miércoles, 27 de marzo de 2013

Homilía del Domingo de Pascua de Resurrección del Señor, 2013



DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR, 2013 HECHOS DE LOS APÓSTOLES 10, 34 a.37-43; SALMO 117; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 3, 1-4; SAN JUAN 20, 1-9
            Si les preguntase ¿qué experiencia tienen ustedes de Dios? realmente les pondría en un aprieto. Porque  ¿quién es Dios para ti?, ¿quién es Jesucristo para ti? Es cierto que sabemos que es el Salvador, el Hijo de Dios... pero ¿cómo ha marcado Jesucristo en tu persona? ¿Cristo ha dejado una huella en tí? Si yo afirmo que soy creyente y que creo ¿en qué me baso para hacer tal afirmación? También ustedes me podrían preguntar: Tú que eres presbítero ¿Qué experiencia tienes de Jesucristo?, y para dar respuesta a esa cuestión me debo de remitir a mi trato frecuente de amistad con Él.
            Realmente se dan muchos niveles de trato: desde ese momento que tienes que compartir el ascensor con un vecino o con el que te encuentras por la calle y le saludas porque ‘le conoces de vista’, pasando por aquellos espacios que se comparte en la escuela, el instituto, la universidad o en cualquier asociación hasta llegar a un nivel de trato que deja de llamarse así para ser amistad auténtica y verdadera.
            Que cada uno se pregunte qué valor tiene para su propia vida el verdadero conocimiento de Dios y de Jesús. La llamada de Jesucristo está en el origen de tu matrimonio, de tu vida consagrada, de tu vocación de servicio hacia los demás; esta llamada del Señor está en el origen del camino que el hombre ha de recorrer en la vida. Desde el momento en que Cristo te entrega a ese novio o a esa novia, a un esposo o a una esposa, a unos hijos, a una comunidad… se inicia un camino que dura hasta la muerte y que es todo un itinerario «vocacional». Por lo tanto, ni yo ni nadie, podrá dar respuesta a este itinerario «vocacional» si uno «vive pasa sí mismo» en lugar de vivir para Jesucristo. San Pablo nos lo recuerda con gran claridad: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios».
Ahora bien ¿cómo sé yo si estoy buscando «los bienes de allá arriba» o me estoy buscando a mí mismo? La respuesta es fácil de responder, valga ésto a modo de ejemplo: La policía de investigación criminal suele emplear un producto químico llamado ‘Luminol’ que produce una reacción que detecta la existencia de sangre. Pues usemos nuestro particular ‘Luminol’ para detectar la existencia de egoísmo en nuestra vida y por lo tanto de la ausencia de Dios. Vertamos un poco nuestra particular sustancia utilizando preguntas de este estilo: ¿realmente considero que he adquirido un nivel de formación cristiana más que adecuado?¿me preocupo de mi formación en la vida cristiana?; a lo largo del año ¿cuántas veces me confieso?, ¿cuántas veces asisto a la Eucaristía?¿cuántas veces a lo largo del día rezo?; en el modo de estar en mi hogar ¿cómo influye mi ser cristiano en la formación y educación de mis hijos?; en la convivencia con mi esposo o con mi esposa ¿me dejo orientar por las aportaciones de Jesucristo?; si soy un adolescente o joven ¿estoy cayendo en la cuenta de lo complicado que es seguir y ser fiel a Jesucristo o simplemente ya no me planteo en cristiano nada porque mi vida espiritual está –desde hace tiempo- congelada? Una de las graves dificultades que podemos estar sufriendo es que nos hemos acostumbrado a poner ‘el listón’ de nuestra vida cristiana tan bajo que casi no tenemos ni que levantar los pies para saltarlo y nos podemos sentir como violentados cuando alguien nos invita a levantar mencionado listón. Y en realidad cuando uno se relaciona con las personas –y a mayor tiempo mayor conocimiento- a poco uno se percata de dónde tiene colocado esa persona el listón en su vida cristiana, si ‘a ras de suelo’ o a una altura ya interesante. Hermanos, dice San Pablo « vuestra vida está con Cristo escondida en Dios», que eso sea realidad en cada uno de nosotros para dar respuesta a la vocación que Cristo Resucitado nos ha entregado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

