DOMINGO DE RAMOS 2013, ciclo c ISAÍAS 50, 4-7; SALMO 21; SAN PABLO A LOS FILIPENSES 2,
6-11; SAN LUCAS (22, 14-23, 56)
Hermanos, mi corazón se inclina –en
su totalidad- por Jesucristo no por los
éxitos que tuvo o por los milagros que realizó durante su vida terrena. Sus
triunfos externos y espectaculares no son para mí un motivo para seguirle. Yo
me rindo ante su divina presencia porque entregó su vida entera por nosotros.
Cristo tiene en mi persona una autoridad
tan suprema porque me ha demostrado que me ama muriendo en cruz por mí,
derramando su sangre por mí y mencionada
autoridad ha sido elevada hasta el infinito cuando Dios Padre le resucitó de entre los muertos. Por
esto mismo San Pablo proclama esta firme profesión de lealtad incondicional a
Jesucristo: «de modo que al nombre de
Jesús toda rodilla se doble --en el cielo, en la tierra, en el abismo--, y toda
lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre».
Con pena he de confesar que los
cristianos, ante el nombre de Jesús, no doblamos nuestra rodilla y mucho menos
nuestro corazón. La cultura dominante que constantemente nos ha bombardeado y
nos sigue torpedeando en series televisivas, en noticiarios, en programas ‘de
prensa rosa del corazón’, las canciones y programas de entretenimiento que se
irradian por la radio, los idearios de algunos centros educativos nos han
ofrecido una catequesis de ser ateos. Todo centrado en el bienestar terrestre e
inmediato del individuo donde la espiritualidad está totalmente ausente y la inmoralidad no
existe porque todo está permitido. Los que intentamos ser fieles a
Jesucristo sabemos que los comportamientos inmorales nos alejan de Dios y no
podemos permitir que la opinión generalizada de gran parte de la ciudadanía nos
convenza haciéndonos creer que lo que antes era inmoral ahora –porque se ha
consensuado y aceptado por un sector más o menos numeroso de la sociedad- sea
ahora moral. Una mentalidad prepotente y
cruel, que se reviste de aparente solidaridad pero que destruye y niega cuanto
puede oponerse al logro fácil del mayor bienestar posible. Tan pronto como la Iglesia –esposa de Cristo
y guiada por el Espíritu de Dios- proclama la verdad sobre el amor humano es
atacada por múltiples frentes siendo acusada de limitar la libertad de las
personas. Cristo ha venido para rescatarte del pecado y de la muerte, y aquí de
eso abunda. Cristo desea abrir un camino de esperanza que nos conduzca a la
vida eterna. Hemos estado siendo expuestos a
una constante catequesis de ateismo y de materialismo impartidas desde
los medios de comunicación y por algunos sectores sociales de nuestro ámbito. Y
esa catequesis –por desgracia- ha prevalecido entre nosotros y ha terminado
calando. La crisis económica, el aumento de la violencia, de la corrupción y
del consumo de drogas, la pérdida del sentido moral y virtuoso de la vida
manifiestan las consecuencias destructivas de esta forma de pensar y de vivir.
Parece un cuadro demasiado sombrío, y de hecho lo es.
El profeta Isaías nos dice «Cada mañana me espabila el oído, para que
escuche como los iniciados» Cuando uno espabila el oído, cuando uno escucha
a Dios va empezando a abrir sus sentidos para atender a otra catequesis
distinta, una que procede de lo alto
cargada de espiritualidad. Y si uno se deja guiar por el Santo Espíritu
de Dios empezará a ser crítico con aquellas cosas que antes veía como algo
normal. De tal modo que irá rechazando aquello que aleje de Cristo y aceptará
-con un gozo indescriptible- todo aquello que me hable de su amor que llegó,
incluso, a dar su vida por mí. Será entonces cuando estaremos preparados
para ir recibiendo la gracia
sobrenatural que nos conduce a reconocer y a ordenar nuestra existencia a
partir de esa autoridad suprema del Señor que lejos de ser un lastre o una
carga es causa de alegría y de
agradecimiento infinito.
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