sábado, 28 de diciembre de 2024

Homilía del Domingo de la Sagrada Familia Lc 2, 41-52 JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO

 

Domingo de la Sagrada Familia 2024, ciclo C

Lc 2, 41-52 (29.12.2024)

 

         El evangelio de hoy es bellísimo. El evangelista nos da un primer indicio para interpretar de un modo correcto el texto: No menciona por el nombre ni a María ni a José. Lo que dice el evangelista es «los padres de Jesús». Se habla del padre, la madre; y cuando los semitas hablan así es porque se refieren a ‘nuestro padre’ o ‘nuestros padres’ sin llamarles por su propio nombre y se refieren a los primogenitores como los personajes representativos de una realidad.

El padre en Israel representa el vínculo con la tradición; el padre es el que tiene la tarea de educar a los hijos en la fidelidad a lo que le ha sido transmitido desde la antigüedad. El padre es la conexión con la historia del pasado, de toda la tradición.

Y la madre de un israelita es Israel. Israel es la esposa amada por el Señor su Dios, por Aḏōnāy ( אֲדֹנָי ). Ella es la madre de cada israelita. Y de aquí de nuevo el enlace con el pasado, con la historia, con la tradición, como si fueran los eslabones de la cadena entrelazados los unos a los otros.

En el evangelio de Lucas presenta a estos padres como representantes de la tradición; son fieles a la observancia de la tradición. Nos dice el evangelista que «solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua». La Ley establecía el ir a Jerusalén tres veces, en tres peregrinaciones al año (cfr. Dt 16, 16; Ex 12 +) en la Pascua, en Pentecostés y en la Fiesta de las Tiendas. En realidad, por las dificultades en el desplazamiento y por la distancia se quedó la costumbre de realizar una sola peregrinación a Jerusalén. Y algunos judíos que vivían en Roma o en Éfeso era una gran fortuna poder hacer esa peregrinación una sola vez en la vida, a lo que le llamaban el ‘santo viaje’ para poder ver ‘la casa del Señor’ en la ciudad santa.

 

La pregunta fundamental es: ¿Cómo se comportará el niño Jesús ante esta tradición de Israel? Si los padres representan la observancia de la tradición ¿cómo se portará Jesús, el Mesías? ¿aceptará estas tradiciones o entrará en conflicto con lo que siempre ha sido transmitido y enseñado en Israel? Lucas en su evangelio ya introdujo una misteriosa profecía cuando sus padres llevaron a Jesús al Templo para presentarle (cfr. Lc 2, 22-38). Dice el evangelista que «los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, (Simeón) lo tomó en brazos y alabó a Dios» y Simeón se volvió a María diciéndole «éste está destinado para la caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción- ¡a ti misma una espada te atravesará el alma! -, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». Misteriosa profecía, pero María y José no lo entendieron. Simeón no anunció una inserción tranquila y pacífica de Jesús en el ámbito de las tradiciones de su pueblo. Simeón predijo que Jesús tomaría decisiones sorprendentes para todos y para sus propios padres que habían creído en este contexto de una observancia de todo lo que había sido enseñado y recibido. El evangelista ya entonces notó que los padres no lo habían entendido al señalar que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (cfr. Lc 2, 33), es decir, ellos no entendían lo que allí se estaba diciendo; ellos no estaban entendiendo que el Mesías estaba demostrando que las expectativas de los hombres son erróneas, ya que ellos -como todo el pueblo- estaban esperando un Mesías glorioso según el criterio de gloria de este mundo. Jesús no seguirá esta tradición, sino que introducirá una novedad ya que la gloria de Dios no es el dominio; la gloria de Dios es el amor, el servicio.

 

«Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó:

«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo».

La tradición de ir a la fiesta de la Pascua se iniciaba a los trece años de edad, sin embargo, Jesús tenía doce años (cfr. Lc 2, 42). Esto nos dice que estamos ante una familia observadora de la tradición, al punto que no esperan a que el niño tenga los trece años para llevarlo a Jerusalén; lo educa a la observancia de lo que siempre se ha hecho.  

