sábado, 7 de diciembre de 2024

Homilía Solemnidad Inmaculada Concepción de la Virgen María Lc 1, 26-38

 


Día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María 2024

(Lc 1, 26-38) 08.12.2024

II Domingo de Adviento                             

 

         San Lucas, en el capítulo primero nos presenta a un gran protagonista: el Arcángel San Gabriel. Gabriel (גַּבְרִיאֵל) significa en hebreo ‘la fuerza (גֵּבֶר) de Dios (אֵל)’, es la fuerza de la creación que es capaz de superar cualquier resistencia, el cual es uno de los siete arcángeles junto a Rafael, Miguel… los cuales siempre en la presencia de Dios, por lo tanto, forma parte de la alta jerarquía celestial. Pues el pobre San Gabriel ‘falló’ en su primera misión, la cual parecía ser demasiado fácil. Dios le había enviado y le había dicho que fuera a un sacerdote, Zacarías, el cual estaba desposado, nada menos que, con una nieta de Moisés, una nieta (descendiente) de Aarón, llamada Isabel. Ese sacerdote era irreprochablemente observador. Y San Gabriel debía de ir a Judea (cfr. Lc 1, 1-25), la región santa. Judea procede del nombre de Judá הודיה (gratitud), uno de los doce hermanos descendientes de Jacob (cfr. Gn 35, 23-26); en concreto el arcángel ha de ir a la ciudad santa de Jerusalén y en concreto al Templo en el momento en el que este sacerdote estaba ejercitando el servicio sacerdotal tal y como le correspondía por turno a su grupo, lo cual sólo lo podía hacer una sola vez en toda su vida. Y en ese momento concreto y exacto es cuando Zacarías se encuentra delante del arcángel para anunciarle algo: «Tu mujer te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan».  El hecho de que ambos fuesen avanzados en años era algo que también aconteció en la Biblia con Abrahán y Sara, a los cuales también se les anunció que tendrían un hijo. Y además Sara era estéril. Recordemos que San Pablo en la primera carta a los corintios nos dice que «Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes» (cfr. 1 Cor 1,27).

 

Pero… Zacarías, el sacerdote, no se cree el anuncio, aparentemente sencillo y fácil dado por San Gabriel. No se cree el mensaje dado por el arcángel de parte de Dios. A lo que el pobre San Gabriel ‘falló’ y esta tarea se pone ‘cuesta arriba’. Zacarías estaba tan empeñado en incensar al Señor en el Santo Santorum del Templo -lo cual únicamente lo podía hacer una sola vez en la vida- que cuando Dios se le presenta con un anuncio de vida no se lo cree. El evangelista nos dice que cuando no se escucha la Palabra del Señor entonces -el que ha cerrado su oído ante Dios- no sabes nada más que decir; por eso Zacarías se quedó mudo.

 

         En el evangelio de hoy nos cuenta que el Arcángel informa a María que su prima Isabel ya está en el sexto mes de gestación, de embarazo. Recordemos que el evangelista no nos quiere transmitir una crónica de los hechos; nos transmite una teología, la esperanza de la Iglesia. ¿Por qué el evangelista nos indica que Isabel está en el sexto mes de embarazo? Porque el número seis, en la simbología hebraica, alude siempre a la historia de la creación, a la creación del primer hombre (cfr. Gn 1, 27) el cual fue creado en el sexto día de la creación. El evangelista indicando que Isabel estaba en el sexto mes de embarazo quiere informarnos que Dios está procediendo a realizar una nueva creación; el hombre con espíritu, el hombre con la condición divina (cfr. Lc 1, 41).

 

         El Arcángel San Gabriel tiene que realizar el segundo encargo y anunció ordenado por Dios, pero esta vez en Galilea. Galilea, esta región del norte era una región totalmente despreciada. El propio profeta Ezequiel habla con desprecio de esta región semi pagana y dice que es un distrito de paganos (cfr. Ez 8,5-6); de hecho, Galilea viene de la palabra gentil. Era una región que se la consideraba excluida de la acción de Dios. De hecho, cuando Nicodemo quiere defender a Jesús las autoridades le responden autoritariamente ‘estudia y verás que de Galilea no surge ningún profeta’ (cfr. Jn 7, 50-52). En tiempos de Jesús ser de Galilea no significaba recordarle su origen; significaba marcarlo como una persona rebelde, belicoso, un exaltado. El historiador de la época Flavio Josefo escribe en el libro ‘La guerra de los judíos’ y en ‘Antigüedades judías’ que eran gente exaltada y recordaba la famosa sublevación que llevó a cabo Judas el galileo contra los romanos; mencionada sublevación fue un auténtico baño de sangre. Recordemos que mencionado levantamiento de Judas el Galileo es mencionado por Gamaliel, miembro del Sanedrín, en un discurso recogido en los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 5, 37).  El caso es que a San Gabriel no sólo le envían a esta ciudad de Galilea -con todo lo negativo que tiene ya en sí mismo-, sino que tenía que ir a un lugar llamado Nazaret. El pueblo de Nazaret no aparece para nada en toda la historia del Antiguo Testamento. Es una aldea muy pequeña, oscura en el que no está ligada ninguna promesa. Es más, es un lugar muy infame, con mala fama, con pésima reputación del que hay un proverbio popular que dice ‘¿de Nazaret puede salir algo bueno?’ (cfr. Jn 1, 46).

 

         Además, San Gabriel ha de ir a dirigirse a una virgen. Debe de llevar un mensaje a una mujer, ya que la mujer era considerada como el ser más alejado de Dios porque enseña la Palabra de Dios -en el libro del Sirácida o Eclesiástico- que «por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos» (Eclo 25, 24). A todo esto hay que sumar que San Gabriel tiene que ir a dar una anuncio a una mujer la cual está desposada con un hombre llamado José. Esa mujer estaba desposada con un hombre, pero aún no había transcurrido el año para que fuera a convivir con ese hombre. La niña tenía en aquel entonces unos doce años y el hombre unos dieciocho. Lo hacían así para contratar la dote. El hombre pone su velo sobre la cabeza de la muchacha y le dice ‘eres mi esposa’ y ella dice ‘eres mi marido’, y después se separan durante ese año yendo cada cual a su propia casa paterna. Recordemos que el matrimonio para los judíos es tanto en cuanto para tener hijos y a los doce años aún no está preparado el cuerpo de la muchacha. Pasado ese año, la muchacha acompañada por la familia y amigos van a la casa del esposo e inician la convivencia matrimonial. San Gabriel es enviado a una muchacha de unos doce años que aún no ha convivido con un hombre. Ese hombre se llamaba José, de la casa de David, el cual era el portador de la promesa.

 

         Sin embargo, aquí no acaba la sorpresa que nos ofrece el evangelista. Dice el evangelista que «el nombre de la virgen era María». Cuando los primeros lectores del evangelio leyeron u oyeron ese nombre saltaron de extrañeza. La razón es que el nombre de María era un nombre que era mal visto porque llevaba consigo unas connotaciones muy negativas; aparece una sola vez en el Antiguo Testamento y luego no aparece porque evoca una maldición. ¿Quién es la María que aparece en el Antiguo Testamento y que evoca esa maldición? Era una mujer era la hermana de Moisés, la cual era intrigante, ambiciosa, que elaboró un complot contra Moisés. Lamentablemente, María cae después en un espíritu de queja. Tanto María como Aarón critican a Moisés por casarse con una mujer cusita o etíope, pero María es la primera en la lista (cfr. Num 12, 1-2), por lo que es probable que fuera ella quien instigara la queja. Aunque la queja era ostensiblemente contra la esposa de Moisés, el descontento era más profundo: «¿Es cierto que el Señor ha hablado solo mediante Moisés? ¿No ha hablado también mediante nosotros?». En su crítica, María estaba cuestionando la sabiduría del Señor al elegir a Moisés como líder. Dios estaba enojado porque María y Aarón estaban muy dispuestos a hablar en contra del siervo que Él había elegido. El Señor hirió a María con la pena más severa, la enfermedad de la lepra. Debido a sus quejas -las de María- y a su falta de fe en Dios, a la primera generación de israelitas que salió del cautiverio no se le permitió entrar en la Tierra Prometida. Desde aquel momento el nombre de María desaparece del Antiguo Testamento. No es que el nombre fuera malo, es que remitía a la maldición. Para entendernos, es como si un cristiano le llamásemos Judas. Judas es un nombre bonito y que nos remite a un santo apóstol, pero nos evoca al traidor.

 

         San Gabriel tiene que ir a un lugar de personas sublevadas, a una aldea que no figura en ningún mapa y sin relevancia, a una mujer -que remite al origen del pecado- que además es virgen -porque no ha convivido con un hombre-, y que tiene por nombre un nombre que lleva consigo una historia de maldición y de mala suerte.

         El Arcángel entra en su presencia y le dice «alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Es algo transgresor que el mensajero divino se dirija directamente a una mujer porque la tradición enseñaba que un hombre no podía hablar directamente a una mujer y menos aun estando ya desposada o conviviendo con el esposo. Y más transgresor aún es que entre en esa casa. El arcángel debía -según la tradición y la costumbre patriarcal- haberse dirigido al padre de la muchacha. Recordemos la historia de Abrahán y Sara o la historia de Zacarías e Isabel; los portadores de la gran noticia se dirigen al hombre, nunca a la mujer. Este mensajero, San Gabriel, no respeta las normas ni las reglas y se pone directamente en contacto con esta muchacha llamada María, la cual se convierte en la principal protagonista. El Arcángel transmite el mensaje de felicidad y de alegría enviado por el mismo Dios. Ese saludo «alégrate» es una formula que remite al profeta Zacarías: «¡Alégrate hija de Sión, grita de alegría, Jerusalén!» (Zac 9, 9). Esa hija de Sión, María, es la personificación de Israel. Es un saludo que invita a la alegría. María es objeto de una predilección muy especial por parte de Dios y ella es colmada de la benevolencia divina que la transforma. La fórmula «el Señor está contigo» en el Antiguo Testamento es una característica de las historias vocacionales; cuando Dios quiere encomendar a una persona una misión especial y otorga una especial protección y apoyo es siempre para los hombres, no para las mujeres. Y María queda turbada ante estas palabras y se preguntaba sobre el sentido de ese saludo. Ella quiere entender el significado de esas palabras pronunciadas por el Arcángel a María. Porque a diferencia del anuncio dado a Zacarías en el Templo donde Zacarías ve al Arcángel - «el ángel del Señor se le apareció de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías, se sobresaltó y se llenó de miedo»- de María no se dice que haya visto al Arcángel, pero escuchó las palabras con toda la claridad, por eso la reacción de María no fue la del miedo, sino la de la turbación, siendo así una reacción normal ante un saludo de un ángel que se lo dirige con solemnidad de parte de Dios.

 

         El Arcángel le hace una propuesta inaudita a María: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús». Es decir, que antes de convivir con su esposo va a tener un hijo. Y además el Arcángel cae en otra nueva transgresión de la tradición: «Tú le pondrás por nombre Jesús». Recordemos que es siempre el padre el que pone el nombre y nunca la madre. El evangelio se abre a una serie de trasgresiones.

 

         Dice el Arcángel que «será grande, será llamado Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre». Dios le dará el trono de David, no lo heredará, sino que se lo dará. El título de grande, o grandeza en el Antiguo Testamento se le aplica únicamente a Dios, y la grandeza de Jesús radica en ser el Hijo de Dios y de ser el cumplimiento de todas las promesas realizadas por Dios a su pueblo.

 

         La reacción de María al decir «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» no sorprende, es normal que desee saber cómo ella ha de colaborar. Si María hubiese sido una niña piadosa -al estilo hebreo- hubiera huido, escapado al oír tan blasfema propuesta; que Dios tiene un hijo con una mujer era toda una blasfemia…. Por qué ¿y si no hubiera sido un ángel? Existe un libro apócrifo que nos cuenta que un falso ángel quiso confundir a San José cuando se enteró que su prometida estaba encinta. En la región de Génova existía la tradición de hombre sinvergüenzas que se hacían pasar por ángeles celestiales para seducir a las muchachas. De hecho, las creencias de ángeles que se apareaban con las muchachas en el tiempo de María era muy extendido; es más recordemos a esos ángeles caídos del libro del Génesis (cfr. Gn 6) -los cuales son llamados en este texto con el término ‘los hijos de Dios’- que tomaron para sí a las mujeres hermosas.  María pregunta al ángel para poder entender ya que ella aún no estaba conviviendo con José, su marido. María no manifiesta incredulidad -como pasó con Zacarías-, sino el deseo sincero de entender mejor las palabras del ángel. Dice el ángel que «el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios». Esta diciendo que María es una nueva creación. Lucas excluye totalmente toda referencia a los mitos antiguos de la antigüedad clásica del nacimiento de ciertos héroes que fueron fruto de la unión entre un dios y una mujer; lo cual era normal en la literatura de la época. Como sombra que protege, como presencia de la nube -símbolo de la presencia divina- que descendía sobre la Tienda del Encuentro (cfr. Ex 33, 9) cuando estaba Moisés, así esa sombra de Dios protege y desciende sobre María y la llena con su poder creador.

 

         Sigue diciendo que el hijo nacido de María será llamado «Hijo de Dios», no hijo de David. Se nos habla de la identidad del niño. En ese niño brillará una condición de vida repleta de santidad que será la expresión del amor. Se rompe la tradición paterna para iniciar otra totalmente nueva: la de Dios. Es Hijo de Dios, no es hijo de José: Jesús, el Hijo de Dios, no necesita la tradición de Israel, Jesús, aquel que traerá el vino nuevo, viene a traer algo totalmente nuevo que no tiene que ver con la tradición de los padres de Israel.

 

         Ante el escepticismo de Sara – con sus noventa años- al enterarse que iba a ser madre (cfr. Gn 18, 12) María responde con una total disponibilidad ante la propuesta divina: «He aquí la sierva/esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». La respuesta de María demuestra su total voluntad y disponibilidad a colaborar con Dios. María no es una sierva, sino ‘la sierva’, porque es la figura de Israel que se pone al servicio de Dios colaborando con Dios en el cumplimiento de las promesas. En el Antiguo Testamento la expresión ‘siervo del Señor’ se le atribuye una gran personalidad, tal y como lo tuvieron Abrahán (cfr. Gn 26, 24), Moisés (cfr. Hb 3, 5), David (cfr. Sal 78, 70), los profetas… Siervos son todos aquellos que son elegidos para un servicio a favor del Pueblo. ¿Qué significa ser sierva del Señor? Estar al servicio delante de Dios significa no reconocer a otro señor en la propia vida. María está totalmente disponible para servir. El único que podía tomar una decisión libre y autónoma era el padre, la madre nunca lo podía hacer. Ella, según la tradición de los padres de Israel, nunca podría haber tomado la decisión personal y libre de ser sierva de nadie -tampoco de Dios- sin que previamente su padre o esposo lo hubiera aceptado y se lo hubiera permitido. Sin embargo, María dice al ángel «he aquí la esclava/sierva del Señor» sin preguntar, sin pedir permiso, sin consultar a su padre o esposo. Esto era visto en Israel como una cosa extremadamente escandalosa ya que una mujer de buenas costumbres y de buena moral nunca toma una decisión por sí misma. El evangelista ha contado la escena teniendo en cuenta como modelo la anunciación -que está recogido en el libro de los Jueces- del nacimiento de Sansón (cfr. Jc 13, 3-7). En este caso el ángel del Señor se aparece a la mujer; sin embargo, es una mujer que permanecerá siempre anónima, sólo como la esposa de Manoa. Y en esta caso -en la esposa de Manoa- corre a decírselo al marido porque el marido es el que decide todo sobre la esposa, ya que la mujer no puede tomar estas decisiones y lo hará el varón de la casa. En esa cultura la postura y decisiones de las mujeres no eran creíbles, de tal modo que es el marido el que preguntará al ángel ‘¿eres tú el hombre que has hablado con mi esposa?’. El evangelista con todas estas transgresiones está preparando al lector para que ‘se abrochen los cinturones’ porque con Cristo todas las cosas van a ser transgredidas ya que solo él hace nuevas todas las cosas.

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