lunes, 25 de marzo de 2013

Homilía de la Vigilia Pascual 2013



VIGILIA PASCUAL 2013
            Dice San Pablo que «ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación» (1 Cor 1,21). Esta epístola de San Pablo remitida a la comunidad de los corintos estaba escrita en griego y no empleó el término «predicación» sino el término «Kerigma». Por lo tanto decir que «Dios quiso salvar al mundo a través de la escucha del Kerigma» es más fiel al sentido de las palabras de San Pablo. Pero ¿qué quiere decir el término «Kerigma»? La palabra  «Kerigma» significa ‘anuncio de buena noticia’.
Dios ha venido a salvar al mundo a través de una noticia. ¿Qué noticia? Yo no estoy ahora aquí –celebrando la Vigilia Pascual- simplemente porque ‘toca’. Yo estoy aquí porque tengo que darles una GRAN NOTICIA, «la noticia», «el Kerigma». Estoy aquí porque vuestra salvación depende del anuncio del Kerigma. Por lo tanto, si yo como presbítero les traigo el Kerigma les estoy trayendo AHORA la salvación.
En la segunda carta de San Pablo a los Corintios dice que «Cristo ha muerto por todos». ¿Y por qué ha muerto por todos?, ha muerto por nosotros para que todos los que viven ya no vivan más para sí. Según San Pablo, Cristo ha muerto para que el hombre ya no viva más para sí, sino que viva para Aquel que ha muerto y resucitado por él. Cristo ha muerto por ti, ¡sí por ti!, el que ahora está sentado en los bancos de esta Iglesia escuchándome y por un servidor que intenta ser fiel al Señor. ¡Por ti y por mí ha muerto Jesucristo! para que dejemos de vivir para nosotros mismos y empecemos a vivir para Él, que por nosotros murió y resucitó. Y esto no me lo invento yo; lo dice San Pablo.
Escuchemos la epístola segunda de San Pablo a los Corintios: «Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, para que no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocemos a Cristo según la carne, ya no lo conocemos así. Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Cor 5, 14-20) PALABRA DE DIOS.
Hermanos, es el Espíritu Santo el que nos ordena internamente conduciéndonos para que vivamos por Cristo y para Cristo. Hay que dejar actuar al Santo Espíritu de Dios en nuestra vida particular. ¿Y cuándo vamos a dejar actuar al Santo Espíritu de Dios? La respuesta es AHORA. San Pablo nos exhorta diciendo: «Mirad, ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación» (2 Cor 6,2b). ¡Es ahora cuando hay que vivir por Cristo y para Cristo… ahora! Seamos como embajadores de Cristo, y el mundo cuando nos vea esté viendo a Cristo, ¡porque somos sus embajadores! ¡Reconcíliate con Cristo!¡Reconcíliate con Dios! San Pablo es muy claro: «El que está en Cristo es una nueva creación» y continúa diciéndonos «y como colaboradores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios» (2 Cor 6,1). Esa gracia de Dios llega hasta ti en cada instante de tu vida, por eso es AHORA cuando has de acogerlo. Atención, tengamos en cuenta que según San Pablo aquellos hombres que vivan para sí están como condenados.
¿Qué significa vivir para sí?¿por qué vivir para sí es una cosa mala y terrible? Dense cuenta que todos vivimos para nosotros mismos. ¡En todo buscamos nuestra felicidad!, por eso los muchachos van a la universidad, tienen su novia, estudian, trabajan…en todo buscamos nuestra felicidad. ¡Todos vivimos para nosotros!. Se dice mucho que ‘lo que no hagas por ti nadie lo hará por ti’. Todos vivimos para nosotros mismos en cierto sentido. Ahora bien, Cristo ha muerto para que el hombre no viva más para sí.
Y ¿para qué el hombre vive para sí? Es que resulta que el pecado original que habita en nuestra carne nos obliga a vivir para nosotros mismos. Y dice San Pablo en la epístola a los Romanos en el capítulo siete nos dice «porque no logro entender lo que hago, pues lo que quiero no lo hago; y en cambio lo que detesto lo hago (…). Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero». San Pablo dice que conoce dentro de su mente la verdad, pero descubre dentro de sí algo que le obliga a hacer algo que no quiere hacer. Ahora bien, si hago yo lo que no quiero ¿quién internamente me está como forzando y obligando a hacer ese mal?. San Pablo da respuesta: El pecado que habita en mi carne, o sea, el pecado original.
Y ¿qué significa el pecado original?. Pues dicen que el Demonio ha engañado al hombre e invita al hombre a no depender de Dios y a vivir para sí mismo la vida. Que cada cual viva para sí mismo y cada cual sea su propio dios. De tal modo que todos los hombres de la humanidad vivan así: HACIENDO SU PROPIA VOLUNTAD, no la voluntad del Creador, sino la voluntad de la criatura. De tal manera que MI PROPIA FELICIDAD es la columna maestra de toda la existencia del hombre empecatado, de modo que los hombres buscan en la vida SU PROPIA FELICIDAD.
