domingo, 20 de noviembre de 2022

Homilía del Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, ciclo C, CRISTO REY DEL UNIVERSO

 

Homilía del Domingo XXXIV del tiempo ordinario, ciclo c

Cristo Rey del Universo

            Estamos en el último domingo del tiempo litúrgico dedicado al evangelio de san Lucas. El evangelio de san Lucas, desde el principio se nos habla de una buena noticia y es esto es confirmado hasta el final, porque no existe una situación imposible, porque en toda situación, aunque sea muy trágica, siempre se puede esperar la certeza de que el amor de Dios, como escribe San Pablo, permanece, ya que nada nos puede separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús [Cfr. Rom 8].

            Jesús está en Jerusalén y es ahí donde el propio Jesús anuncia la ruina de esta ciudad porque lejos de convertirse al Señor siguen pensando y actuando al modo mundano. Han pervertido la relación con Dios al vivirlo como un comercio, como un trueque y no como una entrega total por amor al Padre. No han hecho caso a aquellas palabras de ‘hay que nacer de nuevo del agua y del Espíritu de Dios’, y que ‘Dios quiere misericordia y no sacrificios’.

            Pues ahora el contexto está en que Pilato entrega en manos de los judíos para ser entregado al suplicio de la crucifixión porque era necesario difamar a Jesús, ya que deseaban que muriese como un malhechor, como una maldición divina, tal y como dice el libro del Deuteronomio. Era preciso que Jesús muriese de esta manera para no dar a entender al pueblo judío que Jesús es un mártir de la causa hebrea. Y es un hombre, Jesús, que está en el patíbulo al que no demostraban ni un mínimo sentimiento de compasión: recordemos que los soldados se burlaban de Jesús. Y la violencia contra Jesús, y eso que estaba en la cruz, va a aumentando hasta niveles insufribles. Ante esto Jesús no se lamenta, no se enfada, no abría la boca, ‘como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, permanecía mudo, no abría la boca’, tal y como dice el profeta Isaías. Más sorprendentemente la única palabra que salió de Jesús fue una palabra de perdón, de justificación: ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’. Y eso no era una única expresión, sino que resumía todo lo que había sido su vida. Ra una aplicación práctica al amar a nuestros enemigos. A la maldición responde con bendición, tal y como dice la primera de san Pedro: «No devolváis mal por mal, ni ultraje por ultraje; al contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición» [1 Pe 3, 8]. Es la respuesta que da Jesús es una oferta constante y continua de amor.

            El evangelista Lucas vincula la crucifixión de Jesús a las tentaciones del desierto. El demonio quería que Jesús se salvase, que bajase de la cruz para que el poder de Dios no se manifestase. De hecho, en las tentaciones del desierto, el evangelista emplea una frase un tanto sibilina diciendo que ‘el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno’, hasta la ocasión propicia para seguir tentándolo. Y esta ocasión propicia llega cuando le dicen a Jesús ‘a otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios’. Y Jesús responde abandonándose a Dios. Y continua Lucas que le ofrecieron vinagre. Mientras el vino, en la Biblia es signo de amor, la vinagre es signo del odio, ya nos lo expresa el salmo 69 “me pusieron veneno en la comida, me dieron a beber vinagre para mi sed” [Sal 69, 22]. Con la vinagre demuestran el odio que le tenían, mientras el diablo estaba allí sacando lo peor de cada cual en ese momento.

            Había allí un letrero que ponía “Este es el rey de los judíos”, lo cual estaba escrito en latín, que era la lengua de los dominadores, de los romanos; en griego que era la lengua universal en aquel momento y en hebreo que era la lengua de Jerusalén. Era un modo de burlarse de Jesús.

            Jesús no solamente estaba siendo objeto de las burlas y de los crueles ataques por parte de los sacerdotes judíos, de los soldados y del pueblo, sino también uno los crucificados le insultaba, le despreciaba diciéndole ‘¿no eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros’. Esas palabras del malhechor crucificado es la tercera vez, en ese espacio que acontece estos acontecimientos, que tientan a Jesús diciéndole que baje de la cruz. Esta tercera vez, este número tres en la simbología numérica hebraica significa lo total, lo definitivo, lo completo es la suprema tentación: ‘si eres el Cristo, si eres el Mesías usa de tu capacidad para salvarte de esto’. Pero Jesús, su capacidad la usa para salvar a los otros. Sin embargo el otro que estaba siendo crucificado reprendía al otro diciéndole «¿ni siquiera temes tú a Dios estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo» [Lc 23, 35-43]. Y se presenta la ocasión, incluso estando en los últimos instantes de su vida, para que en palabras de San Lucas: «Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él» [Hch. 10, 38]. Y ese ladrón crucificado le pide a Jesús: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y en medio de los insultos, calumnias y gritos, hay uno que reconoce en Jesús una cualidad, una realidad diversa. Y lo reconoce una persona religiosa o un sacerdote, los cuales sólo reconocían como sagrado las cosas religiosas, y sin embargo a uno que no tenía méritos, ni virtudes, que era considerado como alguien despreciable es el único que reconoce en Jesús el ser divino y ruega por su protección. Destacar el coraje, la esperanza de este crucificado. Y es aquí donde Jesús le entrega lo que uno sólo puede soñar o esperar, ya que no sólo le recordará, sino que lo llevará consigo. Es el ejemplo vivo del pastor que echa a los hombros la oveja perdida [Lc 15, 1-7]. Y Jesús para destacar la solemnidad de este momento y de la alegría de haber encontrado a esa oveja perdida usa una expresión relevante: «En verdad yo te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Jesús no se acodará de él estando en el paraíso, sino que ya le lleva consigo, sobre sus hombros, al paraíso.

            El Dios que se manifiesta en Jesús no es el Dios que se le gana con los méritos, sino que se abre y está disponible a aquellos que a él acudan y Dios les concede el amor como un premio, como un regalo, tal y como hizo Jesús. Ésta es la única vez que el evangelio utiliza el término ‘paraíso’ para hablar de la vida que continúa tras la muerte en la resurrección. De tal manera que, en el evangelio de Lucas, la primera persona que entrará en el paraíso con Jesús será un pecador, un canalla, un bandido. Esto supone que, a partir de este momento, las puertas del Paraíso, de la salvación están abiertas de par en par para todos aquellos que reconocen a Jesús como aquel que tiene poder de cuidarnos, sea cual sea su pasado, incluso para los del último momento, como es el caso de este crucificado. Recordemos que Jesús dijo que había venido a buscar a los enfermos y pecadores.

El hecho de que Jesús permita entrar en el cielo a un pecador puede ser algo que nos pueda escandalizar, porque no le pide ni un mínimo de penitencia y tampoco le pregunta si está arrepentido de lo que hizo, ni tampoco le dijo que se iba a quedar unos cuantos siglos en el purgatorio…sino que le dice que él, de ahora en adelante, estará en el Paraíso porque ha reconocido a Jesús como rey.

Este hecho de que entrase en ese condenado en la cruz en el Paraíso era algo que inquietaba a la primera comunidad cristiana ya que ellos eran muy rigurosos y bastante severos, sobre todo porque ese hombre ni siquiera había hecho penitencia ni se había convertido. De ahí surgió la urgencia de santificarlo y decir que era el ‘buen ladrón’ llamándole ‘Dimas’ pasando a ser el patrón de los ladrones moribundos. El evangelio que es bueno y justo hace que ninguna persona sea excluida de tener una buena muerte.


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