DOMINGO XXXIV
DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c
Jesucristo, Rey del Universo
SEGUNDO
LIBRO DE SAMUEL 5, 1-3; SALMO 121; SAN PABLO A LOS
COLOSENSES 1, 12-20;
SAN
LUCAS 23, 35-43
Hoy confesamos públicamente que
Jesucristo es Rey. El reino de Jesús no es de este mundo. Es un reino que se entra por la conversión cristiana.
Esta conversión se expresa mediante una fe clara y decidida que reconoce
plenamente la primacía de Dios y no pone límites a su
intervención en nuestra vida. Una fe que nos mueve a llevar a cabo cambios –algunos de ellos con gran trascendencia-
para nuestra vida, y todo para acomodarnos en todo
a la voluntad de Dios y a las enseñanzas que Cristo nos ha dejado en su
Iglesia.
En el momento en que uno deja de ser
esquivo con Jesucristo y permite que el Señor te ofrezca de su luz empieza un proceso de liberación. Un proceso que
abarca la vida entera. En la Carta Encíclica REDEMPTORIS MISSIO, nº46, del Papa Juan Pablo II ya nos instruye
diciéndonos que la conversión «al mismo
tiempo, sin embargo, determina un proceso dinámico y permanente que dura toda
la existencia, exigiendo un esfuerzo continuo por pasar de la vida « según la
carne » a la «vida según el Espíritu» (Rom
8, 3-13). La conversión significa aceptar, con decisión personal, la
soberanía de Cristo y hacerse discípulos suyos».
Dios nos dice a nosotros, miembros
de su pueblo: «¡Shemá Israel!, ¡Escucha
Israel!». Y nosotros como Samuel le respondemos «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Samuel 3,1-10). Entremos en
la dinámica del diálogo con Dios. Y nosotros estamos deseosos de escuchar a
Dios porque queremos
disfrutar de la vida. Nosotros queremos disfrutar de la vida, no consumir la vida. Los que consumen
la vida están encadenados al pecado y sometidos a la tiranía de aquel que
únicamente sabe generar muerte y perdición. Son muchos los jóvenes, y no tan
jóvenes, que hacen todo lo humanamente posible para poder consumir en una noche
de fin de semana –o de fiesta- toda su vida. Se abalanzan en los brazos del
alcohol, las drogas y el sexo. Y como si no tuviesen más tiempo que esa única
noche ellos mismos se consumen. No disfrutan, únicamente se consumen. La perversión de sus mentes llegan a tal extremo que conciben
el disfrute como ese consumirse. No se dan cuenta que sufren el mal de ‘la
termita’; las vigas de madera que sostienen el edificio aparentemente están
sanas y robustas, pero totalmente comidas y vaciadas por dentro generando que
el edificio se derrumbe sin que nada lo pueda evitar. Las termitas han
consumido el interior de esas vigas vaciándolas de toda consistencia.
Jesucristo, que es nuestro REY nos
exhorta a que edifiquemos nuestra casa sobre roca y que estamos despiertos,
vigilantes, atentos. Además nos está asistiendo a través del Espíritu Santo. Y uno disfruta de la vida cuando se desprende de las cosas y
ambiciones de este mundo, dejando atrás los intereses de esta vida, y unido al
corazón de Cristo Resucitado, dejándose guiar y dirigir por Él. San
Pablo ya les escribe a los colosenses: «Damos
gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del
pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado de las tinieblas y nos ha trasladado
al reino de su Hijo querido».
Este vivir la vida terrena desde la
verdad de la Vida Eterna, poseída ya por la fe, la esperanza y el amor, es el
carácter esencial del cristiano, la eterna novedad, la
diferencia esencial entre aquellos que han optado por Cristo y el resto.
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