Cuando el Demonio le dice a Eva: «¿Cómo es que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del jardín?» (Gn 3, 1b). O sea, ¿cómo es que Dios no os permite comer de ningún árbol del paraíso?. Sabemos que el Demonio ya ha lanzado su veneno con esa pregunta, aparentemente inocente. A lo que Eva le responde: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio». O sea, podemos comer de todos los árboles menos de uno. Pero el Demonio ya ha lanzado su veneno. El Demonio imparte la siguiente catequesis malévola: Dios te ha puesto una prohibición y por lo tanto es como si todo estuviese prohibido. El Demonio es un genio engañando. Y el Demonio te dice: «No seas esclavo de Dios porque todo te lo prohíbe». Y Eva dice a la serpiente que de ese fruto no se puede comer porque moriremos. Y el Demonio dice a Eva que no van a morir, que lo que les ha dicho Dios es mentira, que ellos no morirán. Sino que Dios sabe muy bien que cuando tú comas de ese fruto tendrás una experiencia del mal. De tal modo que conocerás el bien, conocerás el mal. Y no tendrás necesidad de que nadie te enseñe nada: Serás dios de ti mismo, conociendo el bien y el mal serás dios de ti mismo. Y viendo Eva esta nueva experiencia descubre que no tiene que ser como un niño ante Dios, que no tiene por qué obedecer como un infantil a lo que Dios le está diciendo, que no le da la gana de obedecer, porque descubre que es hermoso lo que el Demonio la está planteando. Eva comió y dio de comer a su marido. Pero hermanos recordemos que Dios ha dicho que como consecuencia del pecado morirán. El Demonio les ha lanzado su veneno, su mentira y ha sido introducido dentro de Eva y Adam. En cambio lo que les dijo Dios era cierto, que el hombre morirá, que el hombre experimentará la muerte.
¿Qué muerte?¿Qué tipo de muerte experimenta? No se para el corazón, no es la muerte clínica. El tipo de muerte que habla Dios es la muerte óntica, la muerte del ser, la muerte de la raíz de la persona. Existimos porque Alguien nos ha dado el SER, por Alguno que nos AMA. Pero el Demonio nos ha dicho que Dios no existe, que es celoso, que es un monstruo y nos invita a enfrentarnos con Dios y ser nosotros nuestros propios dioses: Es entonces nuestro ser está muerto. Y como consecuencia de estar muertos surge la amargura ante las preguntas fundamentales de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿quién me ha creado?¿qué rol tengo en la vida?¿cuál es el sentido de mi existencia? Por eso cuando Cristo dice «deja a los muertos que entierren a sus muertos, ve tú conmigo a anunciar el Reino» (Lc 9,60).
 Por el pecado original que el hombre tiene en su propia carne vive de tal modo que está como condenado a vivir para sí mismo. Y como el hombre vive como si fuera su propio dios quiere que el mundo sea como él quiere. Que la familia sea como uno quiere, que el mundo sea como uno quiere, que la política sea como uno quiere, que el noviazgo sea como uno quiere… todo como quiere el hombre, de tal modo que sólo gire en torno a la propia felicidad. Y llega un momento que uno está totalmente insatisfecho, porque mi esposa no es como yo quiero, ni mi hijo es como yo quiero, ni mi trabajo es como yo quiero, ni la política es como yo quiero…todo queda impregnado de amargura e insatisfacción, de vacío existencial. Lo cual uno vive la vida con una gran dificultad profunda. Porque sólo busco mi propia felicidad y que todo el universo gire en torno a uno y como no es como yo deseo…¡pues no lo quiero! Y el gravísimo problema está –así como la razón de la amargura- que aunque uno se esfuerza por amar no consigue amar ni sentirse amado porque  esa persona vive para sí. En el año 2012 hubo un importante incremento de suicidios en España. Personas que tienen de todo, una esposa preciosa, unos hijos, e incluso un trabajo se quitan la vida de la noche a la mañana. Es que esa persona, aunque se haya esforzado no ama a la mujer ni se preocupa de los hijos. Pero ¿por qué no puede amar? No se cuántos de nosotros amamos de verdad, porque el pecado que hay en nuestra carne nos obliga a amarnos a nosotros mismos, a usar todo, ya sean cosas inmorales y materiales para satisfacernos a nosotros mismos y esto nos impide donarnos y eso que estamos creados a imagen de Dios. Al vivir para nosotros mismos no hay una realidad del verdadero amor, no hay verdad en el amor. Y nos dice San Pablo que conozcamos la verdad y nosotros sabemos que la verdad es amar, es donarse. Y cuando uno no vive en esa verdad llega uno a un punto que se plantea que uno no puede seguir viviendo así, porque esa vida no está en la verdad. La profunda verdad es la cruz de Cristo. El sufrimiento más profundo del hombre es uno solo; que no puede amar, sabe que el amor es la verdad pero si uno quiere hacer el bien, termina haciendo el mal. Y dice San Pablo, «quien me liberará de este cuerpo que me lleva a la muerte» y continúa diciendo «nosotros hemos de dar gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor 14,57).
Cristo al morir en la cruz nos ha justificado, nos ha reconciliado con Dios Padre y enviando al Espíritu Santo ha permitido que nuestra alma sea usada como su morada; que el Espíritu more dentro de nosotros, para que nuestro corazón de piedra se cambie en uno de carne. Si Cristo no hubiese muerto, si Cristo no hubiese resucitado, si Cristo no nos hubiera enviado a su Santo Espíritu nosotros estaríamos condenados a vivir para nosotros mismos y nos veríamos privados de la verdad del amor que realmente engrandece y genera la plena felicidad. Y todo este regalo inmerecido se nos ha dado porque Dios nos ama TOTALMENTE, SIN RESERVAS. Tanto te ama que desea ser uno contigo.

