Navidad 2022
El transcurso del tiempo y la rutina
de las cosas nos han ido deformando el modo de cómo debemos de descubrir la
novedad de lo que vamos viviendo. Sin embargo, no olvidemos de un hecho incuestionable:
Dios habla en medio de tu historia
personal. Hay momentos en los que el Señor permite determinadas cosas,
las cuales nos puede desencajar el corazón o generar un sufrimiento que se ancla
en el ser y te va rasgando interiormente. Todo esto generaría una profunda
desesperación y un deseo de ‘tirar la toalla’, de no seguir luchando porque uno puede considerar que la guerra la tiene uno perdida: Un matrimonio fracasado, un
proceso de nulidad matrimonial que revela la realidad de lo que has vivido, un
noviazgo roto, un empleo que nunca llega, unos problemas con los hijos de los
que uno no sabe ni cómo resolverlos, una enfermedad que limita tus capacidades,
una profunda decepción o un severo disgusto del que mana lágrimas... De tal modo
que todos o cada uno de estos acontecimientos te van proporcionando la certeza
de que lo vivido anteriormente es fruto de un fracaso, de una pérdida de
tiempo, de un esfuerzo infructuoso. Por lo menos eso es lo que el Demonio
quiere que creas; es más, desea que te convenzas que todo o la mayor parte de
las cosas que haces no es más que una sucesión de fracasos y de decepciones. Te
hace caer en la convicción de que nadie te quiere, que estas solo en medio de
tu pecado, de tu tristeza, de tu angustia, de tu sufrimiento. Esta es la
táctica del Demonio; aislarte para demolerte.
Sin embargo, aquel que tiene poder de sacar hijos de
Abrahán de las piedras; aquel que creo la luz cuando nada existía; aquel que
hizo salir agua de una roca en medio del desierto y que alimentó al pueblo de
Israel en el desierto; aquel que es fiel en medio de nuestras infidelidades te
dice: «Te
quiero». Es entonces
cuando eso que antes era imperdonable, dolorosísimo, ese severo disgusto que te
arrastraba hacia la oscuridad con la suma violencia de un huracán va perdiendo
intensidad y los nubarrones se van retirando permitiendo que los rayos solares
lleguen a su destino. Me resuenan aquellas palabras del Papa San Juan Pablo II pronunciadas
en 1987 en Chile: «¡Dios
siempre puede más!».
Si este Niño no hubiera nacido, toda
nuestra vida se podría reducir a una simple hoja de un árbol caída al suelo,
llamada a desaparecer sin importar a nadie: Todo para nada. Sin embargo, hoy
celebramos que el Hijo del Altísimo se ha hecho carne y el amor es más fuerte
que el odio o el dolor. «Sólo el amor es el que da
valor a todas las cosas». Esta frase no es mía, es de Santa Teresa de Jesús. Ella
sufrió muchísimo por parte de aquellos que deberían haberla apoyado,
experimentó numerosas incomprensiones y persecuciones. Y apoyándose en el que
es la Vida, salió triunfante de tales batallas. Y el amor es Cristo, y es
Cristo, el mismo que te saca de la fosa de la muerte, te devuelve la dignidad,
te seca las lágrimas de tus ojos, te cura la herida y pone a ángeles en tu
camino para ayudar a recuperarte.
Este Niño que hoy ha nacido tiene el
poder de reconstruir lo que hemos destruido, de sanar lo que hemos herido, de
reparar lo que hemos dañado. Dios siempre pone a ángeles que nos protegen en el
camino. Siempre que Cristo ha entrado en escena en la vida de alguien, esa vida
se ha recompuesto, se ha regenerado, se ha sanado. De tal modo que de un mal,
teniendo a Jesús con nosotros, se revierte en un bien.
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