sábado, 21 de enero de 2012

Homilía del tercer domingo del tiempo ordinario, ciclo b

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

22 de enero de 2012

En el libro de Jonás hay una enseñanza didáctica: el poder de Yahvé es equiparable a su bondad y a su cuidado por el mundo, sin ningún tipo de fronteras. Nínive es la ciudad más cruel de las que se conocen y sus habitantes son uno de los peores enemigos del pueblo de Israel. Sin embargo, la misericordia de Yahvé es incluso mayor que su justicia; incluso más grande que lo que la estrechez de corazón humana pudiera imaginar. Nadie, ni siquiera Jonás, puede escapar al poder de Dios. Pero tampoco se negará el perdón a nadie, ni incluso a los israelitas que se conviertan, es decir, que se vuelvan piadosos y dispuestos a la penitencia.

Nínive se convierte, lo cual, en este sentido, es causa de sorpresa y contraste evidentes. Porque muchas veces Israel no ha hecho caso de amenazas y promesas, mientras que uno de sus peores enemigos se convierte con humildad y fervor. Las apariencias engañan: Nínive ha comprendido mejor al Dios de Israel, que Israel mismo.

Jonás había huido de Dios. Intentó escapar de su presencia, eludir su mandato. No quería ir a Nínive para predicar y que se convirtieran de su mala vida. Jonás pensaba que era inútil marchar a un pueblo pagano que sólo pensaba en pasarlo bien. Pero Dios persigue al profeta hasta rendirlo. Y es que a Dios no hay quien se le resista. Al final vence siempre Él. Por eso es conveniente evitar todo forcejeo inútil, no poner resistencia. Lo mejor es darle facilidades, hacer lo que su voluntad determine, sea lo que sea.

Si obramos así nos maravillaremos del resultado. Dios es así, puede hacer que nazca una flor donde sólo hay arena. Para su fuerza no hay obstáculo que se ponga en su camino... Señor, Tú sabes cómo olvidamos tu omnipotencia y en consecuencia cómo nos cuesta aceptar las cosas, sobre todo cuando no están de acuerdo con lo que nosotros pensamos.

Dios contempla con agrado la reacción de aquellos hombres, de los ninivitas. Desde el mayor hasta el más pequeño hacen penitencia. Se arrepienten de sus pecados. Y el mismo rey, enterado de la noticia, se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de saco y se sentó en ceniza. Manifestaciones todas que indican la profunda y sincera contrición que le embargaba.

Y Dios, cargado de amenazas hacía poco, se compadece y les perdona, no lleva a cabo el castigo que les tenía preparado... Qué fácil es Dios al perdón y a la compasión, qué presto al olvido. Esta es su mayor grandeza: su misericordia ante el pecador arrepentido. Cuando nos perdona es cuando se manifiesta mejor la magnitud de su amor... Por eso no tenemos derecho a dudar de su perdón.

Si Nínive que era una de las ciudades más crueles que se conocían fueron capaces de convertirse con la predicación de Jonás, ojala que nosotros, cristianos, miembros del nuevo pueblo de Dios, estemos siempre dispuestos a convertirnos al Señor. Porque no es más bueno el que aparenta el serlo, sino el que más necesidad de perdón tiene de Dios y desea alcanzarlo.

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