HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS, ciclo a,
9 de abril 2017
En estos días vamos a ser testigos
de unas batallas feroces y de una guerra de magnitudes titánicas. Satanás se va
a sacar sus mejores armas, va a envenenar con mentiras y complots a muchísima
gente, va a confundir a muchos corazones y sembrar odio y discordia por doquier
para conseguir un único objetivo: Que Jesucristo desobedezca al Padre. Satanás sabe
que si Jesucristo termina muriendo en la cruz se le va a acabar el monopolio de todas las almas, ya que Dios
Padre y Dios Espíritu Santo le resucitará de entre los muertos abriendo la puerta de la
Vida Eterna a aquellas almas puras que
han aceptado la Palabra
de Dios en sus vida. Va a conseguir sacar lo peor de cada uno de nosotros para
que rechacemos al autor de la
Vida.
Satanás ‘está de uñas’, está rabioso,
y es más, lo hemos podido comprobar en las lecturas bíblicas proclamadas en la Eucaristía durante esta
semana. Siempre buscando una ocasión para poder acusar y atacar sin piedad a
Jesucristo. Primero presentándole aquella mujer sorprendida en adulterio para
que llevando la contraria a la ley de Moisés -de apedrear a las adúlteras- le
pudieran comprometer e ir a por él (cfr. Jn 8,1-11). Le hemos visto teniendo
una conversación muy seria con los fariseos avisándoles que si siguen así van a
terminar muriendo por su pecado, a lo que ellos hacen ‘oídos sordos’ (cfr. Jn
8,21-30). Hacen ‘oídos sordos’ porque Satanás como sabe que «la
fe
entra por el oído» (cfr. Rom 10,17), Satanás tiende a taponarlos. Incluso
nos encontramos cómo los judíos quieren apedrear a Jesucristo (cfr. Jn
10,31-42) y todo porque realiza las obras del Padre, de tal modo que Él vive un
sufrimiento moral al ser incomprendido y mal juzgado en medio de gentes que
deforman sus intenciones profundas. Asombra de cómo Jesucristo, aun en medio de
estos tormentos, estaba en posesión de una paz constante. Jesús se sabía
acompañado y cuidado por el Padre.
Satanás
desea desmoralizar a Jesucristo,
pero no lo consigue, porque, como dice el Salmo: «Mi alma descansa en el Señor, mi
alma descansa en su Palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a
la aurora» (Salmo 129, 5-6).
Durante todo el tiempo que Jesús de
Nazaret estuvo en esta tierra se dedicó a ir abriendo el oído a sus discípulos y proporcionar una
lengua de iniciado para que llegaran a escuchar en profundad como
los iniciados y hablen con valentía y coraje a todos aquellos extraviados o
infieles «que andan a oscuras». Y
se habla ‘no de oídas’, sino de lo que se ha experimentado.
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