sábado, 21 de diciembre de 2024

Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, Ciclo C; Lc1, 39-45 ; La Visitación de María a Isabel

 


Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, Ciclo C 

Lc 1, 39-45

La visitación de María a su pariente santa Isabel

22.12.2024

 

         El evangelio de hoy nos ofrece un episodio de la vida de María; la visita a santa Isabel. Este episodio ha sido siempre entendido y leído como una narración de los hechos dentro de la vida de María y de su hijo Jesús.

 

Este episodio era interpretado de un modo muy sencillo: María al enterarse en el anuncio del arcángel san Gabriel del embarazo de su prima Isabel, ella inmediatamente se fue a su encuentro porque pensó que su prima Isabel precisaría de ayuda. Siempre se ha hablado de dos primas, pero en realidad el término que viene escrito en el texto original griego es ‘συγγενής’, que significa simplemente ‘pariente’, no prima. De hecho, es muy difícil imaginar que una muchacha adolescente, una niña, como era María, fuera la prima de Isabel la cual era de avanzada edad (cfr. Lc 1, 18). Isabel podría ser una tía o una abuela de María. De todos estos son detalles marginales. Con una lectura sencilla uno se encuentra con un gesto cortés de María y no con un gran mensaje para nosotros y en nuestro contexto social, cultural, político, religioso…

 

La historia presenta una serie de dificultades. ¿Cómo es posible que el padre o el marido permitieran a una niña de trece o catorce años que emprendiese un viaje sola? En aquel tiempo los viajes comportaban serios peligros de todas las clases: Una cosa inaceptable en la sociedad y en la cultura de aquel tiempo. Tal vez se pueda alegar que estuvo acompañada de José, sin embargo, el evangelio ni le mienta en este episodio.

Es también extremadamente extraño que una niña de edad se pusiera en camino «de prisa hacia la montaña», con prontitud desde Nazaret hasta esa población montañosa de Judá -la cual está identificada con el nombre de ‘Ain Karim’-, unos 130 kilómetros. La tradición religiosa coloca en el pueblo de Ain Karim el lugar donde estaba la casa de Isabel y de Zacarías. Seguramente no faltarían a Isabel las amigas, ciertamente experimentadas en el parto y en la crianza de los hijos, la cuales estarían prontas para ayudarla. Uno no cree que las parteras o comadronas locales considerasen apropiado que una niña se entrometa en algo que no conoce, cosa que ellas lo sabían hacer con gran experiencia práctica.

Más extraño aún es que María después de estar tres meses con sus parientes (cfr. Lc 1, 56) se hubiera ido, supuestamente -sino antes- más dar a luz a Juan, cuando Isabel precisaba más cuidados para poderse recuperar del parto. Este episodio plantea una serie de dificultades, pero sobre todo tiene pocas cosas que decirnos.

 

¿Qué es lo que realmente quiere comunicarnos el evangelista con este episodio de la visitación? El evangelista, partiendo de este episodio y sirviéndose de imágenes bíblicas y haciendo referencia a episodios bien conocidos desde la antigüedad recogidos en el Antiguo Testamento ha compuesto una página de teología, no de noticias cronológicas. Por eso es importante entender el significado de estos recordatorios bíblicos de la historia del pueblo de Israel.

 

«En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá». Este texto donde se nos cuenta que «María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña» nos remite a un texto nupcial entre el amado y la amada recogido en el libro del Cantar de los Cantares:  

«Habla mi amado y me dice:

Levántate, amada mía,

hermosa mía y ven.

Mira, el invierno ya ha pasado,

las lluvias cesaron, se han ido.

Brotan las flores en el campo,

llega la estación de la poda,

el arrullo de la tórtola

se oye en nuestra tierra.

En la higuera despuntan las yemas,

las viñas en flor exhalan su perfume.

Levántate, amada mía,

hermosa mía, y vente.

