martes, 31 de diciembre de 2013

Homilía de Santa María, Madre de Dios, 1 de enero de 2014



SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, 1 de enero de 2014
            Nuestra iglesia sufre de una importante anemia espiritual. Es cierto que en la historia de la Iglesia tiene que haber tiempo para todo y que el Señor es el que nos está intentando comunicarnos algo en este contexto. El Señor puede permitir algún mal para que luego descubramos un bien mayor. Muchos cristianos han desertado de su fe y otros están sufriendo un proceso de descristianización, y sin embargo se siguen llamando con el nombre de cristianos.  Hablando con mucha gente me dicen que ellos se confiesan con un crucifijo y que luego el ‘cura’ les dice unas palabras y salen del templo convencidos de estar perdonados de sus pecados y se acercan a comulgar sin ningún tipo de reparo. Esos fieles están descristianizados pero esos presbíteros están totalmente mundanizados. La Palabra de Dios es muy clara y pone en evidencia la verdad: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?¿No caerán los dos en el hoyo?» (Lc 6,39).  
            En estos últimos años se han ido dando numerosos cambios culturales que han provocado que la fe de los cristianos se debilitase. Muchas series de televisión, el tratamiento que han dado los medios de comunicación social a la Iglesia, los diversos vaivenes ideológicos que sufrimos en el mundo de la política, los numerosos ataques que han sufrido las familias, el mediocre nivel espiritual del clero…nos están perjudicando seriamente. Es preciso fortalecer nuestra fe y volver de nuevo a anunciar el Evangelio a aquellos que se han enfriado o incluso a aquellos que, aun viviendo en un país de larga tradición católica, nunca han llegado a la fe. No podemos aceptar que únicamente una proporción muy baja de cristianos vivan sinceramente su fe. Hace muy poco, llevando la Sagrada Comunión a una anciana enferma me encontré que la estaban acompañando dos nietas muy jovencitas. Cuando la entregué al Señor yo las pregunté si ellas solían ir a la Eucaristía,  que si ellas eran cristianas, a lo que su abuela, a modo de disculpa, me comentó que «son jóvenes y ya sabe usted como está la juventud de hoy en día». Es verdad que esta juventud  tienen retos muy distintos a la juventudes de épocas pasadas, que sus desafíos y problemas son diferentes, pero no olvidemos que Cristo es el mismo, tanto ayer, como hoy como siempre y que ellas también se tienen que salvar, que también para ellas es la invitación de SER SANTAS.
            No podemos aceptar y resignarnos con un porcentaje tan bajo de cristianos que practican. No podemos cruzarnos de brazos ante esta generación de matrimonios, de jóvenes y adolescentes que están creciendo en un mundo prácticamente ateo, sin relación vital con la persona de Jesucristo. Tanto a estos que están bajo el paraguas del mundo y de sus planteamientos mundanos como a aquellos que intentamos, y nos esforzamos por ser fieles a Cristo; tanto a unos como a otros va esta preciosa bendición del libro de los Números:
«El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz».
            No podremos encontrar la solución adecuada a los graves problemas de la Iglesia, la escasez de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, el enfriamiento religioso de muchos cristianos, la secularización espiritual dentro de la Iglesia, etc.,no podremos encontrar la solución adecuada sino recuperamos en la Iglesia el movimiento fervoroso y entusiasta de la evangelización.
            Santa María, la Virgen, no lo tuvo nada fácil. María siempre propicia ese encuentro personal con Jesucristo. Ella lo puso en aquel pobre y humilde pesebre. Los pastores fueron testigos de ese encuentro personal con el Niño Jesús y de ese encuentro les brotó la fe. Ellos vieron con sus propios ojos aquella maravilla que les capacitó para ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores. Santa María colocó a su Hijo en aquel pesebre para que todo el que quiera acercarse pueda disfrutar de la alegría de saberse plenamente amado. De este modo se fortalece nuestra fe para seguir anunciando el Evangelio.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Homilía de la Sagrada Familia 2013



Domingo de la Sagrada Familia, Jesús, María y José
29 de diciembre de 2013 

            Evangelizar es anunciar fielmente el Evangelio recibido. Es comunicar a los demás lo que Dios nos ha dicho acerca del Reino de Dios, de la familia, de la escuela de la universidad, del mundo laboral... etc. Sin embargo los cristianos debemos de ser muy espabilados y estar muy despiertos porque no podemos confundir el Evangelio de Jesucristo con un programa de vida temporal justa y feliz.
            El Papa Juan Pablo II en la Carta Encíclica 'Redemptoris Missio' nos ofrece mucha luz y nos ilustra con estas palabras: «La tentación actual es de reducir al cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir bien (nº11)». Evangelizar es anunciar el nombre de Jesucristo, su doctrina, su vida, sus promesas. Es tratar de afrontar los diversos desafíos que se nos presenten a la luz del Evangelio y orientando todo nuestro ser hacia la persona de Jesucristo. Es cierto que estamos en una cultura donde cada cual quiere tener su propia verdad subjetiva y esto hace muy difícil poder apostar de lleno por un proyecto común. Estamos muy ocupados por lo exterior, lo rápido, lo inmediato, lo visible, lo superficial y olvidamos lo esencial, nos olvidamos de Dios.
            Dios nos hace una promesa, y promesa que hace Él es promesa que cumple. Nos dice: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). El influjo de Cristo en nuestras vidas, la influencia del Espíritu Santo en todo nuestro ser nos trasforma desde dentro para renovar nuestro humanidad. Cuando uno se da cuenta que uno solamente es redimido por el amor y que la fuente de ese amor es Jesucristo uno adquiere un nuevo sentido en su existencia. Realmente adquiere un nuevo sentido pero no proporciona un camino sin altibajos; no se nos quitan los dolores, sufrimientos, lágrimas, renuncias, capacidad de superación, los esfuerzos y sacrificios… Dios no nos priva de esto.  
            San Pablo en su carta a los colosenses nos dice que «como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión», pero para podernos poner ese ‘uniforme’ del que nos habla San Pablo es indispensable actualizar la dimensión de la interioridad para poder descubrir la huella de Dios en la vida. Es en esa interioridad, es en ese silencio donde la Palabra de Dios resuena en el interior del hombre, es donde Dios mora y habla. Esa interioridad y silencio nos faculta para escuchar «la música callada», «la soledad sonora» en la que se nos comunica la voz de Dios. El influjo de Jesucristo nos va transformando por dentro proporcionándonos de la misma Sabiduría que asiste en el trono del Todopoderoso. Muchos cristianos han endurecido su corazón al escuchar la voz del Señor, Nuestro Dios y eso que un Salmo ya nos dice que «no endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras» (Sal 95, 8-9).
            Hay un cuento que narra un concurso sobre quién lanzará un objeto más alto. Empiezan unos gigantes que lanzan unas piedras muy alto, pero que terminan por caer. Se presenta un sastrecillo que saca de su chaqueta un pájaro que echa a volar y no cae más. La moraleja es que «lo que no tiene alas termina por caer». El proyecto que tiene el Señor para nosotros nunca decaerá porque ya se preocupa Él mismo de que sea llevado a buen término.

