sábado, 2 de mayo de 2015

Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Pascual, ciclo b

DOMINGO V DE PASCUA, ciclo b, 3 de mayo 2015

            No sé si fue el lunes o el martes de esta semana cuando me acerqué al fotógrafo para revelar unas fotos. La tienda estaba muy concurrida de padres y madres llevando a sus respectivos hijos, vestidos para la ocasión,  para hacerse el reportaje de fotos por la Primera Comunión.  Parecía un pase de modelos. Como tuve que esperar me estuve entreteniendo con un gran mural de la pared todo ello repleto de fotos de niños y niñas de Primera Comunión, realizadas allí en el estudio de esa tienda. En unas los niños o bien estaban con un fondo montañoso o de árboles, o bien sentados o recostados en el suelo con algún juguete y un montón de regalos; y las niñas bien colocadas para poderse lucir el vestido con algún complemento que de ningún modo remitía a lo que se iba a celebrar. En la tienda algunos padres hablaban entre sí manifestando la suerte que habían tenido al encontrar el restaurante para la comida de ese día, ya que la mayoría estaban reservados desde hace mucho tiempo. Y yo en mi interior preguntaba al Señor: «Señor, tú en todo esto, ¿dónde estas? Señor, no te veo».  

            Hace unos días paseando por la calle Mayor de Palencia me llamó poderosamente la atención a tantos jóvenes congregados en torno de una persona que estaba subida a una mesa. Eran tantos que literalmente taponaban el tránsito de las personas. Preocupado pregunté que sucedía y un joven me respondió que estaban vendiendo las últimas 300 entradas para una mega fiesta universitaria, la llaman “la ITA”. Por cierto, una fiesta donde uno de sus lemas es: «lo que pase en la ITA, en la ITA se queda». La lujuria, las borracheras y el reinado de los bajos instintos están demasiado presentes ahí. Pero da dinero y dicen que así se promociona la universidad. Y yo pensé: la mayoría de estos jóvenes aún tendrán la foto enmarcada de su primera Comunión en alguna pared de su casa. Simplemente, muy curioso. Y yo en mi interior preguntaba al Señor: «Señor, tú en todo esto, ¿dónde estas? Señor, no te veo». 

            Cosas de la vida acompañé a  una familia a la Misa de un cabo de año en un pueblo. Era domingo. Como presbítero concelebré. Yo creo que Miliki, Fofó y Fofito, los payasos de la tele, a poco, trabajan con mucha mayor profesionalidad, dedicación, cariño y entrega que aquel párroco que presidió aquella celebración. Lo denomino con el término celebración porque si eso es una Eucaristía yo declararía públicamente que ‘su Dios no es mi Dios, ni su iglesia es mi Iglesia’. Una cantidad de mamarrachadas, de tonterías, de papelitos, de papeles para leer a dos coros durante esa ‘Misa’; que sale unas personas a leer el Evangelio, sustituyen la Palabra de Dios por un poema, se dirige a los feligreses como si estuviese en show televisivo, entre una simbiosis entre Carlos Sobera y Boris Izaguirre; sin casulla y con una estola lo más parecida a una bandera del orgullo gay. Pasa por delante del Sagrario y como cualquier cosa, etc. El caso es que hay un sector de feligreses que lo aceptan. ¿Crecer en una relación personal con Cristo que me implique un serio proceso de conversión?; hermanos, éstos, éste tema, ni se lo plantean. Deben de creer que ni el infierno ni el purgatorio existen.  Y yo en mi interior preguntaba al Señor: «Señor, tú en todo esto, ¿dónde estas? Señor, no te veo». 

            Lo nuestro ha de ser el DESPERTAR LA FE. La lectura hoy proclamada en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 9,26-31) nos dice cómo Pablo contó a los Apóstoles ¡cómo había visto al Señor en el camino! Y no sólo Pablo había visto al Señor, sino que además el Señor le había hablado. Ver al Señor es tanto como atravesar una etapa; es una revolución interna de tanta trascendencia  que se podría incluso equiparar con un volver a aprender a leer, escribir, sumar y restar; supone, implica y exige un nacer de nuevo. Tu modo de entender la vida, las relaciones, las amistades, el trabajo, la familia, todo lo que tienes y eres se adentra en una crisis sin precedentes. Para poder crecer y hacer luz en medio de esa crisis es necesario pasar esa crisis dentro de la Iglesia, en concreto, en una auténtica comunidad cristiana viva, exigente y que te ayude a redescubrir tu propio bautismo. La Palabra nos dice que «para vivir hay que morir». No podemos seguir engañándonos creyendo que se puede ser cristiano de cualquier modo. La secularización y la mundanidad y tantas otras cosas han hecho que se olvide la fe.

            En la lectura de la primera carta del apóstol San Juan ya nos exhorta con toda la claridad: «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras». Y nos sigue diciendo: «Quien guarda sus mandamientos permanece el Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio» (1ª San Juan 3,18-24).

            Ver al Señor y escuchar al Señor es poner ‘de patas arriba’ toda tu existencia. A modo de ejemplo: todos sabemos lo que es un dinamo en una bicicleta, del mismo modo sabemos para lo que se usa, generar luz. La rueda da vueltas y el dinamo al estar en contacto directo con la rueda genera la electricidad para que la bombilla se encienda. El Señor no nos proporciona esa electricidad, sino lo que nos proporciona es esa sabiduría –procedente del Espíritu Santo- de la cual va brotando unos nuevos planteamientos –planteamientos antes impensables-; modos de mirar a las personas que contrastan con el modo mundano de mirar; como dice San Juan, vamos haciendo las cosas que a Dios le agradan; interiormente nos vamos regenerando; uno se esfuerza por ser fiel a Cristo no porque Cristo ‘te de con el palo’, sino que uno se esfuerza porque valora, con todas sus fuerzas, esa amistad personal con Jesucristo; de tal modo que al igual que la bombilla de la bicicleta se enciende y da luz, así nuestra vida irradiará la imagen de Cristo a los hombres.

            Cristo es la vid (Jn 15, 1-8), nosotros somos los sarmientos. Pero no cualquier sarmiento, sino un sarmiento que permanece en Él. Además el Señor, que nunca nos engaña, ya nos lo dice: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada». De este modo podremos exclamar jubilosos: ¡Cristo verdaderamente ha resucitado y además, le veo!

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