HOMILÍA
DEL VIERNES SANTO, ciclo a, 14 de abril de 2017
En estos días estamos teniendo un
contacto muy enriquecedor con la Palabra de Dios que nos inserta en el misterio
de la muerte de nuestro Salvador Jesucristo. En concreto hoy la Palabra toca en
'una fibra muy sensible' que nos llega al corazón, pero no precisamente para
generarnos una alegría inmediata.
Nuestro Señor Jesucristo, «aunque
era Hijo, aprendió sufriendo a obedecer» (Heb 5, 8). Jesucristo ha sido
también sometido a la prueba y al sufrimiento, de tal modo que cuando nosotros
acudimos a Él en la oración somos escuchados con gran dedicación por su parte, porque Él entiende
a la perfección de lo que le estamos contando.
El Señor desde lo alto de la cruz
nos muestra sobre cómo debe ser un apóstol y con qué espíritu deberá de
desempeñar su función. Yo hubiera preferido que me lo hubiera dicho tumbado en
una hamaca, con un refresco con hielos en la mano y un plato de dulces al lado.
Sobre todo porque el mismo contexto me estaría diciendo que eso de ser apóstol
es algo que uno 'se saca con la gorra', que no implica dificultad y que el
hecho de salvarse es algo más que facilón. Pero no, ha preferido estar colgando
de una cruz para decirnos sobre cómo debe de ser un apóstol. Y eso de morir a
uno mismo, quitarse de sus propias comodidades, eso de pensar primero en el
bienestar de la otra persona antes que en uno mismo, eso de sacrificarse por el
otro antes que por uno…y todo esto para que el otro pueda vivir. Y ¿acaso somos
masoquistas entendiendo la vida de este modo buscándonos complicar las cosas?,
pues no, no nos complacemos con sentirnos humillados o maltratados, lo que
sucede es que hemos
descubierto una verdad que se nos ocultaba: Que el otro es Cristo.
Es cierto que la realidad que nos espera es difícil e incluso
hostil. Seguimos a un crucificado, a uno que a los ojos del mundo
era un maldito, un fracasado al morir en una cruz. A veces es incluso más difícil y hostil dentro
del seno de la Iglesia que fuera. No hay persona más insensata que
aquel que estando moviéndose en medio de los misterios divinos actué como
'míster perfecto' sin necesidad de cambiar los pilares maestros de su vida, a lo más y tal vez, alguna pared de
pladur. Jesucristo en esto, como en todo, nunca nos ha mentido: «Os
mando como corderos en medio de lobos» (cfr. Lc 10, 3); y de hecho
cuando el mensaje de Cristo llega al corazón de las personas se obra el milagro
volviendo lo hostil en acogida y el sin sentido en apertura al Espíritu de
Dios.
Por eso el apóstol, el seguidor de
Cristo se
esforzará por mantenerse libre de condicionamientos humanos de todo género.
Cristo nos lo dice: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias»
(cfr. Lc 10 ,4) para contar sólo con la cruz de Cristo de la que viene nuestra salvación. Y
alguno me puede decir que él no tiene talega, ni alforja, ni sandalias, pero
puede tener un estatus social cómodo; una organización y horarios buscando la
propia comodidad; una historia personal que no se acepta y por eso, muchas
veces, se anda como rabiosos por la vida; una amistad que tiene acaparado tu
corazón; una enfermedad que no aceptas y te reniegas; un hermano o hermana que
más verle te da grima y lo evitas; una habilidad personal de la que no dejas de
alardear, etc. Quien diga que no lleva nada, o bien 'no se ha enterado de la
fiesta' o simplemente miente.
Gloriarse en la cruz significa abandonar todo motivo de
orgullo personal, a fin de no vivir más que de fe y en acción de
gracias por la salvación que ha realizado el sacrificio de Jesús. Lo que queda
crucificado es el mundo del egoísmo personal, de la autosuficiencia, de la
seguridad en los propios méritos.
Gracias a que Jesucristo ha sido
obediente y nos ha amado hasta el extremo de morir por nosotros en una cruz,
nuestros nombres tienen posibilidades reales 'de estar inscritos en el cielo' (cfr.
Lc 10, 20).
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