sábado, 29 de abril de 2017
Homilía del Domingo Tercero de Pascua, ciclo a
HOMILÍA DEL DOMINGO TERCERO DE PASCUA, ciclo a
Sin
embargo ese
Emaús se resiste en ser encontrado porque
el ‘ego’ de las personas, el deseo de ser ‘el
niño en el bautizo’, ‘la novia en la
boda’ y ‘el muerto en el entierro’
hace que podamos llegar al destino anhelado, pero habiendo perdido por el
camino a los hermanos. Ese Emaús se resiste en ser encontrado porque no se
actúa con el discernimiento que viene de lo alto, sino con la prepotencia que
arrasa y genera desánimo y enfriamiento.
Dicen
que estos dos discípulos de Jesús «iban conversando entre ellos de todo lo que
había sucedido». El Señor Jesús les había dado una lección excelente de
amor entregándose libremente en la cruz; el Señor les había impartido una
catequesis magistral con aquellos acontecimientos tan crueles y dolorosos. A lo
que estos dos discípulos de Jesús que iban de camino se limitaban a reproducir o leer lo acontecido.
¿Y cómo se da el
paso de la narración de los hechos a poder cosechar los frutos que esos hechos
han generado en uno? Antes,
en todo el trayecto anterior a encontrarse con ese otro caminante se estaban
simplemente narrando los acontecimientos, es como si uno estuviera sentado en
la grada presenciando un partido de futbol. Está claro que vibras cuando tu equipo
mete gol y sufres cuando se va perdiendo el partido. Pero ¿acaso es lo mismo
estar en la grada viéndolo que estar allí como árbitro, como masajista, como preparador
físico o como jugador dentro del campo de juego? Realmente es muy diferente. Empezaron
a cosechar los frutos que esos hechos habían generado
en cada uno de ellos tan pronto como, tal y como nos cuenta la Palabra que Jesucristo, empezó a acompañarles en el camino.
Ese hombre desconocido que les salió al encuentro –que resultó que era el
Maestro- les
ayudó a discernir y por eso «comenzando por Moisés y siguiendo por todos
los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras».
Estos
dos discípulos de Jesús empezaron a parar por sus corazones esas experiencias,
las interiorizaron, las hicieron propias, y empezaron a descubrir cómo esos
sucesos les estaban iluminando su ser de un modo nuevo, gozoso, lleno de una
alegría sobrenatural y desbordante. Estos dos
discípulos del Señor sabían que todos aquellos que les fueran a escuchar en el
futuro no se iban a conformar con la
narración de una sucesión de acontecimientos, ya que eso sólo vale a
nivel de conocimientos pero ‘no calienta el alma’. Sabían que los oyentes
esperaban conocer los frutos que habían generado esos acontecimientos en esos
dos discípulos de Jesús.
Dice
el Señor, «donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo» (cfr. Mt 18-20). Por lo tanto donde se de la comunión es donde
Cristo hace su aparición. ¿Cómo sabemos
si estamos en comunión? Lo sabemos cuando se hace presente el fruto de la
presencia de Cristo: el discernimiento.
Cuando se da el discernimiento es cuando uno puede constatar que Cristo está
presente en medio nuestro.
Nuestra
historia personal está sembrada de torpezas y de miserias. Y ese Jesús,
crucificado precisamente por nuestros pecados, al resucitar nos rescató
ofreciéndonos un nuevo camino que nos conduce a la libertad. Él nos abre el
entendimiento para entender las escrituras;
o haciendo nuestras esas palabras de esos dos discípulos de Jesús: « ¿No
ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?».
El
libro de Kiko Argüello ‘Anotaciones 1988-2014’ comienza con un
primer punto que dice: "¿Qué es ser
cristiano? Tener
discernimiento". Si tenemos como compañero de
camino a Cristo, sin lugar a dudas lo tendremos.
domingo, 23 de abril de 2017
sábado, 22 de abril de 2017
Homilía del Domingo Segundo de Pascua, ciclo a, 23 de abril de 2017
DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA, ciclo a, 23
de abril de 2017
Estamos viviendo en un periodo de
descristianización; parece como si los creyentes, los bautizados, no estuvieran lo suficientemente maduros
para oponerse a la secularización, a las ideologías que son contrarias, no
sólo a la Iglesia o a la religión católica, sino al mismo funcionamiento del
sentido común de las cosas. Se da una clara pretensión de leer la realidad como
si Dios no existiera, de tal modo que esto tiene su eco negativo en el orden de
la convivencia social.
Los cristianos vivimos nuestra fe en
Cristo como revelación y como aceptación obediente de la voluntad de Dios. En
el momento en que decimos ‘sí’ a Dios es entonces cuando aceptamos a Dios en
nuestras vidas. Él se constituye para nosotros en lámpara constante que nos
ilumina en nuestro obrar, ya que dejamos de actuar como siervos de las
tinieblas para pasar a ser hijos de la luz.
