Ser testigo no es lo mismo que ser
un profesor que enseña una determinada asignatura a sus alumnos; ni tampoco es
el representante comercial de una empresa. La relación con la Persona y el
Mensaje de Aquel a quien testifica es enteramente estrecha y singular. Testigo
es aquel que ha tenido un encuentro personal con Cristo. Y fruto de ese
encuentro él ha sentido cómo su vida ha cambiado y empieza a dolerle
experiencias y comportamientos con los cuales antes convivía pacíficamente y empieza a mostrar ante los demás modos de
estar, pensar y manifestarse que antes no tenía.
En el libro del Deuteronomio el
mismo Moisés está exhortando al pueblo. La indiferencia, el relativismo y la
frivolidad ya se estaban dejando sentir en la vida del pueblo. Es tanto como
debilitar los lazos de conexión con Dios. Y cuando se debilitan esos lazos de
amistad con Dios, cuando se descuida los momentos de intimidad con Jesucristo
uno deja de ser su testigo, ya que ya no le anuncia a Él sino a uno mismo. Y
Moisés, como excelente catequista que es, sabe dar la palabra oportuna e
interpelar para que la gente espabile, les dice que si ellos desean 'vivir su
vida a medio gas' o 'a toda intensidad'. O sea, que si se conforman con lo
mediocre o aspiran a lo máximo.
Moisés es muy claro; que deseas ser
mediocre, ¡pues tú mismo!, ponte a dar
culto a tus cosas, gira tu existencia en torno a tus ídolos, gasta tu
existencia como te dé la gana,... ahora bien, llegará un momento en el que tú
mismo de darás asco de tí mismo, te sentirás despreciable. Ahora bien, luego no
vengas como una víctima porque tú mismo te lo has buscado.
También Moisés, con el propósito de
espabilar a los que andaban medio atolondrados en la fe le dice que ellos
tienen experiencia de saber que hay muchos modos de sentir, de amar, de
trabajar, de luchar y de ser en este mundo. Y les pone ante sus ojos, como si
fueran unas diapositivas, cómo Dios ha ido interviniendo en sus vidas y el
vacío que hubiera supuesto si Dios no hubiera intervenido. Moisés habla al
pueblo diciéndoles: «¿Algún dios intento
jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos,
prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores,
como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con nosotros en Egipto?». Ellos
fueron testigos de los prodigios de Dios en Egipto; les salvó Dios. Nosotros,
cada uno de nosotros hemos estado bajo el yugo de nuestro particular Egipto,
algunos pueden estar saliendo o dándose cuenta de que son aún esclavos, sin
embargo no es ni será el alcohol, ni el dinero, ni la fama, ni el poder, ni el
aparentar, ni el ser el más guapo del pueblo, ni las drogas, ni las mujeres lo
que pueda salvarnos... Dios es quien nos salva. Les hay muy tontos, ¡pero muy
tontos!, que piensan, pues yo no tengo nada que agradecer a Dios, y resulta que
tienen un buen trabajo, una casa acogedora y una esposa que se preocupa por él.
Pues si Dios no hubiese intervenido en la vida de esa persona no tendría ni
trabajo, ni una casa, ni una esposa, y es más, yo me atrevería a decir que ni
siquiera existiría.
San Pablo en su epístola a los
Romanos ya nos dice que «los que se dejan llevar por el Espíritu de
Dios, ésos son hijos de Dios». Dice la expresión «los que se dejan llevar»
y esto no es compatible con la concepción de la 'cultura del contrato' y del
individualismo. Donde yo me comprometo a lo que me gusta por el tiempo que yo
fijo y en las cosas que yo desee. Dejarse llevar por el Espíritu de Dios en
este ambiente social donde la fidelidad es un valor en crisis supone una
dificultad añadida. Da la sensación como si todo fuera envuelto en una manta de
debilidad, donde falta la robustez y la firmeza. Puede ser que digamos que sí
al Espíritu Santo pero seamos permisivos con otras cosas fruto de nuestro
relativismo.
Ser testigo de Cristo supone
constantemente avivar la fe y tener en la mente que si Él no hubiera irrumpido
en nuestra vida las cosas no hubieran merecido la pena de ser vividas.
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