EN EL SEMINARIO MENOR DIOCESANO
"SAN JUAN DE ÁVILA" DE PALENCIA (ESPAÑA-SPAIN)
Los principales efectos del matrimonio son.[1]
. Una mayor gracia santificante cuando se recibe en estado de gracia. Antes del matrimonio es necesario recibir el sacramento de la Confesión cuando uno tiene pecados mortales.
. Una unión indisoluble del matrimonio. Un matrimonio ratificado y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano o por otra razón que no sea la muerte. La unión que es irrevocable origina una garantía del contrato por la fidelidad de Dios.[2]
56. ¿Hay alguna gracia especial que se adquiera con el sacramento del Matrimonio? ¿Cuáles son los efectos de esa gracia?
Hay una gracia especial del matrimonio que da al esposo y a la esposa poder sobrenatural para:[3]
. Ayudarse mutuamente a obtener la santidad en su vida matrimonial y procrear y educar a sus hijos.[4]
. Ser fieles mientras vivan.
. Cumplir con sus derechos y obligaciones matrimoniales.
. Soportar las faltas y defectos de la pareja, hasta la muerte.
. Perfeccionar el amor de uno por el otro. Es un amor eminentemente humano, porque está dirigido de una persona a otra a través de un acto de la voluntad. Comprende el bien de la persona total... Este amor, que fusiona lo humano con lo divino, conduce a los esposos a entregarse libre y mutuamente... Es un amor que comprende la entrega total de la persona. En este regalo se incluye la sexualidad total con su apertura a la transmisión de la vida.[5]
16. ¿Cuál es el concepto Católico del Matrimonio? ¿Es siempre un sacramento?
El matrimonio está formado por la alianza por la cual el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole.[2] Para una pareja bautizada, este contrato ha sido elevado por Cristo a la dignidad de Sacramento.[3]
17. ¿Qué quiere decir alianza matrimonial?
Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas[4] que precede al banquete de bodas, la Eucaristía.[5]
Alianza o Contrato en el Antiguo Testamento se refiere a las promesas y acuerdos que Dios hizo principalmente a Abraham y a Moisés. Como el matrimonio es también un acuerdo que los esposos hacen con Dios para establecer una convivencia para toda la vida, no hay mejor palabra para definirlo.
El modelo para el santo contrato del matrimonio es la unión de Cristo y su Iglesia: un amor mutuo donde el esposo y la esposa están preparados para sacrificarse uno por el otro como Jesucristo se sacrificó por la Iglesia y como la Iglesia se sacrifica por ella misma para atraer las almas hacia El.[6]
18. ¿Es el contrato matrimonial cristiano diferente al civil?
El contrato matrimonial es diferente de cualquier contrato matrimonial civil. Este convenio no puede ser alterado o rescindido a voluntad por las dos partes contrayentes. Siempre hay una tercera parte involucrada, el autor del contrato, el propio Dios.[7]
Los contratos establecidos por acuerdo común de dos partes pueden ser alterados o rescindidos cuando ambas partes estén de acuerdo. Pero en el matrimonio hay tres participantes, y el tercer participante es el que decide absolutamente.[8] Cristo dijo: Lo que Dios ha unido el hombre no debe separarlo[9] y el que despide a su mujer, fuera del caso de infidelidad, y se casa con otra, es adúltero; y el que se casa con la divorciada es adúltero también.[10]
19. ¿Por qué la Iglesia Católica prescribe unas leyes que gobiernan el matrimonio?
La Iglesia Católica tiene el derecho de establecer leyes respecto a la validez del matrimonio porque para los católicos, el matrimonio es un convenio, pero también un sacramento. Y sólo la Iglesia Católica tiene la jurisdicción sobre los matrimonios, dejando a la competencia de la autoridad civil lo referente a los efectos meramente civiles. Nadie más tiene el poder o la autoridad para cambiar las leyes eclesiásticas.
20. ¿Cómo y dónde se celebra el matrimonio?
En el rito latino, la celebración del Matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que tienen todos los sacramentos con el misterio Pascual de Cristo.[11] (...) Es, pues, conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la Eucaristía, para que comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo, "formen un solo cuerpo"[12] en Cristo.[13]
21. ¿Qué disposición interior deben tener los que contraen matrimonio?
En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del matrimonio... debe ser por sí misma válida, digna y fructuosa.[14] Por tanto, conviene que los futuros esposos se dispongan a la celebración de su matrimonio recibiendo el sacramento de la Penitencia.[15]
22. ¿Cuál es el elemento indispensable que "hace" el matrimonio?
La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio".[16] Si el consenti-miento falta no hay matrimonio.[17]
23. ¿En qué consiste el consentimiento?
El consentimiento consiste en un "acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente":[18] "Yo te recibo como esposa"— "Yo te recibo como esposo". Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne".[19]
El consentimiento matrimonial define y hace estable el bien que es común al matrimonio y a la familia.[20] (...) Las palabras del consentimiento expresan, pues, lo que constituye el bien común de los esposos e indican lo que debe ser el bien común de la futura familia. Para ponerlo de manifiesto la Iglesia les pregunta si están dispuestos a recibir y educar cristianamente a los hijos que Dios les conceda.[21]
24. ¿Quién está capacitado para casarse?
El consentimiento debe ser un acto libre de la voluntad de cada una de las partes contrayentes, sin coerción y sin que surja temor grave por circunstancias externas. Ser libre significa:
No estar actuando bajo presión.
Sin impedimento de la ley natural o elcesiástica.[22]
Sólo aquellos que son capaces de dar consentimiento matrimonial válido pueden casarse: El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes, legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles.[23]
Lecciones |
Prepararse para un matrimonio feliz es:
Buscar la compañía de personas sanas que compartan la fe y la moral católicas. En esta atmósfera de amistad sana, probablemente se encuentra el futuro cónyuge. Conviene buscar a una persona que sea católica en hechos y en verdad; que sea seria en cuanto a formar una buena familia y un hogar cristiano; responsable y que valore el trabajo; sincera y honesta; casta y que se preocupe por vivir la pureza.
Empezar a la edad adecuada. Es peligroso formalizar relaciones serias o compromisos demasiado pronto. Las relaciones que conducen al matrimonio requieren madurez: un grado de desarrollo mental y emocional. Los jóvenes que formalizan relaciones muy pronto pueden no comprender la dignidad, belleza, seriedad y desinterés del matrimonio. Cuando el noviazgo ha empezado a la edad adecuada, también existe el peligro de prolongarlo demasiado. Nuestra experiencia cultural nos ha enseñado que iniciar un noviazgo a temprana edad o "estar comprometidos" por mucho tiempo son invitaciones a la tentación y pueden prestarse a relaciones sexuales prematrimoniales, que destruyen el amor.
Buscar el consejo de los padres y del confesor o director espiritual. Ellos tienen la experiencia, así como la gracia de estado para ver la voluntad de Dios en tu vida. La decisión es, siempre, personal, pero es absurdo no pedir consejo en asunto de tanta importancia.
Estudiar y comprender el concepto adecuado del matrimonio. Preocuparse por adquirir una conciencia bien formada. Al igual que en el caso de otras vocaciones y profesiones, el matrimonio requiere de conocimientos especiales. Conviene pedir al sacerdote instrucción sobre el matrimonio. Pedirle que nos recomiende libros adecuados y documentos de la Iglesia sobre la naturaleza y los propósitos del matrimonio.
Casarse no sólo por la propia felicidad sino por la felicidad del cónyuge y de los hijos. La felicidad verdadera les llega a los que son generosos. Ellos quieren dar sin esperar nada a cambio. Se sacrifican ellos mismos en cualquier aspecto por las personas que aman y de quienes son responsables. Amar significa dar y sacrificarse, sin pensar en uno mismo o en su propio bienestar.
Tener la intención correcta. El objetivo del matrimonio también es crear un hogar cristiano, es decir, tener hijos, educarlos en la fe cristiana y conducirlos al cielo.
Tener seria intención de contraer matrimonio válido.Es necesario recordar que sólo existirá una unión total cuando la persona está casada de acuerdo con las leyes de la Iglesia. Las relaciones sexuales deben reservarse para el matrimonio. Las condiciones y gracias adecuadas para empezar una familia sólo se encuentran en el matrimonio. Ceder a la tentación antes del matrimonio indica egoísmo, el cual es un detrimento serio para un futuro matrimonio. Además, ceder a la tentación oscurece el enlace de unidad que debe provenir del acto marital. Cuando se tienen relaciones sexuales prematrimoniales se corre el peligro de tener solo un "amorío" y elegir el compañero equivocado para el matrimonio.
Ser comprensivo, Hay que ponerse en los zapatos de la pareja. Conviene ser positivos y ponerse de acuerdo en las opiniones.
Vivir una buena vida católica. Se necesita la gracia de Dios como base para el futuro matrimonio. Conviene participar en la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión todos los domingos y lo más frecuentemente posible. También confesarse con regularidad.
