SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, ciclo b
17 DE MAYO DE 2015
El
único que nos puede dar fuerzas para cambiar de vida es el Señor. Sin
embargo si echamos un vistazo en torno a las diversas realidades donde nos
desenvolvemos no
percibimos precisamente una sed de santidad: Que mi vecina que hace
poco finalizó la carrera de estudios se ha ido a vivir con su novio; que
bajando las escaleras de mi edificio suelo oír discutir, a pleno pulmón, al
hijo con sus padres, llamándoles de todo; el poco criterio que se tiene a la
hora de ponerse ante la televisión; la indiferencia ante lo religioso o incluso
el desprecio; la no necesidad de trasmitir la fe a los hijos; aquel vecino que
tiene la música a todo volumen sin importarle aquel otro vecino que trabaja de
noche; no sé, un sin fin de hechos concretos cotidianos donde el relativismo y
lo mediocre tienen la absoluta soberanía. Y claro, va un cristiano y les dice:
«Hermanos, que tenemos que convertirnos. Susana, María, Juana, Saray, Malena....,
o como se llame, y les dices con el ánimo de que les sirva para pensar: 'No es de cristianas ir a vivir en pareja'.
-A lo que te contestan: 'Es mi vida y no
te metas en mi vida'; O en el ascensor te encuentras a ese hijo que grita a
sus padres y le dices: 'Bajando las
escaleras me asusté al oír voces que salían de tu casa'- con un poco de
suerte de te soltará una salvajada o una contestación muy desagradable; o
paseando saludas a esos padres con hijos que han hecho la primera comunión y ya
no habido ni una segunda, ni una tercera.... y les dices: 'Anímate y apunta a tus hijos a clase de religión y a las catequesis de
post comunión', -y te lanza una mirada de desprecio llamándote de todo sin
abrir él la boca. Ahora bien, en aquellas cosas que a ellos les interesan, bien
se mueven y protestan». Seamos claros, por la calle nos encontramos a
cristianos que están paganizados; a cristianos vacios de Cristo.
Ante esto yo pregunto con cierta
angustia: «¿Soportará nuestra débil fe
la violencia de la tormenta?» Cierto es que somos una Iglesia debilitada en
una sociedad poderosa. Pero ni el cristianismo del pasado fue tan sólido como
se cree, ni el actual es tan débil como parece. Estamos en plena tormenta,
subidos en la nave de la Iglesia atravesando los mares y océanos de la
increencia y la indiferencia. Sentimos que no somos fuertes, que nuestras
rodillas se nos doblan y el nudo de angustia en la garganta se hace bien
patente. Sin embargo no podemos caer en
un discurso pesimista, ya que el Señor Jesús está detrás de todo esto.
Jesucristo se les presentó a sus Apóstoles
después de su Pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y,
apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios. ¿Por qué
cuarenta días? Los cuarenta días significan un tiempo adecuado para conducir a
los Apóstoles al pleno convencimiento de que estaba vivo. Esta referencia a los
cuarenta días refleja algunos aspectos muy importantes: significa la madurez
acabada; una generación; la edad que ha de tener un rabino para poder ser
ordenado como tal y ejercer con plena autoridad propia. Esto significa, en el
lenguaje judío utilizado aquí por Lucas, que los Apóstoles han recibido y
alcanzado una madurez suficiente para ser los testigos autorizados de Jesús.
Además, el número cuarenta indica ese tiempo durante el cual han recogido y
obtenido todas las pruebas que necesitaban para adquirir la plena seguridad de
que el Crucificado había Resucitado.
Es
verdad que este mundo no tiene una sed de santidad; pero de lo que no
podemos dudar es que el Espíritu Santo en la Iglesia cuida de la fe de sus
hijos, acuna la fe incipiente de los catecúmenos, alimenta con comida
sustancial a los que han dejado de gatear para empezar a andar y que cura las
heridas de los que vacilan. La fe es fruto de un encuentro personal con
Jesucristo, pero fortalecido y respaldado por la comunidad cristiana. ¿Me
siento respaldado por mencionada comunidad?
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