SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
Samuel vivía en el templo de Jerusalén. Su madre, Ana, era estéril y, a fuerza de oraciones y lágrimas, había conseguido de Dios tener hijos. Y ella, agradecida, había consagrado para servicio de Dios a Samuel, el primogénito... Y una noche Dios llamó a Samuel. El niño despierta al oír su nombre y acude a la habitación de Elí, el sacerdote y le dice: "Heme aquí, pues me has llamado". "No te he llamado -responde el anciano-, vuelve a acostarte, hijo mío". Pero Dios sigue llamando segunda y tercera vez, hasta ser escuchado. Y es que Dios es un Padre providente y bueno que se preocupa de sus hijos, que tiene un proyecto maravilloso para cada uno de ellos. Y los llama, una y otra vez, para que sigan el camino concreto que él ha soñado con cariño desde toda la eternidad.
La voz de Dios resuena también en la noche de tu vida. De mil maneras te puede llegar el deseo de Dios sobre ti. Un pensamiento que te hiere en el alma, un acontecimiento que te conmueve, unas palabras que te afectan, un ejemplo que te arrastra. Cualquier cosa es buena para hacer vibrar en nuestro espíritu la voz de Dios. Puedes estar seguro, Él hablará. Te seguirá hablando al corazón, esperando tu respuesta.
Dios nos conoce por nuestro nombre propio. Para la sociedad, para el Estado, somos unos números, una sigla que ocupa un lugar determinado en unos ficheros metálicos y fríos, o en un "disco duro" del ordenador. Pero Dios, no. Él nos lleva "escritos en sus manos", muy metidos en su inmenso y tierno corazón... Samuel, el pequeño primogénito de la que fue estéril, responde: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Actitud de entrega sin condiciones, de docilidad total, consciente de que lo que Dios diga, es, sin duda alguna, lo mejor.
Ponte a la escucha. Dios no se ha vuelto mudo. No habla tan bajo que se haga difícil entenderle. Siendo lo mejor para ti y amándote el Señor como te ama, no puede ser tan arriesgado conocer cuál es su voluntad. Lo que ocurre es que somos torpes, tremendamente torpes. Y no comprendemos la voluntad de Dios, tan contraria a veces a la nuestra. Y nos empeñamos en seguir nuestro propio camino, el que nuestra imaginación de niño tonto ha escogido. Hay que rectificar y recorrer la ruta que el Señor nos indica. Sin importarnos para nada el sendero, en apariencia cuesta arriba, que Dios nos marque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario