LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS
APÓSTOLES 4,8-12
SALMO 117LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN JUAN 3,1-2
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 11- 18
Hermanos, todos sabemos diferenciar
perfectamente a Dios de una «máquina expendedora de refrescos». Sin embargo no demos nada por sentado. Lo digo
porque hay personas que se relacionan con Dios como si fuera esa «máquina expendedora
de refrescos». Le rezan buscando únicamente que les resuelva los problemas y
les consiga caprichos. Consideran que el rezo es como la moneda que uno mete en
la máquina para que automáticamente salga lo que se ha pedido. Y atención,
desgraciadamente, todos en un momento o en otro, podemos caer en esta
tentación.
A lo largo de toda la Historia de la
Salvación Dios ha dado múltiples pruebas de que es un Dios que se relaciona con
el hombre; y además se relaciona de un modo muy personal. Dios llamó a Abrahán
y le hizo la promesa; Dios se manifestó a Moisés; Dios, incluso llamó a Samuel
cuando era niño y le despertó por tres veces aquella noche; Dios se ha
manifestado en múltiples ocasiones, pero sobre todo en su Hijo Jesucristo. Es
decir, a Dios 'le gusta alternar con los hombres', le encanta 'hacer vida
social' con nosotros. Sin embargo hay que aclarar una cosa ya que podemos caer
en el error: Nuestra relación con Dios no se debe de parecer a la de aquel que
va con su cantimplora para poderlo llenar del agua de la felicidad que mana de
un manantial inagotable. O como aquel medicamento que el médico me ha recetado
que tome para cuando tenga bajo el hierro. Sería algo como el Sol: todos
podemos aprovecharnos de su luz y calor, pero el Sol no nos envía sus rayos
pensando personalmente en cada uno de nosotros. Los rayos de Sol que yo recibo
son los mismos que puede recibir cualquiera.
En la espiritualidad cristiana nuestra
relación con Dios es muy diferente. Dios no se ha limitado a crear y regir el
mundo, sino que además nos conoce a cada
uno de nosotros y a la perfección, tratándonos de manera personalizada. Así
lo expresa el Salmo 138: «Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me
siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y
mi descanso, todas mis sendas te son familiares. No ha llegado la palabra a mi
lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres
con tu palma». Dios nos escucha, está atento a nuestras súplicas,
nos asiste personalmente con su Espíritu, sana nuestras heridas particulares.
En el Salmo Responsorial de la Eucaristía de hoy, cada uno de nosotros le damos
las gracias a Dios porque siempre se toma la molestia, y se toma todo el tiempo del mundo con cada uno de nosotros, y se lo
decimos con estas palabras del Salmo: «Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación».
En cambio las máquinas expendedoras de
refrescos o el Sol no escuchan, se limitan a dar indiscriminadamente cosas que
no nos conducen a la salvación.
La clave de que Dios sea un Dios
personal y que dedique su tiempo con cada uno de nosotros -y no sólo que esté
físicamente a nuestro lado, sino que comprenda las cosas que nos hacen sufrir;
que nos entienda a cada cual con su propia historia de aciertos y
equivocaciones; que no tenga únicamente apuntado en su mega agenda todo lo que
le pedimos sino que además se lo sepa de memoria y se acuerde hasta dónde se lo
hemos pedido; etc.- pues la clave de todo eso es que nos ama. Aún me acuerdo el
enfado monumental que se cogió una novia con su respectivo porque el chico no
se había acordado del aniversario de cuando empezaron a salir. Pues para nuestra
tranquilidad Dios tiene mucha memoria.
Ni el Sol ni las máquinas aman, por
eso no se comunican de corazón a corazón con nosotros. Y cuando digo máquinas y
Sol estoy metiendo en el mismo saco a todos nuestros ídolos y aquellas cosas o
personas que pensamos que nos pueden salvar. Y lo más importante: Dios nos ha
hecho con amor, nos ayuda con amor y nos espera en el Cielo con amor, pero no
es un amor que fuerce nuestra libertad, sino que nos deja que cada cual sea
responsable de su vida.
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