HOMILÍA
DEL JUEVES SANTO, ciclo a, 13 de abril 2017
Jesús
está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» (cfr. Jn 13,1). Ese ‘pasar’, este verbo nos remite a la palabra
‘Pascua’, en el sentido de ‘paso’ del mar Rojo. Cristo -y nosotros con Él-
vamos a «pasar» de este mundo, cautivo del pecado, al Padre, a la Tierra
Prometida. Esta Pascua de Cristo sustituirá a la Pascua hebrea. Hemos roto con
el maldito Egipto seductor para atravesar el mar Rojo y ser conducidos a la
Tierra Prometida. Esto es muy importante: Digo que 'hemos roto con el mandito
Egipto seductor', y todos sabemos de qué cosas antes tolerábamos determinados
pecados y cosas procedentes del maligno y ahora hemos roto con todo ello. Y al
romper eso, pero eso mismo digo que 'hemos
salido del Egipto seductor'. Y lo hacemos de la mano de nuestro Redentor,
Jesucristo. Pero aunque hayamos roto con todo lo que significa el Egipto
seductor, Satanás no se cansa de seguir tentándonos para que regresemos a
Egipto.
Dice la Palabra: «Durante la cena, cuando ya el diablo había
metido en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle (…)» (cfr. Jn 13, 2). La Pasión es un drama en el que está
implicado el mundo invisible. Detrás de los hombres está acosando y actuando el
poder diabólico. Satanás está muy a gusto en medio de
las personas tibias y alejadas del amor de Dios. En medio de este
terreno conquistado ya no tiene nada más que hacer porque ya lo tiene bajo su
tiranía. Satanás
no podía permitir que Cristo fuera sacrificado en el madero de la cruz,
no podía tolerar ese acto de amor a la humanidad hasta este extremo. Sin embargo Jesucristo, aun con el riesgo de no ser
entendido por sus discípulos «se levantó de la mesa, se quitó sus
vestidos y, tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en una palangana y
se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que
estaba ceñido» (cfr. Jn 13, 4-5). Para dar fuerza a su decisión
personal inquebrantable de obedecer al Padre y de entregarse en la cruz como
acto de supremo amor, por eso, pone en práctica esta importante acción
simbólica del lavatorio de los pies. Aquello que dijo Abigail al salir a recibir
a la comitiva enviada por el rey David para llevársela como su esposa se hace
ahora realidad: «Aquí está tu esclava, dispuesta a lavar los pies de los criados de mi
señor» (cfr. 1 Sm 25, 41). Salvo que ahora no es Abigail, sino
Jesucristo, el Señor de los señores quien lava los pies a sus discípulos, los cuales
entregando su vida incondicionalmente por el anuncio del Evangelio no dejarán
de lavar los pies, de mil millones de formas y maneras, a todos los hombres,
sus hermanos.
El evangelista San Juan en este
pasaje del lavatorio de los pies nos quiere decir algo más profundo. Nos dice
que Jesús 'se ciñó un paño de lino, una toalla' y que les seca los pies con el
paño que se había ceñido. Como acción simbólica de la muerte que se quería
significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue
lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Entonces ¿por qué el evangelista
San Juan vuelve a insistir en el tema del 'paño' o de la 'toalla' añadiendo que
los pies fueron secados 'con la toalla con que estaba ceñido'? Vamos a ver, no
les iba a secar los pies con papel de cocina, por lo tanto parece que era algo
más que evidente, y aún así el evangelista lo añade. Si estamos ante una
narración simbólica de carácter profético nada está puesto en la palabra como
si fuera un adorno. ¿Por qué destaca tanto el asunto de la toalla o ese paño de
lino?, la respuesta es porque el Evangelista desea destacar sobremanera una
acción: la
acción de ceñirse.
La Palabra nos ha dicho que «Jesús
sabía
que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre» (cfr. Jn
13,1) y que ese amor, esa entrega iba a ser «hasta el extremo», hasta el
final. Esto exige una lucha sin precedentes; exige una guerra con los que le
quieren imponer el destino ciego del odio. Jesucristo se entregó libremente, con total y
absoluta libertad abrazó el madero de la cruz y quiso con todo su corazón hacer
suyo el proyecto de Dios. No vienen las cosas como si se tratara de una simple
condena legal, como puede aparecer con los dos juicios -el religioso y el
político- que tuvo que padecer. Sino que es una muerte salvadora donde planta
cara al constante desafío de Satanás. Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar
la batalla de su muerte. Jesús no lucha por no morir, sino para que su muerte
tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo. Jesucristo
se ciñó la toalla -al estilo de los antiguos guerreros- porque era una guerra
contra los proyectos que Satanás había determinado lleva a cabo en el mundo. Jesucristo se ciñe
para no morir odiando, sino amando. Esta una guerra de magnitudes
históricas entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el de
Satanás. Jesucristo va ceñido con el cinturón de la paz. Jesucristo les seca
los pies con el paño ceñido, sin quitárselo, porque muere luchando, nadie le he
impuesto la muerte, es Él quien lo acepta libremente.
Que cada cual se ciña la toalla, al
estilo de los antiguos guerreros, para plantar batalla al pecado personal y a
las malditas seducciones de Satanás. Dios entrega las batallas más difíciles a sus mejores soldados.
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