Domingo de la
Sagrada Familia 2024, ciclo C
Lc 2, 41-52 (29.12.2024)
El
evangelio de hoy es bellísimo. El evangelista nos da un primer indicio para
interpretar de un modo correcto el texto: No menciona por el nombre ni a María
ni a José. Lo que dice el evangelista es «los
padres de Jesús».
Se habla del padre, la madre; y cuando los semitas hablan así es porque se
refieren a ‘nuestro padre’ o ‘nuestros padres’ sin llamarles por su propio
nombre y se refieren a los primogenitores como los personajes representativos
de una realidad.
El padre en Israel
representa el vínculo con la tradición; el padre es el que tiene la tarea de
educar a los hijos en la fidelidad a lo que le ha sido transmitido desde la
antigüedad. El padre es la conexión con la historia del pasado, de toda la
tradición.
Y la madre de un
israelita es Israel.
Israel es la esposa amada por el Señor su Dios, por Aḏōnāy ( אֲדֹנָי ). Ella
es la madre de cada israelita. Y de aquí de nuevo el enlace con el pasado, con
la historia, con la tradición, como si fueran los eslabones de la cadena entrelazados
los unos a los otros.
En el evangelio de
Lucas presenta a estos padres como representantes de la tradición; son fieles a
la observancia de la tradición. Nos dice el evangelista que «solían ir cada
año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua». La Ley establecía el ir a
Jerusalén tres veces, en tres peregrinaciones al año (cfr. Dt 16, 16; Ex 12 +)
en la Pascua, en Pentecostés y en la Fiesta de las Tiendas. En realidad, por
las dificultades en el desplazamiento y por la distancia se quedó la costumbre
de realizar una sola peregrinación a Jerusalén. Y algunos judíos que vivían en
Roma o en Éfeso era una gran fortuna poder hacer esa peregrinación una sola vez
en la vida, a lo que le llamaban el ‘santo viaje’ para poder ver ‘la casa del
Señor’ en la ciudad santa.
La pregunta
fundamental es: ¿Cómo se comportará el niño Jesús ante esta tradición de
Israel? Si los padres representan la observancia de la tradición ¿cómo se
portará Jesús, el Mesías? ¿aceptará estas tradiciones o entrará en conflicto
con lo que siempre ha sido transmitido y enseñado en Israel? Lucas en su
evangelio ya introdujo una misteriosa profecía cuando sus padres llevaron a
Jesús al Templo para presentarle (cfr. Lc 2, 22-38). Dice el evangelista que «los padres introdujeron al niño Jesús,
para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, (Simeón) lo tomó en brazos y
alabó a Dios» y Simeón se volvió
a María diciéndole «éste está
destinado para la caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de
contradicción- ¡a ti misma una espada te atravesará el alma! -, a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». Misteriosa profecía, pero María y José
no lo entendieron. Simeón no anunció una inserción tranquila y pacífica de
Jesús en el ámbito de las tradiciones de su pueblo. Simeón predijo que Jesús
tomaría decisiones sorprendentes para todos y para sus propios padres que habían
creído en este contexto de una observancia de todo lo que había sido enseñado y
recibido. El evangelista ya entonces notó que los padres no lo habían entendido
al señalar que «su padre y su
madre estaban admirados de lo que se decía de él»
(cfr. Lc 2, 33), es decir, ellos no entendían lo que allí se estaba diciendo;
ellos no estaban entendiendo que el Mesías estaba demostrando que las
expectativas de los hombres son erróneas, ya que ellos -como todo el pueblo-
estaban esperando un Mesías glorioso según el criterio de gloria de este mundo.
Jesús no seguirá esta tradición, sino que introducirá una novedad ya que la
gloria de Dios no es el dominio; la gloria de Dios es el amor, el servicio.
«Los padres de Jesús solían ir
cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años,
subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos,
creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se
pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se
volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y
sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y
haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les
contestó:
«¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero
ellos no comprendieron lo que les dijo».
La tradición de ir
a la fiesta de la Pascua se iniciaba a los trece años de edad, sin embargo,
Jesús tenía doce años (cfr. Lc 2, 42). Esto nos dice que estamos ante una
familia observadora de la tradición, al punto que no esperan a que el niño
tenga los trece años para llevarlo a Jerusalén; lo educa a la observancia de lo
que siempre se ha hecho.