El evangelista Lucas al hacer referencia que el niño tenía doce años cuando fue con sus padres a Jerusalén está haciendo referencia al profeta Samuel. Según Flavio Josefo en su obra ‘Las antigüedades judías’, Samuel tenía doce años cuando comenzó a profetizar (cfr. 1 Sm 3).

 

La fiesta de la Pascua comprendía entre los 3 a 7 días. Y cuando llega el momento de abandonar Jerusalén nos encontramos con que Jesús permanece en la ciudad. El término griego que se usa no significa que ‘permaneciera en la ciudad’ o que ‘se quedara en la ciudad’. La forma verbal empleada en griego es ὑπέμεινεν, (ypémeinen) es decir, ‘él soportó’; ‘él resistió’ en Jerusalén, no sigue a sus padres en el camino de regreso. El mensaje del evangelista es claro: el Mesías de Dios, en el adolescente que está a punto de convertirse en adulto, comienza a refutar las expectativas de los padres que están convencidos de que él les debe de seguir, pero no les sigue. Seguirá un camino diferente al que ellos se esperaban. Seguirá el camino trazado, no el de los hombres, sino el del Padre Dios.

 

Buscan a Jesús y a los tres días le encuentran en el Templo. El número tres es una clara referencia a la búsqueda desesperada. Recordemos que este número tres nos remite a las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús buscándole entre los muertos, entre los derrotados, entre los condenados de la historia (cfr. Lc 24, 1-4), en cambio se encontraron con la sorpresa de Dios que le vuelven a encontrar vivo y vencedor de la muerte. Dios les manifiesta que los ganadores no son los gobernadores poderosos de este mundo, sino los siervos, aquellos que dan la vida por amor.

Aquí están los dos caminos que divergen; el camino de los padres de la tradición -que representa a los vencedores gloriosos de este mundo- y el del nuevo camino que sigue Jesús que no es el de los padres, sino el de su Padre Celestial; que es el camino que nos dice que es preciso perder la vida por amor.

 

En el Templo Jesús estaba «sentado en medio de los maestros» y Jesús los escucha y les pregunta. Naturalmente el rabino o maestro está siempre sentado en el centro rodeado entre sus discípulos; en cambio aquí es Jesús quien está sentado en el centro y los rabinos en torno a él. Los alumnos son conocedores de la Escritura que educan a la gente esperando a un Mesías que no responde, ni mucho menos, con lo que Cristo viene a traernos. Y ¿cuál es la reacción de estos escribas o rabinos que estaban alrededor de Jesús? Dice la Palabra: «Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba». La traducción nos dice que ‘quedaban asombrados’, pero el término griego usado es ἐξίσταντο (estaban fuera de sí). Este término griego no significa ‘asombro’ o ‘sorprendidos’. El término griego ἐξίσταντο significa que estos rabinos estaban ‘fuera de sí’ y esta expresión indica un asombro negativo; los rabinos están sorprendidos por sus respuestas que no están en sintonía ni de acuerdo con las suyas, con las interpretaciones tradicionales. Y cuando dice la Palabra que ‘les hacía preguntas’ significa que se dan cuenta de que sólo él puede iluminar la oscuridad de los textos del Antiguo Testamento. Recordemos que Jesús, después de la resurrección, abrirá la mente de sus discípulos a la comprensión de toda la Escritura (cfr. Lc 24, 13-35); toda la Escritura sólo se entiende a la luz de Cristo. Lucas tira de la ironía al decir que Jesús escuchaba y preguntaba; realmente cuando Jesús les hacía las preguntas no les dejaba tiempo para responderlas, sino que él mismo las respondía sin esperar a que ellos le respondieran.

Nos dice el libro del Eclesiástico o del Sirácida: «La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo» (Eclo 24, 1). Cristo, el que es la Sabiduría encarnada, estaba en el medio de su pueblo; ya que Jesús es la imagen de la Sabiduría divina.

