sábado, 29 de abril de 2017

Homilía del Domingo Tercero de Pascua, ciclo a

HOMILÍA DEL DOMINGO TERCERO DE PASCUA, ciclo a
            La Palabra nos cuenta de cómo dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús. Nosotros somos esos discípulos de Jesús que vamos caminando juntos, tal y como ellos lo hacían. Y durante el transcurso de ese camino entre ellos hablaban. Nosotros, caminando juntos, al conocer tanto las cruces como las alegrías de los unos de los otros, sentimos cómo no tenemos necesidad de ocultar nada, sino el deseo de ahondar en la alegría que mana de la comunión fraterna. Nosotros, también caminando juntos, hablamos por medio de los ecos, de nuestras peticiones, de nuestras presencias y ausencias, de lo que decimos y de lo que omitimos. Nosotros, como ellos, nos dirigimos a nuestro Emaús, a aquel lugar donde esperamos hallar la presencia del Resucitado a través del amor y comunión fraterna.
            Sin embargo ese Emaús se resiste en ser encontrado porque el ‘ego’ de las personas, el deseo de ser ‘el niño en el bautizo’, ‘la novia en la boda’ y ‘el muerto en el entierro’ hace que podamos llegar al destino anhelado, pero habiendo perdido por el camino a los hermanos. Ese Emaús se resiste en ser encontrado porque no se actúa con el discernimiento que viene de lo alto, sino con la prepotencia que arrasa y genera desánimo y enfriamiento.
            Dicen que estos dos discípulos de Jesús «iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido». El Señor Jesús les había dado una lección excelente de amor entregándose libremente en la cruz; el Señor les había impartido una catequesis magistral con aquellos acontecimientos tan crueles y dolorosos. A lo que estos dos discípulos de Jesús que iban de camino  se limitaban a reproducir o leer lo acontecido.
            ¿Y cómo se da el paso de la narración de los hechos a poder cosechar los frutos que esos hechos han generado en uno?  Antes, en todo el trayecto anterior a encontrarse con ese otro caminante se estaban simplemente narrando los acontecimientos, es como si uno estuviera sentado en la grada presenciando un partido de futbol. Está claro que vibras cuando tu equipo mete gol y sufres cuando se va perdiendo el partido. Pero ¿acaso es lo mismo estar en la grada viéndolo que estar allí como árbitro, como masajista, como preparador físico o como jugador dentro del campo de juego? Realmente es muy diferente. Empezaron a cosechar los frutos que esos hechos habían generado en cada uno de ellos tan pronto como, tal y como nos cuenta la Palabra que Jesucristo, empezó a acompañarles en el camino. Ese hombre desconocido que les salió al encuentro –que resultó que era el Maestro- les ayudó a discernir y por eso  «comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras».
Estos dos discípulos de Jesús empezaron a parar por sus corazones esas experiencias, las interiorizaron, las hicieron propias, y empezaron a descubrir cómo esos sucesos les estaban iluminando su ser de un modo nuevo, gozoso, lleno de una alegría sobrenatural y desbordante. Estos dos discípulos del Señor sabían que todos aquellos que les fueran a escuchar en el futuro no se iban a conformar con la narración de una sucesión de acontecimientos, ya que eso sólo vale a nivel de conocimientos pero ‘no calienta el alma’. Sabían que los oyentes esperaban conocer los frutos que habían generado esos acontecimientos en esos dos discípulos de Jesús.
Dice el Señor, «donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy  yo» (cfr. Mt 18-20).  Por lo tanto donde se de la comunión es donde Cristo hace su aparición. ¿Cómo sabemos si estamos en comunión? Lo sabemos cuando se hace presente el fruto de la presencia de Cristo: el discernimiento. Cuando se da el discernimiento es cuando uno puede constatar que Cristo está presente en medio nuestro.
Nuestra historia personal está sembrada de torpezas y de miserias. Y ese Jesús, crucificado precisamente por nuestros pecados, al resucitar nos rescató ofreciéndonos un nuevo camino que nos conduce a la libertad. Él nos abre el entendimiento para entender las escrituras;  o haciendo nuestras esas palabras de esos dos discípulos de Jesús: « ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

El libro de Kiko Argüello ‘Anotaciones 1988-2014’ comienza con un primer punto que dice: "¿Qué es ser cristiano? Tener discernimiento". Si tenemos como compañero de camino a Cristo, sin lugar a dudas lo tendremos. 

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