domingo, 24 de marzo de 2013

Homilía del Jueves Santo 2013



JUEVES SANTO 2013, ciclo c 

            Hermanos, nadie puede olvidar que, desde los orígenes, el Evangelio ha sido escándalo para los judíos y locura para los gentiles. Cuando todo el mundo está pensando en disfrutar con el mínimo esfuerzo sin pensar en las consecuencias, los cristianos nos empeñamos en caminar tras las huellas de uno que nos manda amar a los enemigos, perdonar siempre, no guardar rencor y que cada cual cargue con su propia cruz. Y aún sin ver alguna aparición divina o prueba de lo sobrenatural se nos pide que toda nuestra vida sea puesta ante su presencia y que nos fiemos –sin reservas- de Él.
            Realmente vivir cristianamente en medio de nuestro mundo significa vivir alerta, tratando de discernir los elementos culturales en los que nos movemos. Implica una labor de análisis para comprobar qué cosas son compatibles o incompatibles con nuestra fe.  Alguno puede estar pensando  que «esto de la fe es algo que me coarta, me limita mi libertad personal porque yo no quiero renunciar a estas cosas, aun sabiendo que son  incompatibles con la fe» Dicho con otras palabras que soy cristiano pero no me pongo en camino de conversión porque me he acostumbrado a vivir mi cristianismo así y nadie tiene derecho a cuestionar mi forma de ser. Incluso se puede llegar a pensar «que se creía –y con firmeza-, que ser cristiano era cumplir con unas normas y asistir a unos actos concretos de piedad y culto». Los que pensaban que ser cristianos era sólo eso han llegado a creer que cumpliendo ya estaban siendo muy buenos cristianos. Por esa regla de tres –y llevando las cosas ante los hechos cotidianos-  uno podía llegar borracho a casa o maltratar a su esposa en el ámbito del hogar y presumir de ser buen cristiano por cumplir con lo establecido en la asistencia en el culto; o uno puede hablar con odio visceral contra una persona y luego aparentar ser un ser angelical dentro de la iglesia. Si el Señor pasa por nuestra vida, tal y como pasó por la tierra de Egipto, nos va a exigir coherencia porque de no ser coherentes en la fe estaremos perjudicando no solo a aquellos cristianos que se encuentren más débiles en su fe, sino a todos nosotros.
            Nuestra fe en Jesucristo necesita consolidar sus raíces para no volver a las prácticas antiguos o incompatibles con el seguimiento de Cristo y para resistir a las llamadas de un mundo a menudo hostil al Evangelio. Y para consolidar esas raíces siendo fieles a Jesucristo el mismo Señor nos ha entregado tres grandes regalos en este Jueves Santo: el Orden del Presbiterado, la Eucaristía y el mandamiento del amor. El presbítero entregando su vida por anunciar a Cristo trabaja para que todos vayan adquiriendo esa experiencia de Dios que va dando sentido sobrenatural a la persona, celebrando los sacramentos, especialmente la Eucaristía, proporciona realmente la presencia y actuación de Cristo en medio de su gente y en la medida en que al Señor le vayamos dejando hueco en nuestro vivir se irá haciendo realidad el mandamiento del amor incluso con aquellos que –desgraciadamente-  podamos guardar resentimiento en el corazón. 

sábado, 23 de marzo de 2013

Homilía del Domingo de Ramos 2013



DOMINGO DE RAMOS 2013, ciclo c ISAÍAS 50, 4-7; SALMO 21; SAN PABLO A LOS FILIPENSES 2, 6-11; SAN LUCAS (22, 14-23, 56)
           