Paloma mía, en las oquedades de la roca,

en el escondrijo escarpado,

déjame ver tu figura,

déjame escuchar tu voz:

es muy dulce tu voz

y fascinante tu figura». (Ct 2, 10-14)

 

El amado es Dios y la amada es el pueblo de Israel. Es todo un contexto nupcial, y nos indica que ya está el tiempo maduro para la Nueva Alianza, que es una alianza esponsal. Y en esta alianza está representada María. El texto evangélico es una construcción del evangelista san Lucas que no desmiente la historia, porque perfectamente lo podía haber omitido en su evangelio el pasaje de la visitación; pero al evangelista lo que le interesaba era hacer un cuadro teológico bien preciso: María es la nueva Arca de la Alianza. La cual, después del anuncio del arcángel, lleva en su seno a Cristo, la Palabra. María ‘oyó la voz de su amado’, del Cantar de los Cantares. Y ella, ante esta voz del amado se levantó, «se puso en camino de prisa».  Y así es María, que es el Arca de la Nueva Alianza, y se va por los montes, «hacia la montaña». ¿Y qué va haciendo María? Buscando a su amado. Cuando se encuentra con su pariente Isabel hay un intercambio entre la voz que ha recibido Isabel del arcángel Gabriel que le dijo que iba a ser madre (y Juan el Bautista será el nuevo Elías), y cuando María se acerca buscando la palabra que ha escuchado y que lleva dentro se siente como una mujer que ya no va a parar quieta en toda su vida por ser discípula de su amado. Ella va detrás de Jesús a las bodas de Caná, va detrás de Jesús a Cafarnaúm, va detrás de él con las mujeres atendiéndole, está detrás de él en el Calvario, hasta la cruz porque allí también estará María siguiendo a su amado, Jesucristo.

 

El texto precedente es el de la anunciación del arcángel San Gabriel a María; el cual le dijo «el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (cfr. Lc 1, 35). Muy importante esta imagen de ‘la sombra’ que se posa sobre María ya que a partir de ese momento en su vientre se concibió el hijo de Dios. En el Antiguo Testamento la sombra y la nube son imágenes que indican la presencia del Señor (cfr. Ex 13, 22; Ex 19, 16; Ex 24, 16; Sal 17, 8; Sal 57, 2; Sal 140, 8) y la presencia del Señor es protección. El Salmo 121 nos dice: «Es tu guardián, Yahvé, Yahvé tu sombra a tu diestra. De día el sol no te herirá, tampoco la luna de noche».  El Señor te cubrirá con su presencia amorosa te protegerá del sol con su sombra. Se emplea una imagen muy típica del Medio Oriente donde hace mucho calor y la sombra es un signo de protección. Y es el salmista quien clama a Dios y le ruega que le esconda a la sombra de sus divinas alas. El salmo 67 nos lo vuelve a decir con otras palabras: «Si acostado me vienes a la mente, quedo en vela meditando en ti, porque tú me sirves de auxilio y exulto a la sombra de tus alas; mi ser se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene».

 

Aunque la imagen de la nube tenga el mismo significado indica ‘la presencia del Señor’, que ‘el Señor está presente’. Cuando Moisés sube a la montaña para salir al encuentro del Señor una nube desciende y cubre el monte (cfr. Ex 24, 15-16). También en el libro del Éxodo nos narra que cuando el pueblo de Israel caminaba por el desierto era precedido por la nube, signo de la presencia de Dios que guía a su pueblo (cfr. Ex 13, 21; Dt 1, 33). Por lo tanto, la sombra y la nube son imágenes bíblicas para indicar la presencia del Señor. Esto no es únicamente del Antiguo Testamento, también nos lo encontramos en el Nuevo Testamento durante la transfiguración, ya que nos dice el evangelista que «una nube luminosa los cubrió con su sombra» (cfr. Mt 17, 5) a Jesús y a sus tres discípulos.

