DOMINGO QUINTO DE CUARESMA, ciclo c ISAÍAS 43, 16-21;
SALMO 125; SAN PABLO A LOS FILIPENSES 3, 8-14; JUAN 8, 1- 11
Dios realiza algo nuevo en ti. Yo no
me lo invento, lo dice la Sagrada Escritura por medio del profeta Isaías: «Mirad que realizo algo nuevo; ya está
brotando. ¿No lo notáis?». Habrá gente que –con gran sinceridad- manifieste
que no está sintiendo nada nuevo, que está igual que siempre. Quizá algunos
puedan pensar que algo está descubriendo en esto de la fe, pero no tanto a
nivel de conocimientos sino a nivel de experiencia en ese trato con el Señor. Dios
está abriendo un camino en nuestra vida; Dios
desea hacerse notar en nuestra vida, desea regalarnos su presencia.
Hace poco me compré una de esas
jarras que filtran el agua proporcionando que el cloro y la cal disminuyan. El
agua atraviesa el filtro y se deposita para ser bebida. Los cristianos
necesitamos ir limpiando, ir filtrando nuestra vida interior, para que esas
ideas carentes de autenticidad, esas informaciones falsas o deficientes sean
puestas al descubierto y eliminadas por nocivas, perjudiciales. Y me pueden
preguntar: ¿Qué necesitamos limpiar? ¿Qué cosas necesitamos filtrar de nuestra
vida interior?¿de qué informaciones falsas o deficientes nos estará hablando
este sacerdote?.
En primer
lugar hermanos, para profesar y vivir la fe cristiana debemos de superar la tentación del subjetivismo que padecemos todos. Saber que no
somos el centro del mundo ni la perfección en nuestra vida puede consistir en
tener o hacer en cada momento lo que más gusta, lo que nos viene mejor. Si para
ti Dios es el punto de referencia ansiarás constantemente tenerle muy cerca. Será
entonces cuando tanto ante las decisiones cotidianas que tengas que adoptar como de aquellas que
revistan mayor seriedad para tu persona te plantees en primer lugar: Señor ¿qué
quieres de mí? Toda esa vivencia, esa decisión, esa carga de experiencia es
pasada por ese particular filtro que es Cristo, luchando por dejar esos posos
nocivos de subjetivismo, y depositando únicamente en el recipiente aquello que
me hace estar más cerquita del Señor. ¿Quién nos puede enseñar a filtrar toda
nuestra existencia a través de Jesucristo?. Yo como presbítero, como persona
elegida y consagrada por el Señor estaré totalmente dispuesto a caminar con
ustedes para, enseñarles a redescubrir
el tesoro de ser cristiano, pero para eso es preciso estar receptivos,
abiertos ante Dios. Habrá personas que se pregunten: ¿pero este sacerdote que
está diciendo? ¡si yo ya soy cristiano!, ¡me bautizaron desde pequeño y además
estoy apuntado a esta y aquella cofradía! He ahí el problema, muchos piensan
que ser cristiano es algo que se ha concedido en un momento concreto y
permanece como algo latente, aparentemente inactivo en él durante gran parte de
su vida. Un socio de un determinado club
deportivo, aparte de pagar sus cuotas, de asistir a las asambleas, también
asiste a los partidos sufriendo y disfrutando con el equipo. Podrá llevar la
camiseta o la gorra del equipo o incluso tocar el claxon de su automóvil por
las calles para festejar la victoria. Pues ser
cristiano no es ser socio de la Iglesia Católica; no es ser uno más que
abona una cuota y asiste a determinadas cosas. Nosotros no estamos para
consumir culto; estamos para
encontrarnos con Jesucristo resucitado y ese Cristo resucitado es el que
quiere hacerse notar en nuestra vida, el que quiere abrir un camino en nuestra
particular existencia. Pablo de Tarso se encontró con Cristo Resucitado y toda
su existencia pasó por ese filtro que es Cristo, de tal modo que su forma de
ser, de pensar y sentir sufrió tal metamorfosis gozosa que llega a manifestar: «Todo
lo estimo pérdida, comparando con la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor».
Ante Jesús
presentaron a aquella mujer sorprendida
en flagrante adulterio para matarla a pedradas por haber pecado. Jesús la
perdonó y esa mujer se salvó no solo en su cuerpo, sino también su alma. Cuando un
cristiano pasa toda su existencia a través de ese filtro que es Cristo y reconoce
cómo el amor de Dios le ha sanado interiormente haciéndole una criatura nueva,
brotan las lágrimas de alegría porque UNO recapacita
-porque es sumamente consciente- de cómo
era antes y de cómo es ahora y se avergüenza de haber juzgado y
criticado a los hermanos en vez de haber rezado por su salvación.
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