martes, 24 de diciembre de 2013

Homilía de Navidad 2013


EUCARISTÍA DE NAVIDAD 2013

            Estamos siendo bendecidos por Dios ya que Él nos dota de su presencia, pero no nos es fácil ponernos en disposición de percibirla. San Pablo, cuando escribe a los romanos, les dice y nos hace llegar a nosotros estas palabras: «Cerca de ti está la Palabra, en tu boca y en tu corazón» (Rm 10,8) y en los Hechos de los Apóstoles se nos dice que «Dios no está lejos de cada uno de nosotros» (Hch 17,27). Pero con frecuencia, y debido sobre todo al pecado, el hombre ‘vive fuera de sí’, separado de su raíz, es decir, volcado sobre sí mismo, preocupado por sus posesiones y disperso en sus quehaceres. Se da una situación de perdición, de ilusión, de inautenticidad. Muchos van sintiendo la urgencia de ir aflorando una conciencia recta y de adherirse a la verdadera libertad. Es que Dios no aparece ante una mirada cualquiera. Dios no aparece ante la mirada dispersa del hombre distraído ni atolondrado por las aspiraciones mundanas; tampoco se aparece ante la persona perdida en el divertimento ni en los que se han abandonado ante una conciencia muy relajada.

            Dios se conduce al mismo profundo centro de tu alma para que puedas redescubrir los desbordantes manantiales de amor que uno se pierde al estar bebiendo de aguas pútridas del pecado instalado en el mundo. El Evangelista San Juan nos dice que «su plenitud –de la plenitud de Jesucristo- todos hemos recibido, gracia tras gracia». Y recordemos que, a pesar de ser objeto de predilección a la hora de recibir esas gracias divinas, el hombre ofuscado por la maldad del pecado sigue rechazando la luz que es Cristo: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió». Para que el encuentro con la presencia sanadora sea posible, para que podemos tener un encuentro personal con Cristo, cada persona –tanto tú como yo- debemos pasar de la dispersión a la concentración, de la superficialidad a la profundidad, de estar en muchos lugares a tener nuestro corazón recostado en Cristo.

            La mirada superficial del hombre no es capaz de percibir la presencia soberana de Dios. Aquel que se contenta con el qué de las cosas y el cómo son las cosas pero no llega a dar el paso de preguntarse sobre el sentido de todo lo que existe no es capaz de poder percibir esa mirada de Dios. Ni hablemos ante aquellos que únicamente buscan el mero interés, la utilidad, la ganancia y reducen todo al para qué y a la capacidad de disfrute. Y aquellos que tienen una mirada dominadora, como la del hombre manipulador, que pasea por el mundo haciendo y deshaciendo, explotando y buscando el máximo de provecho a costa de los demás no será capaz de abrirse a una experiencia que se caracteriza precisamente por su gratuidad, y Dios es generoso en la gratuidad.

            Redescubrir la presencia de Dios nos exige una cura lenta de sosiego, de concentración, de creatividad, de autenticidad, de volver al amor primero, de libertad interior. Necesitamos disponernos a ese encuentro personal con Cristo y eso pasa, y eso exige un largo periodo de rehabilitación para lo espiritual –sin aislar lo corporal-, desintoxicarnos aquellas cosas, que se han colado en nuestro quehacer cotidiano,  y que nos están atrofiando el alma.

            En el prólogo de San Juan nos dice: «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Para el Salvador del mundo no hay sitio. Para aquellos que nos acercamos ante el pobre pesebre de Belén nos hace pensar en ese cambio de valores que hay en la figura de ese Niño recostado entre María y José. Ser cristiano implica salir del ámbito de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes, para entrar en la luz de la verdad sobre nuestro ser.

Homilía de la Misa del Gallo 2013


EUCARISTÍA DE MEDIANOCHE

Misa del Gallo 2013

            Hermanas, aunque seamos personas ya iniciadas en la vida del Espíritu, en los caminos de la oración, que ya contamos en nuestro particular bagaje de alguna experiencia espiritual y que necesitamos saber que la luz que hemos tenido y el gozo que hemos disfrutado es sólo apariencia en comparación con el encuentro amoroso al que Dios nos llama, ese aliento divino que inflama al alma en el espíritu de amor. Cuando uno recibe la gracia, la cual sólo puede venir de lo alto, nuestros ojos se nos abren descubriendo la miseria en la que nos hallamos y sobre la ilusión que padecemos. El Señor ilumina nuestra pobre realidad para ennoblecerla, ensalzarla, enriquecerla con su sola presencia.

            La secularización de la cultura es tan devoradora  y  arremete con tanta violencia que terminan secularizando las conciencias; las personas se mundanizan olvidándose que el principio y fin de su ser reside en Dios. El hombre ordena su razón y su ser, sus preguntas y reflexiones, su orden ético y valores haciendo oídos sordos a toda llamada religiosa, instalándose en la más completa indiferencia sin desear tener ‘más noticias de Dios’. Nosotros somos propiedad de Cristo, somos propiedad de ese Niño que está recostado en ese humilde pesebre, y cada jornada es un reafirmarnos en la ternura de su amor. En este eclipse cultural de Dios, en este oscurecimiento de la luz del Cielo somos convocados por el anuncio del ángel que anunciaba la Buena Noticia: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto es servirá de señal; encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 13-14). Contemplando el misterio del Verbo encarnado nos contagiamos de la luz de su presencia, nuestras almas arden de esperanza, nuestra fe se consolida y desde lo hondo de nuestras conciencias escuchamos: «Ahí está, e ahí  el sentido de tu vida». Ha venido a iluminarte a ti y a mí que estamos en las tinieblas. Viene para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz, aun sabiendo que podemos llegar a abusar de su paciencia.

