SEGUNDO DOMINDO DEL TIEMPO DE ADVIENTO, ciclo b
El Apóstol San Pedro, en su segunda carta nos escribe lo siguiente: «Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan». Como cristianos que somos debemos de reconocer la primacía de la vida de Dios, la primacía de la gracia. Creer de verdad que Él es. Creernos auténticamente que Dios existe, que está aquí y que desea hacer una alianza de amor con cada uno. Es hacer de la fe el criterio de mi vida, la norma de mi conducta. Si alguien os preguntase quién es Jesucristo o qué es la Iglesia, seguro que la respuesta emanada de la mente sería la correcta, ya que muchos de ustedes tienen los conceptos claros y se acuerdan de las contestaciones del catecismo. Sin embargo si la pregunta variase y fuera, ¿quién es Jesucristo para ti?¿qué te aporta Jesucristo a tu vida cotidiana?, seguro que la contestación sería mucho más lenta. Les comentaba a las chicas de confirmación que los conceptos los podemos tener más o menos claros, pero la vivencia de Jesucristo la tenemos demasiado adormecida.
Ahora bien, la culpa de que esté adormecida nuestra experiencia de lo divino no procede de Dios, sino que los únicos culpables somos nosotros. Cuando acudimos a la consulta del médico nos dan una cita. Uno llega a esa cita y enseguida se percata que tiene que esperar mucho tiempo, ya sea porque van muy atrasados, ya sea porque algunos pacientes han requerido mayor tiempo por parte del doctor. Y nos toca esperar. Con Jesucristo pasa todo lo contrario: Es el Señor Jesús el que nos está esperando a que le hagamos una visita. Jesucristo, pacientemente, está aguardándonos en el Sagrario para podernos sanar el alma y rejuvenecer nuestra vida espiritual. Y es que resulta que para esta consulta de Jesucristo médico de los cuerpos y de las almas no hay cola para aguardar, pocos están para ser atendidos por el Señor.
Precisamente hoy Juan el Bautista grita a pleno pulmón lo siguiente: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos». La fe nos ofrece al Señor, sin embargo tendemos a clasificar y a encajonar todo lo que esté relacionado con Jesucristo con la etiqueta de ‘Iglesia’ y lo empaquetamos como algo que no tiene que ver ni con la familia, ni con la escuela, ni con los medios de comunicación, ni con lo que ocurre en el pueblo, etc. Y claro está, este razonamiento está equivocado. Jesucristo es el centro de nuestra existencia. Del mismo modo que las placas solares se aprovechan de los beneficios del sol para generar energía, del mismo modo nosotros debemos aprovecharnos de la Eucaristía y de la Palabra de Dios para recargar nuestras vidas espirituales e ir descubriendo lo que Dios quiere de nosotros. De este modo, al dejar que Jesucristo entre en nuestra vida, iremos descubriendo cómo tenemos que ir reformando nuestra mentalidad para ser y vivir como cristianos plenamente. Mientras tanto, tal y como dice el Apóstol San Pedro, Dios está ejercitando la paciencia con nosotros para darnos tiempo para convertirnos y salvarnos.
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