sábado, 22 de abril de 2017

Homilía del Domingo Segundo de Pascua, ciclo a, 23 de abril de 2017

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA, ciclo a, 23 de abril de 2017

            Estamos viviendo en un periodo de descristianización; parece como si los creyentes, los bautizados, no estuvieran lo suficientemente maduros para oponerse a la secularización, a las ideologías que son contrarias, no sólo a la Iglesia o a la religión católica, sino al mismo funcionamiento del sentido común de las cosas. Se da una clara pretensión de leer la realidad como si Dios no existiera, de tal modo que esto tiene su eco negativo en el orden de la convivencia social.
            Los cristianos vivimos nuestra fe en Cristo como revelación y como aceptación obediente de la voluntad de Dios. En el momento en que decimos ‘sí’ a Dios es entonces cuando aceptamos a Dios en nuestras vidas. Él se constituye para nosotros en lámpara constante que nos ilumina en nuestro obrar, ya que dejamos de actuar como siervos de las tinieblas para pasar a ser hijos de la luz.
Si tenemos un arrebato de sinceridad podremos caer en la cuenta de la cantidad de veces que no hacemos el ejercicio de oposición ante la secularización, es más, a veces de modo consciente o inconsciente, convivimos con la secularización más feroz: la ausencia de crucifijos en los hospitales y colegios públicos; la implantación paulativa del mindfulness donde se busca la paz excluyendo al príncipe de la paz que es Cristo; la bajísima participación de los jóvenes y matrimonios de mediana edad en la vida parroquial; la incineración de los cuerpos para no ser enterrados en el Camposanto; tolerar, aceptar o incluso asumir modos de comportarse que, aunque socialmente sea aceptada, cristianamente es inaceptable porque nos aleja de la salvación de Dios, tal y como son todas las desviaciones de las conductas sexuales; se está empezando a celebrarse ritos civiles alternativos a los católicos: acogimientos en los ayuntamientos para los recién nacidos, fiestas de paso a la adolescencia o ceremonias de todo tipo para despedir a los fallecidos, etc… ¡Satanás no tiene vacaciones!
Si disminuye el influjo de Cristo resucitado en nuestra vida aumentarán todas aquellas conductas que son nocivas para el hombre; la tasa de natalidad se derrumbará aún más; aquellos jóvenes que, por lo que sea, se sientan confusos en su sexualidad serán, irremediablemente condenados a no poder discernir en verdad, lo que Dios quiere para ellos para que sean felices y sean santos; si el hombre se posiciona de espaldas a Dios se hundirá en el fango y allí se quedará. Estos hermanos nuestros que se han alejado de la Iglesia porque piensan que estamos perdiendo el tiempo y que los curas engañamos a la gente, piensan y razonan así por una única razón: no tienen fe.
Ahora bien, si cada uno de nosotros somos responsables de nuestros hermanos, ¿qué parte de responsabilidad recae sobre mí por el hecho de que este hermano mío no tenga fe y no crea en Cristo resucitado? Es una pregunta muy dura. Nos dice la Palabra, en el libro de los Hechos de los Apóstoles que «Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno». Esto nos da una pista importante. Los signos de la fe que manifestaban al mundo y con potencia las Comunidades Cristianas eran dos: el amor y la unidad. Los paganos se acercaban a las comunidades cristianas atraídos por estos dos signos de la fe; el amor y la unidad entre ellos.
            Si nuestras parroquias no son un como un faro que alumbre a los hombres con esos signos de la fe que son la luz del amor y la unidad no generarán la más mínima curiosidad. Ahora bien, si el amor y la unidad se diera, eso mismo atraería a los hombres hacia Cristo y Cristo podría ejercer su señorío tanto en ese nuevo hermano como en cada uno de nosotros. Si vivimos nuestro ser cristiano sin que ejerza su influencia en nuestras acciones, sentimientos, deseos y razonamientos no estaremos siendo testigos del Resucitado.
            La pregunta clave es, ¿puede ser que tú estando en la Iglesia, ahora en esta Eucaristía puede ser que no tengas fe? Demuéstranos tu fe. Piensa y di en qué cosas cotidianas tu ser cristiano juega un papel relevante. Cuando se está con un amigo uno percibe el clima de amistad que envuelve esa relación. Si tenemos a Cristo en el centro de nuestra alma ¿soy capaz de amar incluso al que me odia y de poner las cosas propias al servicio de los demás porque haciéndolo estás amando en esos hermanos a una única persona, a Cristo?
            Tertuliano, allá por el siglo segundo decía esto de los cristianos:
« ¡Mirad como se aman! Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro».
Y San Policarpo de Esmirna, a eso del año 155 después de Cristo, en su carta a los Filipenses nos decía: «Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, (…). Someteos unos a otros y procurad que vuestra conducta entre los gentiles sea buena así verán con sus propios ojos que os portáis honradamente; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor!»  (SAN POLICARPO DE ESMIRNA, Carta a los Filipenses, 9,1 -11, 4).

El «mirad como se aman» era lo que atrajo a muchos hombres a Cristo, que nuestro actuar sea de tal forma que cuando nos vean puedan decir, ahí está un cristiano y yo quiero estar con Cristo en la Iglesia. 

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