Si tenemos un arrebato de sinceridad podremos caer en
la cuenta de la cantidad de veces que no
hacemos el ejercicio de oposición ante la secularización, es más, a veces
de modo consciente o inconsciente, convivimos con la secularización más feroz: la
ausencia de crucifijos en los hospitales y colegios públicos; la implantación
paulativa del mindfulness donde
se busca la paz excluyendo al príncipe de la paz que es Cristo; la bajísima participación
de los jóvenes y matrimonios de mediana edad en la vida parroquial; la
incineración de los cuerpos para no ser enterrados en el Camposanto; tolerar,
aceptar o incluso asumir modos de comportarse que, aunque socialmente sea
aceptada, cristianamente es inaceptable porque nos aleja de la salvación de
Dios, tal y como son todas las desviaciones de las conductas sexuales; se está
empezando a celebrarse ritos civiles alternativos a los católicos:
acogimientos en los ayuntamientos para los recién nacidos, fiestas de paso a la
adolescencia o ceremonias de todo tipo para despedir a los fallecidos, etc…
¡Satanás no tiene vacaciones!
Si disminuye el influjo de Cristo resucitado en
nuestra vida aumentarán todas aquellas
conductas que son nocivas para el hombre; la tasa de natalidad se
derrumbará aún más; aquellos jóvenes que, por lo que sea, se sientan confusos
en su sexualidad serán, irremediablemente condenados a no poder discernir en
verdad, lo que Dios quiere para ellos para que sean felices y sean santos; si
el hombre se posiciona de espaldas a Dios se hundirá en el fango y allí se
quedará. Estos hermanos nuestros que se han alejado de la Iglesia porque
piensan que estamos perdiendo el tiempo y que los curas engañamos a la gente,
piensan y razonan así por una única razón: no tienen fe.
Ahora bien, si cada uno de nosotros somos responsables
de nuestros hermanos, ¿qué parte de responsabilidad recae sobre mí por el hecho
de que este hermano mío no tenga fe y no crea en Cristo resucitado? Es una
pregunta muy dura. Nos dice la Palabra, en el libro de los Hechos de los
Apóstoles que «Los creyentes
vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno».
Esto nos da una pista importante. Los signos de la fe que manifestaban al mundo
y con potencia las Comunidades Cristianas eran dos: el amor y la unidad.
Los paganos se acercaban a las comunidades cristianas atraídos por estos dos
signos de la fe; el amor y la unidad entre ellos.
Si nuestras parroquias no son un como
un faro que alumbre a los hombres con esos signos de la fe que son la luz del
amor y la unidad no generarán la más mínima curiosidad. Ahora bien, si el amor
y la unidad se diera, eso mismo atraería a los hombres hacia Cristo y Cristo
podría ejercer su señorío tanto en ese nuevo hermano como en cada uno de
nosotros. Si vivimos nuestro ser cristiano sin que ejerza su influencia en
nuestras acciones, sentimientos, deseos y razonamientos no estaremos siendo
testigos del Resucitado.
La pregunta clave es, ¿puede ser que
tú estando en la Iglesia, ahora en esta Eucaristía puede ser que no tengas fe? Demuéstranos
tu fe. Piensa y di en qué cosas cotidianas tu ser cristiano juega un papel
relevante. Cuando se está con un amigo uno percibe el clima de amistad que envuelve
esa relación. Si tenemos a Cristo en el centro de nuestra alma ¿soy capaz de
amar incluso al que me odia y de poner las cosas propias al servicio de los demás
porque haciéndolo estás amando en esos hermanos a una única persona, a Cristo?
Tertuliano, allá por el siglo
segundo decía esto de los cristianos:
« ¡Mirad como se
aman! Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro».
Y
San Policarpo de Esmirna, a eso del año 155 después de Cristo, en su carta a
los Filipenses nos decía: «Permaneced,
pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e
inquebrantables en la fe amando a los hermanos, queriéndoos unos a
otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con
la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a
alguien, no os echéis atrás, (…). Someteos unos a otros y procurad que vuestra
conducta entre los gentiles sea buena así verán con sus propios ojos que os
portáis honradamente; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será
blasfemado a causa de vosotros. Porque ay de aquel por cuya causa ultrajan el
nombre del Señor!» (SAN POLICARPO DE ESMIRNA, Carta a los
Filipenses, 9,1 -11, 4).
