lunes, 10 de abril de 2017

Homilía de la VIGILIA PASCUAL año 2017, 15 de abril de 2017

HOMILÍA DE LA VIGILIA PASCUAL AÑO 2017
            Supongo que durante todo este tiempo de cuaresma –tiempo de conversión por antonomasia- hayamos puesto al descubierto aquellos pecados que nos impedían escuchar a Dios y cumplir su voluntad. De tal modo que si a cada uno nos dejaran un bolígrafo y una libreta podríamos, sin mucha dificultad, ir anotando en un listado esos pecados con el daño que nos ha acarreado cada uno de ellos. Y al ser aún más consciente del daño que hemos generado a los demás y originado a nosotros mismos y al Señor, adquiramos la firme determinación de vivir como hijos de la luz. No hace falta ser un Albert Einstein, ni una Maire Curie (1867-1934, pionera en el estudio de la radiactividad que obtuvo dos premios Nobel de Física y el de Química) para darnos cuenta que realmente muy pocas cosas y hábitos cambian en nuestra vida.
            Nos dice la Sagrada Escritura, que en una ocasión Jesucristo visitó Nazaret, su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga. Y nos dice que «no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe» (cfr. Mt 13, 58). ¿Acaso nosotros somos mejores o tenemos más fe que aquellos paisanos suyos de Nazaret? Estamos celebrando que Jesucristo en esta noche ha resucitado. Sin embargo algo nos debe de estar pasando -tanto a nivel global eclesial como a nivel particular- para que esa irradiación de la resurrección no desencadene sus pertinentes efectos. Es como si estuviésemos viviendo los acontecimientos como espectadores, haciendo una cosa y luego la otra, yendo de un lado para otro, ya sabiendo de antemano lo que va a acontecer sin llegarnos a creer que Cristo tiene el poder de hacer nueva tu propia existencia. ¡¡¡Yo, por lo menos, necesito urgentemente que Cristo haga nuevo todo mi ser!!!
            A mi esto me hace pensar mucho: Si uno que se dice ser cristiano ‘no se muere de ganas’ de estar con Cristo es porque realmente no se cree que Cristo viva y se constata un serio déficit en su fe. Por eso Cristo no puede hacer milagros en la vida de esa persona, por su falta de fe, tal y como le pasó con sus paisanos en Nazaret. Podrá gritar a pleno pulmón que ‘Cristo ha resucitado’, pero no dejará de estar al mismo nivel que un simple gol de su equipo de fútbol. Porque no tiene fe. Porque al no creérselo no va a tener la más mínima incidencia en su vida y al no creer en Cristo no permite que Cristo pueda hacer obras grandes en él.
            Si a uno le toca el gordo de la lotería, con una burrada de millones, con toda seguridad -a no ser que tengas bien situado tu corazón junto al de Cristo- tu vida toma otros derroteros muy distintos. Pues que lo sepáis, Jesucristo ha resucitado de entre los muertos y este hecho no es un baladí, no es algo sin importancia, es algo muy importante, clave, fundamental, esencial para entenderte a ti mismo y tu propia historia. Abrir los ojos a la fe es empezar a aprender a ver, a escuchar y a actuar amando de un modo totalmente nuevo, inexplicable para el mundo y para sus pasiones. Es empezar a sentir la necesidad de contar con la presencia de Cristo, el cual siempre asiste, para ir rompiendo, una a una esas ataduras que nos da el pecado, y empezar a sentir cómo Él, de una manera misteriosa pero eficaz, obra milagros en la propia vida y en la de todos aquellos que en Él se confían.
            Perseverando en la escucha atenta de la Palabra, en la Eucaristía y en la comunión fraterna se experimentará la potencia de Cristo que lleva a los cristianos a poner a Dios en el centro de la propia vida, despojándose, poco a poco, de los ídolos (dinero, carrera, afectividad) y todo esto vigilando como las vírgenes de la parábola en la espera del esposo para abrirle apenas llegue.

             ¡CRISTO ESTÁ VIVO! ¡DISFRUTEMOS GOZOSOS DE SU PRESENCIA!

No hay comentarios: