HOMILÍA DEL QUINTO DOMINGO
DE CUARESMA, Ciclo a
Muchas veces la primera de las
lecturas puede pasar sin pena ni gloria. Hoy el profeta Ezequiel es capaz de
hablar de esperanza en medio de tanta desolación. Le tocó vivir la época más
trágica y más dura de la historia de Israel: el exilio a Babilonia.
El profeta Ezequiel sabe que el
exilio es consecuencia del pecado del pueblo. La santidad de Dios había sido
ofendida por el pecado del pueblo. El pecado es como esa gran puerta que impide
que Dios se haga presente en medio de su pueblo y así manifieste su luz a las
gentes. Cuando se van creando leyes a favor del mal llamado matrimonio de
personas del mismo sexo; cuando se hacen leyes que matan a los niños en el seno
materno; cuando la ideología de género se cuela en todas las esferas del ámbito
educativo; cuando se confunde la libertad de expresión con las faltas de
respeto y con el alegrarse del mal ajeno, etc., se genera una nube tóxica de
pecado que oculta la presencia de Dios en medio de su pueblo. Es como una gran
mega cúpula de cristal irrompible que nos aísla de las realidades divinas. Ezequiel
vivía en el exilio; nosotros estamos siendo llevados al exilio porque con este
nuevo modo de pensar y con el correspondiente modo de proceder, nuestra vida
cristiana y nuestra fe queda como arrinconada.
Es entonces cuando uno puede hacer
caso al dicho popular: «Si no puedes contra el enemigo, únete a él». Y cuando
dejamos de tener a la Sagrada Escritura y lo que nos dice nuestra Madre la
Iglesia como puntales de referencia nos vamos envenenando al no depurarnos con
el perdón del Señor y al no alimentarnos con el pan de los hijos. Y como cuesta
mucho más seguir a Cristo que a nuestras propias pasiones, no dudamos en
renegar del Señor y preferir entrar por la puerta amplia que conduce a la
perdición antes que por la estrecha que lleva a la salvación.
Ezequiel se encuentra en el exilio
en Babilonia porque eligió ser fiel a Dios antes que a cualquier ídolo o antes
de cualquier modo cómodo de vivir al margen del Señor. Ezequiel al tener el Espíritu Santo goza de una
capacidad de discernimiento de la realidad inmejorable y pone con sus
palabras en la verdad a sus conciudadanos desenmascarando el pecado que les
esclaviza. El pecado nos conduce a la muerte óntica, a la muerte del ser. Y el
sepulcro es el lugar donde se sepultan los muertos. Hay
aspectos de nuestra vida que, por lo que sea, no está siendo iluminadas por la
luz de la fe y que se encuentran en esos particulares sepulcros. ¿Acaso
se puede salir de esos sepulcros con nuestras propias fuerzas?, a todas luces,
no. Sin embargo, cuando uno se pone a luchar contra el pecado y se va buscando
los medios de la gracia que la Iglesia nos brinda, es entonces cuando el Señor
escuche el clamor de los que sufren, tal y como nos dice el profeta Isaías: «Gritad,
cielos, de gozo; salta, tierra, de alegría; montes, estallad de júbilo, que el
Señor consuela a su pueblo, se apiada de sus desvalidos» (Is 49, 13).
Y es que
resulta que esos aspectos de nuestra vida que no están siendo iluminados por la
luz de la fe, porque nosotros no queremos, y se encuentran enterrados en unos
sepulcros. Y resulta que si lleva ya 'cuatro días' huele a podrido, se
siente la herida que nos ocasiona el pecado. Nos latirá el corazón, pero
andaremos como zombis en esos aspectos de nuestra vida: Podremos estar casados,
pero como en ese matrimonio no esté Cristo en medio, la mirada se irá tras de
otras mujeres y harás un uso impropio del matrimonio, generando un distanciamiento
entre tu cónyuge que difícilmente lo podrás irás soportando. Podrás tener una
tendencia hacia la homosexualidad, pero como no tengas presente a Cristo en tu
vida que te llama a un amor de castidad te introducirás en una espiral
autodestructiva lejos de Dios. Podrás se un sacerdote muy majo y encantador
ante tu feligresía, pero como no seas fiel a la Iglesia, tanto en la liturgia
como en la integridad de la fe y de las costumbres, estarás privando de la
presencia de Cristo a tus feligreses y te estarás cavando tu propia fosa por
ser un criado infiel y negligente.
Recordemos lo que nos dice hoy el apóstol
San Pablo a los Romanos, y por ende, a nosotros mismos: «Los que viven sujetos a la carne
no pueden agradar a Dios». Los zombis o medio zombis que tienen
aspectos de su vida en ese particular sepulcro y no quieren cambiar porque se
encuentran muy a gusto con su situación empecatada, no pueden agradar a Dios.
Jesucristo quiere sacarte de tus
particulares sepulcros. Lo hemos escuchado en el Evangelio: Se desplaza hasta
Judea y se presenta ante el sepulcro de su amigo fallecido y Él, con voz
potente gritó: «Lázaro, sal fuera». A lo que el muerto salió, con los pies y
las manos atadas con vendas y la cara envuelta en un sudario. Jesucristo se
desplaza hasta tu vida para que tú y yo seamos sanados y sacados de nuestros
particulares sepulcros. Nuestro pecado nos impide que la luz de Cristo brille
en nuestras almas y así vivamos en un exilio lejos de Dios. El mundo que piense
lo que quiera y que actué como considere oportuno, lo nuestro es caminar detrás
de Cristo dejándonos conquistar por su amor. Y si por hacer esto tenemos que
sufrir el exilio como el profeta Ezequiel, bienvenido sea ya que así podremos
dar testimonio de nuestra fe.
LECTURAS: Lectura
de la profecía de Ezequiel 37,12-14
Sal
129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8 R/. Del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,8-11
Lectura
del santo evangelio según san Juan 11,3-7.17.20-27.33b-45
No hay comentarios:
Publicar un comentario