El «mirad
como se aman» era lo
que atrajo a muchos hombres a Cristo, que nuestro actuar sea de tal forma que
cuando nos vean puedan decir, ahí está un cristiano y yo quiero estar con
Cristo en la Iglesia.
lunes, 17 de abril de 2017
miércoles, 12 de abril de 2017
Homilía del DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN 2017
HOMILÍA DEL
DOMINGO DE RESURRECCIÓN, 16 de abril de 2017
Hoy ha acontecido
un fenómeno inexplicable. Uno que estaba realmente muerto, además crucificado
con todo el sufrimiento cruel que ha soportado en su carne, ha retornado a la
vida y ahora está vivo. Nadie se lo puede explicar y nos ha quedado perplejos. Aquel
que fue crucificado y fue sepultado ha resucitado de entre los muertos, y
además, se ha aparecido a sus discípulos y ha dado muchas muestras de que está
vivo. Y algunos nos pueden decir: «pues si está vivo ¿dónde está?, que se
presente ante mí». Es que resulta que únicamente los corazones enamorados lo pueden encontrar.
Hace poco vi un
video que me llamó la atención. Un señor, de mediana edad, estaba en una
peluquería cortándose el pelo. Y en las peluquerías se habla tanto de lo divino
como de lo humano. Y en esa conversación comentó el peluquero que él no creía
en Dios, porque era imposible que, de existir Dios, pudiera permitir tantas
hambrunas, guerras y situaciones tan desesperadas. Al día siguiente, aquel
cliente entra en la peluquería con un melenudo, descuidado y sospechoso de
tener una colonia de pulgas. A lo que el cliente le dice al peluquero: «Mira,
los peluqueros no existen, porque de existir este joven no estaría con estas
melenas tan largas, descuidadas como sucias». A lo que peluquero le replicó: «
¡Anda!, yo soy peluquero y aquí estoy y la gente acude a mí para cortarse el
pelo». Ante esto el cliente le contestó: «Lo mismo pasa con Dios. ¡Dios claro
que existe!, pero no acudimos a Él, por
eso hay tanta violencia, tantos robos, tantos hermanos nuestros muriéndose de
hambre, tanta pobreza y miseria».
Pero claro ¿cómo
vivir la fe en una cultura tan compleja, tan complicada? Dios te dice, «ten fe».
Dios hará lo que tenga que hacer contigo. No caigas en la tentación pensando
que te puedan salvar tus estrategias. No nos va a salvar ninguna estrategia,
ninguna. Sólo Dios salva, ten fe. Tenemos que ser como aquellos niños en los
que están en esa etapa en la que agarran de la mano de su papá, y se encuentran
totalmente seguros, aunque se caiga el mundo. Ahora nos agobiamos con cosas,
que cuando las veamos desde Dios caeremos en la cuenta de cómo todo es
sencillo. Es como si los niños se agarran un berrinche pidiendo a su madre «¡quiero
chocolate!,¡quiero chocolate! », y uno no se lo puede dar porque simplemente no
se tiene chocolate. Y claro, uno se da cuenta de que ese berrinche es tan
irracional que es preciso verlo desde otra perspectiva distinta, porque de lo
que se está quejando es absurdo. Pues lo mismo nos pasará a nosotros cuando
veamos las cosas desde Dios. A este momento histórico no nos va a salvar los
teólogos, ni los planes pastorales, ni los planteamientos políticos ni
sociales. A este momento histórico lo que le va a salvar va a ser la fe de los
sencillos y el ejemplo de los santos. Aquí lo importante es que nos alistemos
en el ejército de los sencillos, que de ‘capitanes’ estamos demasiado sobrados.
Lo que nos hace falta es alistarnos en el ejército de los sencillos. Que son
aquellos que están caminando por terrenos minados, pero avanzando como por una
alfombra roja porque se deja guiar por Dios. Es que estas personas sencillas
han decidido no pensar en cálculos humanos. No son las estrategias humanas las
que triunfan. Habían tramado a la perfección la muerte de Cristo e incluso
asegurándose de que no robasen su cuerpo sellando las piedras del sepulcro y
poniendo guardias para custodiarlo. ¿Y les valió acaso para algo? A todas
luces, no.
La única manera
de vivir la vida cristiana es tomando la opción de hacer las cosas delante de
Dios, en su presencia y yo sé que él pondrá ‘su alfombra roja’, aunque yo sé
que el terreno esté minado. Todo se reduce en vivir en la presencia de Dios. Tener
la convicción de ese niño que dice que «me da igual lo que pase aquí, porque
estoy de la mano de mi padre».Esa sencillez es vivir la sabiduría del Espíritu,
es descubrir que hay una presencia superior. Una presencia de Dios superior a
los líos, a las dificultades, a los rechazos, a las estrategias, etc. Una presencia
superior que no nos va a dejar nunca de la mano.
