sábado, 28 de diciembre de 2013

Homilía de la Sagrada Familia 2013



Domingo de la Sagrada Familia, Jesús, María y José
29 de diciembre de 2013 

            Evangelizar es anunciar fielmente el Evangelio recibido. Es comunicar a los demás lo que Dios nos ha dicho acerca del Reino de Dios, de la familia, de la escuela de la universidad, del mundo laboral... etc. Sin embargo los cristianos debemos de ser muy espabilados y estar muy despiertos porque no podemos confundir el Evangelio de Jesucristo con un programa de vida temporal justa y feliz.
            El Papa Juan Pablo II en la Carta Encíclica 'Redemptoris Missio' nos ofrece mucha luz y nos ilustra con estas palabras: «La tentación actual es de reducir al cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir bien (nº11)». Evangelizar es anunciar el nombre de Jesucristo, su doctrina, su vida, sus promesas. Es tratar de afrontar los diversos desafíos que se nos presenten a la luz del Evangelio y orientando todo nuestro ser hacia la persona de Jesucristo. Es cierto que estamos en una cultura donde cada cual quiere tener su propia verdad subjetiva y esto hace muy difícil poder apostar de lleno por un proyecto común. Estamos muy ocupados por lo exterior, lo rápido, lo inmediato, lo visible, lo superficial y olvidamos lo esencial, nos olvidamos de Dios.
            Dios nos hace una promesa, y promesa que hace Él es promesa que cumple. Nos dice: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). El influjo de Cristo en nuestras vidas, la influencia del Espíritu Santo en todo nuestro ser nos trasforma desde dentro para renovar nuestro humanidad. Cuando uno se da cuenta que uno solamente es redimido por el amor y que la fuente de ese amor es Jesucristo uno adquiere un nuevo sentido en su existencia. Realmente adquiere un nuevo sentido pero no proporciona un camino sin altibajos; no se nos quitan los dolores, sufrimientos, lágrimas, renuncias, capacidad de superación, los esfuerzos y sacrificios… Dios no nos priva de esto.  
            San Pablo en su carta a los colosenses nos dice que «como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión», pero para podernos poner ese ‘uniforme’ del que nos habla San Pablo es indispensable actualizar la dimensión de la interioridad para poder descubrir la huella de Dios en la vida. Es en esa interioridad, es en ese silencio donde la Palabra de Dios resuena en el interior del hombre, es donde Dios mora y habla. Esa interioridad y silencio nos faculta para escuchar «la música callada», «la soledad sonora» en la que se nos comunica la voz de Dios. El influjo de Jesucristo nos va transformando por dentro proporcionándonos de la misma Sabiduría que asiste en el trono del Todopoderoso. Muchos cristianos han endurecido su corazón al escuchar la voz del Señor, Nuestro Dios y eso que un Salmo ya nos dice que «no endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras» (Sal 95, 8-9).
            Hay un cuento que narra un concurso sobre quién lanzará un objeto más alto. Empiezan unos gigantes que lanzan unas piedras muy alto, pero que terminan por caer. Se presenta un sastrecillo que saca de su chaqueta un pájaro que echa a volar y no cae más. La moraleja es que «lo que no tiene alas termina por caer». El proyecto que tiene el Señor para nosotros nunca decaerá porque ya se preocupa Él mismo de que sea llevado a buen término.

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