Domingo Cuarto de Adviento, ciclo a
Estamos
inmersos en una sociedad tan pluralizada y en los que los puntos de vista y las
opiniones son tan dispares como la gente misma que llega a ser lógico el
preguntarse si uno puede llegar a mejorar –aunque sea un poquito- este mundo.
El
Papa Francisco, en no pocas ocasiones, nos ha invitado a reflexionar sobre
nuestra coherencia como cristianos y sobre si el testimonio de vida que damos
refleja verdaderamente nuestra fe. Porque puede sucedernos que digamos que tenemos
fe pero se encuentre vacía, siendo únicamente una mera capa de barniz
superficial que no permite que el amor de Dios cale en nosotros. Nosotros
tenemos una grave responsabilidad: los demás podrán llegar a conocer a Cristo
gracias a aquello que nosotros hagamos, digamos o en el modo de estar. A Dios
no lo vemos pero podemos ayudar a los hermanos a descubrir su presencia si con nuestra vida vamos marcando calidad en
las relaciones personales y en las tareas –así como en los desafíos- que
tengamos que afrontar. Es preciso apostar –sin reservas-entre la unidad de vida
y la fe. Yo no puedo sostener que soy cristiano si tengo abandonado mi estudio
y mi formación, ya que de este modo estoy siendo desagradecido a Aquel que me
regaló los talentos y capacidades para sacarlos el máximo de partido. Nosotros,
sin saberlo ni pretenderlo, estamos siendo observados por mucha gente ya que
esperan encontrar en nosotros puntos de referencia para poder elevar el nivel
de calidad en el amor en su vida. Nosotros no podemos confundirnos con la masa
de personas ni tampoco vivir nuestro ser seguidor de Cristo de un modo laso y
descafeinado. Esto no calienta corazones. Esto aleja a las personas de
Jesucristo.
Si
como dice San Pablo nuestra misión es hacer que todos los gentiles respondan a
la fe, ¿cómo estoy siendo yo estímulo para ellos en esta respuesta? Para
empezar a cambiar el mundo y a trasformarlo… para empezar a cambiar mi propia
realidad personal –desintoxicarme de la
mundanidad – para cristianizar
los diversos planos de mi existencia. El
problema radica en cómo detectar los diversos apartados mundanos que residen en
mi existencia. ¿Existe algún tipo de contraste que en contacto con algo mundano
se torne en un color llamativo y así detectarlo y tratarlo de eliminar? La
humildad y el reconocimiento del propio pecado nos ayuda a poder realizar un
análisis de cómo podemos andar de contaminados de mundanidad.
Dense
cuenta que, tal y como dice San Pablo a la comunidad de los romanos, ha sido
escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Y todo encuentro con Dios pasa por
reconocernos criaturas, y criaturas débiles y pecadoras. Nos debemos de
descalzar ante la presencia divina ya que todo lo que tenemos no nos pertenece.
Para poder anunciar a Cristo resucitado debemos de empezar por convertirnos cada cual de su mala vida, y en el sacramento de
la reconciliación tenemos una oportunidad magnífica de encontrarnos con Dios,
de poder recomenzar, de salir renovados con la certeza de saberse querido por
Dios.
Muchos
cristianos que están empezando a descubrir la importante novedad que Cristo les
va aportando en su vida se desaniman cuando en sus grupos o en sus círculos de
relaciones se manifiestan opiniones que difieren de la nuestra y nos empezamos a sentir como ‘bichos raros’ en
medio de tan impresionante selva de pecado. Seremos un auténtico ejemplo del
gozo de ser cristianos cuando pasemos de las palabras a los hechos, de estar
escuchando de todo a escoger nuestras conversaciones; de creer que todo vale a
ser prudente en las decisiones que uno adopta evitando siempre las ocasiones de
pecado. Es cierto que cada cual, a partir de su propio estado de vida o
vocación, tiene sus puntos débiles. Por cierto el Demonio los conoce y muy
bien.
Como
dice el Papa Francisco: «Un cristiano no puede ser jamás un ser triste: la
alegría nace de haber encontrado a Jesús». Por eso nuestra actitud debe de ser
positiva, de derribar tópicos y clichés con una sonrisa y muchas ganas de ser
fermento en la masa y trasformar el mundo empezando por nosotros mismos. Sólo
así podremos acoger a Cristo que viene.
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