Imagínense que
estás en el medio del campo de fútbol de un equipo muy importante, y que estás
ahí tu solo en medio del campo. Y en un lado está el graderío de unas treinta mil personas que te están mirando,
y uno siente el peso de tantas miradas que se están fijando en tí, de tal modo
que te sientes observado, te sientes condicionado y preocupado de cómo me
miran, de cómo me juzgan. Y en el otro lado del graderío sólo está Jesucristo,
que está sentadito solo y que también te mira, que también se fija en tí. Y la
pregunta es ¿a mí que mirada me condiciona más? ¿La mirada de aquellos treinta
mil que parece que se me clava en el cogote o la mirada del Señor? ¿Qué mirada
me condiciona más? ¿Qué presencia es más determinante en mi vida? Porque todos,
cuando hablamos, cuando pensamos, cuando nos callamos..., lo hacemos ante una
presencia. Por eso la clave en la vida espiritual está en vivir en la presencia
de Dios. Lo determinante es saber cuál
es la voluntad de Dios y a lanzarse a por ella. Todo lo demás es relativo. La
vida cristiana es ir descubriendo la voluntad de Dios, por eso es tan
importante saber y experimentar que Jesucristo está vivo porque de este modo en
ese irlo descubriendo y poniéndolo en práctica sentiremos su presencia
constante y alentadora.
martes, 11 de abril de 2017
lunes, 10 de abril de 2017
Homilía de la VIGILIA PASCUAL año 2017, 15 de abril de 2017
HOMILÍA
DE LA VIGILIA PASCUAL
AÑO 2017
Supongo
que durante todo este tiempo de cuaresma –tiempo de conversión por antonomasia-
hayamos puesto al descubierto aquellos pecados que nos impedían escuchar a Dios
y cumplir su voluntad. De tal modo que si a cada uno nos dejaran un bolígrafo y
una libreta podríamos, sin mucha dificultad, ir anotando en un listado esos
pecados con el daño que nos ha acarreado cada uno de ellos. Y al ser aún más
consciente del daño que hemos generado a los demás y originado a nosotros
mismos y al Señor, adquiramos la firme determinación de vivir como hijos de la
luz. No hace falta ser un Albert Einstein, ni una Maire Curie
(1867-1934, pionera en el estudio de la radiactividad que obtuvo dos premios
Nobel de Física y el de Química) para darnos cuenta que realmente muy pocas cosas y hábitos cambian en
nuestra vida.
Nos
dice la Sagrada Escritura ,
que en una ocasión Jesucristo visitó Nazaret, su ciudad y se puso a enseñar en
su sinagoga. Y nos dice que «no hizo allí muchos milagros, por su falta
de fe» (cfr. Mt 13, 58). ¿Acaso nosotros somos mejores o tenemos más fe
que aquellos paisanos suyos de Nazaret? Estamos celebrando que Jesucristo en
esta noche ha resucitado. Sin embargo algo nos debe de estar pasando
-tanto a nivel global eclesial como a nivel particular- para que esa irradiación de la resurrección no desencadene sus
pertinentes efectos. Es como si estuviésemos viviendo los acontecimientos
como espectadores, haciendo una cosa y luego la otra, yendo de un lado para
otro, ya sabiendo de antemano lo que va a acontecer sin llegarnos a creer que Cristo tiene el poder de hacer nueva tu propia
existencia. ¡¡¡Yo, por lo menos, necesito urgentemente que
Cristo haga nuevo todo mi ser!!!
A
mi esto me hace pensar mucho: Si uno que se dice ser cristiano ‘no se muere de ganas’ de estar con
Cristo es porque
realmente no se cree que Cristo viva y se constata un serio déficit en su fe.
Por eso Cristo no puede hacer milagros en la vida de esa persona, por su falta
de fe, tal y como le pasó con sus paisanos en Nazaret. Podrá gritar a pleno
pulmón que ‘Cristo ha resucitado’, pero no dejará de estar al mismo nivel que
un simple gol de su equipo de fútbol. Porque no tiene fe. Porque al no
creérselo no va a tener la más mínima incidencia en su vida y al no creer en
Cristo no permite que Cristo pueda hacer obras grandes en él.
Si
a uno le toca el gordo de la lotería, con una burrada de millones, con toda
seguridad -a no ser que tengas bien situado tu corazón junto al de Cristo- tu
vida toma otros derroteros muy distintos. Pues que lo sepáis, Jesucristo ha
resucitado de entre los muertos y este hecho no es un baladí, no es algo sin
importancia, es algo muy importante, clave, fundamental, esencial para
entenderte a ti mismo y tu propia historia. Abrir los ojos a la fe es empezar a
aprender a ver, a escuchar y a actuar amando de un modo totalmente nuevo, inexplicable
para el mundo y para sus pasiones. Es empezar a sentir la necesidad de contar
con la presencia de Cristo, el cual siempre asiste, para ir rompiendo, una a
una esas ataduras que nos da el pecado, y empezar a sentir cómo Él, de una
manera misteriosa pero eficaz, obra milagros en la propia vida y en la de todos aquellos que
en Él se confían.
