sábado, 6 de junio de 2015

Homilía del Domingo del Cuerpo y Sangre de Cristo, ciclo b, año 2015

CUERPO Y SANGRE DE CRISTO, ciclo b, año 2015

            La comunidad primera tenían muy claro que la celebración de la cena del Señor era un encuentro con Jesús vivo que les daba fuerza para conocerle mejor, seguirle, vivirle en la comunidad y en el mundo. Ellos no se sentían solos, ni nadie les podía quitar su comunión con Jesús, ni siquiera su muerte; no sentían el vacío de Jesús, sino que le tenían presente de otra manera: la celebración alimentaba su fe, gustando el pan de la Palabra y comiéndole, porque les ayudaba a seguir identificados con Él y a vivir como Él vivía.

            Todos hemos oído hablar, y de hecho tenemos experiencia, de la inadecuación entre la fe y la vida. De tal modo que nuestra forma de vivir puede llegar a desacreditar nuestra propia fe. Nuestra indecisión se convierte en complicidad con la secularización. De un cristiano que acude a la Eucaristía sería de esperar de él que de un modo u otro tuviera como 'algún efecto secundario' de ese encuentro con el Señor. Da la sensación que nos hemos aceptado a resignar que el único papel que tiene que tener la Iglesia en la sociedad es el de la Caridad, el de atender a los pobres, en una palabra: El de la asistencia social. Y como cada cual intenta cuadrar en algún lado en la sociedad, pues nosotros cuadramos en la ayuda a los más necesitados y por eso nos toleran porque somos para ellos una institución con fines sociales y caritativos.

            La Iglesia no ayuda a los pobres porque desee ser aceptada socialmente por partidos de derechas o izquierdas, ni porque desee el reconocimiento social de sectores ideológicos de lo más variopinto. Cada uno somos iglesia si permanecemos unidos a Cristo en su Iglesia. La vida de los cristianos no puede depender de lo que se practique comúnmente en nuestra sociedad. Me encuentro a alguna familia o algún joven que me dicen que se sienten solos, raros, extraños en esta sociedad y que el propio ambiente secularizado les envuelve dejando su vivencia de la fe bajo mínimos. Pues yo les digo con toda la claridad que si valoran la presencia de Cristo en medio de ellos se tienen que empezar a plantearse a vivir la fe en comunidad. Y las comunidades se han de crear. Y se crean en torno a la parroquia, en torno al altar, a la recepción y meditación de la Palabra, a la oración en común, la Eucaristía dominical y el ejercicio de la caridad en favor de los pobres, ya sea lejanos o cercanos.

            Nosotros, como el pueblo de Israel, hacemos suyas sus palabras: «Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos». Tenemos que tener el valor de marcar las diferencias. Es cierto que somos una minoría aunque luego en las procesiones de Semana Santa aparezca gente por todos lados. Pero aunque seamos una minoría no podemos dejarnos arrastrar por el modo de vida común ni confundirnos con los no cristianos. Nos falta el valor de afirmar nuestra vida como vida nueva, como vida diferente, como una alternativa a la vida que no cuenta con Dios. Y todo esto lo hacemos porque hay una Persona por la que merece la pena absolutamente todo. Que su presencia alegra nuestros días y su cercanía alienta nuestros corazones. No conocemos ni el timbre de su voz, ni el color de su piel, ni cómo son sus cabellos o su rostro. Sin embargo nuestra alma canta jubilosa cuando le reconoce presente y vivo en las especies Eucarísticas.

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