El evangelista
Lucas al hacer referencia que el niño tenía doce años cuando fue con sus padres
a Jerusalén está haciendo referencia al profeta Samuel. Según Flavio Josefo en
su obra ‘Las antigüedades judías’, Samuel tenía doce años cuando comenzó a
profetizar (cfr. 1 Sm 3).
La fiesta de la
Pascua comprendía entre los 3 a 7 días. Y cuando llega el momento de abandonar
Jerusalén nos encontramos con que Jesús permanece en la ciudad. El término
griego que se usa no significa que ‘permaneciera en la ciudad’ o que ‘se
quedara en la ciudad’. La forma verbal empleada en griego es ὑπέμεινεν, (ypémeinen)
es decir, ‘él soportó’; ‘él resistió’ en Jerusalén, no sigue a sus padres en el
camino de regreso. El mensaje del evangelista es claro: el Mesías de Dios, en
el adolescente que está a punto de convertirse en adulto, comienza a refutar
las expectativas de los padres que están convencidos de que él les debe de
seguir, pero no les sigue. Seguirá un camino diferente al que ellos se
esperaban. Seguirá el camino trazado, no el de los hombres, sino el del Padre
Dios.
Buscan a Jesús y a
los tres días le encuentran en el Templo. El número tres es una clara
referencia a la búsqueda desesperada. Recordemos que este número tres nos
remite a las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús buscándole entre los
muertos, entre los derrotados, entre los condenados de la historia (cfr. Lc 24,
1-4), en cambio se encontraron con la sorpresa de Dios que le vuelven a
encontrar vivo y vencedor de la muerte. Dios les manifiesta que los ganadores
no son los gobernadores poderosos de este mundo, sino los siervos, aquellos que
dan la vida por amor.
Aquí están los dos
caminos que divergen; el camino de los padres de la tradición -que representa a
los vencedores gloriosos de este mundo- y el del nuevo camino que sigue Jesús
que no es el de los padres, sino el de su Padre Celestial; que es el camino que
nos dice que es preciso perder la vida por amor.
En el Templo Jesús
estaba «sentado en medio
de los maestros» y Jesús los
escucha y les pregunta. Naturalmente el rabino o maestro está siempre sentado
en el centro rodeado entre sus discípulos; en cambio aquí es Jesús quien está
sentado en el centro y los rabinos en torno a él. Los alumnos son conocedores
de la Escritura que educan a la gente esperando a un Mesías que no responde, ni
mucho menos, con lo que Cristo viene a traernos. Y ¿cuál es la reacción de
estos escribas o rabinos que estaban alrededor de Jesús? Dice la Palabra: «Todos los que le oían quedaban asombrados
de su talento y de las respuestas que daba».
La traducción nos dice que ‘quedaban asombrados’, pero el término griego usado
es ἐξίσταντο (estaban fuera de sí). Este término griego no significa ‘asombro’
o ‘sorprendidos’. El término griego ἐξίσταντο significa que estos rabinos
estaban ‘fuera de sí’ y esta expresión indica un asombro negativo; los rabinos
están sorprendidos por sus respuestas que no están en sintonía ni de acuerdo con
las suyas, con las interpretaciones tradicionales. Y cuando dice la Palabra que
‘les hacía preguntas’ significa que se dan cuenta de que sólo él puede iluminar
la oscuridad de los textos del Antiguo Testamento. Recordemos que Jesús,
después de la resurrección, abrirá la mente de sus discípulos a la comprensión
de toda la Escritura (cfr. Lc 24, 13-35); toda la Escritura sólo se entiende a
la luz de Cristo. Lucas tira de la ironía al decir que Jesús escuchaba y
preguntaba; realmente cuando Jesús les hacía las preguntas no les dejaba tiempo
para responderlas, sino que él mismo las respondía sin esperar a que ellos le
respondieran.
Nos dice el libro
del Eclesiástico o del Sirácida: «La
sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo» (Eclo 24, 1). Cristo, el que es la Sabiduría
encarnada, estaba en el medio de su pueblo; ya que Jesús es la imagen de la
Sabiduría divina.
Los padres del
niño Jesús nos cuenta la Palabra que «al
verlo, se quedaron atónitos/perplejos».