            Realmente Dios está aquí. Muchos dirán ¿qué Dios está aquí?, ¡pues no lo sabía! E incluso nos puede suceder a nosotros mismos ya que nos podemos llegar a despistar y a no reconocer la presencia de Dios. No nos basta alimentarnos con la experiencia de Dios que tengan los demás; no nos bastará saber que los otros lo hayan visto, ya que no se llegará a disipar la densa niebla del ‘yo no me dí cuenta que Dios estaba conmigo’. Descubrir las huellas de la presencia de Dios en aspectos de nuestra situación personal y comunitaria es tanto más necesario que el aire para respirar. Pueda ser que mencionada experiencia de Dios sea callada, silenciosa, pero real, activa e inconfundible y se constituye en el motor que dinamiza el centro nuclear de nuestro ser. Tan pronto como prestemos atención a lo mejor de nosotros mismos, a lo mejor del ser humano y escuchemos las voces más íntimas, percibiremos que esas voces son el eco de una voz original y primera: la del Verbo de Dios. El milagro de la libertad, de la voluntad, de la misma capacidad de amar y ser amado, la existencia de la dignidad en el corazón de la persona, la capacidad de poder hacer una elección fortuita y la capacidad de dominarnos a nosotros mismos nos remite a que aceptemos que nuestra existencia ha sido dada por el mismo Creador. Y ese Creador nos envía a su único Hijo envuelto en pañales para que podamos descubrir el camino que conduce a la Salvación.

Jesús nacerá villancico Tajamar 2013

domingo, 22 de diciembre de 2013

Homilía del Domingo Cuarto de Adviento, ciclo a



Domingo Cuarto de Adviento, ciclo a

            Estamos inmersos en una sociedad tan pluralizada y en los que los puntos de vista y las opiniones son tan dispares como la gente misma que llega a ser lógico el preguntarse si uno puede llegar a mejorar –aunque sea un poquito- este mundo.
            El Papa Francisco, en no pocas ocasiones, nos ha invitado a reflexionar sobre nuestra coherencia como cristianos y sobre si el testimonio de vida que damos refleja verdaderamente nuestra fe. Porque puede sucedernos que digamos que tenemos fe pero se encuentre vacía, siendo únicamente una mera capa de barniz superficial que no permite que el amor de Dios cale en nosotros. Nosotros tenemos una grave responsabilidad: los demás podrán llegar a conocer a Cristo gracias a aquello que nosotros hagamos, digamos o en el modo de estar. A Dios no lo vemos pero podemos ayudar a los hermanos a descubrir su presencia  si con nuestra vida vamos marcando calidad en las relaciones personales y en las tareas –así como en los desafíos- que tengamos que afrontar. Es preciso apostar –sin reservas-entre la unidad de vida y la fe. Yo no puedo sostener que soy cristiano si tengo abandonado mi estudio y mi formación, ya que de este modo estoy siendo desagradecido a Aquel que me regaló los talentos y capacidades para sacarlos el máximo de partido. Nosotros, sin saberlo ni pretenderlo, estamos siendo observados por mucha gente ya que esperan encontrar en nosotros puntos de referencia para poder elevar el nivel de calidad en el amor en su vida. Nosotros no podemos confundirnos con la masa de personas ni tampoco vivir nuestro ser seguidor de Cristo de un modo laso y descafeinado. Esto no calienta corazones. Esto aleja a las personas de Jesucristo.
            Si como dice San Pablo nuestra misión es hacer que todos los gentiles respondan a la fe, ¿cómo estoy siendo yo estímulo para ellos en esta respuesta? Para empezar a cambiar el mundo y a trasformarlo… para empezar a cambiar mi propia realidad personal –desintoxicarme de la mundanidadpara cristianizar los diversos planos de mi existencia.  El problema radica en cómo detectar los diversos apartados mundanos que residen en mi existencia. ¿Existe algún tipo de contraste que en contacto con algo mundano se torne en un color llamativo y así detectarlo y tratarlo de eliminar? La humildad y el reconocimiento del propio pecado nos ayuda a poder realizar un análisis de cómo podemos andar de contaminados de mundanidad.
            Dense cuenta que, tal y como dice San Pablo a la comunidad de los romanos, ha sido escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Y todo encuentro con Dios pasa por reconocernos criaturas, y criaturas débiles y pecadoras. Nos debemos de descalzar ante la presencia divina ya que todo lo que tenemos no nos pertenece. Para poder anunciar a Cristo resucitado debemos de empezar por convertirnos cada cual de su mala vida, y en el sacramento de la reconciliación tenemos una oportunidad magnífica de encontrarnos con Dios, de poder recomenzar, de salir renovados con la certeza de saberse querido por Dios.
            Muchos cristianos que están empezando a descubrir la importante novedad que Cristo les va aportando en su vida se desaniman cuando en sus grupos o en sus círculos de relaciones se manifiestan opiniones que difieren de la nuestra y  nos empezamos a sentir como ‘bichos raros’ en medio de tan impresionante selva de pecado. Seremos un auténtico ejemplo del gozo de ser cristianos cuando pasemos de las palabras a los hechos, de estar escuchando de todo a escoger nuestras conversaciones; de creer que todo vale a ser prudente en las decisiones que uno adopta evitando siempre las ocasiones de pecado. Es cierto que cada cual, a partir de su propio estado de vida o vocación, tiene sus puntos débiles. Por cierto el Demonio los conoce y muy bien.
            Como dice el Papa Francisco: «Un cristiano no puede ser jamás un ser triste: la alegría nace de haber encontrado a Jesús». Por eso nuestra actitud debe de ser positiva, de derribar tópicos y clichés con una sonrisa y muchas ganas de ser fermento en la masa y trasformar el mundo empezando por nosotros mismos. Sólo así podremos acoger a Cristo que viene.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Homilía del Domingo Tercero de Adviento, ciclo a


DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO, CICLO A
            ISAÍAS 35, 1-6a. 10; SALMO 145; APÓSTOL SANTIAGO 5, 7-10; SAN MATEO 11, 2- 11
            Todos necesitamos ser evangelizados. No podemos evangelizar a los demás si previamente uno no vive en la verdad. Necesitamos recuperar la convicción de que hay que tratar de vivir en la verdad. Dios ha salido a tu encuentro para que tú puedas salir al encuentro de Dios. Dios mismo te ha capacitado para que puedas vivir en la verdad. En la vida cristiana no podemos ir de ‘camareros’ que van sirviendo a los invitados –con la bandeja en las manos- los diversos canapés o aperitivos. Ellos van ofreciendo, y algunos comen de ellos, pero el camarero se abstiene y no se alimenta. De hacer esto no se está tratando de vivir en la verdad.
            Jesucristo nos plantea un modo muy claro y muy diferente de disfrutar de nuestra vida. La indiferencia, el relativismo, la frivolidad, son actitudes destructivas.         ¿Realmente cuando esa pareja de novios que se casa se han planteado vivir en la verdad? El matrimonio que lleva ya unos cuantos años ¿verdaderamente se comprometen a vivir en la verdad o en ‘su particular verdad’? ¿los presbíteros, los religiosos y religiosas estamos sinceramente viviendo en la verdad o no nos implicamos porque estamos ya muy acomodados y mundanizados? ¿Alguno aún no se ha dejado domesticar por esta sociedad? Lo que uno puede percibir –uno y cualquiera que tenga un poco de sensibilidad cristiana-, por lo menos únicamente echando un vistazo, es que la verdad que es Cristo no está presente. El rostro de Cristo no se le ve porque no se le da a conocer. Ya sea en el núcleo familiar, en el trabajo, en el estudio, en la diversión o en las diversas facetas de nuestro vivir siempre nos estamos desenvolviendo en esa amplia horquilla de la relatividad. En unos está más acentuado que en otros, cuanto más acentuada que esté menos de vida cristiana se da. Resulta que vivir en la mentira no genera problema en esta sociedad. El hecho de que unos vivan en concubinato, que sea la lujuria y no el amor que sea el motor de las relaciones de pareja, que el afán de poseer nos haga llegar hasta a amenazar a los hermanos, que no haya amor hacia las almas para hacer apostolado, el hecho que los confesionarios sean los lugares preferidos por las arañas para hacer allí sus telas –¡y hasta manteles!-, etc., son síntomas importantes de la ausencia de Cristo en nuestras vidas.
            Y a pesar de todo esto el mismo Dios quiere restaurarte tanto a ti como a mí. Dios quiere restaurarnos. La presencia de Dios nos libera y por medio del profeta Isaías nos exhorta diciéndonos: «Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» y todo esto porque la presencia de Dios genera vida donde antes sólo se daba desolación. Mientras tanto es preciso seguir el consejo del Apóstol Santiago «tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca». El Apóstol Santiago es muy claro: No es suficiente oír ni es suficiente creer; el auténtico sabio lo es en virtud de su buena conducta. Y uno actúa con sabiduría teniendo una buena conducta en la medida en que uno viva en la verdad. 
            Sin embargo no olvidemos que vivir en la verdad y el sufrir el martirio van anejas de la mano. Y cuando uno está pasándolo mal por sostener su amistad con Jesucristo puede llegar a tener una crisis de fe brutal: esas horas bajas de la fe. Esto es lo que le está sucediendo a Juan el Bautista en la soledad de la cárcel. Juan el Bautista se queda extrañado que siendo Jesús el Hijo de Dios no haga nada por él. Su particular crisis llega a tal extremo, que le manda una embajada para salir de dudas y saber si realmente ha seguido al mesías correcto. Juan el Bautista obedece a Dios, pero Dios permite que tenga esa crisis de fe tan brutal para purificarle. Juan Bautista es el espejo de la fe adulta, la que crece con sus crisis y combates.
            Hermanos, nunca olvidemos que Dios prepara nuestros corazones para las pruebas y para las crisis. Son ellas las que garantizan la calidad de nuestra fidelidad a Jesucristo.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y Domingo Segundo de Adviento, ciclo a


SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO, CICLO A

            Tenemos muchos motivos para estar alegres en el Señor. Nosotros ‘somos especiales’ porque el Señor nos ha seleccionado de entre los habitantes del mundo para ser sus hijos. Podíamos seguir formando parte de ese número ingente de personas que pululan por las calles faltándoles ese fuego ardiente de la presencia del Señor. Nosotros somos esos racimos de uvas que el viñador va seleccionando para poder elaborar con ellos un vino de calidad suprema. No formamos parte de esos otros racimos que, por sobrecargar a la cepa de la vid, son cortados y arrojados en el surco. Cierto es que Cristo es para todos y Él desea colarse por los recovecos de todos los corazones, pero se le cierran las puertas: ese es el gran drama del hombre, hacer muy mal uso de su libertad. Sin embargo hermanos, nosotros ‘no bajemos la guardia’, ‘no nos durmamos en los laureles’ ya que en el seguimiento de Jesucristo no hay ninguna guerra ganada, de algunas pequeñas batallas, tal vez hayamos salido vencedores con la ayuda de Dios, pero no olvidemos que «llevamos este tesoro en vasijas de barro» (2 Cor 4,7). Constantemente el Señor nos está diciendo: ¡Estad atentos! ¡Vigilantes! ¡Convertíos!; «Tened presente que el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no le dejaría asaltar su casa» (Mt 24,43).

