domingo, 22 de diciembre de 2013

Homilía del Domingo Cuarto de Adviento, ciclo a



Domingo Cuarto de Adviento, ciclo a

            Estamos inmersos en una sociedad tan pluralizada y en los que los puntos de vista y las opiniones son tan dispares como la gente misma que llega a ser lógico el preguntarse si uno puede llegar a mejorar –aunque sea un poquito- este mundo.
            El Papa Francisco, en no pocas ocasiones, nos ha invitado a reflexionar sobre nuestra coherencia como cristianos y sobre si el testimonio de vida que damos refleja verdaderamente nuestra fe. Porque puede sucedernos que digamos que tenemos fe pero se encuentre vacía, siendo únicamente una mera capa de barniz superficial que no permite que el amor de Dios cale en nosotros. Nosotros tenemos una grave responsabilidad: los demás podrán llegar a conocer a Cristo gracias a aquello que nosotros hagamos, digamos o en el modo de estar. A Dios no lo vemos pero podemos ayudar a los hermanos a descubrir su presencia  si con nuestra vida vamos marcando calidad en las relaciones personales y en las tareas –así como en los desafíos- que tengamos que afrontar. Es preciso apostar –sin reservas-entre la unidad de vida y la fe. Yo no puedo sostener que soy cristiano si tengo abandonado mi estudio y mi formación, ya que de este modo estoy siendo desagradecido a Aquel que me regaló los talentos y capacidades para sacarlos el máximo de partido. Nosotros, sin saberlo ni pretenderlo, estamos siendo observados por mucha gente ya que esperan encontrar en nosotros puntos de referencia para poder elevar el nivel de calidad en el amor en su vida. Nosotros no podemos confundirnos con la masa de personas ni tampoco vivir nuestro ser seguidor de Cristo de un modo laso y descafeinado. Esto no calienta corazones. Esto aleja a las personas de Jesucristo.
            Si como dice San Pablo nuestra misión es hacer que todos los gentiles respondan a la fe, ¿cómo estoy siendo yo estímulo para ellos en esta respuesta? Para empezar a cambiar el mundo y a trasformarlo… para empezar a cambiar mi propia realidad personal –desintoxicarme de la mundanidadpara cristianizar los diversos planos de mi existencia.  El problema radica en cómo detectar los diversos apartados mundanos que residen en mi existencia. ¿Existe algún tipo de contraste que en contacto con algo mundano se torne en un color llamativo y así detectarlo y tratarlo de eliminar? La humildad y el reconocimiento del propio pecado nos ayuda a poder realizar un análisis de cómo podemos andar de contaminados de mundanidad.
            Dense cuenta que, tal y como dice San Pablo a la comunidad de los romanos, ha sido escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Y todo encuentro con Dios pasa por reconocernos criaturas, y criaturas débiles y pecadoras. Nos debemos de descalzar ante la presencia divina ya que todo lo que tenemos no nos pertenece. Para poder anunciar a Cristo resucitado debemos de empezar por convertirnos cada cual de su mala vida, y en el sacramento de la reconciliación tenemos una oportunidad magnífica de encontrarnos con Dios, de poder recomenzar, de salir renovados con la certeza de saberse querido por Dios.
            Muchos cristianos que están empezando a descubrir la importante novedad que Cristo les va aportando en su vida se desaniman cuando en sus grupos o en sus círculos de relaciones se manifiestan opiniones que difieren de la nuestra y  nos empezamos a sentir como ‘bichos raros’ en medio de tan impresionante selva de pecado. Seremos un auténtico ejemplo del gozo de ser cristianos cuando pasemos de las palabras a los hechos, de estar escuchando de todo a escoger nuestras conversaciones; de creer que todo vale a ser prudente en las decisiones que uno adopta evitando siempre las ocasiones de pecado. Es cierto que cada cual, a partir de su propio estado de vida o vocación, tiene sus puntos débiles. Por cierto el Demonio los conoce y muy bien.
            Como dice el Papa Francisco: «Un cristiano no puede ser jamás un ser triste: la alegría nace de haber encontrado a Jesús». Por eso nuestra actitud debe de ser positiva, de derribar tópicos y clichés con una sonrisa y muchas ganas de ser fermento en la masa y trasformar el mundo empezando por nosotros mismos. Sólo así podremos acoger a Cristo que viene.

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