 

Los padres del niño Jesús nos cuenta la Palabra que «al verlo, se quedaron atónitos/perplejos». Sus padres quedaron atónitos, perplejos, maravillados, pero no entendieron la novedad que les traía su hijo; porque aceptar la novedad es siempre difícil. Si no nos sorprendemos por lo que nos ha dicho Jesús es una muestra de no haber entendido su camino. Nos sorprendemos porque nos damos cuenta que el camino que él nos plantea es muy diferente a nuestro camino, nuestras tradiciones, nuestro modo de pensar y sobre nuestro propio modo de razonar. María y José se extrañaron, se quedaron atónitos, sorprendidos o perplejos porque ellos entendieron que el modo de vivir, de ser, de razonar, de amar que su hijo venía a traer al mundo era totalmente diferente a todo lo que antes ellos habían conocido; de ahí su gran sorpresa. Recordemos lo que le dijo el arcángel a Zacarías: «Tu hijo convertirá al Señor su Dios a muchos hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y poder de Elías, para que los corazones de los padres se vuelvan a los hijos» (cfr. Lc 1, 16-17). El corazón de un israelita es la mente. La tarea del Bautista no será convencer a los niños de que sigan la tradición; sino que ellos tendrán que liderar y guiar los corazones de los padres hacia Cristo.

 

María le dice: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Su madre le dijo ‘hijo’. El término que emplea Lucas para designar con el término ‘hijo’ es ‘τέκνον’, que señala ‘dado a luz’, es decir, alguien sobre el que yo tengo un poder sobre él.

 

La respuesta de Jesús a sus padres es nueva: «¿Por qué me buscabais?». Mientras a Jesús todos le escuchan, María y José no le están escuchando. Estas son las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio según san Lucas. Y son palabras muy importantes. Desde un punto de vista histórico esta pregunta no se puede entender. No hay una palabra de escusa ni un ‘lo siento’, ni una palabra que indique que se hubiera dado cuenta de la angustia ocasionada a sus padres. Sin embargo, ese mensaje es muy claro: Hay padres, hay custodios de la tradición que encarnan el modo de pensar, de razonar, de juzgar y de hacer lo que siempre se ha hecho y de lo que siempre se ha considerado justo. Jesús lo que dice es que no le van a conducir por ese modo de pensar, de lo vivido en la tradición que no entiende de amor, sino de una justicia entendida como venganza y miedo. ¿Por qué le buscamos? ¿Porque queremos que él haga lo que nosotros queremos? ¿Porque le queremos sacar de procesión en las semanas santas y montar todo un negocio en torno a él en las Navidades y procesiones? ¿Quizás le buscamos para calmar nuestras conciencias bautizando y casándonos por la Iglesia para luego vivir como paganos? ¿Acaso le buscamos para que los niños y niñas se vistan de Primera Comunión, tengan un festín por todo lo alto y luego se olviden de la vida espiritual? ¿Acaso le buscamos porque nos interesa hacer uso del arte sacro y así llenar las arcas? ¿Por qué le buscamos? ¿Qué cosa esperamos de Jesucristo? Tengamos cuidado de no aprovecharnos de Jesús para llevarlo a nuestro propio terreno y encima le intentemos de convencer que lo que nosotros le planteamos a él es lo mejor y de mayor provecho. Por eso es tan importante mantener el corazón abierto ante la novedad evangélica.

La segunda pregunta que les hace Jesús a sus padres es: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Se usa el verbo ‘deber’ que implica el cumplimiento de la voluntad divina. Jesús sigue al Padre, él no es el heredero de las tradiciones de Israel transmitido por el padre humano.

Cada niño tiene su propio destino y este destino deriva de la identidad con el conocimiento de Dios. Los padres pueden querer dar continuidad en su hijo de los proyectos que ellos han tenido o desarrollado: El padre labrador dejar las tierras a sus hijos; el padre ganadero dejar en herencia el trabajo con los animales o con una empresa o un mercado… La familia es el ambiente natural donde la persona está llamada a nacer y a crecer. Pero en un cierto momento el hijo se tiene que separar de la familia y seguir el camino que el Señor le indica, el cual está en sintonía con la propia identidad de la persona. Los padres están llamados a averiguar lo que el Señor quiere de ese hijo para luego lanzarlo a la vida, no retenerlo.

 

Esta primera parte del texto es fundamentalmente teológica. Ahora, hay una breve mención, pero llena de un mensaje sobre el crecimiento de un hombre llamado Jesús de Nazaret:

«Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres».