            Esta semana pasada, en el hospital, cuando estaba visitando a los enfermos en las habitaciones –en calidad de Capellán- sale a mi encuentro una mujer joven. Quería hablar. Ella siempre ha rezado las oraciones que aprendió de pequeña siendo esto lo único que ella hacía como cristiana. No se confesaba, no asistía a la Eucaristía y su vida estaba muy mundanizada. Y Dios que siempre sabe sacar cosas que nos benefician de situaciones dolorosas aprovechó la enfermedad de su madre para tocar el corazón de esta mujer joven. Y cuando el dedo de Dios se posa dejando su particular huella dactilar impresa, esa pequeña superficie queda sanada y uno empieza a sentir la imperiosa necesidad de ser regenerado, ser sanado en la totalidad del ser. Se empieza a padecer sed de Dios. Antes ella estaba cerrada a Dios. Es como esa escena de película que aparece el chico lanzando piedrecitas a la ventana de la habitación de su chica para que ella le salude y de ese modo el chico pueda regresar a su casa con una sonrisa en su rostro. Pues en este caso no había unas poquitas piedrecitas, sino que se amontonaban en el alféizar o reprise de la ventana formando pequeños montones y con los cristales todos rallados con los pequeños impactos con ellos ocasionados. Ella se ha percatado de uno de esos impactos ha abierto su ventana y se ha emocionado al darse cuenta de la cantidad de veces que Jesucristo ha querido estar con ella y ella ni darse cuenta.

            Al descubrir esto, esta mujer joven no quería perder más tiempo y deseaba andar tras las huellas de Cristo pero empezaba a sentir el dolor de sus pecados. Antes estaba bajo el efecto de la anestesia de la cultura actual que ni preocupa ni de la inmortalidad ni de la vida futura. Ella estaba empezando a padecer la misma experiencia dolorosa de aquel que se cae de lleno en las zarzas y se le clavan bien adentro todas las espinas por la piel.  Cerca de donde estábamos hablando había una imagen de la Santísima Virgen, y recuerdo que me dijo que la admiraba y amaba profundamente porque únicamente se podía tener ese rostro de felicidad, de serenidad cuando el pecado no tiene ningún hueco en la vida sino que únicamente se está llena de la gracia de Dios. Santa María disfrutó siempre del gran gozo de ser toda entera para Dios.

           

sábado, 30 de noviembre de 2013

Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo a


DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO, ciclo a

ISAÍAS 2, 1-5; SALMO 121; SAN PABLO A LOS ROMANOS 13, 11-14; SAN MATEO 24, 37-44

 

            Actualmente en nuestro ambiente, en nuestras ciudades y pueblos, las personas no frecuentan la vida de la Iglesia. Suelen tener una idea muy negativa tanto de lo que somos como de lo que hacemos. Es fundamental aclarar los malentendidos y corregir las informaciones falsas que se han vertido contra la Iglesia. Los medios de comunicación social callando lo positivo de la Iglesia y engrandeciendo y repitiendo lo negativo ha sido un elemento corrosivo que ha perjudicado seriamente deteriorando la imagen de la Iglesia. Los fallos y pecados de los cristianos son explotados como descrédito de la Iglesia y del Evangelio. Es cierto que muchos cristianos no somos como deberíamos ser. Somos pecadores y somos los primeros en reconocerlo, lamentarnos y deseamos ser sanados por Cristo médico de las almas y de los cuerpos. Tan pronto como un Obispo o un presbítero realiza una intervención pública a favor de ley natural es impunemente atacado con duras críticas y descalificaciones generalizadas. Hay un laicismo radical por parte de partidos políticos y sindicatos que azuzan, animan y multiplican las voces de crítica contra la Iglesia y el cristianismo. Ahora bien, quienes reciben habitualmente estas informaciones tan negativas y machaconamente reiteradas tienen una idea muy pervertida de la Iglesia así como de los comportamientos de los cardenales, de los obispos, de los presbíteros, de las religiosas y de todos los cristianos en general. De esta crítica sólo se salvan unos cuantos cristianos que se han ganado ‘la simpatía’ de ‘los progres’ –que han empatizado ideológicamente con ‘los progres’- condescendiendo con sus gustos y alejándose de la comunión real con la Iglesia verdadera y concreta. El problema serio es que han mundanizado lo cristiano en vez de cristianizar lo mundano. Las razones verdaderas para creer no está en la santidad de los cristianos, sino en la persona de Jesucristo, en el valor de su mensaje y de su persona, el cual se nos da por medio del Espíritu Santo moviendo nuestros corazones y voluntades.

            Cuando uno se deja convencer por la avalancha de informaciones contra la Iglesia uno ‘borra de un plumazo’ a Jesucristo. Y cuando quitamos a Dios del medio ponemos a la idolatría como solución.  El Señor dejaría de estar en el centro y nosotros diríamos a quien o a quienes queremos colocar en su lugar.

            Nosotros queremos cristianizar lo mundano y para ello Cristo ha de reinar en cada uno, y además no poniéndole algún tipo de cortapisas. Que Cristo haga y deshaga lo que considere oportuno con cada uno: Él es el Señor. El profeta Isaías lo tenía muy claro: Al demonio ‘se le acaba el chollo’ con nosotros tan pronto como asentemos la Ley de Dios y la Palabra de Dios en el centro de nuestro ser. Dice el profeta Isaías: «Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor».

            Dense cuenta de lo que nos dice hoy San Pablo: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse». Y nos sigue exhortando: «dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz», «vestíos del Señor Jesucristo».

            En el Evangelio de hoy el Señor nos recuerda cómo en los tiempos de Noé «comían y bebían», o sea hacía cada cual lo que ‘le veían en gana’ y no se dieron cuenta hasta que el diluvio los arrastró a todos y ya no había solución: todos perecieron. Hermanos, nuestro paso por la tierra ha de ser ‘un tiempo de noviazgo’, de ‘estar enamorados’ de Cristo. De cristianizar nuestro corazón. Recordemos que Dios envió al mundo a Cristo, su Hijo, por nuestra salvación; Cristo entregó su vida por el perdón de nuestros pecados y nos pide la conversión. Para poder participar de esa salvación nos pide nuestra conversión.

