sábado, 30 de mayo de 2015

Homilía de la Santísima Trinidad, ciclo v

LA SANTÍSIMA TRINIDAD, ciclo b, 31 de mayo de 2015

            Ser testigo no es lo mismo que ser un profesor que enseña una determinada asignatura a sus alumnos; ni tampoco es el representante comercial de una empresa. La relación con la Persona y el Mensaje de Aquel a quien testifica es enteramente estrecha y singular. Testigo es aquel que ha tenido un encuentro personal con Cristo. Y fruto de ese encuentro él ha sentido cómo su vida ha cambiado y empieza a dolerle experiencias y comportamientos con los cuales antes convivía pacíficamente  y empieza a mostrar ante los demás modos de estar, pensar y manifestarse que antes no tenía.

            En el libro del Deuteronomio el mismo Moisés está exhortando al pueblo. La indiferencia, el relativismo y la frivolidad ya se estaban dejando sentir en la vida del pueblo. Es tanto como debilitar los lazos de conexión con Dios. Y cuando se debilitan esos lazos de amistad con Dios, cuando se descuida los momentos de intimidad con Jesucristo uno deja de ser su testigo, ya que ya no le anuncia a Él sino a uno mismo. Y Moisés, como excelente catequista que es, sabe dar la palabra oportuna e interpelar para que la gente espabile, les dice que si ellos desean 'vivir su vida a medio gas' o 'a toda intensidad'. O sea, que si se conforman con lo mediocre o aspiran a lo máximo.

            Moisés es muy claro; que deseas ser mediocre, ¡pues tú mismo!,  ponte a dar culto a tus cosas, gira tu existencia en torno a tus ídolos, gasta tu existencia como te dé la gana,... ahora bien, llegará un momento en el que tú mismo de darás asco de tí mismo, te sentirás despreciable. Ahora bien, luego no vengas como una víctima porque tú mismo te lo has buscado.

            También Moisés, con el propósito de espabilar a los que andaban medio atolondrados en la fe le dice que ellos tienen experiencia de saber que hay muchos modos de sentir, de amar, de trabajar, de luchar y de ser en este mundo. Y les pone ante sus ojos, como si fueran unas diapositivas, cómo Dios ha ido interviniendo en sus vidas y el vacío que hubiera supuesto si Dios no hubiera intervenido. Moisés habla al pueblo diciéndoles: «¿Algún dios intento jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con nosotros en Egipto?». Ellos fueron testigos de los prodigios de Dios en Egipto; les salvó Dios. Nosotros, cada uno de nosotros hemos estado bajo el yugo de nuestro particular Egipto, algunos pueden estar saliendo o dándose cuenta de que son aún esclavos, sin embargo no es ni será el alcohol, ni el dinero, ni la fama, ni el poder, ni el aparentar, ni el ser el más guapo del pueblo, ni las drogas, ni las mujeres lo que pueda salvarnos... Dios es quien nos salva. Les hay muy tontos, ¡pero muy tontos!, que piensan, pues yo no tengo nada que agradecer a Dios, y resulta que tienen un buen trabajo, una casa acogedora y una esposa que se preocupa por él. Pues si Dios no hubiese intervenido en la vida de esa persona no tendría ni trabajo, ni una casa, ni una esposa, y es más, yo me atrevería a decir que ni siquiera existiría.

            San Pablo en su epístola a los Romanos ya nos dice que «los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios». Dice la expresión «los que se dejan llevar» y esto no es compatible con la concepción de la 'cultura del contrato' y del individualismo. Donde yo me comprometo a lo que me gusta por el tiempo que yo fijo y en las cosas que yo desee. Dejarse llevar por el Espíritu de Dios en este ambiente social donde la fidelidad es un valor en crisis supone una dificultad añadida. Da la sensación como si todo fuera envuelto en una manta de debilidad, donde falta la robustez y la firmeza. Puede ser que digamos que sí al Espíritu Santo pero seamos permisivos con otras cosas fruto de nuestro relativismo.

            Ser testigo de Cristo supone constantemente avivar la fe y tener en la mente que si Él no hubiera irrumpido en nuestra vida las cosas no hubieran merecido la pena de ser vividas.

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