Perseverando
en la escucha atenta de la Palabra, en la Eucaristía y en la comunión fraterna se experimentará la potencia de Cristo que
lleva a los cristianos a poner a Dios en el centro de la propia vida, despojándose,
poco a poco, de los ídolos (dinero, carrera, afectividad) y todo esto vigilando
como las vírgenes de la parábola en la espera del esposo para abrirle apenas
llegue.
¡CRISTO ESTÁ VIVO! ¡DISFRUTEMOS GOZOSOS DE SU
PRESENCIA!
domingo, 9 de abril de 2017
Homilía del VIERNES SANTO, ciclo a, 14 de abril de 2017
HOMILÍA
DEL VIERNES SANTO, ciclo a, 14 de abril de 2017
En estos días estamos teniendo un
contacto muy enriquecedor con la Palabra de Dios que nos inserta en el misterio
de la muerte de nuestro Salvador Jesucristo. En concreto hoy la Palabra toca en
'una fibra muy sensible' que nos llega al corazón, pero no precisamente para
generarnos una alegría inmediata.
Nuestro Señor Jesucristo, «aunque
era Hijo, aprendió sufriendo a obedecer» (Heb 5, 8). Jesucristo ha sido
también sometido a la prueba y al sufrimiento, de tal modo que cuando nosotros
acudimos a Él en la oración somos escuchados con gran dedicación por su parte, porque Él entiende
a la perfección de lo que le estamos contando.
El Señor desde lo alto de la cruz
nos muestra sobre cómo debe ser un apóstol y con qué espíritu deberá de
desempeñar su función. Yo hubiera preferido que me lo hubiera dicho tumbado en
una hamaca, con un refresco con hielos en la mano y un plato de dulces al lado.
Sobre todo porque el mismo contexto me estaría diciendo que eso de ser apóstol
es algo que uno 'se saca con la gorra', que no implica dificultad y que el
hecho de salvarse es algo más que facilón. Pero no, ha preferido estar colgando
de una cruz para decirnos sobre cómo debe de ser un apóstol. Y eso de morir a
uno mismo, quitarse de sus propias comodidades, eso de pensar primero en el
bienestar de la otra persona antes que en uno mismo, eso de sacrificarse por el
otro antes que por uno…y todo esto para que el otro pueda vivir. Y ¿acaso somos
masoquistas entendiendo la vida de este modo buscándonos complicar las cosas?,
pues no, no nos complacemos con sentirnos humillados o maltratados, lo que
sucede es que hemos
descubierto una verdad que se nos ocultaba: Que el otro es Cristo.
Es cierto que la realidad que nos espera es difícil e incluso
hostil. Seguimos a un crucificado, a uno que a los ojos del mundo
era un maldito, un fracasado al morir en una cruz. A veces es incluso más difícil y hostil dentro
del seno de la Iglesia que fuera. No hay persona más insensata que
aquel que estando moviéndose en medio de los misterios divinos actué como
'míster perfecto' sin necesidad de cambiar los pilares maestros de su vida, a lo más y tal vez, alguna pared de
pladur. Jesucristo en esto, como en todo, nunca nos ha mentido: «Os
mando como corderos en medio de lobos» (cfr. Lc 10, 3); y de hecho
cuando el mensaje de Cristo llega al corazón de las personas se obra el milagro
volviendo lo hostil en acogida y el sin sentido en apertura al Espíritu de
Dios.
Por eso el apóstol, el seguidor de
Cristo se
esforzará por mantenerse libre de condicionamientos humanos de todo género.
Cristo nos lo dice: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias»
(cfr. Lc 10 ,4) para contar sólo con la cruz de Cristo de la que viene nuestra salvación. Y
alguno me puede decir que él no tiene talega, ni alforja, ni sandalias, pero
puede tener un estatus social cómodo; una organización y horarios buscando la
propia comodidad; una historia personal que no se acepta y por eso, muchas
veces, se anda como rabiosos por la vida; una amistad que tiene acaparado tu
corazón; una enfermedad que no aceptas y te reniegas; un hermano o hermana que
más verle te da grima y lo evitas; una habilidad personal de la que no dejas de
alardear, etc. Quien diga que no lleva nada, o bien 'no se ha enterado de la
fiesta' o simplemente miente.
Gloriarse en la cruz significa abandonar todo motivo de
orgullo personal, a fin de no vivir más que de fe y en acción de
gracias por la salvación que ha realizado el sacrificio de Jesús. Lo que queda
crucificado es el mundo del egoísmo personal, de la autosuficiencia, de la
seguridad en los propios méritos.
Gracias a que Jesucristo ha sido
obediente y nos ha amado hasta el extremo de morir por nosotros en una cruz,
nuestros nombres tienen posibilidades reales 'de estar inscritos en el cielo' (cfr.
Lc 10, 20).