            Un cristiano tiene que insertarse en este mundo, vivir presente en él pero sin secularizarse. Porque si la sal se vuelve sosa, ¿para qué sirve? Encarnarnos sí, encarnarnos en el mundo laboral, en el mundo del estudio, etc., y vivir de cerca sus inquietudes, sus luchas, sus preocupaciones y sus alegrías, pero sin secularizarse. Y es tan fácil secularizarse. Nosotros estamos llamados a renovarnos, y por renovación entendemos VOLVER A LOS ORÍGENES, volver al Amor Primero. Redescubrir las raíces bautismales, ir a lo esencial, ir a lo troncal, es ir purificando todo aquello que se nos ha ido adhiriendo a lo largo del camino. Es como si uno tiene una alfombra y a esta alfombra se le ha ido adhiriendo polvo y más polvo y pelusas. Llega un momento en el que uno tiene que sacudir bien esa alfombra para que aparezcan sus colores originales. Todos hemos hecho eso de sacar la alfombra al balcón y allí sacudir bien la alfombra o pegarla con un palo para que salgan los colores originales: ESO ES RENOVARSE. Es un proceso de conversión personal y colectivo. Y esto es lo que dice San Pablo a los Romanos «dejemos las actividades de las tinieblas», « Conduzcámonos como en pleno día», o sea, que no nos ajustemos a los criterios de este mundo.

 

sábado, 23 de noviembre de 2013

Homilía del domingo XXXIV del tiempo ordinario, cico c. JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO


DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

Jesucristo, Rey del Universo

SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL 5, 1-3; SALMO 121; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 1, 12-20;
SAN LUCAS 23, 35-43

            Hoy confesamos públicamente que Jesucristo es Rey. El reino de Jesús no es de este mundo. Es un reino que se entra por la conversión cristiana. Esta conversión se expresa mediante una fe clara y decidida que reconoce plenamente la primacía de Dios y no pone límites a su intervención en nuestra vida. Una fe que nos mueve a llevar a cabo cambios –algunos de ellos con gran trascendencia- para nuestra vida, y todo para acomodarnos en todo a la voluntad de Dios y a las enseñanzas que Cristo nos ha dejado en su Iglesia.

            En el momento en que uno deja de ser esquivo con Jesucristo y permite que el Señor te ofrezca de su luz empieza un proceso de liberación. Un proceso que abarca la vida entera. En la Carta Encíclica REDEMPTORIS MISSIO, nº46, del Papa Juan Pablo II ya nos instruye diciéndonos que la conversión «al mismo tiempo, sin embargo, determina un proceso dinámico y permanente que dura toda la existencia, exigiendo un esfuerzo continuo por pasar de la vida « según la carne » a la «vida según el Espíritu» (Rom 8, 3-13). La conversión significa aceptar, con decisión personal, la soberanía de Cristo y hacerse discípulos suyos» 

            Dios nos dice a nosotros, miembros de su pueblo: «¡Shemá Israel!, ¡Escucha Israel!». Y nosotros como Samuel le respondemos «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Samuel 3,1-10). Entremos en la dinámica del diálogo con Dios. Y nosotros estamos deseosos de escuchar a Dios porque queremos disfrutar de la vida. Nosotros queremos disfrutar de la vida, no consumir la vida. Los que consumen la vida están encadenados al pecado y sometidos a la tiranía de aquel que únicamente sabe generar muerte y perdición. Son muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, que hacen todo lo humanamente posible para poder consumir en una noche de fin de semana –o de fiesta- toda su vida. Se abalanzan en los brazos del alcohol, las drogas y el sexo. Y como si no tuviesen más tiempo que esa única noche ellos mismos se consumen. No disfrutan, únicamente se consumen. La perversión de sus mentes llegan a tal extremo que conciben el disfrute como ese consumirse. No se dan cuenta que sufren el mal de ‘la termita’; las vigas de madera que sostienen el edificio aparentemente están sanas y robustas, pero totalmente comidas y vaciadas por dentro generando que el edificio se derrumbe sin que nada lo pueda evitar. Las termitas han consumido el interior de esas vigas vaciándolas de toda consistencia.  

            Jesucristo, que es nuestro REY nos exhorta a que edifiquemos nuestra casa sobre roca y que estamos despiertos, vigilantes, atentos. Además nos está asistiendo a través del Espíritu Santo. Y uno disfruta de la vida cuando se desprende de las cosas y ambiciones de este mundo, dejando atrás los intereses de esta vida, y unido al corazón de Cristo Resucitado, dejándose guiar y dirigir por Él. San Pablo ya les escribe a los colosenses: «Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido».  

            Este vivir la vida terrena desde la verdad de la Vida Eterna, poseída ya por la fe, la esperanza y el amor, es el carácter esencial del cristiano, la eterna novedad, la diferencia esencial entre aquellos que han optado por Cristo y el resto.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Homilía del domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo c



DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c
MALAQUÍAS 3, 19-20a; SALMO 97;
SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS TESALONICENSES 3, 7-12;  
SAN LUCAS 21, 5-19
            Hace poco tiempo una amiga me comentó una experiencia catequética que llevó a cabo con los niños de su grupo. Para explicarles la importancia de ser cristianos los metió a todos dentro de una sala sin ventanas. Apagaron las luces quedando todo en la más absoluta de las oscuridades. Cuando estaban así la catequista les dijo que eso era el mundo, oscuridad y confusión. Y estando así ella prendió una vela generando una luz que permitía ver donde estaba cada niño en esa sala. Y les dijo que cada vez que –con nuestras acciones,  con las oraciones, con nuestros pensamientos- hacemos presente a Cristo estamos siendo esa luz que brilla en medio del mundo.
El profeta Malaquías nos dice: «A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia  que lleva la salud en las alas». La vela en sí no es más que  cera y una sencilla mecha. Sin embargo esa vela adquiere el sentido de su ser, obtiene el fundamento de su existencia cuando el fuego prende en la mecha y en la mecha se conserva ardiendo. Todos gozamos de libertad para decir sí o decir no a la oferta de salvación que nos plantea el Señor. Ahora bien si le decimos que sí al Señor permitiremos que el Santo Espíritu more en nosotros y desde dentro de nuestro ser nos ilumine con su desbordante sabiduría; vayamos redescubriendo la gran novedad que Cristo nos aporta –en todos y en cada uno de los aspectos de nuestro vivir-; vayamos saboreando la felicidad de vivir en estado de gracia e ir avanzando en el proceso de conversión personal para poder alcanzar la salud plena que es estar con Dios en la Gloria Eterna.
            El mismo salmo responsorial al decirnos que el Señor «regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud» estamos manifestando que en las manos de Dios está nuestro porvenir. Si permitimos que el Señor rija nuestra vida, Él mismo -como médico que es- nos irá sanando nuestras heridas. Heridas ocasionadas por nuestro pecado. Es cierto que el Señor nos perdona nuestros pecados cuando acudimos debidamente preparados al Sacramento de la Reconciliación. Él hace con nosotros ‘borrón y cuenta nueva’. Sin embargo el daño que nos ha ocasionado en nosotros ese pecado perdura, permanece. Por eso el Señor nos entrega el Espíritu Santo para ayudarnos a restablecer ese daño. A modo de ejemplo; un joven que es asiduo a los botellones y se emborracha como señal de diversión. Atenta contra el mandamiento de ‘no matarás’. Si ese joven, arrepentido se confiesa su pecado queda perdonado pero el daño ocasionado por ese pecado perdura y sino colabora con el Espíritu Santo, si ese joven no pone los remedios oportunos para romper con todo ese mal será más propenso a seguir cayendo en el alcohol.  Ahora bien, si uno se pone ‘manos a la obra’ y trabaja ‘codo con codo’ con el Espíritu Santo irá adquiriendo esa experiencia de lo religioso que irá marcando su modo de ser: Esa persona se constituirá en luz que brillará en medio de las tinieblas de este mundo.
            Sin embargo no olvidemos que seguir a Cristo supone desmarcarse de muchas cosas de este mundo y el mundo sólo ama a los suyos. Cristo nos llega a decir que «todos os odiarán por causa mía», lo que es totalmente lógico. A modo de ejemplo: Si los jóvenes de la pandilla se divierten abusando del alcohol piensan –equivocadamente- que al hacerlo todos, mencionada responsabilidad se diluye entre la colectividad adquiriendo ‘carta de ciudadanía’ ese modo de proceder dañino. Pero si uno ya no colabora con esa ‘diversión’ y actúa como Cristo desea, esa persona, sin ella pretenderlo, pasa a ser molesta porque me está denunciando mi uso irresponsable tanto del alcohol como de mi tiempo libre. Ese chico actuando así es como esa vela que alumbra en medio de esa densa oscuridad. Lo nuestro es llevar a Cristo a los hombres.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Homilía del Domingo XXXII del tiempo ordinario, ciclo c



HOMILÍA DEL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
LECTURA DEL SEGUNDO LIBRO DE LOS MACABEOS 7, 1-2. 9-14
SALMO 16
LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS TESALONICENSES 2, 16--3, 5
SAN LUCAS 20, 27-38
            Me llama poderosamente la atención cómo el rey inicuo tiene que llegar, incluso, a forzar a los siete hermanos macabeos para que quebranten la ley y así pequen. Les fuerza para que pequen. Ahora bien, todos sus malvados propósitos fracasan porque ellos tienen bien afianzada su confianza en el Dios que resucita a los que le son fieles. Dice la Carta a los Hebreos que «todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado» (Hb 12,4). Estos hermanos macabeos sí que llegaron a la sangre y aún así fueron fieles a Dios. ¡Realmente que contraste¡ a nosotros para pecar sólo nos vale una mera insinuación para caer en las garras del mal. El Demonio se lo trabaja muy bien y dedica mucho tiempo en engañarnos. Nos creemos superiores a los demás simplemente por hacer cuatro cosas de nada; uno tiene un cargo de responsabilidad y se brota en él una vena prepotente –lo dice el refranero popular, « si quieres conocer a Pablito, dale un carguito»; se nos pone una cosa bien envuelta con papel bonito, de aspecto atrayente y apetecible y manan los sentimientos más rastreros que tenemos dentro de nosotros. Y ¿dónde radicará el problema? ¿Por qué decimos que somos hijos de la luz y en cambio coqueteamos y hacemos muchos guiños a las sombras de la oscuridad? Tal vez el problema resida en que decimos que somos cristianos pero no hemos realizado la opción personal por su seguimiento, o que aún diciendo que hemos optado por Cristo mencionada opción sea meramente un simulacro.
            Ese rey malvado, llamado Antíoco –que nos cuenta el segundo libro de los Macabeos- tenía una soberbia elevada a la décima potencia. Era un soberbio. San Agustín dice que «la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano». Disfrutaba plenamente de sí mismo y despreciaba a los demás. Tenía un deseo irresistible de imponerse y de dominar con mucha diferencia sin importarle en absoluto lo que sufriesen los demás. Era una persona autosuficiente, porque él creía que se bastaba a sí mismo, que no necesitaba a nadie, ni de Dios, ni de los demás. Lo que sucedía era que estos siete hermanos Macabeos, con su comportamiento ejemplar y con su fe inquebrantable el Yahvé pone en evidencia la maldad y desenmascara la chapuza que levanta el Demonio. Y claro está, estos hermanos Macabeos son un auténtico incordio, una molestia insoportable porque a nadie le apetece que le digan que está pecando o ofendiendo ya sea a Dios ya sea a los hermanos. Se pueden poner muchos ejemplos al respecto: cuando uno bebe –buscando encontrar en el alcohol la evasión de la realidad- se rodea de otros que beben porque se hace la ilusión de que ese comportamiento pecaminoso y dañino deja de serlo porque al hacerlo todos la responsabilidad personal es como si se diluyese. Y cuando una persona no bebe porque opta por un modo alternativo de sana diversión, esa persona es tildada de ‘bicho raro’ siendo molesta porque al portarse correctamente evidencia el pecado que ellos comenten.
            San Pablo –en su segunda carta a los tesalonicenses- desea que nosotros tengamos ese comportamiento ejemplar, que vivamos como hijos de la luz, y lo dice empleando esta afortunada expresión «para que la palabra de Dios, siga el avance glorioso que comenzó en vosotros». Y sigue diciéndonos «El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Malo, por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado». Se darán cuenta cómo San Pablo recurre constantemente a la ayuda divina así como a la importancia de ser dócil ante la inspiración del Espíritu Santo. Una persona que se fía de Dios, por lo menos puede llegar a  controlar la soberbia. Dice una sentencia de San Agustín que «Dios no manda imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas».  San Pablo cree en la eficacia de la oración y así lo trasmite a las diversas comunidades cristianas: Con Dios todo se puede.
            Hay un anuncio de propaganda de la lotería Primitiva que tiene el siguiente eslogan: ‘NO TENEMOS SUEÑOS BARATOS’ y salen unas personas imaginándose un lujoso coche, una casa en la playa, un viaje alrededor del globo terráqueo… pues que se le va a hacer, si ellos se conforman únicamente con esas menudencias ya que creen que eso es lo máximo a los que pueden ellos aspirar. Estos sueños ‘se quedan a la altura del betún’ con lo que nosotros esperamos alcanzar: la resurrección de los muertos y la vida futura.
            Y ante la pregunta mal intencionada y soberbia de los saduceos sobre ese asunto de  quién será mujer esa persona si ha estado casada con muchos hombres, la respuesta asombra y alecciona. Los saduceos se mofan de algo que no creen, no respetan a los que creen en la resurrección y además se atreven a invocar a Moisés como autoridad para intentar ellos ‘llevar el agua a su molino’. Ahora bien, utilizan las palabras de Moisés para lo que a ellos les conviene porque cuando dice algo que les contraría ya no le sacan ni a colación. La pregunta que los saduceos plantean a Jesús lleva en sí el germen de la soberbia: «Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Por un lado tratan a la mujer como un objeto o una posesión del hombre, lo cual es algo que denigra la dignidad de la persona. Estaban reivindicando el derecho de posesión sobre una persona. Equiparan a la mujer como una posesión más, ya sea un par de mulos,  unas cuantas cabras o una piara de cerdos: una posesión más a heredar por parte del varón. Jesús lo contesta colocando a la mujer y esposa en el puesto correspondiente después de la muerte, un puesto sublime: «Serán como ángeles».  Y por otro lado Jesucristo pone en evidencia la escasez de la auténtica espiritualidad de estos saduceos y nos ofrece una importante catequesis para los presentes. Cada vez que decimos que Jesucristo esté en el centro del matrimonio estamos diciendo que el esposo amando a la esposa está amando a Cristo y la esposa amando al esposo está amando a Cristo y amando con el amor intenso de Cristo se van santificando en esa vocación dada por Dios. La otra persona es un medio que Dios me pone para que yo me vaya acercando, día a día y jornada tras jornada, más a Él. Con Cristo en medio nos va purificando en el amor y, como si se tratase de una máquina de diálisis – de esas de los hospitales para purificar/filtrar la sangre cuando los riñones están enfermos- nos va filtrando las impurezas que tenemos en el alma, entre ellas la soberbia, para que andando por las sendas del Evangelio podemos reunirnos con Él en la Gloria del Padre Eterno.