Sus padres quedaron atónitos, perplejos, maravillados, pero no entendieron la
novedad que les traía su hijo; porque aceptar la novedad es siempre difícil. Si
no nos sorprendemos por lo que nos ha dicho Jesús es una muestra de no haber
entendido su camino. Nos sorprendemos porque nos damos cuenta que el camino que
él nos plantea es muy diferente a nuestro camino, nuestras tradiciones, nuestro
modo de pensar y sobre nuestro propio modo de razonar. María y José se
extrañaron, se quedaron atónitos, sorprendidos o perplejos porque ellos
entendieron que el modo de vivir, de ser, de razonar, de amar que su hijo venía
a traer al mundo era totalmente diferente a todo lo que antes ellos habían
conocido; de ahí su gran sorpresa. Recordemos lo que le dijo el arcángel a
Zacarías: «Tu hijo convertirá
al Señor su Dios a muchos hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y
poder de Elías, para que los corazones de los padres se vuelvan a los hijos» (cfr. Lc 1, 16-17). El corazón de un
israelita es la mente. La tarea del Bautista no será convencer a los niños de
que sigan la tradición; sino que ellos tendrán que liderar y guiar los
corazones de los padres hacia Cristo.
María le dice: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te
buscábamos angustiados». Su madre le dijo ‘hijo’. El término que
emplea Lucas para designar con el término ‘hijo’ es ‘τέκνον’, que señala ‘dado
a luz’, es decir, alguien sobre el que yo tengo un poder sobre él.
La respuesta de
Jesús a sus padres es nueva: «¿Por qué me buscabais?». Mientras a Jesús todos le escuchan, María
y José no le están escuchando. Estas son las primeras palabras que Jesús
pronuncia en el evangelio según san Lucas. Y son palabras muy importantes.
Desde un punto de vista histórico esta pregunta no se puede entender. No hay
una palabra de escusa ni un ‘lo siento’, ni una palabra que indique que se
hubiera dado cuenta de la angustia ocasionada a sus padres. Sin embargo, ese
mensaje es muy claro: Hay padres, hay custodios de la tradición que encarnan el
modo de pensar, de razonar, de juzgar y de hacer lo que siempre se ha hecho y
de lo que siempre se ha considerado justo. Jesús lo que dice es que no le van a
conducir por ese modo de pensar, de lo vivido en la tradición que no entiende
de amor, sino de una justicia entendida como venganza y miedo. ¿Por qué le
buscamos? ¿Porque queremos que él haga lo que nosotros queremos? ¿Porque le
queremos sacar de procesión en las semanas santas y montar todo un negocio en
torno a él en las Navidades y procesiones? ¿Quizás le buscamos para calmar
nuestras conciencias bautizando y casándonos por la Iglesia para luego vivir
como paganos? ¿Acaso le buscamos para que los niños y niñas se vistan de
Primera Comunión, tengan un festín por todo lo alto y luego se olviden de la
vida espiritual? ¿Acaso le buscamos porque nos interesa hacer uso del arte
sacro y así llenar las arcas? ¿Por qué le buscamos? ¿Qué cosa esperamos de
Jesucristo? Tengamos cuidado de no aprovecharnos de Jesús para llevarlo a
nuestro propio terreno y encima le intentemos de convencer que lo que nosotros
le planteamos a él es lo mejor y de mayor provecho. Por eso es tan importante
mantener el corazón abierto ante la novedad evangélica.
La segunda
pregunta que les hace Jesús a sus padres es: «¿No
sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Se usa el verbo
‘deber’ que implica el cumplimiento de la voluntad divina. Jesús sigue al
Padre, él no es el heredero de las tradiciones de Israel transmitido por el
padre humano.
Cada niño tiene su
propio destino y este destino deriva de la identidad con el conocimiento de
Dios. Los padres pueden querer dar continuidad en su hijo de los proyectos que
ellos han tenido o desarrollado: El padre labrador dejar las tierras a sus
hijos; el padre ganadero dejar en herencia el trabajo con los animales o con
una empresa o un mercado… La familia es el ambiente natural donde la persona
está llamada a nacer y a crecer. Pero en un cierto momento el hijo se tiene que
separar de la familia y seguir el camino que el Señor le indica, el cual está
en sintonía con la propia identidad de la persona. Los padres están llamados a
averiguar lo que el Señor quiere de ese hijo para luego lanzarlo a la vida, no
retenerlo.
Esta primera parte
del texto es fundamentalmente teológica. Ahora, hay una breve mención, pero
llena de un mensaje sobre el crecimiento de un hombre llamado Jesús de Nazaret:
«Él bajó con ellos y fue a
Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre
conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús
iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los
hombres».