Homilía del Jueves Santo, ciclo a, 13 de abril de 2017
HOMILÍA
DEL JUEVES SANTO, ciclo a, 13 de abril 2017
Jesús
está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» (cfr. Jn 13,1). Ese ‘pasar’, este verbo nos remite a la palabra
‘Pascua’, en el sentido de ‘paso’ del mar Rojo. Cristo -y nosotros con Él-
vamos a «pasar» de este mundo, cautivo del pecado, al Padre, a la Tierra
Prometida. Esta Pascua de Cristo sustituirá a la Pascua hebrea. Hemos roto con
el maldito Egipto seductor para atravesar el mar Rojo y ser conducidos a la
Tierra Prometida. Esto es muy importante: Digo que 'hemos roto con el mandito
Egipto seductor', y todos sabemos de qué cosas antes tolerábamos determinados
pecados y cosas procedentes del maligno y ahora hemos roto con todo ello. Y al
romper eso, pero eso mismo digo que 'hemos
salido del Egipto seductor'. Y lo hacemos de la mano de nuestro Redentor,
Jesucristo. Pero aunque hayamos roto con todo lo que significa el Egipto
seductor, Satanás no se cansa de seguir tentándonos para que regresemos a
Egipto.
Dice la Palabra: «Durante la cena, cuando ya el diablo había
metido en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle (…)» (cfr. Jn 13, 2). La Pasión es un drama en el que está
implicado el mundo invisible. Detrás de los hombres está acosando y actuando el
poder diabólico. Satanás está muy a gusto en medio de
las personas tibias y alejadas del amor de Dios. En medio de este
terreno conquistado ya no tiene nada más que hacer porque ya lo tiene bajo su
tiranía. Satanás
no podía permitir que Cristo fuera sacrificado en el madero de la cruz,
no podía tolerar ese acto de amor a la humanidad hasta este extremo. Sin embargo Jesucristo, aun con el riesgo de no ser
entendido por sus discípulos «se levantó de la mesa, se quitó sus
vestidos y, tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en una palangana y
se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que
estaba ceñido» (cfr. Jn 13, 4-5). Para dar fuerza a su decisión
personal inquebrantable de obedecer al Padre y de entregarse en la cruz como
acto de supremo amor, por eso, pone en práctica esta importante acción
simbólica del lavatorio de los pies. Aquello que dijo Abigail al salir a recibir
a la comitiva enviada por el rey David para llevársela como su esposa se hace
ahora realidad: «Aquí está tu esclava, dispuesta a lavar los pies de los criados de mi
señor» (cfr. 1 Sm 25, 41). Salvo que ahora no es Abigail, sino
Jesucristo, el Señor de los señores quien lava los pies a sus discípulos, los cuales
entregando su vida incondicionalmente por el anuncio del Evangelio no dejarán
de lavar los pies, de mil millones de formas y maneras, a todos los hombres,
sus hermanos.
El evangelista San Juan en este
pasaje del lavatorio de los pies nos quiere decir algo más profundo. Nos dice
que Jesús 'se ciñó un paño de lino, una toalla' y que les seca los pies con el
paño que se había ceñido. Como acción simbólica de la muerte que se quería
significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue
lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Entonces ¿por qué el evangelista
San Juan vuelve a insistir en el tema del 'paño' o de la 'toalla' añadiendo que
los pies fueron secados 'con la toalla con que estaba ceñido'? Vamos a ver, no
les iba a secar los pies con papel de cocina, por lo tanto parece que era algo
más que evidente, y aún así el evangelista lo añade. Si estamos ante una
narración simbólica de carácter profético nada está puesto en la palabra como
si fuera un adorno. ¿Por qué destaca tanto el asunto de la toalla o ese paño de
lino?, la respuesta es porque el Evangelista desea destacar sobremanera una
acción: la
acción de ceñirse.
La Palabra nos ha dicho que «Jesús
sabía
que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre» (cfr. Jn
13,1) y que ese amor, esa entrega iba a ser «hasta el extremo», hasta el
final. Esto exige una lucha sin precedentes; exige una guerra con los que le
quieren imponer el destino ciego del odio. Jesucristo se entregó libremente, con total y
absoluta libertad abrazó el madero de la cruz y quiso con todo su corazón hacer
suyo el proyecto de Dios. No vienen las cosas como si se tratara de una simple
condena legal, como puede aparecer con los dos juicios -el religioso y el
político- que tuvo que padecer. Sino que es una muerte salvadora donde planta
cara al constante desafío de Satanás. Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar
la batalla de su muerte. Jesús no lucha por no morir, sino para que su muerte
tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo. Jesucristo
se ciñó la toalla -al estilo de los antiguos guerreros- porque era una guerra
contra los proyectos que Satanás había determinado lleva a cabo en el mundo. Jesucristo se ciñe
para no morir odiando, sino amando. Esta una guerra de magnitudes
históricas entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el de
Satanás. Jesucristo va ceñido con el cinturón de la paz. Jesucristo les seca
los pies con el paño ceñido, sin quitárselo, porque muere luchando, nadie le he
impuesto la muerte, es Él quien lo acepta libremente.
