martes, 6 de diciembre de 2011

Retiro de Adviento: El misterio de Belén

RETIRO DE ADVIENTO: EL MISTERIO DE BELÉN

Proclamación del texto bíblico.

Meditación: Vamos a tener estos momentos de contemplación en torno a los misterios del nacimiento del Señor, los misterios de Belén. Y tenemos un rato para empaparnos de la presencia de ese Niño Dios que se nos da y se nos ofrece en la imagen eucarística.

Hay un hecho que ya sabemos. Sabemos que la fiesta de los cristianos por antonomasia no es la Navidad, sino que es la Pascua. Que en torno a la Pascua se configuró el calendario cristiano. Ya San Ignacio de Antioquia llama cristianos a aquellos que ya no observan el sábado ‘el sabat’ judío, sino que viven según el día del Señor, el domingo, el día de la resurrección de Jesucristo. Y fue Hipólito de Roma en el año 204 el primero que dejó caer la fecha del veinticinco de diciembre como fecha del nacimiento de Jesucristo fijándose en ciertos indicios. Sin embargo hasta el siglo cuarto no comenzó propiamente a celebrarse en Roma la fiesta de la Navidad. Sin embargo hasta la edad media, y especialmente el desarrollo máximo lo alcanzó con San Francisco de Asís, es cuando la Navidad alcanza toda la fuerza litúrgica que tiene entre nosotros. El primer biógrafo de San Francisco de Asís, Tomás de Celano es el que narra cómo de un corazón enamorado, como fue el de San Francisco de Asís, surgió la necesidad de explayarse en la celebración del nacimiento de Jesús. Se dice que San Francisco de Asís, cuando predicaba en la campiña de Rieti, Italia, le sorprendió el crudo invierno al humilde predicador que vestía con harapos. Se refugió en la ermita de Greccio. Era la Navidad de 1223. Mientras oraba rodeado de aquella paz del bosque y meditando la lectura del evangelista San Lucas, tuvo la inspiración de reproducir en vivo el misterio del nacimiento de Jesús en Belén. Construyó una casita de paja a modo de portal, puso un pesebre en su interior, trajo un buey y un asno de los campesinos del lugar e invitó a un pequeño grupo de ellos a reproducir la escena de la adoración de los pastores. La hermosa idea se propagó por toda Italia, luego a España y al resto de la Europa católica. En Nápoles, hacia finales del siglo XV, reprodujeron en figuras de barro a los actores del gran acontecimiento narrado por el evangelista San Lucas.

Dios, al hacerse niño se aproximó tanto a nosotros para que le pudiésemos tratar de tú a tú, para que le perdamos miedo a Dios; para que nos acerquemos con corazón de niño hacia Él. Solamente los que ‘se hacen como niños’, como San Francisco de Asís, han entendido este tuteo con Dios que se expresa en el misterio de Belén, en la representación del misterio de Belén. La representación del misterio fue algo providencial porque en él, en esa indefensión del amor de Dios, se nos manifiesta a Dios que viene sin armas, que no pretende asaltarnos desde fuera, sino conquistarnos desde dentro y transformarnos desde dentro. Dios ha elegido esta forma suya para vencer nuestra dureza de corazón y para entrar hasta el fondo de nosotros mismos.

Como les he comentado antes, en aquella ermita de Greccio, por indicación de San Francisco de Asís, se pusieron un buey y un asno. El caso es que tales animales no aparecen en los relatos evangélicos. Y el buey y el asno no son productos de la fantasía, se han convertido por la fe de la iglesia en la unidad de antiguo y del nuevo testamento como los acompañantes del acontecimiento navideño. El pasaje de Isaías 1,3 donde se dice concretamente «El buey reconoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no me conoce, mi pueblo no tiene entendimiento». San Francisco de Asís quiso poner ese buey y ese asno como imagen de esa historia de conocimiento y de desconocimiento de lo que allí está teniendo lugar. Los Santos Padres de la Iglesia vieron en estas palabras de Isaías 1,3 una profecía que apuntaba al nuevo Pueblo de Dios, a la Iglesia formada por paganos y por los procedentes del pueblo judío, tanto judíos como paganos que podían perfectamente estar desconociendo al revelado por Dios, al deseado de las naciones que ellos eran incapaces de percibirlo. Por eso en las representaciones medievales de la navidad ese buey y ese asno suelen tener rasgos que parecen humanos, tienen ojos y tienen expresiones casi humanas, porque están representando a la humanidad que no se percata de ese misterio que se está allí celebrando.

