sábado, 25 de abril de 2015

Homilía del Cuarto Domingo del Tiempo Pascual, ciclo b

DOMINGO IV DEL TIEMPO PASCUAL, ciclo b, 26 de abril de 2015

LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 4,8-12
SALMO 117
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN JUAN 3,1-2
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 11- 18

            Hermanos, todos sabemos diferenciar perfectamente a Dios de una «máquina expendedora de refrescos».  Sin embargo no demos nada por sentado. Lo digo porque hay personas que se relacionan con Dios como si fuera esa «máquina expendedora de refrescos». Le rezan buscando únicamente que les resuelva los problemas y les consiga caprichos. Consideran que el rezo es como la moneda que uno mete en la máquina para que automáticamente salga lo que se ha pedido. Y atención, desgraciadamente, todos en un momento o en otro, podemos caer en esta tentación.

            A lo largo de toda la Historia de la Salvación Dios ha dado múltiples pruebas de que es un Dios que se relaciona con el hombre; y además se relaciona de un modo muy personal. Dios llamó a Abrahán y le hizo la promesa; Dios se manifestó a Moisés; Dios, incluso llamó a Samuel cuando era niño y le despertó por tres veces aquella noche; Dios se ha manifestado en múltiples ocasiones, pero sobre todo en su Hijo Jesucristo. Es decir, a Dios 'le gusta alternar con los hombres', le encanta 'hacer vida social' con nosotros. Sin embargo hay que aclarar una cosa ya que podemos caer en el error: Nuestra relación con Dios no se debe de parecer a la de aquel que va con su cantimplora para poderlo llenar del agua de la felicidad que mana de un manantial inagotable. O como aquel medicamento que el médico me ha recetado que tome para cuando tenga bajo el hierro. Sería algo como el Sol: todos podemos aprovecharnos de su luz y calor, pero el Sol no nos envía sus rayos pensando personalmente en cada uno de nosotros. Los rayos de Sol que yo recibo son los mismos que puede recibir cualquiera.

            En la espiritualidad cristiana nuestra relación con Dios es muy diferente. Dios no se ha limitado a crear y regir el mundo, sino que además nos conoce a cada uno de nosotros y a la perfección, tratándonos de manera personalizada. Así lo expresa el Salmo 138: «Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma». Dios nos escucha, está atento a nuestras súplicas, nos asiste personalmente con su Espíritu, sana nuestras heridas particulares. En el Salmo Responsorial de la Eucaristía de hoy, cada uno de nosotros le damos las gracias a Dios porque siempre se toma la molestia, y se toma todo el tiempo del mundo con cada uno de nosotros, y se lo decimos con estas palabras del Salmo: «Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación».  En cambio las máquinas expendedoras de refrescos o el Sol no escuchan, se limitan a dar indiscriminadamente cosas que no nos conducen a la salvación.

            La clave de que Dios sea un Dios personal y que dedique su tiempo con cada uno de nosotros -y no sólo que esté físicamente a nuestro lado, sino que comprenda las cosas que nos hacen sufrir; que nos entienda a cada cual con su propia historia de aciertos y equivocaciones; que no tenga únicamente apuntado en su mega agenda todo lo que le pedimos sino que además se lo sepa de memoria y se acuerde hasta dónde se lo hemos pedido; etc.- pues la clave de todo eso es que nos ama. Aún me acuerdo el enfado monumental que se cogió una novia con su respectivo porque el chico no se había acordado del aniversario de cuando empezaron a salir. Pues para nuestra tranquilidad Dios tiene mucha memoria.

            Ni el Sol ni las máquinas aman, por eso no se comunican de corazón a corazón con nosotros. Y cuando digo máquinas y Sol estoy metiendo en el mismo saco a todos nuestros ídolos y aquellas cosas o personas que pensamos que nos pueden salvar. Y lo más importante: Dios nos ha hecho con amor, nos ayuda con amor y nos espera en el Cielo con amor, pero no es un amor que fuerce nuestra libertad, sino que nos deja que cada cual sea responsable de su vida.

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