Rezar juntos por un matrimonio santo y feliz. Al final de la vida Dios mismo pondrá en la balanza la forma en que se ha vivido la vida matrimonial. Hay que considerar el matrimonio a la luz de la eternidad del juicio de Dios y buscar su ayuda cuando se responde a esta vocación. Encomendarse particularmente a la Santísima Virgen María y a San José, quienes formaron la Sagrada Familia con Jesús, nuestro Salvador.
8. ¿Cuáles son las manifestaciones naturales del amor durante el noviazgo?
El noviazgo es el tiempo en el que se aprende si un hombre y una mujer están preparados para el matrimonio. Las manifestaciones de amor y afecto durante el noviazgo son puras, sinceras y alegres cuando hay respeto mutuo, comprensión y renunciación. Esto no quiere decir que no habrá tensiones y desacuerdos. De hecho, la forma en que éstos se resuelven pueden indicar si hay capacidad para hacer sacrificios.
El amor se demuestra básicamente en el esfuerzo por negarse a uno mismo para buscar el bien de la persona amada. Pedir pruebas de afecto específico para "demostrar" si hay amor, es egoísmo que demuestra que el amor no es sincero y alegre. En tal caso, nunca se comprenderá la dignidad del matrimonio.
Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia (...). Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestraciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en castidad.[13]
Si se tienen dudas específicas sobre las manifestaciones de afecto entre los novios (besos, abrazos, etc.) será conveniente consultarlo con el confesor y lograr así una formación de la conciencia.
9. ¿Qué es lo que hace el amor humano puro, sincero y alegre?
Vivir la santa pureza durante el noviazgo tiene como efecto una profunda alegría y es la prueba de carácter, necesaria para un matrimonio feliz. El matrimonio es sagrado; por tanto, la preparación que lo precede debe ser pura.
Nada que se oponga a la ley de Dios puede ser natural. Quien no practique la pureza no puede desarrollar adecuadamente el amor y el respeto, pues las cualidades del amor verdadero se fincan en un corazón puro.
Mientras transcurre esa etapa, un hombre y una mujer deben tener presente el designio de Dios para demnostrarse el afecto que se profesan entre sí. El noviazgo no puede ser simplemente una aventura de amor romántico en la cual se deja a un lado la pureza sexual. La castidad es una preparación para el matrimonio porque un hombre y una mujer, que tratan de vivir en la pureza, adquieren un amor puro, sincero y alegre. Se garantiza que realmente se está buscando el bienestar de la otra persona.
Cuando el amor es degradado, se convierte en una pasión sensual impura. Deja de ser amor y se convierte en placer egoísta por medio del cual una persona usa a otra. Este amor impuro obviamente no puede ser sincero y verdadero.
10. ¿Por qué la práctica de la virtud de la castidad es una afirmación alegre de nuestro verdadero amor por Dios?
La práctica de la virtud de la castidad es una afirmación alegre de nuestro verdadero amor por Dios porque:
- Es la forma más importante de glorificarlo al compartir su poder creativo divino de acuerdo a Su Voluntad.
- Cuando practicamos la castidad, somos más imagen y semejanza de Dios.[14]
- Nos permite sentir la mano paternal de Dios en nuestra vida.
- Es un signo de que somos hijos de Dios.
- Cuidamos el curpo como Templo que es del Espíritu Santo.
- Nos da la libertad para servir a otros.
Castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y la mujer.
La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integridad del don.[15]
11. Si el amor verdadero es darse uno mismo, ¿Podemos decir que el amor verdadero está principalmente en la voluntad? ¿No está determinado por los sentimientos? ¿Es ciego el amor?
Algunas personas afirman que estar enamorado es todo lo que importa y que justifica cualquier cosa. Sin embargo, construir el amor en afectos que hacen que uno viole la ley de Dios pone en peligro la esencia de cualquier relación.
Lo que parece amor, con frecuencia no alcanza al verdadero significado del amor. El amor no es simplemente una atracción mutua y emocional, ni sólo un producto de nuestros sentimientos. El amor es más. Es darse uno mismo personalmente y ser espiritualmente uno con la persona amada. Por esto, se necesita la voluntad para amar.
El amor verdadero se demuestra en los hechos y no sólo en el afecto, promesas o palabras dulces. El verdadero amor humano se basa en el amor de Dios que implica el deseo de cumplir sus Mandamientos.[16]
¿Cómo puede este amor generoso crecer y ser la base para un futuro matrimonio? Por supuesto que no puede ser sólo producto de las emociones o sentimientos de la persona —llamado amor ciego—, el cual es un impulso ciego de pasiones. Tiene que ser un amor espiritual probado y demostrado, en el cual se unen las mentes.
Las pasiones no controladas pueden conducir fácilmente a la lujuria y a la impureza. La impureza nunca trae la verdadera felicidad. Crea un amor sensual que buscará otros compañeros sensuales en el futuro. Mina a la unión espiritual necesaria en el matrimonio y lo convierte simplemente en coincidencia accidental de deseos.
Por otro lado, cuando el amor se basa en la razón, se aprende a aceptar y hasta a amar los defectos del futuro cónyuge, ayudando a la persona amada a corregirlos. El amor generoso da motivos para la unidad, que siempre pesa más que cualquier motivo para la división.
12. ¿Necesita el amor de las relaciones sexuales antes del matrimonio?
Hay un tiempo y un lugar para cada cosa. Para el sexo, el tiempo y el lugar es dentro del matrimonio, el cual da la gracia a los esposos para amarse en caridad cristiana.
Durante "el compromiso", se da una revelación gradual de la verdadera persona para con el otro. Sólo dentro del matrimonio alcanza la sexualidad humana su sentido completo y la perfección que sirve como vehículo para un amor mutuo, exclusivo, permanente y de entrega entre un hombre y una mujer. El sexo no puede ser una manifestación de amor si viola el plan de Dios. Las parejas que se acercan a la Iglesia para solicitar el sacramento del Matrimonio están rechazando muchas de las nociones limitadas de la sociedad sobre la sexualidad.
Cuando una sociedad permite que el comportamiento sexual rompa sus ataduras en el amor humano y en el matrimonio; cuando trata al sexo como un mecanismo de placer personal, ésta fomenta una mentalidad destructiva y disminuye el valor del compromiso personal y de la propia vida humana.[17]
13. ¿Cuál es el plan de Dios para el sexo? ¿Cuáles son las diferencias básicas entre sexo y amor?
El propósito del sexo es la procreación y la unión conyugal entre esposo y esposa. Entre la importancia unificadora y la procreadora del acto matrimonial hay una conexión inseparable, establecida por Dios, que el hombre no puede romper por su propia iniciativa.
El acto marital al mismo tiempo une al esposo y a la esposa en la más estrecha intimidad y, juntos, los hace capaces de generar nueva vida. Esta unión fomenta la entrega mutua de los esposos. Por medio de esta entrega recíproca que es propia y exclusiva de ellos, el esposo y la esposa tienden hacia esa comunión de sus seres, donde se ayudan uno al otro para llegar a la perfección y así colaborar con Dios al engendrar y crear nuevos seres.[18]
La Iglesia enseña que esos dos aspectos de las relaciones maritales —el fortalecimiento de la unidad interpersonal entre los esposos y la procreación de la nueva vida— son dos bienes inseparables. Son inseparables, no en el sentido de que deben lograrse ambos en cada acto de la intimidad conyugal, sino en el sentido de que uno no puede deliberadamente actuar contra cualesquiera de estos bienes en un acto marital.[19]
Por estos motivos, el sexo sin matrimonio va contra el plan que Dios puso desde el principio, Sólo en el matrimonio el esposo y la esposa tienen las condiciones y la gracia necesarias para empezar una familia.
La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte.[20]
La entrega física total sería una mentira si no fuera un signo y el fruto de una entrega personal total en la cual está presente toda la persona, incluyendo la dimensión temporal: si la persona retuviera algo, o se reservara la posibilidad de decidir otra cosa en el futuro, por este solo hecho, él o ella no se darían totalmente.
Las relaciones sexuales fuera del matrimonio demuestran el egoísmo contrario al plan de Dios. El sexo se ve, no como la entrega de una persona, exclusivamente y para siempre al otro, sino como la satisfacción de una urgencia o necesidad momentáneas, no más significativo ni más importante que la misma urgencia o la necesidad. Esto es, obviamente, incorrecto. Sin embargo, el acto sexual entre esposo y esposa, cuando se hace de acuerdo con el plan de Dios, es sagrado. Usado correctamente, el sexo se convierte en una afirmación jubilosa del verdadero amor entre esposo y esposa.
14. ¿Por qué el placer del sexo antes del matrimonio conduce a una frustración egoísta que destruye al verdadero amor? ¿Cuándo son las expresiones del afecto una manifestación de amor?
Cuando es impuro, el amor es sofocante, ciego y dudoso: ¿Realmente me amas? o ¿Me estás usando? ¿En realidad ves mi verdadero yo o sólo el placer que obtienes de mi? Estas preguntas revelan un amor que ya ha empezado con el pie izquierdo. La respuesta es obvia. La falta contra la pureza se centra en uno mismo y en una búsqueda de placer sin compromiso ni responsabilidad. El amor que existió al principio puede convertirse en amargura y sentimiento de culpa. La unión de amor y compromiso, que debió haberse contruído, ahora está roto.
Durante el noviazgo, un cristiano se comporta con moderación y dignidad, poniendo un alto precio por sí mismo: el precio que Cristo pagó por cada persona con su propia sangre redentora.
¿Queremos una prueba de amor verdadero y serio? La mejor prueba es la pureza heróica durante el noviazgo, mientras se está conociendo y evaluando al posible compañero. Las muestras de afecto entre las personas no casadas son correctas y buenas cuando están de acuerdo con las demandas de modestia y son signos verdaderos de amor puro. No deben ser acciones que despierten pasiones.
Un hombre y una mujer que se aman y que dicen no a sus pasiones, reservándose para el matrimonio, se están diciendo uno al otro: Ves cómo te quiero realmente. Deseo honrarte y respetarse. Quiero demostrarte que te pertenezco. Un compromiso valiente entre la pareja es un compromiso que Dios ayuda y bendice con su propio amor. Si lo pueden tomar en serio, pueden pensar: Nos respetaremos y honraremos uno al otro. Ella será mi esposa, la madre de mis hijos; él será mi esposo, el padre de mis hijos.
Un director espiritual personal y el sacramento de la Confesión pueden ayudar a los que tienen dudas sobre su comportamiento concreto en el noviazgo. Dios conoce las debilidades humanas y las presiones de la cultura moderna. Además, un signo de madurez y de preocupación por el futuro cónyuge es admitir las debilidades y buscar el perdón y el consejo para poder superarlas.
15. ¿Cuáles son los valores y las virtudes cristianos que deben adoptarse durante el noviazgo? ¿Cómo puede desarrollarse la vida espiritual y qué medios sobrenaturales deben aplicarse?
Aparte de las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad— y de las virtudes morales infusas (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) hay virtudes humanas. Estas desarrollan la personalidad de cada individuo. Junto con la pureza, éstas ayudan a poner los cimientos sobre los cuales se construyen las virtudes sobrenaturales. El matrimonio perfeccionará la vida de los esposos, si ellos saben cómo desarrollar las virtudes cristianas desde el principio de cualquier relación afectiva. Cada una de estas virtudes está potencialmente dentro de todas las personas llamadas al matrimonio.
Algunas de las virtudes humanas son:
Generosidad. Olvidarse de uno mismo. Buscar el bienestar, la felicidad y la vida espiritual del otro. Evitar el egoísmo y hacer cosas sólo en beneficio de uno mismo.
Modestia y decoro. Cuidar los sentidos. Comportarse correctamente para evitar las tentaciones o ser ocasión de pecado para otros. No hay que dejar que el ambiente ejerza una influencia equivocada.
Sinceridad. Ser sincero con uno mismo y con el otro. No tratar de justificar lo que es incorrecto. Llamar al pan pan y al vino vino.
Lealtad a los compromisos. Tener fe en la otra persona. Ser modelo de una relación cristiana. Evitar lo que nos avergonzaría ante Dios, los padres o la familia.
Hacer buen uso del tiempo. El ocio es la primera fuente de tentación y puede evitarse planeando y usando el tiempo que se pasa juntos sabiamente.
El principal desarrollo de la vida espiritual de los futuros esposos se basa en estar concientes que Dios está presidiendo sus corazones. El crecimiento y el progreso espiritual, para que sea eficaz, puede alcanzarse por medio de los siguientes medios sobrenaturales:
. Recibir los sacramentos: Confesión y Comunión.
. Orar: pedir las gracias necesarias para comportarse como un hijo de Dios.
. Renunciación especialmente a los sentidos y a la imaginación.
. Devoción a la Santísima Virgen María: Permíteme un consejo, para que lo pongas en práctica a diario. Cuando el corazón te haga notar sus bajas tendencias, reza despacio a la Virgen Inmaculada: "mírame con compasión, no me dejes Madre mía": y aconséjalo a otros.[21]
[13] Cf. C.C.C. 2350
[14] Cf. Juan Paulo II. M. D. (Boston, MA. St. Paul Book and Media, 1988), 14
[15] Cf. C.C.C. 2337
[16] Cf. Juan 15, 14-20
[17] Committee for Pro-life Activities, N.C.C.B., Julio 15, 1993
[18] Cf. C.C.C. 2360-2363 y Paulo VI. H. V. 15
[19] Cf. C.A.F. 12 y Committee for Pro-life Activities, N.C.C.B., julio 15, 1993
[20] Cf. C.C.C. 2361 y F.C. 11
[21] Josemaría Escrivá. Surco, (Editora de Revistas, México, 1987), n 849.
Abreviaciones:
C.A.F
Carta a las familias, Ediciones Paulinas, México 1994
C.C.C
Catecismo de la Iglesia Católica, Ronma, Librería Editrice Vaticana, 1992. .
C.I.C
Codex Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico) Ediciones Paulinas, México, 1983
D.E.
Directorio para el Ecumenismo, National Conference of Catholic Bishops (N.C.C.B)
(Conferencia Episcopal de los Estados Unidos), Origins vol 23, no. 9, julio 29, 1993
F.C.
Familiaris Consortio: El papel de la Familia en el Mundo Moderno. Juan Pablo II, Roma, Librería Editrice Vaticana, 1981
S.C.A.
Siga el Camino del Amor: Mensaje Pastoral para las Familias, N.C.C.B., Origins vol no. 25, 1993
G.S.
Gaudium et Spes, Concilio Vaticano II, 1985
G.E.
Gravissimum educationis, Concilio Vasticano II, 1965
H.V.
Humanae Vitae. Paulo VI. Librería Editrice Vaticana, 1968
L.G.
Lumen Gentium, Concilio Vaticano II, 1964
M.D.
Mulieris Dignitalis. Juan Pablo II. Roma, Librería Editrice Vaticana, 1988
N.C.C.B.
National Conference of Catholic Bishops of the United States (Conferencia Episcopal de los Obispos Católicos de Estados Unidos.
O.C.J.
One in Christ Jesus (Uno en Cristo Jesús): Toward a Pastoral Response to the Concerns of Women for Church and Society, por la N.C.C.B., Ad Hoc Committee for a Pastoral Response to Women"s Concerns, Origins vol 22; no. 29, 1993.
S.C.
Sacrosantum Concilium, Concilio Vaticano II, 1963
Lecciones |
El amor entre los futuros esposos empieza durante el noviazgo y poco a poco crece el conocimiento mutuo, de este conocimiento nace el amor.
3. ¿Qué es el amor conyugal?
Nuestra sociedad con frecuencia promociona la idea romántica del amor a primera vista en el cual el hombre y la mujer saben que están destinados a pasar sus vidas juntos. Pero Dios puede dar la vocación para el matrimonio en diferentes formas, por lo que no es conveniente decidir sobre el matrimonio a primera vista. La pareja debe dedicar tiempo para conocerse antes de tomar la decisión final.
El amor entre los futuros esposos empieza durante el noviazgo y se basa en una revelación gradual de uno al otro. Poco a poco crece el conocimiento mutuo y de este conocimiento nace el amor.
El conocimiento y el amor llegan a un punto en que están listos para un compromiso para toda la vida y culmina dándose completa y exclusivamente al otro en cuerpo y alma. Llegado ese tiempo es cuando se hace necesario el matrimonio, como entrega total de los esposos entre sí, según la ley de Dios. Como dijo Jesús a sus discípulos: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer y dijo "por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne"?[2]
El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona —reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad—; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; aexige la indisulobilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos.[3]
El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios[4] (...) La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres: "el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino".[5]
El matrimonio ideal requiere de ese tipo de amor de los esposos. Este amor genuino debe tener ciertas cualidades para que pueda ser una reflexión del amor de Dios y no una simple pasión pasajera. Este amor entre los esposos debe ser:
Humano: no proviene sólo de los sentidos; supera la simple efusión del instinto y la mera inclinación erótica. Abarca a la persona en su totalidad física, psíquica y espiritual. Debe estar trazado sobre el modelo sobrenatural, respetuoso de la dignidad personal del otro y es, por tanto, responsable. Incluye el deseo de sufrir por el otro, porque durante nuestro caminar terreno, el sufrimiento es la prueba de toque del amor.[6]
Total: Conduce a los esposos a compartir todo sin reservas o cálculos egoístas; abarca el bien de toda la persona e impregna toda la vida de los cónyuges. Es una forma única de amistad personal donde el esposo y la esposa generosamente comparten todo.
Fiel y exclusivo: como el amor de Dios del que es participación; hasta la muerte. La donación física propia del amor conyugal sería un engaño si no fuese signo y fruto de la donación personal total en la que se compromete incluso el futuro. Excluye el adulterio y el divorcio.
Fecundo: está destinado por su propia naturaleza a prolongarse en nuevas vidas y, por tanto, no se agota en los esposos, sino que encuentra su corona en los hijos.[7]
4. ¿De quién nos enamoramos? ¿Por qué hay tantos matrimonios infelices?
