EUCARISTÍA DE
MEDIANOCHE
Misa del Gallo 2013
Hermanas, aunque seamos personas ya
iniciadas en la vida del Espíritu, en los caminos de la oración, que ya
contamos en nuestro particular bagaje de alguna experiencia espiritual y que
necesitamos saber que la luz que hemos tenido y el gozo que hemos disfrutado es
sólo apariencia en comparación con el
encuentro amoroso al que Dios nos llama, ese aliento divino que inflama al
alma en el espíritu de amor. Cuando uno recibe la gracia, la cual sólo puede
venir de lo alto, nuestros ojos se nos abren descubriendo la miseria en la que
nos hallamos y sobre la ilusión que padecemos. El Señor ilumina nuestra pobre
realidad para ennoblecerla, ensalzarla, enriquecerla con su sola presencia.
La secularización de la cultura es
tan devoradora y arremete con tanta violencia que terminan
secularizando las conciencias; las personas se mundanizan olvidándose que el principio y fin de su ser reside en Dios.
El hombre ordena su razón y su ser, sus preguntas y reflexiones, su orden ético
y valores haciendo oídos sordos a toda llamada religiosa, instalándose en la
más completa indiferencia sin desear tener ‘más noticias de Dios’. Nosotros
somos propiedad de Cristo, somos propiedad de ese Niño que está recostado en
ese humilde pesebre, y cada jornada es un reafirmarnos en la ternura de su
amor. En este eclipse cultural de Dios, en este oscurecimiento de la luz del Cielo
somos convocados por el anuncio del
ángel que anunciaba la Buena Noticia: «Os
ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor.
Esto es servirá de señal; encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado
en un pesebre» (Lc 2, 13-14). Contemplando el misterio del Verbo encarnado
nos contagiamos de la luz de su presencia, nuestras almas arden de esperanza,
nuestra fe se consolida y desde lo hondo de nuestras conciencias escuchamos: «Ahí está, e ahí el sentido de tu vida». Ha venido a
iluminarte a ti y a mí que estamos en las tinieblas. Viene para dirigir
nuestros pasos hacia el camino de la paz, aun sabiendo que podemos llegar a
abusar de su paciencia.
Realmente Dios está aquí. Muchos
dirán ¿qué Dios está aquí?, ¡pues no lo sabía! E incluso nos puede suceder a
nosotros mismos ya que nos podemos llegar a despistar y a no reconocer la
presencia de Dios. No nos basta alimentarnos con la experiencia de Dios que
tengan los demás; no nos bastará saber
que los otros lo hayan visto, ya que no se llegará a disipar la densa
niebla del ‘yo no me dí cuenta que Dios estaba conmigo’. Descubrir las huellas
de la presencia de Dios en aspectos de nuestra situación personal y comunitaria
es tanto más necesario que el aire para respirar. Pueda ser que mencionada
experiencia de Dios sea callada, silenciosa, pero real, activa e inconfundible
y se constituye en el motor que dinamiza el centro nuclear de nuestro ser. Tan
pronto como prestemos atención a lo mejor de nosotros mismos, a lo mejor del
ser humano y escuchemos las voces más íntimas, percibiremos que esas voces son
el eco de una voz original y primera: la del Verbo de Dios. El milagro de la
libertad, de la voluntad, de la misma capacidad de amar y ser amado, la
existencia de la dignidad en el corazón de la persona, la capacidad de poder hacer
una elección fortuita y la capacidad de dominarnos a nosotros mismos nos remite a que aceptemos que nuestra
existencia ha sido dada por el mismo Creador. Y ese Creador nos envía a su
único Hijo envuelto en pañales para que podamos descubrir el camino que conduce
a la Salvación.
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