JUEVES SANTO 2013, ciclo c
Hermanos, nadie puede olvidar que,
desde los orígenes, el Evangelio ha sido escándalo para los judíos y locura
para los gentiles. Cuando todo el mundo está pensando en disfrutar con el
mínimo esfuerzo sin pensar en las consecuencias, los cristianos nos empeñamos
en caminar tras las huellas de uno que nos manda amar a los enemigos, perdonar
siempre, no guardar rencor y que cada cual cargue con su propia cruz. Y aún sin
ver alguna aparición divina o prueba de lo sobrenatural se nos pide que toda
nuestra vida sea puesta ante su presencia y que nos fiemos –sin reservas- de
Él.
Realmente vivir cristianamente en
medio de nuestro mundo significa vivir
alerta, tratando de discernir los elementos culturales en los que nos
movemos. Implica una labor de análisis para comprobar qué cosas son compatibles o incompatibles con nuestra fe. Alguno puede estar pensando que «esto de la fe es algo que me coarta, me
limita mi libertad personal porque yo no quiero renunciar a estas cosas, aun
sabiendo que son incompatibles con la fe»
Dicho con otras palabras que soy cristiano pero no me pongo en camino de
conversión porque me he acostumbrado a
vivir mi cristianismo así y nadie tiene derecho a cuestionar mi forma de ser.
Incluso se puede llegar a pensar «que se creía –y con firmeza-, que ser
cristiano era cumplir con unas normas y asistir a unos actos concretos de
piedad y culto». Los que pensaban que ser cristianos era sólo eso han llegado a
creer que cumpliendo ya estaban siendo muy buenos cristianos. Por esa regla de
tres –y llevando las cosas ante los hechos cotidianos- uno podía llegar borracho a casa o maltratar a
su esposa en el ámbito del hogar y presumir de ser buen cristiano por cumplir
con lo establecido en la asistencia en el culto; o uno puede hablar con odio
visceral contra una persona y luego aparentar ser un ser angelical dentro de la
iglesia. Si el Señor pasa por nuestra vida, tal y como pasó por la tierra de
Egipto, nos va a exigir coherencia
porque de no ser coherentes en la fe estaremos perjudicando no solo a aquellos
cristianos que se encuentren más débiles en su fe, sino a todos nosotros.
Nuestra fe en Jesucristo necesita consolidar sus raíces para no
volver a las prácticas antiguos o incompatibles con el seguimiento de Cristo y
para resistir a las llamadas de un mundo a menudo hostil al Evangelio. Y para
consolidar esas raíces siendo fieles a Jesucristo el mismo Señor nos ha
entregado tres grandes regalos en este Jueves Santo: el Orden del Presbiterado,
la Eucaristía
y el mandamiento del amor. El presbítero entregando su vida por anunciar a
Cristo trabaja para que todos vayan
adquiriendo esa experiencia de Dios que va dando sentido sobrenatural a
la persona, celebrando los sacramentos, especialmente la Eucaristía, proporciona
realmente la presencia y actuación de Cristo en medio de su gente y en la
medida en que al Señor le vayamos dejando hueco en nuestro vivir se irá
haciendo realidad el mandamiento del amor incluso con aquellos que
–desgraciadamente- podamos guardar resentimiento
en el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario