AFECTIVIDAD EN EL MUNDO JUVENIL
EDUCAR EL CORAZON
EDUCAR EL CORAZON
Hemos de ser conscientes del contexto en el que nos toca vivir, y del desafío al que os enfrentáis. La humanidad vive un período nuevo de la historia y nos encontramos en una sociedad cuyo talante viene reflejado muy bien en la palabra light. El hombre de hoy es hedonista y consumista, compra cada mañana una cosa nueva y a la tarde la tira porque es vieja. Es relativista y escéptico, prefiere un pensamiento débil que no le comprometa. Nuestra época es la época del feeling, del sentimiento; se vive de impresiones, impactos sensoriales o emocionales, de los pasajero.
Las relaciones personales afectivas están impregnadas de este modo de concebir la vida. Por ello, este mundo se caracteriza por la manipulación emocional y el manoseo afectivo, en el que se busca entrar en la intimidad del otro para manipularlo y conseguir que el otro sea objeto del propio placer.
Sin embargo, todos somos conscientes de que el ser humano tiene necesidad de vivir el amor, y esto lo experimentamos en una doble vertiente: deseamos recibir amor, es decir cariño, amistad, solidaridad.... pero también deseamos dar amor, la entrega de sí mismo al otro en todo su ser.
La psicología nos enseña que éstos son los rasgos del amor y que forman parte de la vida del hombre de tal modo que son necesarios para su desarrollo y educación. Además, la meta de todo proceso de maduración está en el desarrollo de la capacidad de amar.
Hoy se da por supuesto que todo el mundo sabe amar, y no se dedica tiempo a hablar y cultivar el amor en todas sus dimensiones. Es cierto que en los medios de comunicación se dedica un tiempo a ello, pero en la gran mayoría de las ocasiones haciendo de ello un espectáculo y/o reduccionismo al campo sentimental o biológico.
Hablar de amor es algo que está muy oído, muy usado, es un tema que está repetido en canciones, slogans, televisión...sin embargo, no siempre esto es expresión del amor.
Durante los últimos años hemos asistido a la reducción del amor al sexo, y hoy es una osadía hablar del amor en serio. Todo esto es consecuencia de la Revolución Sexual que comenzó desvinculando la sexualidad de la procreación, posteriormente desvinculó la sexualidad del amor, para acabar finalmente relativizando el cuerpo perdiendo su dignidad y pudiendo ser manipulado. Esto se manifiesta en relaciones sexuales sin compromiso, anticoncepción, post-coitales, aborto, desviaciones sexuales; en definitiva una cultura de soledad y muerte.
Los frutos de esta revolución son el aumento de personas que sufren un proceso de maduración personal deficiente, marcado por profundas carencias afectivas y emotivas; el aumento de matrimonios rotos y el número de amistades o compromisos fracasados. Por ello, hoy más que nunca es necesaria la Revolución del Amor para la cual es necesario aprender a amar, educar el corazón.
Es necesario hablar, dedicar un tiempo al amor, ya que es la única empresa realmente importante nuestra vida: ¡cuánta gente se dedica a grandes empresas y proyectos y al final de su vida se sienten fracasados porque han fracasado en el amor.
Sin embargo, no basta con hablar del amor, hay que aprender a amar. Podemos decir que el amor surge de forma espontánea, y, si esto es cierto, también lo es que para que el amor permanezca requiere un esfuerzo.
Tenemos que aprender a amar como desde pequeños aprendemos a desarrollar el resto de nuestras capacidades: hablar, andar, jugar, pensar.... y también a amar; y, esto lo aprendemos desde niños en la familia donde nos sentimos queridos por nosotros mismos.
Siendo algo tan importante hay que dedicarle tiempo y esfuerzo porque amar es un arte; por eso, quien más sabe de amor no es quien más ha leído sino quien más ha amado. Muchas de nuestras madres son expertas en amar, y si les pidiéramos que nos explicaran como se ama en muchas ocasiones no encontrarían palabras, pero podemos aprender de sus hechos que son los que más hablan y enseñan.
El amor es uno de esos saberes que sólo practicándolo se alcanza y que al practicarlo transforma al propio sujeto.
En esta sociedad se hacen más necesarios que nunca jóvenes capaces de amar con autenticidad, que en su manera de vivir manifiesten una intención limpia al acercarse a los otros y al ofrecer su intimidad. Que garanticen con su vida una acogida libre y sana.
En la adolescencia y juventud es donde se empieza a hacer consciente la vivencia afectiva. Por ello habitualmente es donde empiezan las auténticas amistades. Una verdadera amistad entre chicos-chicas es una escuela de amor.
Educar el corazón, la afectividad, debe ser la médula de toda pedagogía familiar, escolar, de grupos, parroquias... Sin embargo, es un tema que permanece un poco en el olvido. Por eso, muchas personas llegan a la edad adulta sin ese equilibrio afectivo indispensable para vivir la vocación al amor, ya sea en el matrimonio o en la virginidad.
Se suele decir que el hombre es razón, inteligencia, pero la psicología va por otro camino. En la mayoría de las ocasiones, el corazón es el que mueve nuestro entendimiento. Por eso la educación del corazón es tan importante como la de la inteligencia. Sólo al calor de los estados afectivos, las ideas se transforman en actos, se hacen fecundas en la vida... Y si no, pensar por qué estáis aquí, qué es lo que os ha traído a este encuentro. Seguro que ha sido el deseo de amar, la amistad entre vosotros y con Jesús.
En nuestra sociedad, marcada como os decía por el hedonismo y el consumismo, y en la que no se da una auténtica educación del corazón, la afectividad tan imprescindible y decisiva en la vida, muchas veces acaba en dos desviaciones: sentimentalismo y sensualidad.
El sentimientalismo empieza por la sensibleria (necesidad de manifestación externa de afecto, de cariño). Primero te haces sensiblero para acabar siendo un sentimental (las cosas son buenas o malas dependiendo del sentimiento). El sentimentalismo te inutiliza para el auténtico amor.
La inseguridad es otra desviación de la afectividad no controlada. La hipersensibilidad unida a la imaginación exaltada provoca miedo, indecisión. La persona queda bloqueada para la acción. Perpleja, indecisa no acierta a tomar y mantener decisiones. Duda de todo, vive sin paz ni sosiego.
Por ello, para que nazca el amor es necesario encauzar todas nuestras potencias afectivas purificándolas de la sensibleria, del sentimentalismo.
La maduración afectiva estabiliza una vida pero no se consigue en un día. Actos constantes superando la sensibilidad nos conducen a triunfar en el amor. Casi cuarenta años de su vida necesitó Santa Teresa para alcanzar el equilibrio afectivo. Pero es una tarea que merece la pena, porque sólo al calor de los estados afectivos, las ideas se funden en actos, se encarnan fecundas en la vida, dando lugar a una renovación del mundo.
Aprender a amar es la gran tarea de la vida, especialmente en esta edad, porque es el momento en que se configura nuestra personalidad. ¿Pero qué es amar?.
Amar es desear el Bien, y procurar el Bien para alguien, es la búsqueda del Bien, la Verdad y la Belleza ( e intentar que las otras personas lo consigan).
Esta búsqueda del Bien, normalmente surge como una necesidad en la adolescencia y lo primero que nos sucede es que nos encontramos con nosotros mismos y nos damos cuenta de que no somos ni todo lo buenos, ni bellos, ni verdaderos como nos gustaría ser. Ante este descubrimiento existe el riesgo de evadirnos: no quiero conocerme para no decepcionarme. Sin embargo, tenemos que conocernos con nuestras virtudes y nuestros defectos, y aceptarnos tal y como somos. Aceptar no significa consentir, por lo que en todo proceso de amor se intenta superar esas limitaciones.
Para que triunfe un proyecto de amor es fundamental amarse a sí mismo; esto quiere decir encontrarse a uno mismo y querer crecer en el Bien, la Verdad y la Belleza.
Para amarnos a nosotros mismos la primera condición es conocer y descubrir que somos únicos e irrepetibles; el día que hacemos ese descubrimiento adquirimos confianza en nosotros mismos.
Sin embargo, no basta con conocernos a nosotros mismos, tenemos que aceptarnos, y esta aceptación ha de ser de toda nuestra persona. Para triunfar en un proyecto de amor hay que aceptar cada una de las parcelas de nuestra vida, también aquellas que generan tensión, sabiendo que las que se puedan cambiar intentaremos cambiarlas, pero siempre habrá aspectos que no podamos transformar y que habremos de aceptar y querer.
La gran pregunta que nos podemos hacer es ¿cómo me puedo aceptar a mí mismo?. Hay una solución que se da con mucha frecuencia en el mundo moderno. “esas ideas olvídalas y en el caso de que surjan dí ¡qué maravilloso soy!. Sin embargo, sólo podemos aceptarnos realmente a nosotros mismos dejándonos amar, con nuestras miserias y nuestras grandezas, dejarnos amar de manera gratuita tal y como somos. De aquí la importancia de una familia en la que los niños crecen siendo queridos por lo que son, los grupos de amigos verdaderos....
Para que haya un auténtico amor hay que entregarse, pero para poder entregarnos primero tenemos que poseernos ya que nadie puede entregar lo que no tiene. Por lo tanto, si no nos poseemos a nosotros mismos, si no somos dueños de nosotros mismos, es muy difícil que podamos hacer un proyecto de amor auténtico.
Es importante que distingamos distintos tipos de amor:
- Amor sensible: supone vivencias en cuyo origen no se produce propiamente una decisión personal y libre, sino que está en función de unas sensaciones producidas por unos estímulos y ajenas a nuestra voluntad. Es algo que nos pasa, que padecemos. Esto sucede en el enamoramiento, donde una fuerza emocional intensa surge entre dos personas, es algo que nos ocurre, nos pasa muchas veces sin premeditación y de lo que en ocasiones no podemos ser dueños.
Hay personas que sienten despertar arrebatos de pasión y con el paso del tiempo ya no sienten lo mismo por esa persona, dejan de experimentar el mismo atractivo, los mismos sentimientos (ya no es como al principio...). Ante esta constatación, con frecuencia se buscan dosis mayores que produzcan la misma sensación y/o cambiamos de persona.
El amor tiene un componente sensible. Pero hay que aprender a ser dueño de los sentimientos para que no nos esclavicen. El amor sensible tiende a alimentarse de ensueños, novelas, fantasías. Puede llevarnos a situaciones en las que nos alejamos de nuestras obligaciones, nos lleva a decepciones, nos encerramos en nosotros mismos incapacitándonos para el amor verdadero. Amar con amor en que predominan los sentidos es tener hambre siempre, no saciarse nunca, pasar la vida sin amar. En el fondo es un amor egoísta y por tanto no es amor.
Nadie puede prometer que sus sentimientos van ser los mismos durante toda la vida porque los sentimientos comienzan e incluso pueden llegar a desaparecer. Los sentimientos no dependen de nosotros.
Por eso el amor es mucho más que un sentimiento.
- Amor verdadero: Amar es desear el Bien y procurar el Bien para alguien, es la búsqueda del Bien, la Verdad y la Belleza.
Amarse no es mirarse el uno al otro como si toda empezara y acabara en nosotros. No es un conjunto de miradas que se reflejan mutuamente. El amor es algo dinámico, creador, por eso aporta algo nuevo al mundo. La mirada amorosa y la vida que se hacen donación de amor, suponen salir de sí mismo. El amor no son dos personas que se miran mutuamente, sino que amante y amado miran juntos en una misma dirección; el amor es una forma de relacionarnos en la que salimos de nosotros mismos para ir al encuentro del otro tras un bien; por eso el amor auténtico es siempre fecundo, busca el bien, la verdad y la belleza.
Pero, ¿cuáles son las características de este amor?
1- En primer lugar he de decir que el amor no es sólo un sentimiento, es también un acto de voluntad, por eso necesita un aprendizaje.
El sentimiento es algo que surge en nosotros y de lo que en cierto modo no somos dueños, sin embargo en el amor la voluntad es la dueña del querer. El amor verdadero es fruto de una decisión libre de un sujeto que elige querer.
Comenta Erich Fromm en El arte de amar “Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso. Es una decisión, es un juicio, es una promesa. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no implica juicio y decisión?”.
Por otra parte, el amor verdadero conlleva en muchas ocasiones sufrimientos. Sólo cuando se superan las dificultades, tanto externas como internas que generan sentimientos no siempre agradables, el amor es auténtico. Una prueba que podemos dar a una persona de nuestro amor y afecto es sufrir por ella.
2- En segundo lugar el amor auténtico supone un conocimiento verdadero y una aceptación de sí mismo.
No puede amarse lo que no se conoce y tampoco puede conocerse, de verdad, lo que no se ama.
Un conocimiento auténtico requiere el cultivo de otros hábitos: capacidad de reflexión, auto-análisis, silencio... Sin embargo, hoy en día vivimos en una sociedad llamada de la información, en la que todos éstos hábitos son difíciles de conseguir. Solicitados continuamente por los ruidos, ocupaciones y conocimientos externos no tenemos tiempo para conocernos y muchas veces somos un misterio para nosotros mismos.
3. – La tercera característica es el conocimiento y aceptación del otro: tal y como es, no tal y como nos gustaría que fuera, y esto supone una renuncia a nuestras pretensiones. Muchas veces tenemos la tentación de querer conseguir que el otro sea como yo deseo y esto sería una manipulación, una reducción de su condición personal a objeto deseable por mí. Hay algo personal, irrepetible, sagrado en el otro que me impide convertirlo en algo acomodable a mis sueños. Es alguien y no una cosa manipulable.
4.– En cuarto lugar el amor auténtico es exigente: “el que ama intensamente no admite nada que pueda disminuir su amor” (Santo Tomás).
Hay factores externos, personas, cosas (el juego, las adicciones, la famosa secretaria...) que pueden disminuir el amor; pero no sólo debemos fijarnos en éstos sino que también los factores internos como son los defectos personales, pueden disminuir el amor de la otra persona. Por eso, el verdadero amante exige del amado que corrija sus defectos personales.
¿Cómo puede ser compatible el respeto y la aceptación del otro con la exigencia?. Si amar es querer el bien para el otro, quererle es desear y hacer todo lo que esté en nuestra mano para que desaparezcan todas las limitaciones que pueda tener.
Amor y exigencia no están reñidos. Una cosa es aceptar las debilidades, limitaciones... y otra cosa es pactar con ellos.
Por otra parte, el amado ha de tener una actitud generosa y ha de aceptar las correcciones que el otro le haga; es más, antes incluso, comienza a corregir aquellos defectos que puedan entorpecer el amor.
Si bien el amor surge de forma espontánea, requiere para su crecimiento de un trabajo común, consciente y constante.
5. – Por último, el amor humano puede ser eterno pero no absoluto.
Una de las características del amor auténtico es que puede durar siempre, precisamente porque la persona como tal no tiene límites.
¿De qué depende la permanencia del amor?. De la categoría de los amantes, de la capacidad de sorprenderse y renovarse, de saber exigir y aceptar las limitaciones del otro. De intentar profundizar en el conocimiento y aceptar que nunca tocamos fondo. El amor puede ser eterno en la medida en que se abre a los demás y a valores que trascienden la propia pareja. De otro modo corremos el peligro de encerrarnos en nosotros mismos, cayendo en el egoísmo.
Pero el amor entre dos personas no puede ser absoluto, como nosotros no somos absolutos. Decíamos que amar es querer el bien. Cuando amamos buscamos el bien, el amor al otro es una forma de abrirse al bien. Pero el otro no es el Bien, el otro es bueno.
Sólo en la medida en que ese amor me lleva al Bien absoluto que es Dios, ese amor será auténtico. Juan Pablo II dijo en el Encuentro Mundial de la Juventud celebrado en Santiago de Compostela: “A través de aquél amor que nace en vosotros –y quiere ser esculpido en el proyecto de toda la vida- debéis ver a Dios que es amor. Por lo tanto os pido que no interrumpáis el diálogo con Xto.”
El corazón, nuestra capacidad de amar, es el tesoro más hermoso que Dios nos ha regalado, la fuerza que ha puesto a nuestra disposición y a la del mundo. Sin embargo, muchas veces es difícil lograr el equilibrio afectivo que nos hará amar a los demás con un amor auténtico. Para alcanzar este equilibrio es necesario:
A.-Poseerse: nadie puede dar lo que no tiene (conocerse, aceptarse y quererse)
B.-Amar con amor noble: en las relaciones personales se pueden dar diferentes situaciones.
Hay un atractivo de instinto que no produce verdadera alegría y que no es amor.
Hay un amor sensible que es más elevado, pero que tenemos que saber ser dueños de él para que no nos esclavice.
Tenemos que amar con amor noble, un amor que no se busca, se da. No se preocupa de recibir sino de irradiar. Va al encuentro de los demás para consolarlos, acompañarlos, iluminar su vida. Su dicha es la felicidad del que ama. No es celoso, tiránico, monopolizador. Es generoso para entregarse, tierno para compadecerse. Ama sin exigir retorno aunque lo desea y espera. El amor noble es, sobre todo, fiel hasta la muerte. Amar con un corazón noble, es una grandeza para el que lo tiene, un tesoro para los demás.
C.- Domina tu corazón: Hay que tener cuidado para que dentro de nuestro corazón no entre nada turbio, malsano, novelesco, apasionado. Para ello hay que cuidar la vista, dominar la curiosidad, vencer la vanidad. Si esto sucediera no hay que dudar en extirpar la fibra por doloroso que sea.
Hemos de conservar un corazón de niño, puro y transparente como el agua de un manantial, aunque en muchas ocasiones sufra decepciones. El corazón debe conservar siempre su frescor aunque el cuerpo envejezca con el paso de los años. No hemos de olvidar que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello. Somos templo de Dios, Dios habita en mí y en el otro. Si somos limpios de corazón seremos capaces de ver a Dios habitando en cada ser humano, y nuestro amor será reflejo del amor de Dios.
D.- Amar a la Virgen: que María sea realmente nuestra Madre, levantemos un altar en lo más íntimo del alma y acudamos con frecuencia a ella; María nos consuela de todo. Ella es la que nos ayuda a superar todas las crisis.
Las crisis de confianza. A veces nos sentimos solos, como flotando en el vacío. Experimentamos crisis. Cierto desequilibrio se apodera de nosotros. Hay una tendencia a encerrarse en uno mismo, insistiendo en el auto-análisis.
Crisis de sentidos. El alma se encuentra desconcertada. Experimentamos emociones más intensas que parecen nuevas, desconocidas. Son fruto del pecado original. Nos turba hasta lo más profundo la tentación egoísta que nos aleja del bien, la verdad y la belleza. En estos momentos de intensa lucha María asegura la victoria.
Crisis del corazón. El corazón adolescente despierta hacia el amor humano. Despertar providencial que le prepara a la futura paternidad y maternidad, sea en el matrimonio o en la virginidad. El secreto deseo de amar y ser amado nos conmueve sin poder evitarlo. El amor a la Virgen calma los ardores de un corazón caprichoso y nos ayuda a saber esperar y madurar para ser capaces de amar con un corazón noble.
. Entonces tienes que tener cerca a una Madre a quien contar tus más íntimas confidencias, aun aquellas que no contarías a tu madre de la tierra.
E.- Amistad con Jesús: Hemos de tratarle como a un amigo íntimo. Esta amistad empieza por conocerle, reconociendo y adorando en El al Hijo de Dios. Pero todavía queda un paso: este Hijo de Dios es mi amigo, es mi hermano.
Hemos de contarle todo. Que Jesús no ignore nunca nuestras penas, nuestras alegrías; son tan nuestras como suyas.
Jesús está allí cuando creemos estar solos. Dentro de nuestro corazón, en la Eucaristía. El nos contesta cuando nadie nos responde. El nos ama, cuando todos nos abandonan. Sólo en el Corazón de Jesús alcanzamos la madurez afectiva de una vida plenamente humana y cristiana.
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