viernes, 1 de noviembre de 2013

sábado, 26 de octubre de 2013

Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario, ciclo c


DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

LECTURA DEL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO 35, 15b- 17.20-22a:

SALMO 33;

LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 4, 6-8. 16-18;

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 9-14
            Las personas tenemos una memoria muy selectiva. Muchas veces sólo nos acordamos de lo que nos interesa. Seguro que si a alguno le hemos prestado dinero aún nos acordamos de no haberlo recuperado e incluso la cantidad que era y la excusa que nos dieron cuando nos lo pidieron. Pero hay otra cosas que se nos olvidan o no las recordamos tal vez porque no las hemos sabido valorar en su justa medida.

            El libro del Eclesiástico –en la primera de las lecturas- está recordando al pueblo de Israel que ellos han estado oprimidos y esclavos en Egipto. Que han sufrido hasta límites insoportables. Y que este pueblo oprimido ha experimentado la liberación de Dios. Es más, en su memoria –tanto colectiva como personal- han de tener muy presente este hecho salvífico, de elección y de amor de Dios. Cuando uno recuerda las maravillas obradas por Dios en uno, uno tiene presente a Dios con una actitud agradecida. ¿Qué sucede cuando a uno se le olvida lo que Dios ha hecho por él y por el pueblo? ¿Qué sucede entonces? Lo que pasa es que somos presa del Demonio al caer en el pecado. Algunos ciudadanos del pueblo hebreo al no recordar que ellos habían sufrido la opresión y que Dios les había sacado de esta constante dolorosa humillación empiezan a oprimir a los pobres, a los más desfavorecidos. Por eso la Sagrada Escritura nos hace el urgente llamamiento a no olvidarnos de las acciones del Señor.

            Al olvidar las acciones salvíficas que Dios ha ido obrando en la vida personal se llega a caer en el absurdo, ya que se puede llegar a pensar que uno hace méritos para que luego el Señor te los tenga que agradecer. Nos olvidamos de los regalos de Dios y nos creemos con derechos ante Él por haber realizado cosas o haber hecho méritos por algo. En este absurdo cayó el fariseo de la parábola, se dedicó a ponerse medallas ante Dios: «"¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo».

            Mas cuando uno, con corazón agradecido al Señor, mantiene la memoria de la historia de salvación que Dios ha realizado en nuestra persona y recuerda el paso de Dios es entonces –como dice el salmo responsorial- brota de nuestros labios la bendición y la alabanza.

            San Pablo cuando está escribiendo a Timoteo le está diciendo que la experiencia de ese combate por mantener la fe ha ido creando en él un modo de entender la vida. Ha dado la vida por Cristo –y está orgulloso de esto- gastándola día a día e instante a instante para que todos le conozcan. San Pablo recuerda cómo el Señor le ha ayudado y hace memoria de los momentos de encuentro que ha tenido con el Señor. Y San Pablo lo hace realizando un acto de profunda humildad porque sabe de dónde le había sacado el Señor, ya que era perseguidor –al principio- de los cristianos. Todos nosotros sabemos de dónde nos ha sacado el Señor; de nuestros pecados y miserias. Ha desbordado con nosotros su amor y siempre ha estado, y se mantiene atento, a la voz de nuestras súplicas.