HOMILÍA DEL
DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
LECTURA DEL SEGUNDO LIBRO DE LOS
MACABEOS 7, 1-2. 9-14
SALMO 16
LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL
SAN PABLO A LOS TESALONICENSES 2, 16--3, 5
SAN LUCAS 20, 27-38
Me
llama poderosamente la atención cómo el rey inicuo tiene que llegar, incluso, a forzar a los siete hermanos macabeos para
que quebranten la ley y así pequen. Les fuerza para que pequen. Ahora bien,
todos sus malvados propósitos fracasan porque ellos tienen bien afianzada su
confianza en el Dios que resucita a los que le son fieles. Dice la Carta a los
Hebreos que «todavía no habéis llegado a
la sangre en vuestra pelea contra el pecado» (Hb 12,4). Estos hermanos
macabeos sí que llegaron a la sangre y aún así fueron fieles a Dios. ¡Realmente
que contraste¡ a nosotros para pecar
sólo nos vale una mera insinuación para caer en las garras del mal. El
Demonio se lo trabaja muy bien y dedica mucho tiempo en engañarnos. Nos creemos
superiores a los demás simplemente por hacer cuatro cosas de nada; uno tiene un
cargo de responsabilidad y se brota en él una vena prepotente –lo dice el
refranero popular, « si quieres conocer a Pablito, dale un carguito»; se nos
pone una cosa bien envuelta con papel bonito, de aspecto atrayente y apetecible
y manan los sentimientos más rastreros que tenemos dentro de nosotros. Y ¿dónde
radicará el problema? ¿Por qué decimos que somos hijos de la luz y en cambio
coqueteamos y hacemos muchos guiños a las sombras de la oscuridad? Tal vez el
problema resida en que decimos que somos cristianos pero no hemos realizado la opción personal por su
seguimiento, o que aún diciendo que hemos optado por Cristo mencionada opción sea meramente un
simulacro.
Ese
rey malvado, llamado Antíoco –que nos cuenta el segundo libro de los Macabeos- tenía una soberbia elevada a la décima
potencia. Era un soberbio. San Agustín dice que «la soberbia no es grandeza
sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano». Disfrutaba
plenamente de sí mismo y despreciaba a los demás. Tenía un deseo irresistible
de imponerse y de dominar con mucha diferencia sin importarle en absoluto lo
que sufriesen los demás. Era una persona autosuficiente, porque él creía que se
bastaba a sí mismo, que no necesitaba a nadie, ni de Dios, ni de los demás. Lo
que sucedía era que estos siete hermanos Macabeos, con su comportamiento ejemplar y con su fe inquebrantable el Yahvé pone
en evidencia la maldad y desenmascara la chapuza que levanta el Demonio. Y
claro está, estos hermanos Macabeos son un auténtico incordio, una molestia
insoportable porque a nadie le apetece que le digan que está pecando o
ofendiendo ya sea a Dios ya sea a los hermanos. Se pueden poner muchos ejemplos
al respecto: cuando uno bebe –buscando encontrar en el alcohol la evasión de la
realidad- se rodea de otros que beben porque se hace la ilusión de que ese
comportamiento pecaminoso y dañino deja de serlo porque al hacerlo todos la
responsabilidad personal es como si se diluyese. Y cuando una persona no bebe
porque opta por un modo alternativo de sana diversión, esa persona es tildada
de ‘bicho raro’ siendo molesta porque al
portarse correctamente evidencia el pecado que ellos comenten.
San
Pablo –en su segunda carta a los tesalonicenses- desea que nosotros tengamos
ese comportamiento ejemplar, que vivamos como hijos de la luz, y lo dice
empleando esta afortunada expresión «para
que la palabra de Dios, siga el avance glorioso que comenzó en vosotros». Y
sigue diciéndonos «El Señor, que es fiel,
os dará fuerzas y os librará del Malo, por
el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que
os hemos enseñado». Se darán cuenta cómo San Pablo recurre constantemente a
la ayuda divina así como a la importancia de ser dócil ante la inspiración del
Espíritu Santo. Una persona que se fía
de Dios, por lo menos puede llegar a controlar la soberbia. Dice una sentencia
de San Agustín que «Dios no manda imposibles, sino que, al mandar lo que manda,
te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que
puedas». San Pablo cree en la eficacia de la oración y así lo trasmite a las diversas
comunidades cristianas: Con Dios todo se puede.
Hay
un anuncio de propaganda de la lotería Primitiva que tiene el siguiente
eslogan: ‘NO TENEMOS SUEÑOS BARATOS’ y salen unas personas imaginándose un
lujoso coche, una casa en la playa, un viaje alrededor del globo terráqueo…
pues que se le va a hacer, si ellos se
conforman únicamente con esas menudencias ya que creen que eso es lo máximo
a los que pueden ellos aspirar. Estos sueños ‘se quedan a la altura del betún’ con
lo que nosotros esperamos alcanzar: la resurrección de los muertos y la vida
futura.
Y
ante la pregunta mal intencionada y soberbia de los saduceos sobre ese asunto
de quién será mujer esa persona si ha
estado casada con muchos hombres, la respuesta asombra y alecciona. Los
saduceos se mofan de algo que no creen, no respetan a los que creen en la
resurrección y además se atreven a invocar a Moisés como autoridad para
intentar ellos ‘llevar el agua a su molino’. Ahora bien, utilizan las palabras
de Moisés para lo que a ellos les conviene porque cuando dice algo que les
contraría ya no le sacan ni a colación. La pregunta que los saduceos plantean a
Jesús lleva en sí el germen de la
soberbia: «Cuando llegue la
resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado
casados con ella». Por un lado tratan
a la mujer como un objeto o una posesión del hombre, lo cual es algo que
denigra la dignidad de la persona. Estaban
reivindicando el derecho de posesión sobre una persona. Equiparan a la
mujer como una posesión más, ya sea un par de mulos, unas cuantas cabras o una piara de cerdos:
una posesión más a heredar por parte del varón. Jesús lo contesta colocando a
la mujer y esposa en el puesto correspondiente después de la muerte, un puesto
sublime: «Serán como ángeles». Y por
otro lado Jesucristo pone en evidencia la escasez de la auténtica
espiritualidad de estos saduceos y nos ofrece una importante catequesis para
los presentes. Cada vez que decimos que Jesucristo esté en el centro del matrimonio estamos
diciendo que el esposo amando a la
esposa está amando a Cristo y la esposa amando al esposo está amando a Cristo
y amando con el amor intenso de Cristo se van santificando en esa vocación dada
por Dios. La otra persona es un medio que Dios me pone para que yo me vaya
acercando, día a día y jornada tras jornada, más a Él. Con Cristo en medio nos
va purificando en el amor y, como si se tratase de una máquina de diálisis – de
esas de los hospitales para purificar/filtrar la sangre cuando los riñones
están enfermos- nos va filtrando las impurezas que tenemos en el alma, entre ellas la soberbia, para que
andando por las sendas del Evangelio podemos reunirnos con Él en la Gloria del
Padre Eterno.
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