            Hermanos, mi corazón se inclina –en su totalidad- por Jesucristo no por los éxitos que tuvo o por los milagros que realizó durante su vida terrena. Sus triunfos externos y espectaculares no son para mí un motivo para seguirle. Yo me rindo ante su divina presencia porque entregó su vida entera por nosotros. Cristo tiene en mi persona una autoridad tan suprema porque me ha demostrado que me ama muriendo en cruz por mí, derramando su sangre por mí y mencionada autoridad ha sido elevada hasta el infinito cuando Dios Padre le resucitó de entre los muertos. Por esto mismo San Pablo proclama esta firme profesión de lealtad incondicional a Jesucristo: «de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble --en el cielo, en la tierra, en el abismo--, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre».
            Con pena he de confesar que los cristianos, ante el nombre de Jesús, no doblamos nuestra rodilla y mucho menos nuestro corazón. La cultura dominante que constantemente nos ha bombardeado y nos sigue torpedeando en series televisivas, en noticiarios, en programas ‘de prensa rosa del corazón’, las canciones y programas de entretenimiento que se irradian por la radio, los idearios de algunos centros educativos nos han ofrecido una catequesis de ser ateos. Todo centrado en el bienestar terrestre e inmediato del individuo donde la espiritualidad está totalmente ausente y la inmoralidad no existe porque todo está permitido. Los que intentamos ser fieles a Jesucristo sabemos que los comportamientos inmorales nos alejan de Dios y no podemos permitir que la opinión generalizada de gran parte de la ciudadanía nos convenza haciéndonos creer que lo que antes era inmoral ahora –porque se ha consensuado y aceptado por un sector más o menos numeroso de la sociedad- sea ahora moral.  Una mentalidad prepotente y cruel, que se reviste de aparente solidaridad pero que destruye y niega cuanto puede oponerse al logro fácil del mayor bienestar posible. Tan pronto como la Iglesia –esposa de Cristo y guiada por el Espíritu de Dios- proclama la verdad sobre el amor humano es atacada por múltiples frentes siendo acusada de limitar la libertad de las personas. Cristo ha venido para rescatarte del pecado y de la muerte, y aquí de eso abunda. Cristo desea abrir un camino de esperanza que nos conduzca a la vida eterna. Hemos estado siendo expuestos a una constante catequesis de ateismo y de materialismo impartidas desde los medios de comunicación y por algunos sectores sociales de nuestro ámbito. Y esa catequesis –por desgracia- ha prevalecido entre nosotros y ha terminado calando. La crisis económica, el aumento de la violencia, de la corrupción y del consumo de drogas, la pérdida del sentido moral y virtuoso de la vida manifiestan las consecuencias destructivas de esta forma de pensar y de vivir. Parece un cuadro demasiado sombrío, y de hecho lo es.
            El profeta Isaías nos dice «Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados» Cuando uno espabila el oído, cuando uno escucha a Dios va empezando a abrir sus sentidos para atender a otra catequesis distinta, una que procede de lo alto  cargada de espiritualidad. Y si uno se deja guiar por el Santo Espíritu de Dios empezará a ser crítico con aquellas cosas que antes veía como algo normal. De tal modo que irá rechazando aquello que aleje de Cristo y aceptará -con un gozo indescriptible- todo aquello que me hable de su amor que llegó, incluso, a dar su vida por mí. Será entonces cuando estaremos preparados para  ir recibiendo la gracia sobrenatural que nos conduce a reconocer y a ordenar nuestra existencia a partir de esa autoridad suprema del Señor que lejos de ser un lastre o una carga es causa de alegría y de agradecimiento infinito.

domingo, 17 de marzo de 2013

Cambio de agujas: Corinne Manella

Publicado el 14/03/2013 Corinne Manella creció en una familia poco practicante. Su padre no era ni católico ni religioso y su madre estaba pasando por un periodo de muchas dudas. Se formó en una escuela protestante pero las personas en ese ambiente eran muy buenas y muy fervientes. A la vez, todos los católicos que conocía no estaban enamorados de su fe y muchos no daban muy buen ejemplo de la fe. Cuando empezó el Instituto Corinne eligió un camino muy mundano. Se metió en el mundo de las fiestas y a través de varias experiencias perdió completamente el sentido de su dignidad. Ya no sabía distinguir el bien del mal y andaba perdida. Pero en medio de todo eso siempre tuvo el deseo de ser buena. Cuando llegó el momento de la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto decidió ir, en parte porque quería divertirse en las fiestas y en parte por su curiosidad religiosa. Durante la Jornada recibió la gracia de saber que la fe católica es la fe verdadera y desde entonces nunca ha dudado de su fe. Pero todavía no sabía como llevar una vida cristiana. Tomó la decisión de ir a una Universidad católica, esperando que allí encontraría la formación y la fuerza para poder ser buena. Allí se encontró con otro mundo que poco a poco fue transformando su vida. Empezó a ir a Misa diaria y a rezar todos los días. Descubrió por primera vez la llamada a la santidad. Poco después decidió ayudar en un campamento con las Siervas del Hogar de la Madre y entró en el movimiento juvenil del Hogar de la Madre. Todavía no sabía qué hacer con su vida pero entendió que su vida tenía que ser para los demás. El Señor empezó a mostrarla que tenía vocación dentro del Hogar, pero no dentro del matrimonio, ni como religiosa. En el momento no lo entendió, pero el Señor le pidió dar un paso sin entenderlo y sigue con la confianza de que es el Señor el que la guiará siempre.