Que cada cual se ciña la toalla, al
estilo de los antiguos guerreros, para plantar batalla al pecado personal y a
las malditas seducciones de Satanás. Dios entrega las batallas más difíciles a sus mejores soldados.
sábado, 8 de abril de 2017
Homilía del Domingo de Ramos, ciclo a, 9 de abril de 2017
HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS, ciclo a,
9 de abril 2017
En estos días vamos a ser testigos
de unas batallas feroces y de una guerra de magnitudes titánicas. Satanás se va
a sacar sus mejores armas, va a envenenar con mentiras y complots a muchísima
gente, va a confundir a muchos corazones y sembrar odio y discordia por doquier
para conseguir un único objetivo: Que Jesucristo desobedezca al Padre. Satanás sabe
que si Jesucristo termina muriendo en la cruz se le va a acabar el monopolio de todas las almas, ya que Dios
Padre y Dios Espíritu Santo le resucitará de entre los muertos abriendo la puerta de la
Vida Eterna a aquellas almas puras que
han aceptado la Palabra
de Dios en sus vida. Va a conseguir sacar lo peor de cada uno de nosotros para
que rechacemos al autor de la
Vida.
Satanás ‘está de uñas’, está rabioso,
y es más, lo hemos podido comprobar en las lecturas bíblicas proclamadas en la Eucaristía durante esta
semana. Siempre buscando una ocasión para poder acusar y atacar sin piedad a
Jesucristo. Primero presentándole aquella mujer sorprendida en adulterio para
que llevando la contraria a la ley de Moisés -de apedrear a las adúlteras- le
pudieran comprometer e ir a por él (cfr. Jn 8,1-11). Le hemos visto teniendo
una conversación muy seria con los fariseos avisándoles que si siguen así van a
terminar muriendo por su pecado, a lo que ellos hacen ‘oídos sordos’ (cfr. Jn
8,21-30). Hacen ‘oídos sordos’ porque Satanás como sabe que «la
fe
entra por el oído» (cfr. Rom 10,17), Satanás tiende a taponarlos. Incluso
nos encontramos cómo los judíos quieren apedrear a Jesucristo (cfr. Jn
10,31-42) y todo porque realiza las obras del Padre, de tal modo que Él vive un
sufrimiento moral al ser incomprendido y mal juzgado en medio de gentes que
deforman sus intenciones profundas. Asombra de cómo Jesucristo, aun en medio de
estos tormentos, estaba en posesión de una paz constante. Jesús se sabía
acompañado y cuidado por el Padre.
Satanás
desea desmoralizar a Jesucristo,
pero no lo consigue, porque, como dice el Salmo: «Mi alma descansa en el Señor, mi
alma descansa en su Palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a
la aurora» (Salmo 129, 5-6).
Durante todo el tiempo que Jesús de
Nazaret estuvo en esta tierra se dedicó a ir abriendo el oído a sus discípulos y proporcionar una
lengua de iniciado para que llegaran a escuchar en profundad como
los iniciados y hablen con valentía y coraje a todos aquellos extraviados o
infieles «que andan a oscuras». Y
se habla ‘no de oídas’, sino de lo que se ha experimentado.
jueves, 6 de abril de 2017
lunes, 3 de abril de 2017
domingo, 2 de abril de 2017
Homilía del Quinto Domingo de Cuaresma, ciclo a
HOMILÍA DEL QUINTO DOMINGO
DE CUARESMA, Ciclo a
Muchas veces la primera de las
lecturas puede pasar sin pena ni gloria. Hoy el profeta Ezequiel es capaz de
hablar de esperanza en medio de tanta desolación. Le tocó vivir la época más
trágica y más dura de la historia de Israel: el exilio a Babilonia.
El profeta Ezequiel sabe que el
exilio es consecuencia del pecado del pueblo. La santidad de Dios había sido
ofendida por el pecado del pueblo. El pecado es como esa gran puerta que impide
que Dios se haga presente en medio de su pueblo y así manifieste su luz a las
gentes. Cuando se van creando leyes a favor del mal llamado matrimonio de
personas del mismo sexo; cuando se hacen leyes que matan a los niños en el seno
materno; cuando la ideología de género se cuela en todas las esferas del ámbito
educativo; cuando se confunde la libertad de expresión con las faltas de
respeto y con el alegrarse del mal ajeno, etc., se genera una nube tóxica de
pecado que oculta la presencia de Dios en medio de su pueblo. Es como una gran
mega cúpula de cristal irrompible que nos aísla de las realidades divinas. Ezequiel
vivía en el exilio; nosotros estamos siendo llevados al exilio porque con este
nuevo modo de pensar y con el correspondiente modo de proceder, nuestra vida
cristiana y nuestra fe queda como arrinconada.