En esta última parte del pasaje evangélico ya se refiere directamente a sus padres, a María y a José. Es decir, ya volvemos a la normalidad. María, José y Jesús después de haber pasado la semana de Pascua en Jerusalén retornan a su hogar de Nazaret. Lucas nos da una serie de pautas en esa vida familiar. En primer lugar, la sumisión del hijo a los padres. Estar sujeto a ellos, bajo su sumisión” en Israel significaba dejarse modelar por ellos; significaba asimilar los valores en los que ellos habían creído y que habían plasmados en sus vidas. María y José habían asimilado estos valores de la Torá, de los profetas; y luego han sido llamados a actuar y confrontar con Jesús esta tarea.

José y María encarnaban el mensaje de la Torá. Ellos habían hecho suyo lo que se dice en el libro del Deuteronomio 6 cuando se dice el Shemá (שמע) al pueblo de Israel: «Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente» (Dt 6, 4-8). Este mensaje del Shemá lo han encarnado y hecho propio tanto María como José y estaba fijado en sus corazones. Estas palabras se las repitieron a su hijo Jesús y fueron inculcadas en su hijo. La Palabra de Dios ha sido siempre el punto de referencia y de esta Palabra de Dios ellos le hablaban continuamente. Obedecer a los padres -aplicado en Jesús- es dar la bienvenida y acoger esta enseñanza de los labios de José y de María. Y Jesús se daba cuenta como ellos dos encarnaban en toda su vida la enseñanza de este mensaje de la Torá.

 

La segunda observación que nos ofrece el evangelista Lucas se refiere a la madre, a María: «Su madre conservaba todo esto en su corazón». Jesús no seguía a sus padres en el modo tradicional de interpretar la Biblia, y los padres se sorprendieron de cómo Jesús estaba planteando un camino nuevo. María no entendía, pero nunca rechazó la novedad. María es la mujer que acoge con agrado la noticia, aunque ella no lo entendiera. Por esta razón, por la acogida de María, se inicia en ella un proceso de transformación que lo hará traspasar de madre de Jesús a discípula de Cristo. Para ella no le fue fácil aceptar ni entender lo que le pasó a su hijo, ya que el camino que eligió su hijo no fue el del éxito ni del triunfo, sino el de la entrega de la vida hasta el final.

 

Nos cuenta el evangelista el crecimiento humano de Jesús: «Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres». Este texto concluye con una cita del profeta Samuel donde se nos dice que «mientras tanto, el niño Samuel iba creciendo, y se ganaba el aprecio del Señor y de los hombres» (1 Sm 2, 26). ¿Por qué se hace esta referencia a Samuel? Porque el evangelista tomó como modelo a la madre Ana, una mujer estéril que por intervención divina logra convertirse en madre y su canto de alabanza será la base del canto de alabanza de María en el Magníficat (cfr. 1 Sm 2).

Cuando uno observa a Jesús en el evangelio y uno percibe los valores de Jesús y de las posiciones y valoraciones que adopta ante los pecadores, su amor por los pobres, por los más desvalidos; su rechazo de la hipocresía de los fariseos y su rechazo de la falsa religión de los ritos y cuando se adhiere al amor a Dios y a los hermanos… cuando uno le observa de cerca uno se percata que Jesús reproduce perfectamente el rostro del Padre celeste. Para que Jesús fuera como fue, esa imagen perfecta del rostro del Padre, se debió a que Dios eligiera perfectamente a los dos padres que debían de educar a su hijo. Porque María y José tuvieron que modelar el rostro de Jesús para que reprodujesen perfectamente el rostro del Padre del cielo. Los niños que serán los futuros hombre y mujeres no se reducen únicamente a la salud, a la educación, a la alimentación, sino que también a otros valores que lo caracterizan como hombres y mujeres. El primero de estos valores es ciertamente la relación con Dios; esta relación con Dios es el significado que se le debe dar a la vida. Si los padres cristianos quieren asimilarse a José y a María están llamados a criar a sus hijos cuidándoles e inculcándoles la vida espiritual, la cual es la única que hace al hombre plenamente persona. 


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