El aprendizaje del amor, enamorarse verdaderamente del futuro esposo o la futura esposa es una lección que debe aprenderse antes del matrimonio. En primer lugar, uno debe elegir primero al compañero adecuado; de otra forma el matrimonio será una fuente de dificultades.
Un buen cristiano debe evitar enamorarse de:
Los que ya están comprometidos;
Los que ya están casados;
Los que son sólo físicamente atractivos;
Los que son impuros o que tienen costumbres morales relajadas;
Los que han sido llamados por Dios para el celibato, pues también a ellos les demanda el corazón y el ser total de su persona.[8]
Los matrimonios infelices, con frecuencia, son debidos a que la preparación para elegir el compañero correcto fue inadecuada.
Puede ser útil hacer, en la presencia de Dios, un examen sobre si se ama verdaderamente a uno(a), considerando que los enemigos y amenazas del verdadero amor son: egoismo, hedonismo, materialismo, consumismo, la falta de madurez personal y las actividades profesionales demasiado absorbentes.
5. ¿Quién educa para un matrimonio cristiano?
La preparación remota para el matrimonio es impartida por los padres. Debe empezar en la niñez temprana, por medio de una educación familiar sabia y del buen ejemplo que conduce a los hijos a comprender el concepto correcto de una familia cristiana.
La mejor lección que un hijo debe recibir para que tenga un matrimonio feliz es el buen ejemplo de su propia familia. Esta educación temprana es la base sólida para las futuras familias. La educación gradual de los jóvenes, junto con la guía espiritual personal, desarrollará especialmente la virtud de la castidad y los capacitará para comprometerse en un matrimonio honorable.
El papel de los pastores y de la comunidad cristiana como "familia de Dios" es indispensable para la trasmisión de los valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia,[9] y esto con mayor razón en nuestra época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia de hogares rotos que ya no aseguran suficientemente esa iniciación.[10]
6. ¿Es el "compromiso formal" una etapa importante?
El noviazgo serio y formal es una etapa importante. Los futuros esposos, durante ese período, deben discutir y ponerse de acuerdo en ciertos aspectos de fondo. De otro modo, es fácil dejarse llevar por un amor emocional sin ninguna dirección. Nosotros los cristianos tenemos la ley de Dios como guía.
Con una actitud cristiana, el noviazgo se convierte en:
. Un viaje de esperanza por medio del cual cada uno aprende a respetar al otro; un respeto basado en el hecho de que el hombre y la mujer son hijos de Dios y que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo.
. Una escuela de amor donde un hombre y una mujer, mientras se están conociendo, también aprenden que la base principal de un matrimonio feliz es la generosidad del sacrificio propio para con el otro y para con Dios.
. Un aprendizaje de la fidelidad que les permitirá perseverar fielmente en su futuro matrimonio.[11]
El noviazgo debe ser un tiempo para crecer en el afecto y para conocerse mejor. Como en todas las escuelas del amor; debe ser inspirado no por un deseo de recibir, sino por un espíritu de dar, comprender, respetar y de consideración amable.[12]
I. Matrimonio en el plan de Dios Lecciones |
1. ¿Qué es el matrimonio? ¿De dónde proviene?
La familia arranca de la comunión conyugal que el Concilio Vaticano II califica como "alianza", por la que el hombre y la mujer "se entregan y aceptan mutuamente".[2]
El Matrimonio es la alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole.[3]
La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de las manos del Creador. El matrimonio no es una institución meramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. (...) existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial.[4]
La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar.[5]
El matrimonio, el matrimonio sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y custodiado solamente por el amor, aquel amor que es "derramado" en nuestros corazones "por el Espíritu Santo que nos ha sido dado."[6] (...) Esta "fuerza del hombre interior" es necesaria en la vida familiar, especialmente en sus momentos críticos, es decir, cuando el amor —manifestado en el rito litúrgico del consentimiento matrimonial con las palabras: "Prometo serte fiel... todos los días de mi vida"— está llamado a superar una difícil prueba.[7]
El Matrimonio cristiano es pues el sacramento por el cual un hombre y una mujer firman un pacto sagrado. Como Cristo instituyó este sacramento, El también les da al hombre y a la mujer una vocación para el matrimonio. Por eso en el pacto intervienen no sólo un hombre y una mujer, sino también Cristo.
Así como los que son llamados al sacerdocio o a una vocación religiosa dedican gran parte de su tiempo a la oración y a la preparación, los llamados al matrimonio también deben dedicar tiempo a la oración, preparándose para recibir este sacramento.
Estar concientes de que el matrimonio es una vocación (llamada) a la santidad para la cual Cristo nos llama y, por tanto, buscar ser fieles a este llamado, es encontrar la clave para un matrimonio feliz. En la unión del matrimonio, Cristo da al esposo y a la esposa la gracia sacramental necesaria para realizar sus deberes maritales.[8]
Al venir a restablecer el orden inicial de la creación alterado por el pecado, el propio Jesús le ha dado a la gente la fuerza y la gracia necesarias para vivir su matrimonio en la nueva dimensión del reino de Dios. Al seguir a Cristo, negándose a ellos mismos, y cargando sus cruces, los esposos podrán, con la ayuda de Cristo, aceptar[9] y vivir el significado original del matrimonio.[10]
Al establecer el matrimonio como una vocación en la vida, Dios le dió las características que permiten al amor humano alcanzar su perfección y que la vida familiar sea plena y fructífera. Por su propia naturaleza, la sociedad que se establece se orienta hacia el bien de la pareja y de los hijos que ésta traiga al mundo.[11] Fuera del matrimonio, o sin una realización adecuada de su naturaleza, no existen las condiciones adecuadas para que el amor humano fructifique ni para que la vida familiar sea exitosa.
Queda pues claro que el matrimonio no fue inventado por el hombre. El propio Dios lo estableció cuando creó a nuestros primeros padres en el paraíso terrenal. Desde el principio, el matrimonio ha sido mucho mas que una institución humana. Es una institución sabia de Dios para realizar en la humanidad su designio de amor. La sociedad íntima de la vida y amor en el matrimonio ha sido establecida por el Creador y dotada de sus propias leyes. Dios Mismo es el autor del matrimonio.[12]
2. ¿A qué nos referimos cuando decimos que el Matrimonio fue elevado por Cristo a Sacramento?
Para los cristianos, Cristo elevó esta unión de esposo y esposa a la dignidad de sacramento. Se convirtió en un pacto sagrado, una imagen de la unión de Cristo y de su Iglesia y una fuente de gracia especial. San Pablo escribió: Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla...[13]
Nuestro modelo para el matrimonio no puede basarse en imágenes propagadas por la sociedad, sino en Cristo, su Iglesia y la Sagrada Familia.
El verdadero significado del matrimonio sólo puede provenir de Jesucristo a través de la Iglesia. El matrimonio requiere de un conocimiento básico de la fe cristiana y de la verdadera naturaleza del sacramento del Matrimonio.
Por tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento.[14]
Un matrimonio, contraído válidamente entre personas bautizadas, siempre es un sacramento de Cristo y de su Iglesia.[15] Por la gracia del Sacramento del matrimonio cristiano, los esposos están unidos el uno al otro en la forma más profunda e indisoluble. La pertenencia de uno al otro es la representación real, por medio del signo sacramental, de la propia relación de Cristo con la Iglesia.[16]
[1] Mateo 19, 4-6
[2] C.A.F. 7 y GS 48
[3] C.I.C. 1055,1
[4] C.C.C. 1603
[5] ibid. y GS 47, 1
[6] Rom. 5,5
[7] C.A.F. 7
[8] Cf. Mateo 19, 10
[9] Cf. Mateo 19, 11
[10] Cf. C.C.C. 1615
[11] Cf. C.I.C. 1055.1 y C.C.C. 1601, 1660
[12] Cf. C.C.C. 1603; G.S. 48 y H.V. 8
[13] Efesios 5, 25
[14] C.I.C. 1055.2
[15] Cf. C.I.C. 1055.2 y C.C.C. 1617
[16] Cf. C.C.C. 1617 y F.C. 13
Abreviaciones:
C.A.F
Carta a las familias, Ediciones Paulinas, México 1994
C.C.C
Catecismo de la Iglesia Católica, Ronma, Librería Editrice Vaticana, 1992. .
C.I.C
Codex Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico) Ediciones Paulinas, México, 1983
D.E.
Directorio para el Ecumenismo, National Conference of Catholic Bishops (N.C.C.B)
(Conferencia Episcopal de los Estados Unidos), Origins vol 23, no. 9, julio 29, 1993
F.C.
Familiaris Consortio: El papel de la Familia en el Mundo Moderno. Juan Pablo II, Roma, Librería Editrice Vaticana, 1981
S.C.A.
Siga el Camino del Amor: Mensaje Pastoral para las Familias, N.C.C.B., Origins vol no. 25, 1993
G.S.
Gaudium et Spes, Concilio Vaticano II, 1985
G.E.