Es entonces cuando uno puede hacer
caso al dicho popular: «Si no puedes contra el enemigo, únete a él». Y cuando
dejamos de tener a la Sagrada Escritura y lo que nos dice nuestra Madre la
Iglesia como puntales de referencia nos vamos envenenando al no depurarnos con
el perdón del Señor y al no alimentarnos con el pan de los hijos. Y como cuesta
mucho más seguir a Cristo que a nuestras propias pasiones, no dudamos en
renegar del Señor y preferir entrar por la puerta amplia que conduce a la
perdición antes que por la estrecha que lleva a la salvación.
Ezequiel se encuentra en el exilio
en Babilonia porque eligió ser fiel a Dios antes que a cualquier ídolo o antes
de cualquier modo cómodo de vivir al margen del Señor. Ezequiel al tener el Espíritu Santo goza de una
capacidad de discernimiento de la realidad inmejorable y pone con sus
palabras en la verdad a sus conciudadanos desenmascarando el pecado que les
esclaviza. El pecado nos conduce a la muerte óntica, a la muerte del ser. Y el
sepulcro es el lugar donde se sepultan los muertos. Hay
aspectos de nuestra vida que, por lo que sea, no está siendo iluminadas por la
luz de la fe y que se encuentran en esos particulares sepulcros. ¿Acaso
se puede salir de esos sepulcros con nuestras propias fuerzas?, a todas luces,
no. Sin embargo, cuando uno se pone a luchar contra el pecado y se va buscando
los medios de la gracia que la Iglesia nos brinda, es entonces cuando el Señor
escuche el clamor de los que sufren, tal y como nos dice el profeta Isaías: «Gritad,
cielos, de gozo; salta, tierra, de alegría; montes, estallad de júbilo, que el
Señor consuela a su pueblo, se apiada de sus desvalidos» (Is 49, 13).
Y es que
resulta que esos aspectos de nuestra vida que no están siendo iluminados por la
luz de la fe, porque nosotros no queremos, y se encuentran enterrados en unos
sepulcros. Y resulta que si lleva ya 'cuatro días' huele a podrido, se
siente la herida que nos ocasiona el pecado. Nos latirá el corazón, pero
andaremos como zombis en esos aspectos de nuestra vida: Podremos estar casados,
pero como en ese matrimonio no esté Cristo en medio, la mirada se irá tras de
otras mujeres y harás un uso impropio del matrimonio, generando un distanciamiento
entre tu cónyuge que difícilmente lo podrás irás soportando. Podrás tener una
tendencia hacia la homosexualidad, pero como no tengas presente a Cristo en tu
vida que te llama a un amor de castidad te introducirás en una espiral
autodestructiva lejos de Dios. Podrás se un sacerdote muy majo y encantador
ante tu feligresía, pero como no seas fiel a la Iglesia, tanto en la liturgia
como en la integridad de la fe y de las costumbres, estarás privando de la
presencia de Cristo a tus feligreses y te estarás cavando tu propia fosa por
ser un criado infiel y negligente.
Recordemos lo que nos dice hoy el apóstol
San Pablo a los Romanos, y por ende, a nosotros mismos: «Los que viven sujetos a la carne
no pueden agradar a Dios». Los zombis o medio zombis que tienen
aspectos de su vida en ese particular sepulcro y no quieren cambiar porque se
encuentran muy a gusto con su situación empecatada, no pueden agradar a Dios.
Jesucristo quiere sacarte de tus
particulares sepulcros. Lo hemos escuchado en el Evangelio: Se desplaza hasta
Judea y se presenta ante el sepulcro de su amigo fallecido y Él, con voz
potente gritó: «Lázaro, sal fuera». A lo que el muerto salió, con los pies y
las manos atadas con vendas y la cara envuelta en un sudario. Jesucristo se
desplaza hasta tu vida para que tú y yo seamos sanados y sacados de nuestros
particulares sepulcros. Nuestro pecado nos impide que la luz de Cristo brille
en nuestras almas y así vivamos en un exilio lejos de Dios. El mundo que piense
lo que quiera y que actué como considere oportuno, lo nuestro es caminar detrás
de Cristo dejándonos conquistar por su amor. Y si por hacer esto tenemos que
sufrir el exilio como el profeta Ezequiel, bienvenido sea ya que así podremos
dar testimonio de nuestra fe.
LECTURAS: Lectura
de la profecía de Ezequiel 37,12-14
Sal
129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8 R/. Del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,8-11
Lectura
del santo evangelio según san Juan 11,3-7.17.20-27.33b-45
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