La aplicación de este principio es clara: Los que no le conocieron fueron los señores sabihondos, los entendidos en Biblia, aquellos que estaban con el corazón muy ocupado o como, en el caso de Herodes, tenían un afán de dominio, una ambición de mando y una manía persecutoria prepotente que les tenía cegados.

Sin embargo los que le conocieron fueron los pastores, los Magos de Oriente, María y José. El buey y la mula nos interrogan, ¿comprendes tú el misterio de Dios que está aquí presente?.

Dicho esto vamos a centrarnos en la figura de José. José quiere manifestar, por una parte, el hombre atento a Dios. Duerme José, pero a la vez está en disposición de oír la voz del ángel, en Mt 2,13 aparece un José que está durmiendo pero que tiene un dormir que está velando la voz de Dios que le habla. Parece desprenderse de la escena lo que el Cantar de los Cantares había proclamado. Dice el Cantar de los Cantares capítulo 5 versículo segundo «Yo dormía pero mi corazón estaba vigilante». En esta tienda abierta tenemos como una figuración del hombre cuyo corazón está lo suficientemente abierto como para recibir lo que el Dios vivo y su ángel le comunica. Y sin embargo la mayoría de las veces nos hayamos invadidos de inquietudes, agobios, expectativas, deseos de toda clase, tan apremiados por tantísimas cosas que hace que la voz de Dios no la oigamos. Por eso aquí, a San José especialmente le referimos como el hombre atento a la voz de Dios.

Es un hecho que con la llegada de la edad moderna los hombres hemos ido dominando cada vez el mundo, cada vez lo dominamos más y disponemos las cosas más a la medida de nuestros deseos. Pero sin embargo también estamos dominados por las propias cosas que nosotros mismos hemos creado. Hemos dominado la creación pero al mismo tiempo estamos dominados por las propias cosas que hemos transformado, en el fondo estamos viendo nuestra propia imagen y estamos incapacitados para oír la voz profunda que desde la Creación nos habla hoy también de la bondad y de la belleza de Dios.

Este José que duerme se haya pronto para oír lo que resuene desde dentro y de lo alto. Es el hombre que se une desde lo íntimo, con el recogimiento y también con la prontitud para la respuesta. José es el hombre que nos invita a retirarnos del bullicio de los sentidos, de una forma de vivir la vida desparramada, exteriorizada, perdida y dispersa y que quiere que nos recuperemos: que tengamos capacidad de recogimiento, que sepamos dirigir la mirada hacia lo interior y hacia lo alto para que Dios pueda tocarnos el alma y comunicarnos su Palabra.

El primer paso es contemplar la imagen de San José como un hombre que tiene que una especial capacidad de interioridad.

En segundo lugar otra reflexión: San José el hombre de la pronta respuesta. Lo tenéis en Mt 1,24, también en Mt 2,14. Mt 1,24 y 2,24 insiste también en esto; este José que está pronto para erguirse y como dice el Evangelio, cumplir la voluntad de Dios. «Aquí tienes a tu siervo, dispón de mí». Coincide su respuesta con la de Isaías en el instante de recibir el llamamiento «heme aquí, Señor, envíame», lo tenéis en Isaías 6,8 «Entonces oí la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré?, ¿quién irá por nosotros”. Respondí: “Aquí estoy yo, envíame”», lo tenéis también en Primera Samuel capítulo 3:

«El joven Samuel servía al Señor en la presencia de Elí. La palabra del Señor era rara en aquellos días, y la visión no era frecuente.

Un día, Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos comenzaban a debilitarse y no podía ver.

La lámpara de Dios aún no se había apagado, y Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios.

El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy».

Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Pero Elí le dijo: «Yo no te llamé; vuelve a acostarte». Y él se fue a acostar.

El Señor llamó a Samuel una vez más. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Elí le respondió: «Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte».

Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada.

El Señor llamó a Samuel por tercera vez. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven,

y dijo a Samuel: «Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha». Y Samuel fue a acostarse en su sitio.

Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: «¡Samuel, Samuel!». El respondió: «Habla, porque tu servidor escucha». ».

José tiene esta disposición: «Heme aquí, envíame». Para entender esta respuesta pronta de José nos viene a la mente aquellas palabras que se le profetizan a Pedro: «Cuando seas viejo otro de ceñirá y te llevará a donde tú no quieras». José ha hecho de estas palabras la bandera de su vida, la regla de su vida, porque está preparado para dejarse conducir, aunque la dirección no sea él quien la lleva. José es el tipo de hombre que se deja conducir por Dios. José es la imagen del hombre dócil que es conducido por el Espíritu: A donde tú no sabes, a donde tu no quieres, a donde tú ahora mismo no te imaginas… Al igual que le sucediera a Moisés ante la zarza ardiente, también José se encuentra ante un misterio que a él le supera, del que le toca ser testigo y copartícipe de lo que está viviendo y se le pide que se descalce, ¡descálzate ante el misterio que se te presenta!,¡pero no te vayas, porque yo te quiero aquí!. A Moisés le dijo exactamente lo mismo; descálzate pero quédate. Estas pisando un lugar sagrado, quiero que te descalces, quiero que tomes conciencia de que es sagrado el lugar que pisas pero yo te necesito a ti. Y esto es una constante en la vida de José. José es conducido y es llevado a donde él no conoce y donde Dios le va indicando. Comienza prediciendo que el nacimiento del Mesías no podrá suceder en Nazaret, que tendrán que partir para Belén que es la ciudad de David. Después tiene que entender que va a sucede no como a él le hubiera gustado, ya que el nacimiento va a suceder entre los suyos y él va a sufrir la humillación de que los suyos no le acogieron. Y José también es partícipe de la humillación del Verbo Encarnado que no es recibido. José que toca, que llama, que golpea las puertas de sus conocidos, de sus familiares, de sus amigos y se encuentra que no es recibido y participa del rechazo que el Verbo Encarnado recibe de entre los suyos. Ya se va a puntando a la hora de la cruz porque el Señor nace a las afueras, en un establo, como a las afueras de la ciudad de Jerusalén morirá crucificado.

Luego más tarde viene una nueva comunicación: La salida de Egipto. José corre la suerte de los que no tienen casa y no tienen patria. Corre la misma suerte que los refugiados, los extranjeros, los desarraigados que buscan un lugar para instalarse con los suyos. Y tiene la experiencia de “otro te llevará donde tú no quieras”. Dios introduce a José en una pedagogía donde José va aprendiendo a no poseerse a sí mismo, a no poseer sus caminos, a no pretender ser dueño de sus destinos. Y más tarde sufrirá la dolorosa experiencia que nos cuenta Lucas 2,46, la dolorosa experiencia de los tres días en los que Jesús está perdido. Tres días que son como un presagio de lo que mediará entre la crucifixión y resurrección. Días en los que parece que el Señor ha desaparecido y José se siente vacío, se siente angustiado por esa ausencia.

Y ahora viene otra lección: vuelve a encontrar a Jesús en el Templo sentado rodeado de los doctores de la Ley, pero José le está educando siendo muy conciente que no puede poseer a Jesús, sino que tiene que ser custodia sin pretender poseer eso que está custodiando. Es impresionante la respuesta que Jesús da a sus padres «¿Por qué me buscabais?¿no sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? ». Y Jesús está recordando a José que está llamado a servir sin poseer ese misterio sin dominarlo. Dios te ha puesto aquí como testigo de este misterio y al mismo tiempo tú no lo posees, tú no lo dominas. José ha recibido el encargo de custodiar el misterio de la encarnación sin ser dueño de él.

