domingo, 9 de abril de 2017

Homilía del Jueves Santo, ciclo a, 13 de abril de 2017

HOMILÍA DEL JUEVES SANTO, ciclo a, 13 de abril 2017

            Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» (cfr. Jn 13,1). Ese ‘pasar’, este verbo nos remite a la palabra ‘Pascua’, en el sentido de ‘paso’ del mar Rojo. Cristo -y nosotros con Él- vamos a «pasar» de este mundo, cautivo del pecado, al Padre, a la Tierra Prometida. Esta Pascua de Cristo sustituirá a la Pascua hebrea. Hemos roto con el maldito Egipto seductor para atravesar el mar Rojo y ser conducidos a la Tierra Prometida. Esto es muy importante: Digo que 'hemos roto con el mandito Egipto seductor', y todos sabemos de qué cosas antes tolerábamos determinados pecados y cosas procedentes del maligno y ahora hemos roto con todo ello. Y al romper eso,  pero eso mismo digo que 'hemos salido del Egipto seductor'. Y lo hacemos de la mano de nuestro Redentor, Jesucristo. Pero aunque hayamos roto con todo lo que significa el Egipto seductor, Satanás no se cansa de seguir tentándonos para que regresemos a Egipto.
Dice la Palabra: «Durante la cena, cuando ya el diablo había metido en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle (…)» (cfr. Jn 13, 2). La Pasión es un drama en el que está implicado el mundo invisible. Detrás de los hombres está acosando y actuando el poder diabólico. Satanás está muy a gusto en medio de las personas tibias y alejadas del amor de Dios. En medio de este terreno conquistado ya no tiene nada más que hacer porque ya lo tiene bajo su tiranía. Satanás no podía permitir que Cristo fuera sacrificado en el madero de la cruz, no podía tolerar ese acto de amor a la humanidad hasta este extremo. Sin embargo Jesucristo, aun con el riesgo de no ser entendido por sus discípulos «se levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y, tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido» (cfr. Jn 13, 4-5). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable de obedecer al Padre y de entregarse en la cruz como acto de supremo amor, por eso, pone en práctica esta importante acción simbólica del lavatorio de los pies. Aquello que dijo Abigail al salir a recibir a la comitiva enviada por el rey David para llevársela como su esposa se hace ahora realidad: «Aquí está tu esclava, dispuesta a lavar los pies de los criados de mi señor» (cfr. 1 Sm 25, 41). Salvo que ahora no es Abigail, sino Jesucristo, el Señor de los señores quien lava los pies a sus discípulos, los cuales entregando su vida incondicionalmente por el anuncio del Evangelio no dejarán de lavar los pies, de mil millones de formas y maneras, a todos los hombres, sus hermanos.
            El evangelista San Juan en este pasaje del lavatorio de los pies nos quiere decir algo más profundo. Nos dice que Jesús 'se ciñó un paño de lino, una toalla' y que les seca los pies con el paño que se había ceñido. Como acción simbólica de la muerte que se quería significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Entonces ¿por qué el evangelista San Juan vuelve a insistir en el tema del 'paño' o de la 'toalla' añadiendo que los pies fueron secados 'con la toalla con que estaba ceñido'? Vamos a ver, no les iba a secar los pies con papel de cocina, por lo tanto parece que era algo más que evidente, y aún así el evangelista lo añade. Si estamos ante una narración simbólica de carácter profético nada está puesto en la palabra como si fuera un adorno. ¿Por qué destaca tanto el asunto de la toalla o ese paño de lino?, la respuesta es porque el Evangelista desea destacar sobremanera una acción: la acción de ceñirse.
            La Palabra nos ha dicho que «Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre» (cfr. Jn 13,1) y que ese amor, esa entrega iba a ser «hasta el extremo», hasta el final. Esto exige una lucha sin precedentes; exige una guerra con los que le quieren imponer el destino ciego del odio. Jesucristo se entregó libremente, con total y absoluta libertad abrazó el madero de la cruz y quiso con todo su corazón hacer suyo el proyecto de Dios. No vienen las cosas como si se tratara de una simple condena legal, como puede aparecer con los dos juicios -el religioso y el político- que tuvo que padecer. Sino que es una muerte salvadora donde planta cara al constante desafío de Satanás. Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de su muerte. Jesús no lucha por no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo. Jesucristo se ciñó la toalla -al estilo de los antiguos guerreros- porque era una guerra contra los proyectos que Satanás había determinado lleva a cabo en el mundo. Jesucristo se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta una guerra de magnitudes históricas entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el de Satanás. Jesucristo va ceñido con el cinturón de la paz. Jesucristo les seca los pies con el paño ceñido, sin quitárselo, porque muere luchando, nadie le he impuesto la muerte, es Él quien lo acepta libremente.

            Que cada cual se ciña la toalla, al estilo de los antiguos guerreros, para plantar batalla al pecado personal y a las malditas seducciones de Satanás. Dios entrega las batallas más difíciles a sus mejores soldados

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