Habemus Papam Franciscum

viernes, 15 de marzo de 2013

Homilía del Domingo quinto de Cuaresma, ciclo c


DOMINGO QUINTO DE CUARESMA, ciclo c ISAÍAS 43, 16-21; SALMO 125; SAN PABLO A LOS FILIPENSES 3, 8-14; JUAN 8, 1- 11

            Dios realiza algo nuevo en ti. Yo no me lo invento, lo dice la Sagrada Escritura por medio del profeta Isaías: «Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando. ¿No lo notáis?». Habrá gente que –con gran sinceridad- manifieste que no está sintiendo nada nuevo, que está igual que siempre. Quizá algunos puedan pensar que algo está descubriendo en esto de la fe, pero no tanto a nivel de conocimientos sino a nivel de experiencia en ese trato con el Señor. Dios está abriendo un camino en nuestra vida; Dios desea hacerse notar en nuestra vida, desea regalarnos su presencia.
            Hace poco me compré una de esas jarras que filtran el agua proporcionando que el cloro y la cal disminuyan. El agua atraviesa el filtro y se deposita para ser bebida. Los cristianos necesitamos ir limpiando, ir filtrando nuestra vida interior, para que esas ideas carentes de autenticidad, esas informaciones falsas o deficientes sean puestas al descubierto y eliminadas por nocivas, perjudiciales. Y me pueden preguntar: ¿Qué necesitamos limpiar? ¿Qué cosas necesitamos filtrar de nuestra vida interior?¿de qué informaciones falsas o deficientes nos estará hablando este sacerdote?.
En primer lugar hermanos, para profesar y vivir la fe cristiana debemos de superar la tentación del subjetivismo que padecemos todos. Saber que no somos el centro del mundo ni la perfección en nuestra vida puede consistir en tener o hacer en cada momento lo que más gusta, lo que nos viene mejor. Si para ti Dios es el punto de referencia ansiarás constantemente tenerle muy cerca. Será entonces cuando tanto ante las decisiones cotidianas  que tengas que adoptar como de aquellas que revistan mayor seriedad para tu persona te plantees en primer lugar: Señor ¿qué quieres de mí? Toda esa vivencia, esa decisión, esa carga de experiencia es pasada por ese particular  filtro  que es Cristo, luchando por dejar esos posos nocivos de subjetivismo, y depositando únicamente en el recipiente aquello que me hace estar más cerquita del Señor. ¿Quién nos puede enseñar a filtrar toda nuestra existencia a través de Jesucristo?. Yo como presbítero, como persona elegida y consagrada por el Señor estaré totalmente dispuesto a caminar con ustedes para, enseñarles a redescubrir el tesoro de ser cristiano, pero para eso es preciso estar receptivos, abiertos ante Dios. Habrá personas que se pregunten: ¿pero este sacerdote que está diciendo? ¡si yo ya soy cristiano!, ¡me bautizaron desde pequeño y además estoy apuntado a esta y aquella cofradía! He ahí el problema, muchos piensan que ser cristiano es algo que se ha concedido en un momento concreto y permanece como algo latente, aparentemente inactivo en él durante gran parte de  su vida. Un socio de un determinado club deportivo, aparte de pagar sus cuotas, de asistir a las asambleas, también asiste a los partidos sufriendo y disfrutando con el equipo. Podrá llevar la camiseta o la gorra del equipo o incluso tocar el claxon de su automóvil por las calles para festejar la victoria. Pues ser cristiano no es ser socio de la Iglesia Católica; no es ser uno más que abona una cuota y asiste a determinadas cosas. Nosotros no estamos para consumir culto; estamos para encontrarnos con Jesucristo resucitado y ese Cristo resucitado es el que quiere hacerse notar en nuestra vida, el que quiere abrir un camino en nuestra particular existencia. Pablo de Tarso se encontró con Cristo Resucitado y toda su existencia pasó por ese filtro que es Cristo, de tal modo que su forma de ser, de pensar y sentir sufrió tal metamorfosis gozosa que llega a manifestar: «Todo lo estimo pérdida, comparando con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor».
Ante Jesús presentaron a aquella mujer sorprendida en flagrante adulterio para matarla a pedradas por haber pecado. Jesús la perdonó y esa mujer se salvó no solo en su cuerpo, sino también su alma. Cuando un cristiano pasa toda su existencia a través de ese filtro que es Cristo y reconoce cómo el amor de Dios le ha sanado interiormente haciéndole una criatura nueva, brotan las lágrimas de alegría porque UNO  recapacita -porque es sumamente consciente- de cómo era antes y de cómo es ahora y se avergüenza de haber juzgado y criticado a los hermanos en vez de haber rezado por su salvación.

viernes, 8 de marzo de 2013

Homilía del Domingo Cuarto de Cuaresma, ciclo c


DOMINGO CUARTO DE CUARESMA, CICLO C, JOSUÉ 5, 9a.10-12; SALMO 33; SEGUNDA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS 5, 17-21; SAN LUCAS 15- 1-3.11-32

            Hermanos, creer en Jesucristo es apoyar la propia vida en la esperanza de la resurrección y de la Vida Eterna. Creer en Jesucristo es valorar las cosas de este mundo y organizar mi propia vida en función de esta esperanza y deseo existencial de abrazar a Dios. En estos momentos de confusión y deserción, muchos cristianos, bautizados, viven un poco aturdidos, en zonas intermedias, ni dentro ni fuera de la Iglesia, ni creen ni han dejado de creer, viven confusos, inseguros, llenos de dudas, con la conciencia intranquila y con reservas contra la Iglesia. No llegan a desligarse de su adhesión a Jesucristo pero alejados de la práctica sacramental.
Si en la Iglesia somos críticos es de justicia reconocer que muchos de nuestros hermanos se han enfriado en su fe porque nosotros, con nuestro modo de actuar, no hemos proyectado ante ellos lo que Cristo nos aporta enriqueciéndonos.
            Muchas familias con niños pequeños o no tan pequeños no sienten la necesidad de estar vinculados a la vida parroquial. A ellos se les plantea muchas dificultades, algunas de ellas aún sin saber cómo afrontarlas, y como su relación con la parroquia –para ellos- no les ha dado claridad en sus situaciones personales del pasado tampoco esperan que se lo proporcione en las cuestiones actuales. Reducen esto de la fe a cuatro oraciones, la devoción a su Patrona y a las asistencias por compromisos sociales en el templo. No digamos nada como algunos adolescentes y jóvenes se plantean su noviazgo, porque resulta muy curioso en esa nueva situación se da de todo… pero el gran ausente es Dios.
            Pero ¿por qué no hemos sabido o podido transparentar a Jesucristo con nuestro modo de pensar, amar, luchar y obrar a nuestros hermanos? ¿Dónde está la razón de nuestra esterilidad o infertilidad en el apostolado? La Palabra de Dios nos deja bien en claro que «el que es de Cristo es una criatura nueva» y si soy criatura nueva ¿por qué no me renuevo en mi modo de ser?¿por qué nos hemos acostumbrado a poner remiendos –como hacían antes nuestras abuelas en las ropas- en vez de nacer de nuevo del agua y del Espíritu de Dios?
            ¿Han escuchado el Evangelio de hoy? La parábola del Hijo Pródigo. El hijo pequeño que le dice a su padre «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna» y con su parte de la herencia se marcha de la casa de su padre. Aparentemente el mejor de los hijos es el mayor, se ha quedado con su padre en la casa. Pero atención, no nos engañemos: Lo único que une al hijo mayor con el Padre es el techo que le cobija. El hijo mayor no quiere nada más ni se plantea más. Físicamente está al lado de su padre pero está a años luz de distancia del corazón de su padre, de las inquietudes de su padre y del sufrimiento de su padre. El padre ama al hijo mayor pero el hijo mayor le responde con la más de las absolutas indiferencias. Y no hay cosa que más duela que el amor no correspondido.
            Hermanos, nos puede suceder que nosotros que estamos en la Iglesia nos hayamos acostumbrado a oír un sinfín de veces que Dios nos quiere y que demos por sentado este hecho; pero nosotros no estemos dando pasos para corresponder al Señor en ese amor. Y si no correspondemos al Señor en ese amor nos vamos, poco a poco, distanciando del corazón del padre, tal y como se distanció el hijo mayor de la parábola. Entonces corremos EL RIESGO DE NO PROYECTAR ante nuestros hermanos lo que Dios nos aporta, estaremos como negociando con Dios –poniendo remiendos a nuestra vida- para evitar la conversión sincera que el mismo Señor nos está pidiendo. Creer en Jesucristo es apoyar toda nuestra existencia en su persona. Hagámoslo y dejémonos ABRAZAR POR EL PADRE de la Misericordia. Así sea.

lunes, 4 de marzo de 2013

Homilía para un funeral



FUNERAL DE TERESA. Vertavillo (Palencia), 4 de marzo de 2013
            Muchas personas viven de una manera totalmente despreocupada dejando su vida espiritual en barbecho. Creen que todo lo tienen asegurado, ellos se organizan todo y Dios es alguien que está pero, aun no queriendo estar a mal con él, sin embargo tampoco hago esfuerzos por adentrarme en su amistad. Parece como si esas personas, poniéndose una particular armadura de protección, fueran inmunes a los males y problemas que aquejan al resto de los mortales. Ellos se pierden lo más bello y no se dan cuenta que están enfermos, que sufren una hemorragia interna, donde poco a poco, se van quedando sin ilusión, sin ganas de luchar e incluso sin ganas de amar. Cristo, médico de las almas, desea administrarles –con carácter de urgencia- una importante transfusión, pero para ello es preciso la conversión y reconocer que a Dios le necesitamos tanto o más que a nuestro propio corazón, el cual si dejase de bombear la sangre la vida llegaría a su fin.  
            Y muchos me pueden preguntar: ¿Qué tiene que ver esto con un funeral? Mucho. Creer en Dios y dejarse guiar –siendo dóciles y obedientes ante su divina Palabra- nos va adentrando en nuevo modo de entender, de concebir nuestra propia y personal existencia. Saber que formo parte de un plan sobrenatural de Dios es algo que colma todas las expectativas y que general tal serenidad en el alma al constatar que somos hijos amados por el Padre. Acoger a Cristo en el alma es una necesidad imperiosa para todo cristiano. Esa acogida exige una lucha interna de superación, porque a Jesucristo se le acoge día a día, momento a momento, segundo a segundo y la acogida de mañana ha de ser más calurosa que la de hoy. Esa relación filial con Dios y con su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo, renueva y trasforma nuestra vida, es como nacer de nuevo. Es abrir las puertas y ventanas a una nueva concepción de la realidad, a una nueva y rejuvenecedora cultura del amor.
            El testimonio de muchas personas mayores ayudan a entender que –a pesar de los defectos o pecados que se tengan, y de las manías que uno vaya cogiendo- hay una persona que jamás falla y que genera esperanza: Jesucristo. Teresa era una de las mujeres que siempre que había Eucaristía en la Residencia asistía y comulgaba. Hablar con ella y sacar el tema de su pueblo era lo que más la llenaba de satisfacción. En medio de la rutina que acarrea una residencia de ancianos poder refrescar los recuerdos, de este su pueblo,  era un oasis de felicidad  y de hecho enseguida se la notaba en el rostro.
            Teresa era una mujer creyente. La fe en Jesús nos hace entrar en una vida nueva, distinta porque reconocemos la soberanía de Dios sobre nuestra existencia y eso genera que cambie la visión y todas las expectativas tanto del mundo como de la propia vida. Por la fe sabemos que la Palabra proclamada de la Biblia es Palabra de Dios; por la fe sabemos que cuando comulgamos estamos recibiendo el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios que viene a nuestro encuentro para salvarnos. Pues ahora, nuestra hermana Teresa sale al encuentro de Dios. Muchas veces Teresa le he recibido en la Sagrada Comunión pues recemos con fe para que ahora sea Cristo quien la reciba en la Gloria Eterna. Así sea.