Y otro aspecto también muy importante: Que José morirá sin haber visto empezar la misión de Jesús. Y esto es un aspecto muy relevante, el hecho de que José muriese antes que Jesús empezase su vida pública. El Señor le pidió a José lo de Moisés, el morir sin entrar en la Tierra Prometida o como Abrahán el morir sin haber visto cumplir plenamente la promesa.

La vida de José no ha sido la de aquel que pretende realizarse a si mismo. Nosotros muchas veces tenemos una dinámica muy egocéntrica que hemos hecho del objetivo de nuestra vida ‘el realizarme’. Ha sido el hombre que se niega a sí mismo, que se deja llevar a donde no quería o donde no pensaba, donde no sospechaba, y no ha hecho de su vida cosa propia, sino que ha hecho de su vida cosa que dar, cosa que dar a los demás.

No se ha guiado por un plan preestablecido suyo, un plan que él hubiese concebido, que hubiese decidido su voluntad, sino que ha hecho de su vida una respuesta a los deseos divinos. Ha renunciado a su voluntad para entregarse a la de Dios.

Estoy totalmente seguro que cuando Jesucristo nos enseñó a rezar el Padre Nuestro, vio también realizado ese pleno cumplimiento de «hágase tú voluntad» tanto en la figura de María como en la figura de José. Por eso San José nos ha enseñado con su renuncia y con su abandono que en cierto modo él estaba adelantando la imitación de Jesús crucificado, sus caminos de fidelidad que conducían a la resurrección y a la vida.

Ahora bien otro punto muy práctico: La autoridad paterna de José de Nazaret. Hay que decir que solamente Dios es padre en sentido estricto. Padre es el nombre propio de la primera persona de la Santísima Trinidad. Solamente Él es padre en sentido pleno y perfecto. También es cierto que aunque el Señor dijo que «no llaméis a nadie padre en la tierra, ya que solamente tenéis un Padre, el del Cielo», también sabemos que la Tradición no entendió eso literalmente como tampoco entendió literalmente aquello de «si tu ojo te hace caer, arráncatelo». Hay pasajes evangélicos que la Tradición los ha asumido pero no los ha entendido desde esa literalidad. De hecho hoy llamamos padre, llamamos maestro y llamamos consejero. De hecho en las órdenes religiosas se habla de consejeros, etc. Esto no es un incumplimiento del ideal evangélico, sino más bien hemos entendido en la Tradición de la Iglesia que toda paternidad humana es recibida y es un sacramento de la paternidad divina. El mismo San Pablo dijo que «de Él procede toda paternidad en los cielos y en la tierra» (Ef 3,15). San Pablo nos dice que es una paternidad que participa de la paternidad de Dios Padre. Toda paternidad humana está derivada de Él, lo mismo ocurre en toda maternidad. Una paternidad y maternidad especial fue la recibida por José y por María. La paternidad de San José de Nazaret que hizo las veces de padre suyo en la tierra y que ejerció, según dice la Tradición, como la sombra de Dios Padre junto a Él.

También los Apóstoles y aquellos que han recibido el ministerio apostólico fueron conscientes de haber recibido esa misión de Cristo enviado por el Padre y que eran depositarios de una paternidad espiritual. De hecho acordaros de ese pasaje de San Pablo a los de Corinto que les dice «que aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo no tenéis muchos padres, porque yo os engendré en Cristo Jesús por medio del Evangelio». O sea, San Pablo se considera padre de esta comunidad de Corinto. Aquí dice “yo os he engendrado en Cristo” hay una paternidad recibida y San Pablo distingue entre ser pedagogo de ser padre, ya que son dos cosas distintas. Ser pedagogo es aquel que enseña cosillas, pone ejemplos. Pero no es lo mismo ser pedagogo que ser padre y él les ha engendrado en Cristo. Y también la administración de los sacramentos, de la administración del bautismo, el nuevo nacimiento por el sacramento del perdón todo esto implica una paternidad que nos engendra una vida nueva en Cristo. Por eso San Pablo reivindica ese ser padre.