 

Cuando Lucas dice que «el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» pretende contarnos una sublime verdad: Dios está presente en el seno de María. El evangelista, en el texto de la visitación de hoy, desarrolla este mensaje de la divinidad del hijo de María con otra imagen bíblica: El Arca de la Alianza. María es el nuevo Arca de la Alianza. En Israel el Arca de la Alianza era la señal de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

 

Según el libro del Éxodo el Arca de la Alianza contenía las dos tablas de piedra en las que Dios había escrito los Diez Mandamientos (cfr. Ex 40, 20), por lo tanto, en el Arca estaba la Palabra que Dios había revelado a su pueblo. Durante el éxodo una nube cubría la tienda donde estaba guardada el Arca, porque era el signo de la presencia de Dios. Cuando el pueblo de Israel cruzó el río Jordán para entrar en la Tierra Prometida dice el libro de Josué que los pies de los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza hicieron que las aguas del Jordán se separasen y todo el pueblo pudo pasar a pie firme y en seco todo el río (cfr. Jos 3, 14-17).

 

El pueblo de Israel llevaba el Arca de la Alianza -la presencia de Dios- al campo de batalla para luchar contra sus enemigos. Aunque las cosas no les fueron bien contra los filisteos, los cuales capturaron el Arca (cfr. 1 Sam 4), aunque posteriormente fue recuperada por Israel (cfr. 1 Sam 6). Fue recuperada el Arca de la Alianza porque los filisteos tienen miedo de tener algo tan santo como es el Arca. Ellos eran muy supersticiosos y además sabían que no les iba a favorecer a ellos. Se dieron cuenta de cómo, coincidiendo con la estancia del Arca entre el campamento de los filisteos, sufrieron mucho de hemorroides, o bien de abscesos provocados por la disentería. Por lo que los filisteos querían quitarse del medio el Arca ya que «los alaridos de angustia de la ciudad subieron hasta el cielo» (cfr. 1 Sam 5, 6-12). Y por eso devolvieron el Arca a los hebreos.

 

Lucas presenta a María como la verdadera Arca de la Alianza al tener dentro de su seno al hijo del Altísimo. El Arca de la Alianza para los israelitas era un objeto material (cfr. Ex 25, 10-22), signo de la presencia del Señor; no estaba realmente presente el Señor, era únicamente un signo. En María, la verdadera Arca de la Alianza, Dios está realmente presente. El evangelista Lucas va a presentar a María reviviendo/recordando el viaje que se realizó con el Arca de la Alianza hasta que llegó a las montañas de Judá, a Jerusalén.

 

El Arca de la Alianza había sido capturada por los filisteos -tal y como antes lo había comentado- y una vez devuelta a los israelitas la pusieron en una ciudad, situada en una colina, llamada Quiriat Yearin -15 km al oeste de Jerusalén- (cfr. 1 Sam 6, 21). Allí, esa localidad, colocaron el Arca de la Alianza, una vez recuperada por el pueblo de Israel.

Posteriormente el rey David quiso que el Arca de la Alianza fuese llevada a Jerusalén y la colocó, de un modo provisional durante tres meses, en la casa de Obededón, el de Gat (cfr. 2 Sam 6, 10). Por cierto, tres meses fue el tiempo en el que María, el verdadero Arca de la Alianza, estuvo en casa de Zacarías e Isabel (cfr. Lc 1, 56). Recordemos que los cristianos leemos e interpretamos el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento. Estos tres meses era el tiempo aplicado a María, verdadera Arca de la Alianza.

 

Y nos cuenta la Biblia que cuando el Arca entró en la casa de Obededón, toda su familia quedó colmada de bendiciones del Señor (cfr. 2 Sam 6, 11). Esa familia gozó de paz, libres de enfermedades, abundante fecundidad, de tal manera que estas noticias tan favorables llegaron a los oídos del propio rey David (cfr. 2 Sam 6, 12). Y donde llega María, la verdadera Arca de la Alianza, se difunde y contagia la alegría. Con María viene la paz, sólo tenemos que escuchar lo que sucedió cuando María llegó a la casa de Zacarías: «En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno».

