Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
Sal. 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. R: El Señor revela a las naciones su justicia
Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 4, 7-10
Lectura del santo Evangelio según San Juan 15, 9-17
En la cultura dominante podemos
palpar una visión atea del mundo. Esta visión atea del
mundo funciona como un dispositivo de inhibición de frecuencias que están
ideados para impedir la comunicación o dejar 'fuera de cobertura' a Dios de
nuestras vidas. Nada favorece la difusión del Evangelio, e incluso
aquellos que vamos reptando o gateando -algunos dando algún tímido pasito-
hacia Cristo nos sentimos atraídos, seducidos por lo mundano.
¡Que sí!, que decimos que nos
convence el proyecto de amor que Cristo nos plantea, pero la vista 'se nos
nubla' cuando caemos en la cuenta de que uno se encuentra por la calle. ¡Que sí!,
que decimos que sentimos gozo espiritual al sentirnos y sabernos perdonados por
Dios, pero hay algo dentro de nosotros que nos arde por dentro cuando alguno
nos la lía. ¡Que sí!, que decimos que deseamos vivir un tiempo libre sano, pero
permitimos ser fuertemente tentados -y algunos hasta acceder a esa tentación-
ante los botellones y ese ambiente nocivo. ¡Que sí!, que nos conmueve en el
interior contemplar el dolor ocasionado por una desgracia de grandes
dimensiones -un terremoto, una epidemia, una guerra donde miles de personas lo
están sufriendo-, pero tan pronto como hacemos zapping con el mando a distancia
y encontramos otra cosa que nos guste se nos pasa ese sentimiento. ¡Que sí!, me
comprometo en educar en la fe a mis hijos, pero en mi vida familiar no se reza,
no me muevo con los criterios cristianos, incluso no sé a qué parroquia
pertenezco, los domingos los vivo como un pagano sin santificarlos. ¡Que sí!,
que en mi parroquia se va a evangelizar y vamos a entrar en la dinámica que
tanto insiste el Papa Francisco, pero luego todo se queda 'en papel mojado',
las palabras se las lleva el viento, y se hace más de lo mismo. Como se pueden dar cuenta, ese inhibidor de frecuencias está
funcionando a las mil maravillas, dejando totalmente 'fuera de cobertura' a
Dios de nuestras vidas.
Sin embargo, menos mal que hay
rebeldes que ya se las apañan para no dejarse afectar por ese inhibidor de
frecuencia. ¿Y que tienen esos rebeldes de especial para poder esquivar el
efecto de ese inhibidor? Tienen a un gran aliado, al
Espíritu Santo. Fue el Espíritu Santo el que puso en camino a Pedro a
casa de Cornelio. Cornelio no era judío, era pagano, centurión romano. Antes sólo proclamaban el evangelio a
los judíos, quedando los paganos al
margen. Era como si el ya famoso inhibidor de frecuencias impidiese a los
paganos escuchar el Mensaje de Cristo, pero viene el Espíritu Santo y desenchufa de la corriente el aparato que tanto ha
estado incordiando. Y claro, al dejar de funcionar los paganos empiezan
a escuchar la Palabra y se convierten a Cristo. De tal modo que Cornelio es el
primer pagano que es recibido como cristiano por uno de los apóstoles, y esto
es ya un hecho sin precedentes. En el momento en que ese pagano, Cornelio,
escucha la proclamación del KERIGMA se le iluminan los ojos y adquiere un
sentido de plenitud su vida y todos aquellos que le rodean.
Además, en la segunda lectura, de la
primera carta del Apóstol San Juan ya nos lo repite: «En esto se manifestó el amor que Dios nos
tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio
de Él». Es decir, y aquí nos viene todo un dilema: ¿Se acuerdan
ustedes de aquel juego de buscar a Wally todo él escondido en medio de un sin
fin de imágenes y objetos? Sí, Wally, ese personaje de ficción vestido siempre
con su jersey de rayas horizontales rojo y blanco, gafa, pantalón vaquero y su
gorro de lana también de rayas. Pues aquí, deberíamos de hacer un ejercicio
algo parecido: Buscar a Jesucristo
en mi hogar, con los míos; buscar a Jesucristo en mi actividad profesional;
buscar a Jesucristo en mi parroquia; buscar a Jesucristo es mis relaciones
personales, etc. Y tal vez les pueda suceder que se den cuenta que
en todos o en casi todos los aspectos de nuestra vida y en nuestras relaciones
haya un gran ausente: Jesucristo. Porque atención: el hecho de estar
en la Iglesia no supone que hayamos aceptado y estemos acogiendo a Cristo en
nuestra vida. Porque podemos estar bautizados y estar totalmente sometidos y
sumisos a ese inhibidor de frecuencias. Y ojo, de esto no nos salvamos ni los
presbíteros. Sin embargo el simple hecho de empezar a echar
de menos a Cristo ya es de por sí un fruto del Espíritu Santo.
Cristo nos lo recuerda: «No sois vosotros los
que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que
vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure».
En la medida en que acojamos al
Espíritu de Cristo que viene a nosotros nos iremos convirtiendo en potentes
emisores que lancen las ondas del Evangelio allá en donde nos encontremos.
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