sábado, 2 de marzo de 2013

Homilía del Domingo Tercero de Cuaresma, ciclo c



DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, ciclo c ÉXODO 3, 1-8a. 13-15; SALMO 102; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 10, 1-6. 10-12; SAN LUCAS 13, 1-9

            Cualquiera que haya escuchado la Palabra proclamada hoy se da cuenta que a Dios se le quiere sin pretenderlo. Se hace querer. Llega Dios, con todo lo que significa a nuestra vida y nos descubre quien somos. Es entonces cuando uno se para y se hace esta sencilla reflexión: «¡Pero qué despistado he estado durante todo este tiempo que me he perdido tantos momentos de encuentro con el Señor!».  
El Salmo 112 pone palabras a esas acciones que Dios realiza con aquellos que se dejan: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura». Dios constantemente se está acercando a ti, trabaja por ti, te advierte, te corrige y te alienta.
            Alguno de los presentes puede estar pensando: «Este cura nos habla de un Dios que llena de plenitud y que colma de esperanza la vida de las personas, y que incluso nos alienta cuando el desánimo hace acto de presencia. Sin embargo yo, aunque ‘creo estar a bien con Dios’ no consigo tener esa experiencia religiosa de encuentro con Él –la cual marque e ilumine- y al no tener esa experiencia religiosa de encuentro con Él únicamente me conformo con la práctica dominical e incluso estoy corriendo el riesgo de enfriarme espiritualmente». Por eso hermanos, la primera lectura tomada del libro del Éxodo es un regalo de Dios.
Nos cuenta la Sagrada Escritura que Moisés, movido por la curiosidad, se acercó a la zarza que ardía sin consumirse, y allí fue donde Dios se le presentó. Del mismo modo que los automóviles necesitan que el líquido de frenos, el aceite y el líquido de refrigeración del motor estén en unos determinados niveles para que el automóvil pueda funcionar, nosotros ¿cómo andamos del nivel de la curiosidad en las cosas de Dios?. Los padres y madres de familia pueden conocer cómo se encuentra el nivel de su curiosidad religiosa empleando particulares varillas de medir. Para ayudar voy a lanzar unas cuestiones al aire: ¿con cuanta frecuencia me ven mis hijos coger la Biblia y leerla?, durante el día ¿qué momentos de oración –aunque sea breve- tengo con mi esposa y con mis hijos?, ¿estoy sabiendo transmitir a mis hijos que esto de la fe es importante para mí acudiendo a recibir el perdón de Dios, preocupándome de mi formación cristiana y participando en la Eucaristía dominical?. Realmente podría ser un sin fin de preguntas, pero estas pueden ayudar a que cada cual se plante la suya para conocer el nivel de curiosidad que uno tiene en las cosas de Dios. Porque seamos claros hermanos, y entiéndanme esta comparación: La parroquia se puede asemejar a un consultorio de un médico de familia, allí vamos cuando la enfermedad nos aqueja y a la parroquia acudimos todos los domingos para que nuestra vida espiritual no enferme y si se puede fortalecer mucho mejor. Sin embargo cuando la enfermedad requiere un tratamiento de un especialista acudimos a los médicos de esa especialidad para afrontar la dolencia. En la vida espiritual es exactamente igual: Cuando uno descubre que el amor de Dios es como ‘un pozo sin fondo’ y desea –movido por la curiosidad- adentrarse y enriquecerse en el trato más frecuente y exigente con Jesucristo precisa de una comunidad cristiana donde sentirse acompañado y acompañar. Lo ideal sería que la parroquia desempeñase el papel de esa comunidad cristiana donde acompañar y sentirse acompañado, sin embargo lo que se tiene es lo que se tiene. Por eso es importante abrir horizontes y descubrir que hay movimientos y grupos en la Iglesia -los cuales los tenemos muy cerca- que pueden dar respuesta a nuestras curiosidad religiosa. Entre ellos, Encuentro Matrimonial, Cursillos de Cristiandad, Legión de María, Vida Ascendente, el Camino Neocatecumenal… por decir sólo algunos.
Hermanos, Dios lo que quiere de nosotros es que demos frutos. Que seamos esa higuera plantada en su viña –de la que nos habla el Evangelio- repletos de buenos frutos. Pero atención, que esos frutos sean para dar gloria a Dios y nunca para nuestro propio interés.
Señor, concédenos PERMANECER siempre en ti, PERSEVERAR en tu amor, VIVIR de tu vida y SER CONDUCIDOS por tu mano. Así sea.