martes, 30 de marzo de 2010

Jueves Santo


JUEVES SANTO:


Durante la Semana Santa la Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén.


Hoy, Jueves Santo, la Iglesia Católica y todos nosotros, damos gracias a Jesucristo por habernos entregado tres regalos: la institución de la Eucaristía, la institución del Orden Sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna.

Suele suceder que únicamente valoramos las cosas y a las personas cuando las terminamos perdiendo. Lo más importante que tenemos los cristianos es la Eucaristía, es el centro y cumbre de la vida cristiana, sin embargo no somos capaces ni de intuir el gran misterio que encierra y vivirlo con la intensidad que se precisa.


Sin embargo, a pesar de nuestras limitaciones, Dios sigue apostando por nosotros, nos sigue amando y desea que demos pasos en nuestra vida espiritual. Por eso, el Señor nos ofrece el ejemplo de algunos testigos para que caigamos en la cuenta de la grandeza del don de la Eucaristía para nuestras comunidades cristianas y para nuestro propio crecimiento espiritual. El Cardenal vietnamita Van Thuan pertenece a ese grupo de enamorados de Cristo Eucaristía.


El 24 de abril de 1975, pocos días antes de que el régimen comunista se hiciera del poder, Pablo VI lo nombró arzobispo coadjutor de Saigón (Hochiminh Ville). Pocas semanas después era arrestado y luego encarcelado. Una larguísima noche que duró trece años, sin juicio ni sentencia, nueve de los cuales los pasó incomunicado. Salió el 21 de noviembre de 1988. A pesar de la situación de extrema precariedad en que se encontró, no se dejó vencer por la resignación ni el desaliento.


El Cardenal Van Thuan, prisionero por Cristo, muchas veces estaba totalmente incomunicado y vigilado día y noche por dos guardias. Juntando cualquier trozo de papel que llegara a sus manos se creó una minúscula Biblia personal, en la que escribió más de 300 frases del Evangelio que recordaba de memoria. Fue su tesoro más preciado. Pero el momento central de su jornada era la celebración de la Eucaristía con: tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Lo hacía de un modo totalmente clandestino, a escondidas, ya que de otro modo, las autoridades comunistas se lo hubiesen impedido empleando métodos más represivos. La celebración diaria de la Eucaristía fue la verdadera medicina para su cuerpo y su alma. Van Thuan, en sus memorias nos dice: «Cada día, al recitar las palabras de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida!. Quien come de mí vivirá por mí. Así me alimenté durante años con el pan de la vida y el cáliz de la salvación.»


Incluso fabricaron bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el Santísimo Sacramento y llevarlo a los demás. Jesús Eucaristía estaba siempre con el Van Thuan, en el bolsillo de la camisa.


Una vez por semana había una sesión de adoctrinamiento en la que tenían que participar todo el campo. En el momento de la pausa, sus compañeros católicos y él aprovechaban para pasar un saquito que contenía a Jesús Eucaristía a cada uno de los otros cuatro grupos de prisioneros: todos sabían que Jesús estaba en medio de ellos. Por la noche, los prisioneros se alternaban en turnos de adoración. Jesús eucarístico ayudaba de un modo inimaginable con su presencia silenciosa: muchos cristianos volvían al fervor de la fe. Su testimonio de servicio y de amor producía un impacto cada vez mayor en los demás prisioneros. Budistas y otros no cristianos alcanzaban la fe. La fuerza del amor de Jesús era irresistible.


Así la oscuridad de la cárcel se hizo luz pascual, y la semilla germinó bajo tierra, durante la tempestad. La prisión se transformó en escuela de catecismo. Los católicos bautizaron a sus compañeros; eran sus padrinos. Así Cristo Eucaristía les alentó y alimentó en aquel campo de concentración.



Eusebio de Cesarea recuerda que los cristianos no dejaban de celebrar la Eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: Cada lugar donde se sufría era para nosotros un sitio para celebrar..., ya fuese un campo, un desierto, un barco, una posada, una prisión... El Martirologio del siglo XX está lleno de narraciones conmovedoras de celebraciones clandestinas de la Eucaristía en campos de concentración. ¡Porque sin la Eucaristía no podemos vivir la vida de Dios!.


Otro de los regalos que Jesucristo nos ha dado en el jueves santo es la institución del Orden Sacerdotal. Ser sacerdote es un REGALO que no se puede merecer. Los sacerdotes somos consagrados para siempre, somos llamados a ESTAR SIEMPRE CON EL SEÑOR, a perpetuar día a día su amistad para moldearnos según su corazón. La vocación sacerdotal es un DON TAN GRANDE PARA LA IGLESIA que los sacerdotes no nos pertenecemos a nosotros mismos, SINO QUE SOMOS PROPIEDAD DE CRISTO que vive en la Iglesia y pertenecemos a la Iglesia. El sacerdote es la persona enamorada de Cristo; el sacerdote es que tiene que estar injertado en Cristo. El sacerdote se ha encontrado con el Maestro, con el Señor, reconoce todo lo bueno y todo lo que el Maestro le ha aportado… y DESEA COMUNICARLO a todos los hombres PARA QUE TODOS PUEDAN IR ADQUIRIENDO ESE DESEO DE BUSCAR A JESUCRISTO.


San Juan Crisóstomo exhorta a estar atentos a la presencia de Cristo en el hermano cuando celebramos la Eucaristía: Aquel que dijo: «Esto es mi cuerpo»... y que os ha garantizado con su palabra la verdad de las cosas, ha dicho también: lo que os hayáis negado a hacerle al más pequeño, me lo habéis negado a mí. Consciente de ello, Agustín había construido en Hipona una “domus caritatis” cerca de su Catedral. Y san Basilio había creado una ciudadela de la caridad en Cesarea. Por eso Eucaristía y el Mandamiento del amor van entrelazados con gran firmeza. Y el mandamiento del amor fue el tercer gran regalo que nos hizo Jesucristo.

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