martes, 24 de diciembre de 2013

Homilía de la Misa del Gallo 2013


EUCARISTÍA DE MEDIANOCHE

Misa del Gallo 2013

            Hermanas, aunque seamos personas ya iniciadas en la vida del Espíritu, en los caminos de la oración, que ya contamos en nuestro particular bagaje de alguna experiencia espiritual y que necesitamos saber que la luz que hemos tenido y el gozo que hemos disfrutado es sólo apariencia en comparación con el encuentro amoroso al que Dios nos llama, ese aliento divino que inflama al alma en el espíritu de amor. Cuando uno recibe la gracia, la cual sólo puede venir de lo alto, nuestros ojos se nos abren descubriendo la miseria en la que nos hallamos y sobre la ilusión que padecemos. El Señor ilumina nuestra pobre realidad para ennoblecerla, ensalzarla, enriquecerla con su sola presencia.

            La secularización de la cultura es tan devoradora  y  arremete con tanta violencia que terminan secularizando las conciencias; las personas se mundanizan olvidándose que el principio y fin de su ser reside en Dios. El hombre ordena su razón y su ser, sus preguntas y reflexiones, su orden ético y valores haciendo oídos sordos a toda llamada religiosa, instalándose en la más completa indiferencia sin desear tener ‘más noticias de Dios’. Nosotros somos propiedad de Cristo, somos propiedad de ese Niño que está recostado en ese humilde pesebre, y cada jornada es un reafirmarnos en la ternura de su amor. En este eclipse cultural de Dios, en este oscurecimiento de la luz del Cielo somos convocados por el anuncio del ángel que anunciaba la Buena Noticia: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto es servirá de señal; encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 13-14). Contemplando el misterio del Verbo encarnado nos contagiamos de la luz de su presencia, nuestras almas arden de esperanza, nuestra fe se consolida y desde lo hondo de nuestras conciencias escuchamos: «Ahí está, e ahí  el sentido de tu vida». Ha venido a iluminarte a ti y a mí que estamos en las tinieblas. Viene para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz, aun sabiendo que podemos llegar a abusar de su paciencia.

            Realmente Dios está aquí. Muchos dirán ¿qué Dios está aquí?, ¡pues no lo sabía! E incluso nos puede suceder a nosotros mismos ya que nos podemos llegar a despistar y a no reconocer la presencia de Dios. No nos basta alimentarnos con la experiencia de Dios que tengan los demás; no nos bastará saber que los otros lo hayan visto, ya que no se llegará a disipar la densa niebla del ‘yo no me dí cuenta que Dios estaba conmigo’. Descubrir las huellas de la presencia de Dios en aspectos de nuestra situación personal y comunitaria es tanto más necesario que el aire para respirar. Pueda ser que mencionada experiencia de Dios sea callada, silenciosa, pero real, activa e inconfundible y se constituye en el motor que dinamiza el centro nuclear de nuestro ser. Tan pronto como prestemos atención a lo mejor de nosotros mismos, a lo mejor del ser humano y escuchemos las voces más íntimas, percibiremos que esas voces son el eco de una voz original y primera: la del Verbo de Dios. El milagro de la libertad, de la voluntad, de la misma capacidad de amar y ser amado, la existencia de la dignidad en el corazón de la persona, la capacidad de poder hacer una elección fortuita y la capacidad de dominarnos a nosotros mismos nos remite a que aceptemos que nuestra existencia ha sido dada por el mismo Creador. Y ese Creador nos envía a su único Hijo envuelto en pañales para que podamos descubrir el camino que conduce a la Salvación.

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