Gravissimum educationis, Concilio Vasticano II, 1965
H.V.
Humanae Vitae. Paulo VI. Librería Editrice Vaticana, 1968
L.G.
Lumen Gentium, Concilio Vaticano II, 1964
M.D.
Mulieris Dignitalis. Juan Pablo II. Roma, Librería Editrice Vaticana, 1988
N.C.C.B.
National Conference of Catholic Bishops of the United States (Conferencia Episcopal de los Obispos Católicos de Estados Unidos.
O.C.J.
One in Christ Jesus (Uno en Cristo Jesús): Toward a Pastoral Response to the Concerns of Women for Church and Society, por la N.C.C.B., Ad Hoc Committee for a Pastoral Response to Women"s Concerns, Origins vol 22; no. 29, 1993.
S.C.
Sacrosantum Concilium, Concilio Vaticano II, 1963
Con el lema “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1 Sm 3, 10) el pasado sábado 22 de mayo acogió el Seminario Menor Diocesano el encuentro de monaguillos. En una jornada festiva se congregaron 21 monaguillos de edades comprendidas de
Estas preguntas-respuestas han sido obtenidas del libro:
Tus preguntas y las respuestas sobre Amor y Sexo
Autora: Mary Beth Bonacci
Ediciones: Palabra. Madrid 2002
A muchas personas les gusta la idea de que se forme un vínculo afectivo fuerte con su pareja, porque piensan que es justo lo que necesitan. Están seguros de que terminarán casándose, pero primero tienen que vivir cada uno en una ciudad —por su trabajo o sus estudios—, o conseguir un trabajo estable y ganar suficiente dinero.., así que se les ocurre que ese “vínculo” vendrá muy bien para asegurar que la relación no se enfríe. Luego, cuando ya tengan cada uno un buen coche, un buen título y un buen trabajo, se casarán y tendrán una buena casa y 1,2 hijos. Mientras tanto, haber tenido relaciones sexuales habrá asegurado el futuro.
Pues las cosas no funcionan así, aunque parezca lo contrario. Resulta que el sexo solo entiende un mensaje: “me entrego a ti completamente ahora y con esta entrega continuada renuevo el matrimonio por el que nos hemos unido”.
Las relaciones prematrimoniales, por definición, no hablan ese idioma. Su “compromiso” consiste en algo así como “me comprometo a no tener relaciones con nadie más hasta que me canse”. Es decir, no es un compromiso definitivo sino temporal, y el idioma del sexo solo expresa lo permanente.
¿Qué sucede cuando la unión sexual irrumpe en una relación prematrimonial? Pues que el cuerpo dice: “me entrego a ti y a conseguir tu bienestar durante el resto de mi vida”. Y el corazón capta ese mensaje con claridad. Sin embargo, los hechos están diciendo algo distinto, del tipo de: “esperemos que esto sirva para casarnos algún día”; o simplemente: “ya veremos lo que pasa en el futuro”; o lo que a mí me hace tanta gracia:
“pero sigo siendo libre para hacerlo con otras personas, ¿verdad?”. En cualquier caso, la ausencia de matrimonio pone al corazón en una situación muy difícil.
Sí, el sexo pone mucha presión en las relaciones de pareja fuera del matrimonio, porque el corazón piensa que se ha entregado completamente, pero la realidad es que el compromiso es bastante inestable. Es difícil compaginar haberse entregado completamente a alguien con saber que el otro puede mandarte a paseo en cualquier momento. Eso lleva inevitablemente a la sensación de fragilidad, inseguridad y miedo.
Los que hemos tratado con gente joven nos damos cuenta enseguida de cuándo una pareja ha empezado a tener relaciones sexuales. Ya no se les ve ilusionados y con ganas de soñar en el futuro, sino que se pelean y ella llora con frecuencia mientras él se enfada cada poco. No terminan de romper nunca, porque les une un vínculo que se lo impide, pero se nota que hay mucha tensión, algo que ellos no suelen entender, pero de lo que no pueden escapar.
Otro síntoma evidente en esos casos es que la chica que era ya algo madura se vuelve insegura y dependiente de los demás, y él empieza a sentir celos y a ser muy posesivo. Lo normal es que ninguno de los dos entiendan por qué les pasa eso, pero no consiguen evitarlo. Es lógico, porque se han entregado el uno al otro sin asegurar ese don mutuo, que ahora empiezan a considerar muy frágil. Ese es el sentimiento que les hace sentirse muy presionados.
Entonces es muy fácil que pierdan la objetividad, y que ya no les importe si el otro es “la persona adecuada para mí”, sino más bien “la persona que ya no puede dejarme”. El temor a ser abandonado llega a ser tan fuerte que ni siquiera quieren plantearse entonces si verdaderamente merece la pena continuar con una relación así.
En todos los años que llevo dedicada a este tema y en mi vida entera, jamás he visto que una relación mejore por el hecho de tener relaciones sexuales. Me parece un dato tan importante que, con tu permiso, voy a repetirlo: jamás he visto que una relación mejore por el hecho de tener relaciones sexuales. He visto a personas que tenían relaciones sexuales que quedan psicológicamente destrozados, he visto buenas relaciones destruirse a partir del momento en que han empezado a tenerlas, he visto a mucha gente intentar que eso les sirviera para asegurar mejor su relación, pero no he visto a nadie conseguirlo.
Ya sé que el acto sexual es una tentación muy fuerte cuando se tiene una relación intensa. Es natural que dos personas jóvenes (o de cualquier edad) que se quieren, tengan el deseo de manifestarlo también físicamente. Como también sé que otras veces lo que pasa es que se intenta salvar una relación a base de forzarla por la actividad sexual.
Pero resulta que el sexo fuera del matrimonio no funciona. No sirve para nada bueno. El sexo solo sabe transmitir un mensaje, que es este: “Tú y yo, ahora y para siempre, unidos sacramentalmente y dispuestos a lo que venga”. Es decir, solo sabe hablar de matrimonio. Fuera de él, el sexo solo sirve para complicar las cosas y conseguir que terminen mal.
Hemos llegado a la pregunta clave. Si tener relaciones sexuales es “hacer el amor” y YO quiero a alguien, ¿por qué no VOY a demostrarlo haciendo el amor? Parece tan simple como eso.
Voy a empezar por decirte que no dudo en absoluto de que os queráis, de verdad y a fondo. Pero la pregunta que tenéis que haceros es esta: ¿es la unión sexual fuera del matrimonio la expresión adecuada de ese amor?
¿Qué es el amor? Recuerda lo que hemos dicho antes: el amor verdadero consiste en querer lo mejor para el otro, preocuparse de su bienestar. Por lo tanto, no incluye hacer que el otro corra riesgos innecesarios.
¿Y de qué hemos estado hablando en los tres últimos capítulos? Pues de los riesgos, importantes y significativos, que conlleva la unión sexual fuera del matrimonio.
Las relaciones sexuales prematrimoniales suponen un riesgo físico. Pueden abrir la puerta a enfermedades de transmisión sexual, muchas de las cuales afectan gravemente a la calidad de vida o incluso son mortales. Además, pueden suponer un embarazo, lo que no es una enfermedad, pero ya hemos hablado de los perjuicios que supone para una mujer que no está casada ni preparada para criar y educar a un hijo.
Y no entiendo por qué el amor tiene que llevar al riesgo del embarazo de una mujer que no está preparada para ello, ni tampoco el de contraer una enfermedad que le perjudicará mucho. Esto es lo que pasa cuando se tiene relaciones sexuales, por más que uno intente adoptar medidas de “protección”.
Pero hay un nivel de riesgo mucho más profundo en las relaciones sexuales. El cuerpo está hablando un lenguaje, en eso consisten, en una expresión corporal, a través de la cual el cuerpo está diciendo “permanente, comprometido, exclusivo”, y eso es lo que el corazón entiende. Pero, fuera del matrimonio, no existe tal compromiso. El cuerpo está mintiendo. Está haciendo que se constituya una unión afectiva que la realidad no puede respaldar. Todo eso no puede significar que se quiera el bien de la otra persona.
Si “quieres” a tu chica, quieres lo mejor para ella, y no desearás que le pase ninguna de estas cosas. Querrás que tenga una vida rica y llena, que alcance toda su potencialidad y, para ello, querrás protegerla física y emocionalmente.
Lo que llamas “hacer el amor” es precisamente todo lo contrario.
Muchos jóvenes piensan así. Se quieren de verdad y desean lo mejor para el otro, y encuentran en la unión sexual la forma de expresarlo.
No dudo de su amor, que puede ser real y sincero. Sin embargo, si intentan expresarlo así fuera del matrimonio, lo que pasa es que no se dan cuenta de lo que hacen. ¿Qué demuestra el acto sexual? ¿Significa que de verdad le importa a cada uno el otro? ¿Que será capaz de sacrificarse por él o por ella? No. Lo único que demuestra es que están usando sus cuerpos para engañarse, para correr ciertos riesgos, para conseguir cierto placer momentáneo, pero no añade nada a su amor.
