Autor: Comentario litúrgico
D. Félix García de Eulate, párroco de San Miguel, Pamplona
SALVARSE SALVANDO
La vida es un camino para la salvación. Se parece al camino que hizo el pueblo de Israel desde el destierro de Babilonia hasta Jerusalén. Babilonia representa lo que es: ausencia de Dios, esclavitud, pecado, vicio, prueba, purificación. Jerusalén, (ciudad de paz) en cambio, es la suma de todas las bendiciones cumplidas. Vivimos lejos de nuestra patria, la Jerusalén celestial, que es el cielo. Para llegar a la salvación caminamos ilusionados y unidos superando las dificultades. Los cristianos, como aquellos israelitas, somos un resto que se esfuerza para salvarse.
UN RESTO
Vivimos en medio de una civilización paganizada, desconocedora de un Dios que es amor, Padre bueno, creador, providente. Una sociedad indiferente ante la redención de Cristo. Insensible y egoísta ante el sufrimiento de los pobres, dedicada a todo lo que hay a ras de tierra: materialismo, consumismo, placer, poder. Muchos creyentes judíos se plegaron a las costumbres babilónicas. A ellos se sumaron las generaciones nacidas allí, que no fueron iniciadas en el conocimiento de Dios y asumieron el ateísmo como algo corriente. No asimilaron los valores que cantaban sus mayores suspirando por Jerusalén al son de sus citaras y plañideras. Pero un resto se mantuvo fiel y estuvo siempre inquieto, esperanzado, suspirando por recuperar su identidad nacional y religiosa. Nos situamos en actitud de “resto”, con la humildad de los pecadores. Esto significa que siempre descubrimos zonas “tocadas” de paganismo en nuestro corazón.
QUE SE ESFUERZA
Para purificar esas zonas dañadas necesitamos ante todo identificarlas. Y lo hacemos con el examen de conciencia al confesarnos y con los avisos que nos vienen de fuera. Alguien tiene que ayudarnos a darnos cuenta de las imperfecciones y los pecados que tenemos. Aquí interviene la corrección fraterna, que pide humildad y buen propósito para aceptar los fallos y ponerles remedio. Dice el adagio: “Si no tienes un amigo que te corrija paga a un enemigo para que lo haga.” Esta buena disposición es la forma de progresar en la vida cristiana. Hay que esforzarse, dice Jesús, para llegar a la vida eterna. Existe una especie de adormecimiento o atontamiento espiritual como el de aquellos que se dejan llevar. Lo produce la cantidad de información incontrolada que bombardea las mentes. Se deja entrar por todos los sentidos la indiferencia, el aburrimiento, el sinsabor de la vida. Esto anula la capacidad de vivir la vida en tensión hacia metas cada vez más altas.
PARA SALVARSE
La más grande de todas, a pleno plazo es la salvación. Ésta es un asunto personal y comunitario. Es cierto el dicho: “El que te creó sin ti no te salvará sin ti “(San Agustín). Pero también es cierto que nos salvamos como comunidad. No podemos desinteresarnos de la suerte de los demás porque vamos unidos haciendo el mismo camino. Salvarse salvando. No te salvas solo, o te salvas con otros o no te salvas. Ya están viniendo los otros “de oriente y de occidente del norte y del sur y se sentarán en la mesa del Reino de Dios.” Entonces no valdrá decir: Aquí se recibió primero el evangelio, nosotros, misioneros, lo llevamos a todos los rincones de la tierra. Sólo valdrá esforzarse para entrar por la puerta estrecha.
La vida es un camino para la salvación. Se parece al camino que hizo el pueblo de Israel desde el destierro de Babilonia hasta Jerusalén. Babilonia representa lo que es: ausencia de Dios, esclavitud, pecado, vicio, prueba, purificación. Jerusalén, (ciudad de paz) en cambio, es la suma de todas las bendiciones cumplidas. Vivimos lejos de nuestra patria, la Jerusalén celestial, que es el cielo. Para llegar a la salvación caminamos ilusionados y unidos superando las dificultades. Los cristianos, como aquellos israelitas, somos un resto que se esfuerza para salvarse.
UN RESTO
Vivimos en medio de una civilización paganizada, desconocedora de un Dios que es amor, Padre bueno, creador, providente. Una sociedad indiferente ante la redención de Cristo. Insensible y egoísta ante el sufrimiento de los pobres, dedicada a todo lo que hay a ras de tierra: materialismo, consumismo, placer, poder. Muchos creyentes judíos se plegaron a las costumbres babilónicas. A ellos se sumaron las generaciones nacidas allí, que no fueron iniciadas en el conocimiento de Dios y asumieron el ateísmo como algo corriente. No asimilaron los valores que cantaban sus mayores suspirando por Jerusalén al son de sus citaras y plañideras. Pero un resto se mantuvo fiel y estuvo siempre inquieto, esperanzado, suspirando por recuperar su identidad nacional y religiosa. Nos situamos en actitud de “resto”, con la humildad de los pecadores. Esto significa que siempre descubrimos zonas “tocadas” de paganismo en nuestro corazón.
QUE SE ESFUERZA
Para purificar esas zonas dañadas necesitamos ante todo identificarlas. Y lo hacemos con el examen de conciencia al confesarnos y con los avisos que nos vienen de fuera. Alguien tiene que ayudarnos a darnos cuenta de las imperfecciones y los pecados que tenemos. Aquí interviene la corrección fraterna, que pide humildad y buen propósito para aceptar los fallos y ponerles remedio. Dice el adagio: “Si no tienes un amigo que te corrija paga a un enemigo para que lo haga.” Esta buena disposición es la forma de progresar en la vida cristiana. Hay que esforzarse, dice Jesús, para llegar a la vida eterna. Existe una especie de adormecimiento o atontamiento espiritual como el de aquellos que se dejan llevar. Lo produce la cantidad de información incontrolada que bombardea las mentes. Se deja entrar por todos los sentidos la indiferencia, el aburrimiento, el sinsabor de la vida. Esto anula la capacidad de vivir la vida en tensión hacia metas cada vez más altas.
PARA SALVARSE
La más grande de todas, a pleno plazo es la salvación. Ésta es un asunto personal y comunitario. Es cierto el dicho: “El que te creó sin ti no te salvará sin ti “(San Agustín). Pero también es cierto que nos salvamos como comunidad. No podemos desinteresarnos de la suerte de los demás porque vamos unidos haciendo el mismo camino. Salvarse salvando. No te salvas solo, o te salvas con otros o no te salvas. Ya están viniendo los otros “de oriente y de occidente del norte y del sur y se sentarán en la mesa del Reino de Dios.” Entonces no valdrá decir: Aquí se recibió primero el evangelio, nosotros, misioneros, lo llevamos a todos los rincones de la tierra. Sólo valdrá esforzarse para entrar por la puerta estrecha.
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