En esta última
parte del pasaje evangélico ya se refiere directamente a sus padres, a María y
a José. Es decir, ya volvemos a la normalidad. María, José y Jesús después de
haber pasado la semana de Pascua en Jerusalén retornan a su hogar de Nazaret. Lucas
nos da una serie de pautas en esa vida familiar. En primer lugar, la sumisión del
hijo a los padres. “Estar sujeto a
ellos, bajo su sumisión” en Israel significaba dejarse modelar por ellos;
significaba asimilar los valores en los que ellos habían creído y que habían
plasmados en sus vidas. María y José habían asimilado estos valores de la Torá,
de los profetas; y luego han sido llamados a actuar y confrontar con Jesús esta
tarea.
José y María
encarnaban el mensaje de la Torá. Ellos habían hecho suyo lo que se dice en el
libro del Deuteronomio 6 cuando se dice el Shemá (שמע) al pueblo de Israel: «Escucha,
Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu
corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales
de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al
levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu
frente» (Dt 6, 4-8). Este
mensaje del Shemá lo han encarnado y hecho propio tanto María como José y
estaba fijado en sus corazones. Estas palabras se las repitieron a su hijo
Jesús y fueron inculcadas en su hijo. La Palabra de Dios ha sido siempre el
punto de referencia y de esta Palabra de Dios ellos le hablaban continuamente. Obedecer
a los padres -aplicado en Jesús- es dar la bienvenida y acoger esta enseñanza de
los labios de José y de María. Y Jesús se daba cuenta como ellos dos encarnaban
en toda su vida la enseñanza de este mensaje de la Torá.
La segunda
observación que nos ofrece el evangelista Lucas se refiere a la madre, a María:
«Su madre conservaba todo esto en
su corazón». Jesús no seguía
a sus padres en el modo tradicional de interpretar la Biblia, y los padres se
sorprendieron de cómo Jesús estaba planteando un camino nuevo. María no entendía,
pero nunca rechazó la novedad. María es la mujer que acoge con agrado la noticia,
aunque ella no lo entendiera. Por esta razón, por la acogida de María, se
inicia en ella un proceso de transformación que lo hará traspasar de madre de
Jesús a discípula de Cristo. Para ella no le fue fácil aceptar ni entender lo
que le pasó a su hijo, ya que el camino que eligió su hijo no fue el del éxito
ni del triunfo, sino el de la entrega de la vida hasta el final.
Nos cuenta el
evangelista el crecimiento humano de Jesús: «Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y ante los hombres». Este texto
concluye con una cita del profeta Samuel donde se nos dice que «mientras tanto, el niño Samuel iba
creciendo, y se ganaba el aprecio del Señor y de los hombres» (1 Sm 2, 26). ¿Por qué se hace esta
referencia a Samuel? Porque el evangelista tomó como modelo a la madre Ana, una
mujer estéril que por intervención divina logra convertirse en madre y su canto
de alabanza será la base del canto de alabanza de María en el Magníficat (cfr.
1 Sm 2).
Cuando uno observa
a Jesús en el evangelio y uno percibe los valores de Jesús y de las posiciones
y valoraciones que adopta ante los pecadores, su amor por los pobres, por los
más desvalidos; su rechazo de la hipocresía de los fariseos y su rechazo de la
falsa religión de los ritos y cuando se adhiere al amor a Dios y a los
hermanos… cuando uno le observa de cerca uno se percata que Jesús reproduce
perfectamente el rostro del Padre celeste. Para que Jesús fuera como fue, esa
imagen perfecta del rostro del Padre, se debió a que Dios eligiera
perfectamente a los dos padres que debían de educar a su hijo. Porque María y
José tuvieron que modelar el rostro de Jesús para que reprodujesen
perfectamente el rostro del Padre del cielo. Los niños que serán los futuros
hombre y mujeres no se reducen únicamente a la salud, a la educación, a la alimentación,
sino que también a otros valores que lo caracterizan como hombres y mujeres. El
primero de estos valores es ciertamente la relación con Dios; esta relación con
Dios es el significado que se le debe dar a la vida. Si los padres cristianos
quieren asimilarse a José y a María están llamados a criar a sus hijos
cuidándoles e inculcándoles la vida espiritual, la cual es la única que hace al
hombre plenamente persona.
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