HOMILÍA
DE LA VIGILIA PASCUAL
AÑO 2017
Supongo
que durante todo este tiempo de cuaresma –tiempo de conversión por antonomasia-
hayamos puesto al descubierto aquellos pecados que nos impedían escuchar a Dios
y cumplir su voluntad. De tal modo que si a cada uno nos dejaran un bolígrafo y
una libreta podríamos, sin mucha dificultad, ir anotando en un listado esos
pecados con el daño que nos ha acarreado cada uno de ellos. Y al ser aún más
consciente del daño que hemos generado a los demás y originado a nosotros
mismos y al Señor, adquiramos la firme determinación de vivir como hijos de la
luz. No hace falta ser un Albert Einstein, ni una Maire Curie
(1867-1934, pionera en el estudio de la radiactividad que obtuvo dos premios
Nobel de Física y el de Química) para darnos cuenta que realmente muy pocas cosas y hábitos cambian en
nuestra vida.
Nos
dice la Sagrada Escritura ,
que en una ocasión Jesucristo visitó Nazaret, su ciudad y se puso a enseñar en
su sinagoga. Y nos dice que «no hizo allí muchos milagros, por su falta
de fe» (cfr. Mt 13, 58). ¿Acaso nosotros somos mejores o tenemos más fe
que aquellos paisanos suyos de Nazaret? Estamos celebrando que Jesucristo en
esta noche ha resucitado. Sin embargo algo nos debe de estar pasando
-tanto a nivel global eclesial como a nivel particular- para que esa irradiación de la resurrección no desencadene sus
pertinentes efectos. Es como si estuviésemos viviendo los acontecimientos
como espectadores, haciendo una cosa y luego la otra, yendo de un lado para
otro, ya sabiendo de antemano lo que va a acontecer sin llegarnos a creer que Cristo tiene el poder de hacer nueva tu propia
existencia. ¡¡¡Yo, por lo menos, necesito urgentemente que
Cristo haga nuevo todo mi ser!!!
A
mi esto me hace pensar mucho: Si uno que se dice ser cristiano ‘no se muere de ganas’ de estar con
Cristo es porque
realmente no se cree que Cristo viva y se constata un serio déficit en su fe.
Por eso Cristo no puede hacer milagros en la vida de esa persona, por su falta
de fe, tal y como le pasó con sus paisanos en Nazaret. Podrá gritar a pleno
pulmón que ‘Cristo ha resucitado’, pero no dejará de estar al mismo nivel que
un simple gol de su equipo de fútbol. Porque no tiene fe. Porque al no
creérselo no va a tener la más mínima incidencia en su vida y al no creer en
Cristo no permite que Cristo pueda hacer obras grandes en él.
Si
a uno le toca el gordo de la lotería, con una burrada de millones, con toda
seguridad -a no ser que tengas bien situado tu corazón junto al de Cristo- tu
vida toma otros derroteros muy distintos. Pues que lo sepáis, Jesucristo ha
resucitado de entre los muertos y este hecho no es un baladí, no es algo sin
importancia, es algo muy importante, clave, fundamental, esencial para
entenderte a ti mismo y tu propia historia. Abrir los ojos a la fe es empezar a
aprender a ver, a escuchar y a actuar amando de un modo totalmente nuevo, inexplicable
para el mundo y para sus pasiones. Es empezar a sentir la necesidad de contar
con la presencia de Cristo, el cual siempre asiste, para ir rompiendo, una a
una esas ataduras que nos da el pecado, y empezar a sentir cómo Él, de una
manera misteriosa pero eficaz, obra milagros en la propia vida y en la de todos aquellos que
en Él se confían.
Perseverando
en la escucha atenta de la Palabra, en la Eucaristía y en la comunión fraterna se experimentará la potencia de Cristo que
lleva a los cristianos a poner a Dios en el centro de la propia vida, despojándose,
poco a poco, de los ídolos (dinero, carrera, afectividad) y todo esto vigilando
como las vírgenes de la parábola en la espera del esposo para abrirle apenas
llegue.
¡CRISTO ESTÁ VIVO! ¡DISFRUTEMOS GOZOSOS DE SU
PRESENCIA!
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