Si realmente quieres demostrar que le quieres, haz algo que de verdad le beneficie, algo que sea totalmente generoso por tu parte. Cómprale unos pasteles, vete a su casa y lávale su coche. Haz algo que te suponga esfuerzo, que te cueste dinero o tiempo o esfuerzo.
Conocí a un hombre que me contó que, cuando estaba empezando a salir con la que luego sería su mujer, apareció en su casa una noche mientras ella dormía y, con el permiso de los padres, fue metiendo en su habitación desde fuera ochenta globos con una nota pegada en cada uno en la que había escrito otras tantas razones por las que la quería.
Eso es una demostración de auténtico amor.
¿Le verdad puede quererte una persona que te presiona para hacer el acto sexual? ¿Puede de verdad estar buscando lo que más te conviene? Lo que en realidad te está pidiendo es que corráis un riesgo, que te dejes “utilizar” como ocasión de placer durante un rato.
No hay que ceder a esa presión, por la sencilla razón de que eso no es amor verdadero. Y si no acepta tu negativa, solo queda una salida: “adiós”. Lo digo muy en serio. No tontees con una relación en la que están intentando que hagas lo que no quieres, porque eso solo lo hace quien no tiene verdadero amor ni, por tanto, quiere lo mejor para ti.
Compara esta situación con la de alguien que te dijera:
“me atraes mucho, pero sé que el acto sexual no es, por ahora, lo mejor para ti ni para nuestro futuro, así que —aunque tendría muchas ganas— no quiero que lo hagamos”. Esa persona sí que te querría y estaría dispuesta a poner tu bienestar por encima de su interés egoísta.
No pierdas el tiempo con quien quiera “utilizarte”. Dedícate a buscar el amor verdadero, tardes lo que tardes en encontrarlo. De verdad que habrá valido la pena el esfuerzo.
El sexo antes del matrimonio es un error pura y simplemente, porque no es un acto de amor. Supone correr muchos riegos y tiene una serie de consecuencias negativas, tanto si crees en Dios como si no.
Si hubiera pedido una moneda a cada uno de los que me han hecho esta pregunta, ahora sería millonaria.
Es lógico que esto se pregunte tanto. El concepto de “estar preparado” se ha extendido mucho. En los programas de educación sexual se insiste mucho en esperar a “estar preparado” y en toda serie de televisión donde hay una adolescente alguien le hace planteárselo, para responder habitualmente que “todavía no está preparada”.
Me pregunto cómo se puede saber eso. ¿Qué determina el grado de preparación? ¿Hay algún termómetro que lo mida? ¿Es quizá el reloj biológico? ¿Significa “estar preparado” alguna diferencia real? ¿Más amor? ¿Menos riesgos?
Asistí una vez a un debate en televisión con una sexóloga (de verdad que tenía ese título, aunque no sé cómo lo consiguió). No se le ocurrió más que decir que el sexo era algo muy positivo en los jóvenes cuando se “sentían preparados”, lo que para ella significaba “lo que se siente cuando sabes que te puedes tirar de un trampolín y no te echarás atrás cuando estés ahí arriba”.
¡Menudo argumento!
El problema de sus explicaciones y, en realidad, de toda esta historia de “estar preparado”, es que solo tiene en cuenta los sentimientos, que son algo muy cambiante (en mi caso, cambian cada 4,5 segundos aproximadamente). Los sentimientos son algo muy subjetivo, al contrario que sus consecuencias, que son bien objetivas, bien reales e inevitables. Las consecuencias no dependen del sentimiento con el que hemos hecho algo, cuando existe la causa se da su efecto. Por eso los sentimientos solos no sirven para tomar decisiones importantes.
Por ejemplo, si te vas a tirar de un trampolín, lo importante no es lo que sientas. Quizá en ese momento tengas la sensación de que estás preparado. Quizá imaginas un salto perfecto. Quizá estés incluso en buena forma física para hacerlo y estés “luciendo” un bañador de última moda. Quizá te “sientas preparado”.
Pero, ¿y si la piscina no tiene agua?
¿Te servirá de algo todo lo anterior? No. Te vas a dar un buen golpe, por mucho que “estés preparado”. Los sentimientos son algo solo tuyo, pero la piscina está ahí, realmente vacía, y no actuará según tus sentimientos.
Algo así pasa con el sexo. Cuando alguien va al médico porque ha contraído una enfermedad por transmisión sexual, el doctor no le dice que por qué ha tenido relaciones sexuales sin estar preparado o preparada, y menos aún que esa haya sido la causa.
La unión sexual tiene consecuencias objetivas, reales, que se van a producir por más que uno se “sienta preparado”.
Estar de verdad preparado es, en cambio, conocer esas consecuencias físicas, psicológicas y espirituales, y esperar hasta que se eliminen todas las negativas. Es decir, a tener una única pareja permanente que no te dejará ni te contagiará. Así no le tendrás miedo al embarazo y vivirás tu sexualidad de la forma que Dios, que ha sido quien la ha inventado, ha previsto.
Es decir, esperarás al matrimonio.
Cuando se habla de esperar al matrimonio para tener relaciones sexuales, se utilizan estos dos términos: “abstinencia” y “castidad”.
A mí no me gusta mucho la palabra “abstinencia” utilizada en este contexto, porque tiene una connotación negativa y, además, puede referirse a otros muchos temas. Los católicos sabemos, por ejemplo, que los viernes de cuaresma son días de abstinencia, lo cual no tiene nada que ver con que esté prohibido entonces el acto sexual: se refiere a que no comamos carne.
“Abstinencia” es un concepto negativo, significa no hacer algo, y así es muy difícil que alguien se ilusione con ella. No ocurre lo mismo, sin embargo, con la “castidad”.
En primer lugar, esa palabra se refiere directamente a la sexualidad, al reconocimiento y respeto al hecho de que Dios ha creado el sexo para hacer posible el amor permanente y comprometido de los esposos. La castidad supone el reconocimiento de que esa es la mejor forma de vivir el amor.
Además, la castidad, se refiere a todo tipo de personas, mientras que la abstinencia es solo para quienes no están casados. E insisto, a nadie le gusta que le digan que no puede hacer lo que a otros les está permitido.
La castidad tienen que vivirla todos, no solo los solteros. Es el respeto a ese lenguaje de la sexualidad querido por Dios, algo que afecta a todos. Por eso, no tiene sentido lo que he oído alguna vez: “Como yo ya estoy casado, no tengo que vivir la castidad”. Falso, porque el matrimonio no es una especie de autorización para abusar del sexo. El acto sexual es la donación de uno mismo a otra persona hecho por amor, es lo que corresponde a las personas casadas. Si en un matrimonio el sexo degenera en un “aquí te tengo para hacer contigo lo que quiera y no me importa lo que tú pienses”, el amor ha desaparecido y, con él, la castidad.
Sencillamente, castidad es amor, supone entender el papel que el sexo tiene en el amor, reconocer que el acto sexual se integra en el amor de los esposos, saber que no es la respuesta a una necesidad de disfrutar de la ocasión o de ayudar a alguien que se encuentra sólo o deprimido en un momento dado, tener la fortaleza necesaria para respetar la naturaleza de las cosas y huir de las tentaciones. En resumen, amar de la forma adecuada.
La castidad es importante por muchos motivos. Asegura nuestra relación con Dios y con los demás; nos ayuda a encontrar y a vivir el amor verdadero. Sinceramente, pienso que es el único modo de encontrar amor en este mundo egoísta en el que vivimos.
La atracción sexual, en su nivel más primario, es un instinto humano, como el hambre o la ira. Y los instintos no saben descubrir dónde hay amor auténtico, solo nos dicen “quiero esto y ahora”. Si tienes mucha hambre y ves un buen filete, el instinto te dice que lo consigas y te lo comas (es lo que explicaba al principio sobre el gusto por las pizzas); pero entonces tu cabeza te recuerda que estás en un restaurante y que el filete está en otra mesa y que se lo está comiendo un niño, por lo que concluye que no puedes hacerlo.
Robarle el filete al niño no sería precisamente un acto de generosidad, pero tus instintos no entienden eso. Tiene que intervenir la mente para aclarar las cosas. Y si no eres capaz de hacer caso a tu mente, entonces estás perdido. Así que la fuerza de voluntad ayudada por la inteligencia tiene que ser capaz de oponerse a veces a los instintos.
Esto se aplica a muchas situaciones distintas. Si te enfadas, tu instinto de autodefensa puede pedirte que pegues a alguien, pero tu cabeza te dirá que no es lo mejor en ese momento, que debes saber respetar a otros, a pesar de que te enfaden. Igual debe suceder cuando tu instinto sexual te sugiere que acostarse con alguien sería estupendo ahora; entonces la mente debe saber cuándo significa amor y cuándo egoísmo. La cabeza y la voluntad saben amar, a los instintos les supera.
Por eso, la castidad exige un mínimo de autocontrol. Significa que la inteligencia controle a los instintos, que sea capaz de decir que no aunque el instinto nos lo esté pidiendo a gritos.
