TERCER DOMINGO DE ADVIENTO, ciclo b
Los cristianos tenemos muchos motivos para estar alegres. La más importante es que, el Señor, está con nosotros. En los aledaños de la Navidad, sentimos que nuestras fuerzas son mayores que toda la problemática que nos rodea. ¿Estará el Señor de nuestra parte? ¿No se habrá desentendido de nosotros?
Interrogantes que, en este tercer domingo de adviento, merecen una respuesta: nuestra alegría no depende de sensaciones externas (más bien estas la condicionan) sino de una fuente misteriosa y a la vez cercana. Brota de Aquel que, Juan Bautista, señala con su dedo y que el mundo ignora porque, entre otras cosas pretender sustituirle, marginarle o erigirse como “dios” de nuestras conciencias. Es, Jesús, la fuente y la causa de nuestra alegría auténtica, sana y verdadera.
¿Acaso no es satisfacción pasajera la que da una fortuna, un premio, un record deportivo, el éxito o la fama? ¿No son estos, por el contrario, trampolines de decepciones o contrariedad? Hoy, muchas personas, no van buscando en nuestra tierra el prestigio o el dinero, aunque nos parezca imposible, cada vez buscan alguien que les ame, alguien que les devuelva la alegría de vivir.
Es aquí, en la alegría de vivir, donde los cristianos podemos intervenir en nuestra peculiar orquesta. Donde podemos ser, no protagonistas de esa alegría (pues lo es Jesús), pero sí canales por los que continuemos contagiando a nuestro mundo un poco de luz frente a espesos nubarrones, un poco de humor ante tantas caras largas o un poco de fe donde asoma y se cuece la incredulidad.
¿Y dónde conseguir la luz, el humor y la fe? Ni más ni menos que mirando a Cristo. Todo se lo debemos a Él y, muchos de los dramas que estamos padeciendo (a nivel social, cultural, familiar, personal, eclesial….) se deben a que, en muchos momentos, nos hemos apartado de esa fuente de alegría y de luz verdadera que es Jesús. ¿O acaso muchos de los problemas que nos encadenan no se han dado porque, nuestros ojos, han dejado de orientarse hacia la Verdad y los hemos dirigido egoístamente a nuestros grandes castillos construidos sobre pequeñas mentiras?
El niño, cuando ve a su madre, siente una indescriptible pero sonora alegría. El enamorado, cuando divisa a su amada, se siente el más feliz de los hombres. El sacerdote, cuando eleva el Cuerpo y la Sangre del Señor, es incapaz de expresar su emoción sacerdotal. Los ángeles, en la Noche de Navidad, armonizarán sus voces y sus instrumentos para proclamar que, Dios, se ha hecho humanidad.
¿Queremos recuperar la alegría? ¿Queremos que nuestros rostros vuelvan a brillar con gozo santo, auténtico y verdadero? Ya sabemos dónde está y donde tenemos la razón: ¡JESÚS NOS ESPERA! ¡JESÚS NOS LA PUEDE DAR! ¡Vayamos hacia la Navidad! ¡Jesús tiene alegría para todo el mundo! ¿La sabremos aceptar?
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