 

«Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». María al decir ‘sí’ a Dios quedó involucrada en el proyecto de Dios. Y María estaba deseando de compartir esta gozosa experiencia divina con alguna persona que la pudiera entender. Ésta es la razón por la cual decidió ir donde Isabel, ya que ella también estaba involucrada en el diseño de amor del Señor. María cuando llega a la casa de Zacarías no saluda al dueño de la casa, el cual está mudo (no podía hablar) ya que no creyó en el proyecto de Dios; por lo tanto, Zacarías no podía entender a María ni entender que dentro de ella estaba llevando en su seno al Hijo del Dios Altísimo. Zacarías estaba allí sólo ‘de cuerpo presente’. Por eso no saludó María a Zacarías. Por eso María se dirige y saluda a Isabel ya que ella sí ha entendido que Dios está llevando a cabo las promesas hechas por boca de los profetas.

 

El diálogo entre estas dos mujeres se inicia con el saludo. Si se hubiera tratado de un simple saludo el propio evangelista no lo hubiera recogido por escrito. Si Lucas recogió por escrito este saludo es porque el propio Bautista saltó de alegría en el vientre de Isabel. ¿Qué sucedió en ese saludo entre estas dos mujeres para que Juan saltase de alegría en el vientre de Isabel? Cuando los judíos se encuentran se desean una sola cosa, ‘Shalom’ (שָׁלוֹם), paz y significa ‘te deseo cada bendición y que el Señor te conceda toda la vida y a la alegría’. Este saludo dado por María a Isabel contiene todas las promesas de paz que se encontraban en el Antiguo Testamento: El Mesías prometido traería al mundo la paz, el ‘Shalom’. El Salmo 72 vers.7 reza diciendo «florecerá en sus días la justicia, prosperidad hasta que falte la luna». El profeta Isaías llama al Mesías con el título de ‘Príncipe de Paz’ (cfr. Is 9, 5). El profeta Zacarías en el capítulo 9 dice: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna. Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él proclamará la paz a las naciones» (cfr. Zac 9, 9-10). Cuando María dice a Isabel ‘Shalom’ está diciendo a Isabel que el Mesías esperado ha llegado y que trae la paz consigo.

 

Quien acoge la Palabra de Dios y la encarna en la propia vida se convierte en un arca de la alianza porque esa persona se hace embajador del Hijo de Dios en medio de su gente. Cuando entra María en cualquier casa lleva consigo la paz. Jesús se lo dirá a sus discípulos: «Si entráis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiera allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él» (cfr. Lc 10, 5). Cristo ha venido a traernos la paz.

 

«Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre». En el segundo libro de Samuel en el capítulo seis nos cuenta lo que sucedió en Jerusalén cuando llegó el Arca de la Alianza; se dice que fue una explosión de alegría, cantando, bailando… E incluso el propio rey David se puso a danzar delante del Arca, lo cual era algo impropio de la dignidad de un rey: «David danzaba girando con todas sus fuerzas delante de Yahvé, ceñido de un Efod de lino» (un vestido sacerdotal), (cfr. 2 Sam 6, 14). Con esos saltos y bailes del rey David representan a la esposa llena de alegría. ¿Qué es lo que pasó cuando Isabel oyó el saludo de María? Lo que sucedió es que el Bautista que lleva en su vientre comienza a saltar de alegría, a danzar, tal y como lo hizo el rey David cuando vi llegar el Arca del Señor. Juan el Bautista «saltó de alegría en su vientre» porque el Arca del Señor ha llegado. El evangelista Lucas lo ha recogido de la tradición judía.

 

¿Cuál es el mensaje para nosotros? Allí donde hay alguien que como María lleva consigo al Señor lleva allí la alegría. La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo, comienza la fiesta y se inicia la danza. La alegría es la señal de que en una casa ha entrado el Señor. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación» (…)!» (Is 52, 7). La paz y la alegría es la firma que el Señor pone que nos asegura que eso o que aquello viene de Dios.

 

«Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Nos cuenta que Isabel «levantando la voz, exclamó», o sea, Isabel grita. Es un grito de alegría porque el arca del Señor está ya en el campamento, en medio del pueblo de Israel y porque saben que la presencia de Dios es ya la victoria obtenida; y al mismo tiempo es un aviso serio a los enemigos para que no se acerquen (es más, cuando oían esos gritos los enemigos huían despavoridos porque sabían que iban a fracasar porque los israelitas contaban con la presencia del arca en medio de ellos) ya que era un grito de guerra. Recordemos que el pueblo de Israel llevaba el Arca a la guerra: «Cuando el arca de la alianza de Yahvé llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron un gran grito que hizo retumbar las tierras» (cfr. 1 Sam 4, 5). Este grito religioso y guerrero formaba parte del ritual del arca tal y como nos lo cuenta el libro de los Números 10, 5 y siguientes. Ese grito o clamor de Isabel es de guerra porque el mal va a ser vencido y de alegría porque dicha victoria contra el mal está ya asegurada y garantizada totalmente por el Señor, el cual es portado por María, el Arca de la Nueva Alianza. Porque la nueva Eva, María, pisará la cabeza de la serpiente.

 

Isabel bendice a María. Bendecir en la Biblia significa desear fecundidad, desear vida. Y María no es sólo bendita entre todas las mujeres, sino más bien de todas las demás mujeres. Quiere significar que no ha habido nadie como María ni lo habrá, ya que ella es la portadora de la Vida. La mujer es la imagen de la vida. E Isabel manifiesta abiertamente que el fruto del vientre de María lleva consigo la verdadera vida, la cual no procede de la tierra, sino del cielo. De Judit se dice que «hija, que te bendiga el Dios Altísimo entre todas las mujeres de la tierra» (cfr. Jdt 13, 18). Judit y María son prototipos de oración y de fidelidad. Judit representa a Israel y María a la Iglesia. Judit -la viuda de Manasés (cfr. Jdt 8, 2)- cortó la cabeza del cruel tirano Holofernes en un contexto de persecución y de hostilidad. Judit encarna las más destacadas virtudes de su pueblo y con ellas se enfrenta al prepotente agresor -el general Holofernes-, convirtiéndose en mediadora de la salvación de Dios. María es la nueva y más potente mediadora de todas las gracias, después de Jesucristo.

 

En las palabras de Isabel hay una nueva llamada al Arca de la Alianza: ‘¿A qué debo que la madre de mi Señor venga a mí?’, «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». Esta frase no es inventada por Isabel, sino que la copió del rey David que cuando llegó a Jerusalén el Arca de la Alianza exclamó ‘a qué debo que venga a mí el Arca de la Alianza’ (cfr. 2 Sam 6, 9), «¿cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?», ‘¿Quién soy yo para que venga a mí el arca del Señor?’. Y David irá delante del Arca bailando y saltando con las vestiduras religiosas.

 

Isabel dirigiéndose a María le dice: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Esta frase dicha por Isabel estaba dicha refiriéndose a su esposo Zacarías. El cual estaba allí mudo, sin poder hablar, sólo escuchando y contemplando toda la escena. Era tanto como decirle a Zacarías: ‘¡Tú, que eres un sacerdote y además de la casta sacerdotal alta y no has creído y por eso estás mudo!’.  Cuando Isabel dice «Bienaventurada la que ha creído» el evangelista Lucas desea involucrar e incluir a todos aquellos creyentes que, como María, creen en las promesas de Dios y son dóciles ante su Palabra. Es una invitación a ser como María, a ser personas que confían, que creen en la Palabra y de este modo seremos declarados como María, bienaventurados. Recordemos aquella escena evangélica cuando una mujer se queda encantada escuchando a Jesús y en un cierto punto lanza aquella frase: «Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron»; a lo que Jesús le contestó: «Más bien, dichosos/bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (cfr. Lc 11, 27-28). De nuevo Jesús desea involucrarnos a todos en esta dicha, en esta bienaventuranza. Si quieres ser bienaventurada como María escucha la Palabra de Dios y obedécela. De este modo, como María, mantendrás una relación esponsal con el Amado. 

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