HOMILÍA DEL DOMINGO TERCERO DE PASCUA, ciclo a
Sin
embargo ese
Emaús se resiste en ser encontrado porque
el ‘ego’ de las personas, el deseo de ser ‘el
niño en el bautizo’, ‘la novia en la
boda’ y ‘el muerto en el entierro’
hace que podamos llegar al destino anhelado, pero habiendo perdido por el
camino a los hermanos. Ese Emaús se resiste en ser encontrado porque no se
actúa con el discernimiento que viene de lo alto, sino con la prepotencia que
arrasa y genera desánimo y enfriamiento.
Dicen
que estos dos discípulos de Jesús «iban conversando entre ellos de todo lo que
había sucedido». El Señor Jesús les había dado una lección excelente de
amor entregándose libremente en la cruz; el Señor les había impartido una
catequesis magistral con aquellos acontecimientos tan crueles y dolorosos. A lo
que estos dos discípulos de Jesús que iban de camino se limitaban a reproducir o leer lo acontecido.
¿Y cómo se da el
paso de la narración de los hechos a poder cosechar los frutos que esos hechos
han generado en uno? Antes,
en todo el trayecto anterior a encontrarse con ese otro caminante se estaban
simplemente narrando los acontecimientos, es como si uno estuviera sentado en
la grada presenciando un partido de futbol. Está claro que vibras cuando tu equipo
mete gol y sufres cuando se va perdiendo el partido. Pero ¿acaso es lo mismo
estar en la grada viéndolo que estar allí como árbitro, como masajista, como preparador
físico o como jugador dentro del campo de juego? Realmente es muy diferente. Empezaron
a cosechar los frutos que esos hechos habían generado
en cada uno de ellos tan pronto como, tal y como nos cuenta la Palabra que Jesucristo, empezó a acompañarles en el camino.
Ese hombre desconocido que les salió al encuentro –que resultó que era el
Maestro- les
ayudó a discernir y por eso «comenzando por Moisés y siguiendo por todos
los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras».
Estos
dos discípulos de Jesús empezaron a parar por sus corazones esas experiencias,
las interiorizaron, las hicieron propias, y empezaron a descubrir cómo esos
sucesos les estaban iluminando su ser de un modo nuevo, gozoso, lleno de una
alegría sobrenatural y desbordante. Estos dos
discípulos del Señor sabían que todos aquellos que les fueran a escuchar en el
futuro no se iban a conformar con la
narración de una sucesión de acontecimientos, ya que eso sólo vale a
nivel de conocimientos pero ‘no calienta el alma’. Sabían que los oyentes
esperaban conocer los frutos que habían generado esos acontecimientos en esos
dos discípulos de Jesús.
Dice
el Señor, «donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo» (cfr. Mt 18-20). Por lo tanto donde se de la comunión es donde
Cristo hace su aparición. ¿Cómo sabemos
si estamos en comunión? Lo sabemos cuando se hace presente el fruto de la
presencia de Cristo: el discernimiento.
Cuando se da el discernimiento es cuando uno puede constatar que Cristo está
presente en medio nuestro.
Nuestra
historia personal está sembrada de torpezas y de miserias. Y ese Jesús,
crucificado precisamente por nuestros pecados, al resucitar nos rescató
ofreciéndonos un nuevo camino que nos conduce a la libertad. Él nos abre el
entendimiento para entender las escrituras;
o haciendo nuestras esas palabras de esos dos discípulos de Jesús: « ¿No
ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?».
El
libro de Kiko Argüello ‘Anotaciones 1988-2014’ comienza con un
primer punto que dice: "¿Qué es ser
cristiano? Tener
discernimiento". Si tenemos como compañero de
camino a Cristo, sin lugar a dudas lo tendremos.
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