nuestras rodillas vacilantes y poder realizar ese intercambio de interioridades con el mismo Dios en Jesucristo a través del Espíritu Santo [Timoteo 1, 12-17]. Los cristianos de la Iglesia Primitiva se llamaban «los santos» porque toda su vida estaba impregnada de la presencia de Cristo y de la luz de su Evangelio. Y en ese intercambio de interioridades con Dios iban transformando su noviazgo, su matrimonio, su familia, sus amistades, sus trabajos,… el mundo.
Nos cuenta San Pablo que él era antes un blasfemo, un perseguidor y un violento, pero el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús le salvó de sus pecados, derrochando Dios la gracia en San Pablo. Cristo siempre ha dicho que «yo sé a quién he escogido». Le podríamos decir que sí, que Dios todo lo ha hecho bien, pero en el tema de “los recursos humanos”, un desastre. ¿A quién se le ocurre elegir a Pedro que le traicionó, o a Judas que le vendió por unas monedas de plata o al resto de los apóstoles que le dejaron solo ante la cruz? Pero sin embargo, Él sí sabe bien a quien ha escogido y lo hace así para que nunca dudemos de su designio de salvación para con cada uno de nosotros y no nos escandalicemos y le abandonemos cuando veamos nuestros pecados sino que acudamos a Él para ser sanados. En el fondo estamos hablando de una crisis de fe. Eso mismo le pasó a Judas, que fue perdiendo la fe, se fue deteriorando en su fe. Porque estaban con el Señor de cuerpo presente, pero no de corazón y al final acabó robando dinero, totalmente decepcionado porque Jesús no quiso realizar esa revuelta política que él pensaba que era lo que iba a realizar y donde Judas iba a tener un papel importante. Pero sus caminos no son nuestros caminos, dice el Señor. Judas era el prototipo de persona que había perdido el sentido sobrenatural. Judas era un mentiroso que continuaba junto a Cristo pero ya no creía en Él.
         Lo nuestro es escuchar al Buen Pastor, no alejarnos de su divina presencia para que no perdamos en nuestros oídos el sonido de sus labios. Por mucho que podamos estar rezagados en el rebaño que le sigamos oyendo de tal modo que su voz no sea acallada ni silenciada [Lc 15, 1-32], para que de ese modo adquiramos razones sobrenaturales que nos ayuden a no quedar hechizados por lo palpable y de ese modo ir adquiriendo la grandiosa experiencia de ese intercambio de interioridades del Señor para con uno y uno para con el Señor.




Roberto García Villumbrales
15 de septiembre de 2019

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