HOMILÍA DEL
DOMINGO DE RESURRECCIÓN, 16 de abril de 2017
Hoy ha acontecido
un fenómeno inexplicable. Uno que estaba realmente muerto, además crucificado
con todo el sufrimiento cruel que ha soportado en su carne, ha retornado a la
vida y ahora está vivo. Nadie se lo puede explicar y nos ha quedado perplejos. Aquel
que fue crucificado y fue sepultado ha resucitado de entre los muertos, y
además, se ha aparecido a sus discípulos y ha dado muchas muestras de que está
vivo. Y algunos nos pueden decir: «pues si está vivo ¿dónde está?, que se
presente ante mí». Es que resulta que únicamente los corazones enamorados lo pueden encontrar.
Hace poco vi un
video que me llamó la atención. Un señor, de mediana edad, estaba en una
peluquería cortándose el pelo. Y en las peluquerías se habla tanto de lo divino
como de lo humano. Y en esa conversación comentó el peluquero que él no creía
en Dios, porque era imposible que, de existir Dios, pudiera permitir tantas
hambrunas, guerras y situaciones tan desesperadas. Al día siguiente, aquel
cliente entra en la peluquería con un melenudo, descuidado y sospechoso de
tener una colonia de pulgas. A lo que el cliente le dice al peluquero: «Mira,
los peluqueros no existen, porque de existir este joven no estaría con estas
melenas tan largas, descuidadas como sucias». A lo que peluquero le replicó: «
¡Anda!, yo soy peluquero y aquí estoy y la gente acude a mí para cortarse el
pelo». Ante esto el cliente le contestó: «Lo mismo pasa con Dios. ¡Dios claro
que existe!, pero no acudimos a Él, por
eso hay tanta violencia, tantos robos, tantos hermanos nuestros muriéndose de
hambre, tanta pobreza y miseria».
Pero claro ¿cómo
vivir la fe en una cultura tan compleja, tan complicada? Dios te dice, «ten fe».
Dios hará lo que tenga que hacer contigo. No caigas en la tentación pensando
que te puedan salvar tus estrategias. No nos va a salvar ninguna estrategia,
ninguna. Sólo Dios salva, ten fe. Tenemos que ser como aquellos niños en los
que están en esa etapa en la que agarran de la mano de su papá, y se encuentran
totalmente seguros, aunque se caiga el mundo. Ahora nos agobiamos con cosas,
que cuando las veamos desde Dios caeremos en la cuenta de cómo todo es
sencillo. Es como si los niños se agarran un berrinche pidiendo a su madre «¡quiero
chocolate!,¡quiero chocolate! », y uno no se lo puede dar porque simplemente no
se tiene chocolate. Y claro, uno se da cuenta de que ese berrinche es tan
irracional que es preciso verlo desde otra perspectiva distinta, porque de lo
que se está quejando es absurdo. Pues lo mismo nos pasará a nosotros cuando
veamos las cosas desde Dios. A este momento histórico no nos va a salvar los
teólogos, ni los planes pastorales, ni los planteamientos políticos ni
sociales. A este momento histórico lo que le va a salvar va a ser la fe de los
sencillos y el ejemplo de los santos. Aquí lo importante es que nos alistemos
en el ejército de los sencillos, que de ‘capitanes’ estamos demasiado sobrados.
Lo que nos hace falta es alistarnos en el ejército de los sencillos. Que son
aquellos que están caminando por terrenos minados, pero avanzando como por una
alfombra roja porque se deja guiar por Dios. Es que estas personas sencillas
han decidido no pensar en cálculos humanos. No son las estrategias humanas las
que triunfan. Habían tramado a la perfección la muerte de Cristo e incluso
asegurándose de que no robasen su cuerpo sellando las piedras del sepulcro y
poniendo guardias para custodiarlo. ¿Y les valió acaso para algo? A todas
luces, no.
La única manera
de vivir la vida cristiana es tomando la opción de hacer las cosas delante de
Dios, en su presencia y yo sé que él pondrá ‘su alfombra roja’, aunque yo sé
que el terreno esté minado. Todo se reduce en vivir en la presencia de Dios. Tener
la convicción de ese niño que dice que «me da igual lo que pase aquí, porque
estoy de la mano de mi padre».Esa sencillez es vivir la sabiduría del Espíritu,
es descubrir que hay una presencia superior. Una presencia de Dios superior a
los líos, a las dificultades, a los rechazos, a las estrategias, etc. Una presencia
superior que no nos va a dejar nunca de la mano.
Imagínense que
estás en el medio del campo de fútbol de un equipo muy importante, y que estás
ahí tu solo en medio del campo. Y en un lado está el graderío de unas treinta mil personas que te están mirando,
y uno siente el peso de tantas miradas que se están fijando en tí, de tal modo
que te sientes observado, te sientes condicionado y preocupado de cómo me
miran, de cómo me juzgan. Y en el otro lado del graderío sólo está Jesucristo,
que está sentadito solo y que también te mira, que también se fija en tí. Y la
pregunta es ¿a mí que mirada me condiciona más? ¿La mirada de aquellos treinta
mil que parece que se me clava en el cogote o la mirada del Señor? ¿Qué mirada
me condiciona más? ¿Qué presencia es más determinante en mi vida? Porque todos,
cuando hablamos, cuando pensamos, cuando nos callamos..., lo hacemos ante una
presencia. Por eso la clave en la vida espiritual está en vivir en la presencia
de Dios. Lo determinante es saber cuál
es la voluntad de Dios y a lanzarse a por ella. Todo lo demás es relativo. La
vida cristiana es ir descubriendo la voluntad de Dios, por eso es tan
importante saber y experimentar que Jesucristo está vivo porque de este modo en
ese irlo descubriendo y poniéndolo en práctica sentiremos su presencia
constante y alentadora.
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