Además, la castidad nos ayuda a mantener la “cabeza clara” para saber escoger a la persona adecuada y rechazar a los demás.
Ser capaz de mantener una relación o noviazgo y vivir la castidad significa emplear el tiempo con otras personas en cosas positivas, distintas de la unión sexual. Significa conocer cada vez mejor a esa persona, dialogar y pasárselo bien en mutua compañía, ver cómo reacciona ante diferentes situaciones y poder calibrar bien hasta qué punto es compatible el uno con el otro. La castidad, al retrasar la creación de un vínculo afectivo sólido, permite juzgar con claridad, con realismo. Eso no significa que no haya atracción sexual, por supuesto, sino que se domina esa atracción para no dejarse dominar por ella y “perder la cabeza”.
Si se consigue esto, hay dos opciones: una es que se pueda decir mirando a la cara y con lealtad “no eres lo que necesito, adiós”; y la otra, si la relación resulta adecuada, es que algo muy sutil empiece a desarrollarse. Hablo de un sentimiento, casi imperceptible al principio, pero que irá creciendo hasta que puedas decirle mientras le miras a los ojos: “te quiero, ahora ya lo sé de verdad, no porque el sexo se haya entrometido y me distorsione las cosas, sino porque mantengo la claridad de ideas y he descubierto que mi amor es auténtico”. Créeme si te digo que ese momento te dará más felicidad que todo el sexo que hubieras podido disfrutar hasta entonces y, encima, hará que el que tengas en el futuro también esté lleno de alegría.
Walter Trobisch dijo una vez que, para afinar una orquesta, no se empieza por los tambores y las trompetas, sino por las flautas y los violines, porque si no los primeros ahogarían el sonido de estos. Lo mismo sucede con el sexo y el amor. El amor es algo muy delicado que necesita tiempo para crecer, y la relación sexual prematura ahoga el amor en la intensidad de la pasión instintiva.
Ya sé que es fácil dejarse llevar por los instintos sexuales, sobre todo cuando estamos junto a alguien que nos atrae mucho. Pero hay que saber una verdad: el amor exige tiempo para crecer. Si nos dejamos llevar por los instintos destrozamos el amor. Merece la pena tener paciencia.
Doy por supuesto que quieres decir que vivís juntos y dormís juntos. Es malo por varias razones.
La primera y más evidente es que no estáis casados. No habéis formalizado un compromiso mutuo, definitivo y público. Dios no os ha unido con el vínculo sacramental. Vuestra unión sexual no es la renovación de ese sacramento, porque no hay sacramento que renovar. Esa unión intenta decir “me entrego a ti para siempre” y no “vamos a ver qué pasa”, por lo que estáis mintiéndoos mutuamente con vuestro cuerpo por no estar casados.
La segunda y consecuencia de la anterior es que vuestras relaciones no van a mejorar por eso. La tasa de divorcio entre las parejas que viven juntas antes de casarse es mucho mayor que la de las que han esperado al matrimonio.
Esto es lógico. Os habéis unido a través de un lenguaje que habla de permanencia, estáis actuando como si estuvierais casados, compartiendo dirección postal, teléfono, objetos personales, limpieza y diversiones. En todos os ámbitos sociales, estáis “fingiendo” un matrimonio.
Pero no estáis casados. No hay compromiso a largo plazo. La puerta trasera está siempre abierta, porque así la habéis querido dejar. Cualquiera de los dos puede irse en cualquier momento, y lo sabéis perfectamente. Ahí está el origen de vuestros problemas.
¿Cuáles? Ante todo, la tensión de procurar tener siempre al otro contento, porque si le da un “pronto” se puede largar, así que preferirás no provocar conflictos y, por tanto, no decir lo que de verdad piensas, haciendo que la tensión siga aumentando.
La psicóloga Laura Schlessinger, en su conocidísimo libro sobre las diez cosas con las que las mujeres se complican la vida por no pensarlas antes, dice que el hombre y la mujer tienen motivos bien distintos para querer vivir juntos. Para ella, suele ser la de comprobar si es capaz de ser una buena ama de casa, como un primer paso para convencer a su novio de que le sabe cuidar y, por tanto, de que pueden casarse. Una “estrategia” equivocada, porque lo que en realidad le están diciendo es que no necesita comprometerse mucho para conseguir tenerla “atada” a la casa. Y si el novio es “alérgico” a los compromisos, todavía más, porque ahora ya sabe que no le ha hecho falta el compromiso matrimonial. Desde ese punto de vista, ha conseguido todas las “ventajas” sin ningún “inconveniente”.
La mujer se va con el hombre para sentirse acogida y protegida. Pero no lo consigue en realidad, porque sin compromiso eso no pasa de ser una ficción. Tanto el hombre como la seguridad que brinda pueden desaparecer en cualquier momento, y esa inseguridad provoca complejo de inferioridad e irritabilidad.
Muchas parejas viven juntas como una especie de “matrimonio a prueba” para comprobar si serán capaces de convivir el resto de sus vidas. Sin embargo, esa es la manera de estar en peores condiciones para juzgarlo. Una decisión importante necesita ser ecuánime (capaz de juzgar viendo las cosas desde fuera), y la ecuanimidad es lo primero que se pierde cuando se convive con alguien. Ya no puedes verlo desinteresadamente, estás diciendo con el cuerpo “para siempre” y estás haciendo que la imagen de tu mente sea cada vez más borrosa. Todavía más: has creado un hogar con él. Tus deseos de tener un lugar propio se han hecho realidad ahí, junto a una persona a la que te has entregado completamente. ¿Cómo va a ser fácil dejar todo eso?
Cuando hay tanto que depende de que “esto funcione”, se pierde la perspectiva. En realidad, uno tiende a intentar que “esto funcione sea como sea”. Deja de ser una posibilidad futura para convertirse en una necesidad presente y cada vez más agobiante.
Las parejas que optan por vivir juntos en esas circunstancias suelen ser más inmaduras que las que esperan al matrimonio para convivir, porque se han impuesto la necesidad de ir satisfaciendo objetivos a muy corto plazo —no sea que el otro se canse y se vaya— en lugar de ir dando los pasos necesarios para, poco a poco, conseguir una relación sólida que no dependa de los vaivenes de la convivencia diaria.
Si estás preparado o preparada para dar el paso del compromiso de formar un hogar y una vida con tu pareja, hazlo. Pero no intentes quedarte a mitad de camino o hacer experimentos, porque no suelen funcionar.
La relación sexual tiene su significado propio, su idioma. Si nos fijamos un poco en todo lo que se relaciona con ella —traer nuevas vidas al mundo, crear un fuerte vínculo afectivo, la donación de uno mismo que supone entregar el propio cuerpo—, nos damos cuenta de que Dios creó el sexo con una finalidad, con una lógica, con un lenguaje propio. Y ese lenguaje es permanente, no cambia. No significa solo “te cojo prestado durante un rato” o “me gusta tu cuerpo”. No. En realidad, dice “me entrego a ti para siempre, me uno a ti, quiero participar contigo en la divina tarea de crear, ayudar a crecer y educar a los hijos”.
En la relación sexual, el cuerpo habla un idioma de entrega permanente. Habla de matrimonio.
Hay muchas experiencias impresionantes en la vida: lograr un objetivo, experimentar auténtico amor, ayudar a alguien a cambiar su vida, encontrarse con Dios, ser madre... Todo eso es impresionante.
El acto sexual, en sí mismo considerado, no va a ser lo más impresionante que hagas en tu vida. Te lo prometo. Será impresionante —verdaderamente impresionante en todo el sentido de la palabra— si de verdad expresa lo que significa. Si tu mente, tu corazón y toda tu vida dicen al unísono: “te quiero, me he unido sacramentalmente a ti, me he entregado a ti para siempre, quiero compartir contigo mis hijos”.
Ser capaz de decir eso es lo verdaderamente impresionante.
Nunca he oído a la Iglesia “criticar” a las mujeres o a nadie más por tener relaciones sexuales. En breve, lo que la Iglesia dice es que Dios ha creado el sexo para utilizarlo en un contexto, y hacerlo fuera de él te puede hacer mucho daño. La Iglesia te quiere tanto que no desea que te perjudiques así.
El mensaje de Cristo es un mensaje de amor y atención, no de crítica y condena.
Por todo. Una noche de “aventura” es decirle con tu cuerpo a alguien a quien apenas conoces que te entregas a él para siempre y del todo. Es una auténtica burla en ese idioma, además de una mentira muy grande y supone correr el riesgo de tener que pagar el altísimo precio de un embarazo o el contagio de una enfermedad y de destrozar tu capacidad de vincularte afectivamente a tu futuro marido. No lo olvides: has cometido un pecado grave y has sido cómplice en el de otro.
¿Todo eso merece la pena por unos pocos minutos de placer? No le des más vueltas, una “aventura” no compensa nunca.
Toda esta idea del sexo como algo estupendo que lleva a crear una familia maravillosa en la que todos se quieren es muy bonita, pero todos sabemos que las familias no son perfectas. Los seres humanos, después del pecado original, no actúan siempre de forma amorosa, incluso aunque sepan que deberían hacerlo. Y eso supone un peligro para el matrimonio y la familia.
