Homilía del
Miércoles de la Tercera Semana
del Tiempo de
Adviento, Ciclo A
18 de diciembre de 2019
Estimados radioyentes, voluntarios
de Radio María y todos aquellos que ahora os encontráis en la habitación de
algún hospital. Pido al Señor que me de fuerzas y espíritu para partir esta
Palabra que acaba de ser proclamada.
El mundo se ha organizado en contra
de Dios y nuestras comunidades cristianas no pueden conformarse con un simple
‘cumplir con Dios’, como aquel que anualmente paga sus impuestos. Tampoco
podemos ser como aquellos que únicamente te llaman para que les hagas algún
favor. A Cristo hay que colocarlo en el
centro. Las familias cristianas se han de instalar en torno a
comunidades cristianas vibrantes en la fe. Esto es necesario porque de poco nos sirven unas ideas cristianas
abstractas, sino que es urgentemente necesario que vivan la experiencia
cristiana de un entorno impregnado de la
presencia divina y de una intensa vida de oración y de caridad.
No pensemos que podemos vivir como
cristianos si adoptamos las actitudes de un mundo sin Dios. A fuerza de no
vivir como se cree, se acaba creyendo como se vive. Ser cristiano es un estado de vida, no es un tinte, no es un
barniz. Y a los cristianos hay que enseñarles a ser cristianos, educarles a redescubrir la gran riqueza que
lleva inserta en su propio bautismo, fiándonos de dios y de aquellos que vayan
dando muestras de su evolución en su propia conversión. Y aquel que haga
la opción decidida de redescubrir la riqueza de su propio bautismo ha de buscar
los medios que la Iglesia le brinda para hacerlo. Tengamos en cuenta que los
desafíos actuales que afectan a nuestra fe no pueden ser resueltos con los
medios pastorales usados en el pasado. Los
laicos cristianos, consagrados y sacerdotes debemos organizarnos de un modo que
nuestra vida concreta diaria no nos aleje de Dios y nos permita una auténtica
coherencia con la fe viviendo en plena sintonía con el Magisterio de la
Iglesia, la Tradición de la Iglesia, con los Sacramentos de la Iglesia y con la
Palabra de Dios. Y cuando uno opta por ser fiel a Jesucristo las cosas no son
nada fáciles. Tendremos que obedecer a la fe sin entender.
La Virgen María, estando desposada con José, y antes
de vivir juntos esperaba a un hijo por obra del Espíritu Santo. Ella obedeció a la fe y colaboró activamente
con Dios, aun sin entenderlo. San José, a punto de repudiar a María, en sueños
se le apareció el ángel del Señor, y él obedeció
a la fe colaborando activamente con los designios divinos. Ellos
descubrieron la riqueza espiritual que lleva consigo el obedecer a la fe,
porque obedecer al Señor es, sin
lugar a dudas, el mayor de los aciertos
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