Ahora también tiene que haber una reflexión sobre lo peculiar que es la paternidad de San José. La verdadera paternidad de José de Nazaret se fundamenta en el matrimonio con María. No es una paternidad directa; está fundamentada en el matrimonio con María. Para explicar esta paternidad tan humilde que entra, se podría decir, como de rebote. San Francisco de Sales a este respecto nos dice lo siguiente: «Si una paloma llevara en su pico un dátil y le dejara caer en un jardín, la palma que del dátil brotara pertenecía por derecho al dueño del jardín. Quien duda, pues que traído por la celestial paloma del Espíritu Santo el dátil divino al jardín del seno de María la palma real del hombre Dios nacida de esa celestial semilla es propiedad del dueño de ese jardín del patriarca San José». Eso dice San Francisco de Sales diciendo que a él le ha tocado ser padre de Jesús, pero no directamente, sino por virtud de ser esposo de María. Y por eso los Padres de la Iglesia no dudan en verle junto a Jesús como una especie de sacramento del Padre Eterno, o como la sombra de Dios Padre. De hecho hay una vida de San José que tiene ese título “La sombra de Dios Padre”. San José no llevó sólo el nombre de Padre de Cristo, sino que participó de todo lo que eso significa: consagrarse sin reservas, desgastar sus fuerzas, sus inquietudes, sus cuidados, poner todo su proyecto al servicio de Jesucristo, y hacer todo por el bien de su hijo. Es por lo tanto una paternidad humilde, una paternidad peculiar. Y es una paternidad salvífica. Dios entra como dueño en su santuario doméstico para inaugurar una economía superior, que no es la economía de la carne ni de la sangre. José es padre no por los vínculos de la carne y de la sangre; sino que José es padre por una paternidad espiritual. Su paternidad espiritual está en el plano de aquella pregunta que lanzó Jesucristo: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» (Mt 12,47-48). El parentesco de la sangre no se constituye en un parentesco por el cual tengamos algún derecho en el Reino de Dios. Jesús entra a formar parte de una nueva familia que es la que tiene su origen en una iniciativa divina y no en los derechos de la carne ni de la sangre. Y esto también es algo que debe ser subrayado. Acordaos también de aquel otro texto en el que una mujer de entre la multitud dice a Jesús: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero él (Jesús) dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.» (Lucas 11,27-28). Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen, haciendo entender que el Señor tiene más parentesco con María por sus vínculos en el espíritu que por sus vínculos de carne. Y cuanto más decir de José, cuyos vínculos son totalmente vínculos espirituales al no existir vínculos carnales. La conclusión para que meditemos ante el misterio de Belén: Que la paternidad de José de Nazaret, que recoge en gran manera la paternidad de Abrahán que no se limita a los descendientes del hijo de la promesa, a Isaac, sino que tiende a todos los pueblos de la Tierra. Si esto ocurrió a Abrahán que es nuestro padre en la fe, pues cómo no le ha ocurrido a José que se extiende su paternidad a todos los pueblos de la Tierra. Así es la paternidad de José, no según la carne, sino según la fe y el espíritu. Y estamos llamados a sentir su paternidad y cuando veamos el Belén y meditemos el Belén y contemplemos al Niño Jesús cuidado por José y por María, también es importante que yo también me sienta cuidado por José y por María como sacramentos de Dios que han sido puestos por Dios para mi cuidado. Si Dios ha querido que el Verbo encarnado fuese cuidado por José y por María, también quiere que ellos sean verdaderos cuidadores y que tengan una verdadera paternidad y maternidad con cada uno de nosotros. El quiere, al igual que dijo al pie de la cruz “Hay tienes a tu madre”, también Jesús nos da a José como padre nuestro y quiere que a través de él recibamos los cuidados y la protección que Jesús recibió. Y si la providencia deseó que José fuera patrono de la Iglesia es preciso tener con José una relación filial más profunda de la que tenemos, y sentirnos custodiados por aquel que custodió al Verbo Encarnado.

Ahora mismo vamos a adorar al Señor en la custodia, ese instrumento litúrgico que expone a Cristo hacia los ojos de los hombres. Este instrumento litúrgico nos recuerda lo que fue la custodia de San José. Y esa advocación de custodio lo sigue teniendo con nosotros.

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