Piensa por un momento en el matrimonio. Existe el compromiso de pasar el resto de la vida con la otra persona, y eso es mucho tiempo. Mis abuelos, por ejemplo, estuvieron juntos durante sesenta y ocho años, un tiempo tan largo que seguro que tuvieron muchas oportunidades de hartarse el uno del otro.
Pero Dios ayuda a las parejas a permanecer unidas. Tiene muchos motivos para hacerlo. Se trata de una familia, de unos hijos a los que hay que cuidar, de mantener una promesa. Sin su ayuda, la mayoría de los matrimonios durarían solo hasta el primer enfado provocado por la ropa sucia que no está en su sitio o el primer golpe que se da al coche.
Por eso Dios ha previsto una forma de ayuda muy eficaz: el mismo acto por el que se crea la familia —el acto sexual— da origen también a una fuerte unión entre marido y mujer, que les ayuda a cumplir con su compromiso. Los psicólogos saben desde hace años que la atracción sexual tiene un componente emocional. La relación sexual no es algo meramente corporal que pueda hacerse al margen del cerebro, sino que tiene profundas connotaciones psicológicas.
La relación sexual da origen a un vínculo afectivo, del que todos tenemos experiencia propia o ajena: las madres están afectivamente vinculadas a sus hijos, como los hombres se vinculan afectivamente, aunque de otro modo, a sus compañeros de equipo de fútbol o a los amigos con los que se reúnen para tomar café y contarse sus problemas. Incluso hasta los perros se sienten vinculados a sus amos y les siguen a todas partes.
Ese vínculo es una unión afectiva fortísima que no tiene una explicación racional. Los niños pequeños no razonan y, sin embargo, quieren a su madre con todas sus fuerzas. Y tampoco parece demasiado racional que una madre quiera con locura a una pequeña criatura que va a consumir todo su tiempo, todo su dinero y todos sus esfuerzos durante los siguientes veinte años. Pero ese vínculo es tan fuerte que resulta prácticamente imposible romperlo.
Recientemente he sabido que ese vínculo tiene un fundamento biológico: una hormona llamada oxitócica. Esa hormona se produce en el cerebro de forma abundante al completarse el desarrollo del aparato sexual. En el caso de las mujeres, también al dar a luz y criar a un bebé. Esa hormona es la causante de que el cerebro consolide un vínculo afectivo fuerte y duradero, tanto con ocasión de la relación sexual de los esposos como de la crianza del bebé.
La oxitócica es la hormona del vínculo afectivo.
¿Para qué la ha creado Dios? ¿Por qué da origen a un vínculo afectivo tan fuerte en la relación sexual? Sencillamente porque Dios sabía que haría falta cierta ayuda adicional para que los matrimonios durasen. El acto sexual y el vínculo afectivo que se crea “nublan su visión” un poco, de forma que los roces habituales en cualquier convivencia no les afecten demasiado. Ese vínculo es como un “cemento” que une los dos corazones, de forma que puedan hacer frente unidos a los problemas pequeños y grandes; cuanto más se entregan el uno al otro en el acto sexual, más unidos permanecen.
Así, los dos se convierten realmente en uno. Es maravilloso.
Estoy segura de que muchos se han planteado esta pregunta, de una forma u otra. Más aún, es difícil que alguien pueda sobrevivir hoy en día en nuestra sociedad sin responderla. ¿Por qué considera la Iglesia Católica que las relaciones sexuales prematrimoniales no deben admitirse? Hay muchas voces que actualmente las recomiendan, y a veces con argumentos convincentes. ¿Por qué conviene hacer caso a la Iglesia?
Cuando estudiaba en el instituto, yo pensaba en Dios como una especie de “dictador aguafiestas” que estaba empeñado en fastidiarnos. El paso del tiempo me ha hecho ver lo que ha pasado con mis compañeros de entonces y algunas de las consecuencias de la “revolución sexual” de aquella época. Así he comprendido la voluntad de Dios desde una perspectiva totalmente distinta.
Dios creó el sexo y lo incluyó entre lo que vio que era “bueno”. Si no fuera así, estaría ahora desconcertado y diciéndose a Sí mismo: “Pero, ¿qué he hecho? Esto no funciona bien, habrá que cambiarlo”. Pero Dios no hace las cosas así. Desde el principio sabía lo que hacía y tenía motivo para crear las cosas así: “Dios vio todo lo que había hecho y lo consideró bueno” (Génesis 1, 31), incluido el sexo.
Y todavía hay más: el sexo no solo es bueno, es impresionante, por muchos más motivos de los que probablemente imaginas. Basta recordar que Dios creó el mundo para que se Llenará de personas individuales, irrepetibles, a las que Él ama con locura y con las que quiere compartir toda una eternidad. Cuando dijo “creced, multiplicaos y llenad la tierra”, no estaba hablando a los geranios, sino a los hombres. Quería que hubiera mucha, mucha gente, porque ama con locura a cada uno de los seres humanos que ha creado.
¿Cómo podemos crecer y multiplicarnos? ¿Cómo pueden llegar a existir todas esas personas a las que Dios ya ama de antemano? Este es el motivo por el que el sexo existe, la razón por la que Él lo concibió, para que llegáramos a existir. Y lo digo sin perder de vista que Dios empezó desde cero, es decir, que podía haber inventado cualquier otro sistema para hacer que las nuevas vidas aparecieran en el mundo. Podían haber sido las cigüeñas, o una empresa de mensajería, o incluso a través del correo electrónico. Si Él lo hubiera querido así...
Pero Dios pensó de otro modo. Diseñó un sistema que llamamos “familia”, en el que un hombre y una mujer se quieren tanto que se comprometen a estar juntos el resto de sus vidas. Piénsalo por un momento: ¿te das cuenta de lo que eso supone? Convivir sólo durante una semana, incluso con un buen amigo, basta para darse cuenta de que no es tan sencillo. ¿Te imaginas lo que supone pasar el resto de la vida con alguien, viviendo en la misma casa, durmiendo en la misma cama, yendo juntos de vacaciones? Hay que sentir una atracción muy fuerte para poder hacer algo así.
Cuando dos personas se casan, se comprometen a eso, a un amor verdadero, no a disfrutar de la pizza que pueda llevar uno de ellos una noche o varias. Se prometen mutuamente no “utilizarse”, sino procurar el bien del otro durante toda su vida. Se entregan completamente el uno al otro, entregan toda su vida.
Al hacer este compromiso delante de Dios, les pasa algo sorprendente. Dios no se limita a confirmar su inscripción en el registro de matrimonios que se conserva en el Cielo. No, el matrimonio es un sacramento y, a través de él, Dios transforma a esas personas. Las une también espiritualmente, de forma que los dos realmente sean uno.
Después de la boda, lo normal es que ambos hagan un viaje caro a un lugar tropical, lo que se suele llamar “luna de miel”. En ese tiempo hacen algo muy importante: “hacen el amor”, entregan sus cuerpos el uno al otro, expresando con su cuerpo lo que ya han afirmado con sus palabras ante el altar. Alí prometieron entregarse el uno al otro, en la unión sexual hacen esa entrega real y tangible entregando sus propios cuerpos y, con ellos, todo su ser y toda su vida.
El sexo tiene su propio idioma, el idioma de entrega a otra persona. Juan Pablo II dice que el sexo habla el idioma de la entrega personal. Es el idioma que Dios ha puesto en el sexo, el idioma que el corazón entiende. Es un idioma de amor auténtico, no de amor “de ocasión”, de amor permanente y comprometido, dispuesto a afrontar lo que venga después.
Y las nuevas vidas surgen de ese acto de amor. Cuando marido y mujer se unen en una relación sexual, Dios se hace presente de forma real para llevar a cabo su acción favorita, la más creativa: dar origen a un ser humano totalmente nuevo, hecho a su imagen y semejanza. La nueva criatura surge a través del sexo, de la expresión del amor y del compromiso. ¡Todos procedemos del amor!
El resultado final de todo esto es una nueva familia. Dios nos hace nacer en una familia, y eso también tiene su motivo: la familia es el lugar en el que cada uno encontramos inicialmente la forma de conseguir aquello para lo que hemos sido creados, aquello a lo que se refería el Concilio Vaticano II.
Nos encontramos en la sincera entrega de nosotros mismos, y en la familia todos tienen que entregarse, nadie puede preocuparse solo de sus cosas, sino que tiene que tener en cuenta las necesidades de los demás, sabiendo que los demás también se preocupan de las nuestras. Los padres ganan dinero, educan a sus hijos y apoyan el equipo de fútbol en el que juegan no por su propio bien, sino por el de ellos. Los hijos, ayudando en casa y echándose una mano unos a otros, aprenden a estar pendientes de los demás y a contribuir al bienestar de la familia.
Hablar de familia es hablar de auténtico amor, y la familia tiene su origen en las relaciones sexuales. Así que, por supuesto, afirmo que las relaciones sexuales son algo muy bueno.